Memorias de Tonio.- Desde hace décadas, Tonio aprovecha las efemérides para devolver a la actualidad personajes de fuste o situaciones históricas importantes que considera mal investigadas y, por ende, peor contadas. Acaba de hacerlo -por la ocasión del centenario de su muerte (Coruña, 30-IX-1918)- con la entrañable figura histórica de un efímero: el atlántico coruñés Manolo Puga-Picadillo, cuya vida fue tronzada en flor por la mal llamada “gripe española” de 1918. Del mismo modo, cuando en 1992 se cumplieron los primeros 25 años de la muerte del nonagenario alicantino José Martínez Ruiz-Azorín (Madrid, 2 de marzo, 1967), Tonio hizo lo propio.
Nunca ha dejado de admirar la persistente fascinación del alicantino por los países atlánticos de la vieja Iberia, desde que los descubrió en 1896, salvada sea la sorprendente excepción de Portugal. Gozador (desde 1904) de la variada sociedad balnearia del veraneo norteño, es sabido que admiró pronto la hondura de la música gallega y la poética hermosura del cancioneiro galaico tradicional…, ponderando -a la vez y sobre todo- la brillantez incuestionable de los más variados escritores y escritoras, singulares -según su criterio- incluso en lo que se refiere a sentido del humor…
Pepito -que es como se le decía en la niñez y en su pueblo- sólo era un año más viejo que don Manuel Puga. Salvadas todas las distancias entre la obra de uno y otro, fueron figuras (distintas, pero inolvidables) de la alta cultura y del excelentísimo periodismo de su tiempo (periodismo que, por desgracia, nada tiene que ver con el nuestro).
Sabido lo anterior, ya supondrán que Tonio ha seguido con atención los tratamientos informativos que mereció Azorín en este 50 aniversario (2017-2018), y cree estar en lo cierto cuando afirma que se cerró el 2 de marzo próximo pasado con pobre balance, si se compara con el de hace un cuarto de siglo (1992)
En aquel entonces, el mismo difundió -a su propósito- tres crónicas literarias en el diario La Voz de Galicia y una Historia con Data audiovisual en gallego en la Televisión de Galicia (TVG). Ese extraño míster X Nadie, que es su título, como toda aquella larga serie conmemorativa), mereció los honores de la traducción al español para su difusión en el Canal Internacional de Televisión Española.
Confiesa Tonio a quien le quiere oír que nunca perdió el tiempo que dedicó a tan extraño personaje, porque la curiosidad intelectual de Azorín nunca defrauda. Por eso entiende que la más bien penosa impresión que le dejó este cincuentenario y la que vaticina –por lo que va viendo del centenario de Picadillo- son síntomas de un mal muy profundo al que estamos asistiendo, no sólo en España, sin prestarle la atención que merece. Se refiere a la lastimosa confusión de los conceptos de cultura y ocio que se viene gestando desde los años noventa del siglo XX, a pesar de la profusión de medios de comunicación en toda clase de soportes y formatos.
No tardará mucho en atreverse a explicar el cómo y el por qué se interrumpió -a partir de la primera señal de crisis del papel de aquellos años noventa– la antañona dialéctica de la edad de oro en la alta cultura humanística (española), basada en la profunda interrelación de ésta con el excelentísimo periodismo al que se refería.
Biografía histórica e historia social atlántica.- Extraño y patético privilegio el de nuestro tiempo histórico. Que no sean siquiera concebibles hoy creadores independientes del fuste intelectual y artístico de Azorín o Valle-Inclán o Pío Baroja, por citar en exclusiva a tres integrantes de la generación del 98 que el propio Martínez Ruiz inventó, definió y perfiló antes que nadie. Tres nombres que sucedieron y precedieron a tantas otras generaciones memorables de escritores y periodistas que publicaron sus primicias en la prensa, recogiéndolas (o no) en los libros que ellos mismos (las librerías o los editores) publicaban, dándonos décadas de excelente producción cultural, humanística y periodística. Periódicos de entonces que hoy podemos disfrutar en nuestras casas merced a las novísimas bibliotecas y hemerotecas digitales.
Que un nonagenario que sentía orgullo de su origen mediterráneo nos ayude a recuperar la Atlántica Memoria, ya es suficiente motivo de homenaje. Aquí y desde ahora vamos a comprobarlo con dos historias muy ligadas entre sí y de evidente alcance.
Sorprendente les parecerá la primera. Refiere el origen -más que desconocido- de su trato directo (madrugador, intenso y duradero) con Emilia Pardo Bazán, precursora en cierto modo de la segunda.
A cuento de Azorín, vamos a rememorar -con precisa cronología y con toda la atención que la novedad del asunto merece- el tránsito que va del desconocimiento mutuo a la amistad admirativa iniciada por el joven Martínez Ruiz (21 años) con otro atlántico. Nuestro paisano, el anarquista vigués Ricardo Mella (33). Comienza la relación -amistosa e intensa- en 1894, dos años antes de su primera aproximación a la Castilla atlántica, en su breve -pero fecundo- paso por la ciudad y la Universidad de Salamanca, tan relacionada y tensionada desde antiguo con la portuguesa de Coimbra. Ocho años antes de su descubrimiento confeso del veraneo norteño (1904). Pasa que esa enriquecedora relación de Mella y Azorín sólo duró tres años. Fue en el mismísimo 1898 generacional cuando se consumó la ruptura irreversible, tras una dura polémica de alto interés biográfico, pero jamás comentada, que nosotros sepamos), mantenida en las páginas del excelente periodismo madrileño y pontevedrés de finales de 1897.
El antes y el después de la tal ruptura importa aún más que sus consecuencias posteriores. Su relato nos obligará a traer aquí la historia jamás contada de un proceso revolucionario de la mayor relevancia en el que merece resaltarse el papel excepcional que jugaron las dos pequeñas ciudades de la Galicia Sur que le sirvieron de escenario preferente.
En Pontevedra y Vigo, en efecto, se produjo entonces el salto -revolucionario, insisto- que conduce de la cultura artesana tradicional a la nueva cultura obrera y proletaria de orientación internacionalista y anarquista. Tonio les contará aquí -con la necesaria parsimonia- el cómo, el cuándo y el porqué de tan fascinante proceso.
La primera devoción atlántica de Azorín (Emilia Pardo Bazán y la alta cultura dieciochesca)
Figura en mi archivo una escueta anotación que no indica procedencia. Me interesó, al redescubrirla ahora (2018), por diferentes motivos que vienen a cuento. El primero, porque reconocerán conmigo que resulta de todo punto excepcional que José Martínez Ruiz (que sólo tenía 16 años y acababa de comenzar en Valencia sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho), ya mantuviera correspondencia con Emilia Pardo Bazán: gran dama atlántica coruñesa, como es de todos bien sabido, nacida en 1851, 22 años mayor que él, y que ya era alguien en la alta cultura española de 1889, que es el año de esa referencia.
Pese a ello, no me hubiera llamado siquiera la atención tal detalle, si no causara perplejidad que el joven alicantino se hubiera tomado la molestia de enviarle ¡¡¡una copia manual!!! de un libro que le impresionó tanto como Las flores del mal de Baudelaire, que ya había leído el mocito por aquel entonces. Me refiero a la gozosa Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (Madrid, 1758), del inefable José Francisco Isla. Atlántico leonés este, nacido en 1703, nada desconocido para los lectores habituales de LA CUEVA DE ZARATUSTRA pues formó parte como profesor distinguido (hasta el destierro de los jesuitas, 1767)- del prestigioso Colegio de la Compañía de Jesús de Pontevedra, villa señorial, aristocrática, militar y monacal entonces, donde también había sido alumno del Colegio de Humanidades y Filosofía, sito en el monasterio de San Benitiño de Lérez (1676) otro fraile (benito, en este caso) de enorme talento, al que prestó madrugadora atención la propia doña Emilia. Colegio del que fue después, en una primera estancia pontevedresa, pasante y lector (1701-1709). Me refiero, en efecto, al atlántico orensano Fray Benito Jerónimo Feijóo, nacido mucho antes, en 1676. Residente en la villa en dos ocasiones (tenía 16 y 25-33 años, respectivamente). Cuando la Pontevedra señorial y monacal aún no era ni aristocrática ni militar como ha de serlo (en parte por esos centros monacales de enseñanza) a partir de 1734. ¡Cien años antes de ser reconocida como ciudad y capital de Provincia de la nueva España liberal!
Pues bien: de ambos frailes y a propósito de ese libro del jesuita escribió -con su brillantez y penetración habituales- el propio Azorín 37 años más tarde (1926) estos juicios contundentes, entrañables para todos los pontevedreses y dignos de recordar, publicados en el diario La Prensa de Buenos Aires (cito por la edición de Verónica Zumárraga, 2012):
Como descripción de costumbres, costumbres castizamente castellanas, el Fray Gerundio es inapreciable. Tipos de clérigos, dómines, labriegos, hidalgos campesinos, están maravillosamente retratados en estas páginas. Y, a más de los personajes, encontramos en la novela interiores, pinturas de aldeas y pueblos de un hondo sabor español. El padre Isla, en el terreno de la imaginación creadora, es en el siglo XVIII, lo que en el terreno de la crítica Feijóo. Los dos religiosos renuevan con sus libros todo el pensamiento español. De Feijóo sale el romanticismo, y de Isla la novela moderna”.
La fascinación del mocito Martínez Ruiz por la actividad intelectual y novelística de Emilia Pardo Bazán, a la altura de 1889, se entiende mejor cuando leemos ese juicio que le merece el Fray Gerundio, por lo que implica y presupone. Una dedicación del estudiante –más que al Derecho- al estudio concienzudo de los escritores españoles de los siglos XVII y XVIII, estudio que no sólo lo singulariza. Esas lecturas –qué duda cabe- anticipan al gran escritor de Los pueblos, los hidalgos y los hablantes de Castilla, madrugadores aportes suyos de cuando comenzaba a utilizar –con su escritura característica- el seudónimo que hará célebre. A lo que hay que añadir el arranque de su pasión por Galicia, en esa temprana relación con la personalidad de doña Emilia y –mucho más tarde- con la poesía de Rosalía de Castro (n. en 1837) y la acción social de Concepción Arenal, pues -volviendo al Fray Gerundio- Martínez Ruiz lo que valora sobre lo demás es que sea “la novela de la Tierra de Campos (más que la novela de los predicadores), como, en la anterior centuria, el Quijote es la novela de la Mancha”. Para concluir haciendo con su autor lo que hará mucho más tarde con la propia Rosalía y Concha Arenal: incitar a su estudio, reparando la deuda habitual de la ignorancia, porque “no se ha concedido todavía al padre Isla toda la importancia que merece” (ni siquiera hoy, cuando ya se extingue 2018, habría que añadir).
Ya por aquel lejano entonces había sido Emilia la iniciadora en España de la novela urbana de ambientación obrera. Y el joven Martínez Ruiz se muestra admirado de su formidable curiosidad intelectual, constatada en las conferencias del Ateneo sobre la novelística rusa, sin olvidar la valoración paisajística y literaria que Azorín consideró siempre primorosa e insuperable en el ciclo que va de Los pazos de Ulloa a La madre naturaleza. Algo que ha de reiterar –años más tarde- cuando descubra admirado la obra poética española y gallega de Rosalía y su actitud revolucionaria ante la rima y la métrica, invitando a su estudio y a su difusión (hasta entonces muy limitada) en toda suerte de antologías.
Sabido lo anterior, parece claro que ese intercambio iniciático juvenil a propósito del frade Isla, no cayó en saco roto. Hizo que Emilia mantuviera hacia el extraño mister X alicantino, aún imberbe, la respetuosa valoración que transparenta la correspondencia posterior, cruzada entre ambos desde 1898, cuando Martínez Ruiz demuestra interés por visitar -como si fuera un templo- su ostentosa casa madrileña, a juego con el mobiliario y la decoración que la escritora estaba introduciendo -merced a su éxito- en el principesco pazo de las Torres de Meirás.
Admirador entusiasta de ese éxito logrado a pulso de escritura, el joven periodista quería poseer su retrato y admirar su ambiente de trabajo…
“Señor de todo mi aprecio”, le llama ella en carta del 7-III-1898; “amigo distinguido”, escribe poco más tarde, 21-X-1898… Una puerta abierta de par en par, pues, que hace que Azorín reconozca a Emilia Pardo Bazán entre la corta nómina de los escritores y periodistas consagrados que prestaron atención, ayuda y consejo a las nuevas generaciones. En realidad, sólo añade al de ella otro nombre: el de Juan Valera (cordobés de Cabra, nacido en 1824)
Esos reconocimientos de Emilia al talento del joven alicantino se producen en años en que el futuro Azorín comienza a despegarse (como intuyó Ricardo Mella en la controversia de 1897-1898) de la “greña jacobina”, greña que ella despreciaba. En el final definitivo de la fase radical, juvenilista, por veces con epatante tic anarco-comunista de José Martínez Ruiz. Cuatro años antes de que Emilia, presidenta honoraria del flamante Centro Gallego de Madrid, y Eduardo Vincenti, diputado liberal monterista por Pontevedra, presidente efectivo de esa sociedad (y personaje que ha de ser de las célebres crónicas parlamentarias de Azorín), promovieran la entrada en Madrid de la música gallega tradicional en los Carnavales de 1901, con la espectacular presentación de Aires da Terra, el legendario conjunto pontevedrés que dirigía su amigo, Perfecto Feijóo. Música y cantares que -como nos recuerda el propio Azorín citando a Emilia- ya habían logrado en París un éxito sin precedente en la presentación parisina de 1889, cuando la Exposición Universal. Éxito del que fue ella fue testigo y cronista.
En aquella memorable ocasión, el Orfeón Coruñés, dirigido por Pascual Veiga, logró la medalla de Oro y las palmas académicas, pero tuvo que afrontar la intervención en un escenario imposible. Pese a ello, Lauren de Rillé (una autoridad en lo que hace a música coral) reconoció que “a pesar de la inmensidad de la sala de fiestas del Trocadero (músicos y cantores) supieron hacerse oír, aplaudir y bisur” (así, repetir sus intervenciones). Doble efeméride, pues, las de 1889 y 1901, de las que Emilia fue testigo y promotora, respectivamente. A esta última presentación madrileña de 1901 fue invitado, sin duda, su amigo Martínez Ruiz, que no dejaría de asistir, dada su intensa relación de aquellos meses. Y ese fue el origen de su madrugadora devoción de toda la vida por esa música (en trance de primorosa recuperación pontevedresa entonces) y que viene a ser otro rasgo más de su atlantismo característico. Así lo contaba él 40 años más tarde (“La soledad verde”, en Madrid, 1941):
He oído músicas populares de muchos países. De Rumanía -nación tan semeja a la nuestra-, de Hungría, de la antigua Rusia blanca, la Rusia de Lermentov y de Gogol. Ningunos cantos populares me han conmovido tanto, tan hondamente, como me conmueven los cantos populares de Galicia.
Anarquismo y anarquismo… estético-literario (Cómo se hicieron los anarquistas del 98)
Los frutos de aquel periodismo de los años precedentes, estaban propiciando la que será pronto una auténtica edad de oro de la cultura humanística española y un juvenilismo esplendoroso. Tanto burgués -ojo- como artesano o proletario.
La propia Emilia Pardo Bazán captó la insólita novedad de esto último antes que nadie al narrar -con criterio naturalista y desde la alta cultura burguesa– la experiencia proletaria de la cigarrera Amparo. La leedora revolucionaria de la Fábrica de Tabacos de Coruña, su Marineda literaria. El personaje central de La Tribuna (Edición príncipe de Alfredo de Carlos Hierro, impresa en el Establecimiento tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra de Madrid, en 1882). Novela que estaba escribiendo -qué duda cabe- a instancias de los acontecimientos coruñeses y pontevedreses de los primeros años ochenta, que es cuando se produce el rebrote del internacionalismo que sirve de trasfondo a su acción novelesca (el de 1868-1874 en el eje Coruña-Ferrol). Cuando Ricardo Mella Cea (n. en Vigo, 1861) -protagonista indiscutible de ese rebrote de los años ochenta– era un niño.
Veamos, pues, con la atención que merece esa apenas transitada distinción sociológica y cultural de lo burgués, lo artesano y lo proletario, antes de su fusión e internacionalización posterior (1890-1899), atendiendo a los orígenes sociales de la llamada “generación del 98”, ya que también nos ayudará a entender la fascinación atlántica del Azorín asociado a dos atlánticos vascos de su edad en el llamado Grupo de Los Tres (1901-1903), compuesto por él, Pío Baroja (n. en 1872) y Ramiro de Maeztu (n. en 1875), en los años subsiguientes al radicalismo juvenil anarquizante (que no anarquista, propiamente hablando). Distinción que hizo notar antes que nadie otro de sus más admirados escritores atlánticos: el asturiano Leopoldo Alas (Clarín), zamorano instantáneo de nacimiento (1852), como quien esto escribe.
Distingo que espero demostrar trayendo a primer plano –a efectos comparativos con el suyo- el caso (jamás enfocado desde esta perspectiva) de un hermano mayor del conjunto generacional del 98: el del citado Ricardo Mella, que fue de principio (1882, 21 años) a fin (muere en Vigo, 1925) un anarquista individualista y libertario, tranquilo y lúcido, pero de cuerpo entero. Así se lo hizo notar el propio Mella a su amigo socialista Juan José Morato, en carta que debo (como otros documentos fundamentales para esta historia) a la impagable generosidad de Iria Presa. Un pablista ecuánime, biógrafo del propio Pablo Iglesias Posse (Ferrol, 1850-1925) y autor de una cálida semblanza biográfica de Mella (Líderes del movimiento obrero español): :
Aunque he gastado algún tiempo en difundir el espíritu de asociación, he sido siempre para mi (así, subrayado en el original), y ahora más, un individualista a todo trapo” (Vigo, 8-X-1910)
Lo haré, además, sin perder de vista la relación de ambos personajes centrales (Mella y Martínez Ruiz) con otra tripleta de atlánticos gallegos (amigos entre sí y muy admirados por Azorín), integrantes de los mismos grupos de edad, pero mayores que Los Tres antes citados: Camilo Bargiela (n. en 1864), Ramón del Valle-Inclán (n. en 1866) y Manuel Portela Valladares (n. en 1867), más próximos en edad a Mella, nacidos al mismo tiempo que el más fraterno amigo (en el sentido humano y anarquista de la expresión) del propio Mella: José Prat (“amigo querido, casi un hermano”, escribió Ricardo en el prólogo a las Crónicas demoledoras de Prat). Nombre señero este del anarquismo internacionalista catalán, de la llamada educación racionalista y del sindicalismo cenetista español, ¡¡y que también pudo haber nacido en Vigo (1867-Barcelona, 1935)!! Así lo apuntan -con buen criterio- distintas fuentes, españolas y americanas, al haberse formado ambos en el periodismo y en las nuevas tradiciones de la cultura proletaria, que ellos mismos contribuyeron a crear en España, difundiéndola con posterioridad en la prensa, la revistería y la edición de Europa y América.
Bargiela, Valle-Inclán y Portela Valladares, bien por el contrario de Mella y Prat, se formaron como bachilleres en la provincia de Pontevedra y como universitarios en la Compostela brillante cardenal Payá y Rico (1875-1886). En una etapa que se inicia con el estallido compostelano de la segunda cuestión universitaria de la historia de España (1875-1881), y con Emilia Pardo Bazán residiendo en la ciudad. Tripleta esta última, con evidentes diferencias ideológicas y posicionales entre sí; pero sin las veleidades anarquizantes de Los Tres (Azorín-Baroja-Maeztu).
Empezaré, pues, a modo de rápida evocación prologal, recordando a mis lectores de LA CUEVA DE ZARATUSTRA la atención que vengo prestando en la Atlántica Memoria a los nuevos modos que introdujo la Revolución Liberal-Democrática en su valoración internacional de los movimientos juveniles (Eduardo Ruiz Pons y Aurelio Aguirre).
Larga, brillante y continuada secuencia juvenilista, al sacar partido (profesores, alumnos y aprendices de los talleres artesanos) de la progresiva implantación revolucionaria de la enseñanza pública de grado medio y de la organización en paralelo de las nacientes sociedades civiles laicas (los liceos, los casinos, los ateneos, etc.), con sus veladas periódicas, culturales y musicales; pero también con los orfeones, las corales, las bandas de música, las representaciones teatrales y las grandes convocatorias coreográficas interclasistas, caso de los históricos carnavales pontevedreses de Urco… Fundamentales todas estas innovaciones sucesivas en la formación extra escolar de esas mocedades, escolarizadas por primera vez en los Institutos de Enseñanza Media, en las Escuelas Normales o en los primeros centros reglados de formación profesional.
Escolarización de nueva planta que produjo en las capitales de provincia y en las ciudades universitarias no capitalinas, caso excepcional el de Santiago de Compostela, una primera consecuencia de alcance formativo generacional: el nacimiento de la prensa escolar, con su variante estudiantil y juvenil, y la prensa local. Por veces -como en el caso que les voy a contar- de altísimo interés formativo y cultural, a pesar de su escaso tiraje y limitada circulación.
Ricardo Mella o el propio Picadillo -aunque nunca figuren mentados como tales en las caracterizaciones azorinianas- fueron integrantes de “su” generación del 98, precisamente porque fueron impulsores de aquel periodismo proletario o/y burgués.
Martínez Ruiz, a pesar de tener trato con Mella desde 1894 (cuando el futuro Azorín sólo tiene 22 años), nunca lo contó entre sus integrantes, al ceñirse en demasía -como la inmensa mayoría de los historiadores- al plano literario, periodístico e intelectual burgués, en la denominación crítica del nuevo periodismo proletario o revolucionario, y bien a pesar de la pulcritud de la obra de Mella, publicada mayormente en esta otra clase de prensa. Periodismo que el mismo Mella impulsó desde sus ¡¡19 años!! (1880). Pulcritud no sólo en punto a su ideario personal, tan propio de un pequeño filósofo autodidacta, muy dado al estudio, la lectura, la escritura y la traducción al español de los pensadores internacionalistas, así como a la disciplina que transparenta su prosa de madurez, tan eficaz en el uso de la lengua española en que ese ideario anarquista aparece mayormente escrito.
“Profundidad y elegancia” escribió a propósito de la escritura de Mella su guía de juventud: Francisco Pi Margall. Detalle que también ha resaltado, con una nota física más bien desconocida de ambos personajes, la citada Federica Montseny, en un pasaje en el que Mella comparece junto a su fraterno, José Prat, en la citada presentación de Ideario:
A través de Prat se percibe la dimensión titánica de Ricardo Mella (exiguo de talla, como Pi y Margall, pero gigantesco de pensamiento). Es considerado, con razón, el más profundo, el más penetrante, el más lúcido de los pensadores anarquistas españoles.
Algo que (a otro nivel) también se puede decir de José Prat, mucho menos estudiado hoy que Ricardo Mella, pero sorprendente en muchos aspectos, comenzando por su cuidadosa manera de escribir. Una prosa periodística y literaria que introdujeron ambos en el periodismo proletario español y en el de la América de habla hispana.
Mella, por lo demás, anticipa en Vigo y Pontevedra a su manera lo que Martínez Ruiz irá desplegando en un ambiente familiar y social muy distinto hasta llegar a la Universidad de Valencia (cuando entra en contacto con la Pardo Bazán) y aún años más tarde, cuando –iniciada la relación con Mella e instalado en Madrid (1896-1897)- comienza a convivir con todos los pequeños filósofos de su tiempo (incluyendo entre éstos, por primera vez, a las grandes personalidades procedentes de la cultura proletaria). Los que -sin dejar sus propios medios de difusión, acabaron por ser incorporados a los periódicos de circulación general– contribuyendo en su medida a la edad edad de oro de la cultura humanística en las distintas lenguas peninsulares y en las ibéricas del resto del mundo. Un lujazo indiscutible de la época en cuya génesis vamos a penetrar de su mano de inmediato. Lo que nos va a permitir establecer -desde sus orígenes y por primera vez- la cronología de un proceso revolucionario del más alto interés histórico; pero que estaba sin describir, por el reiterado vicio de la historiografía académica de dar por supuesto lo que nadie tuvo la santa paciencia de contar con detalle y por sus tiempos…
Los Mella y los Cea (Cultura artesana y formación profesional)
Los orígenes sociales y la diferencia de edad de ambos personajes explican esas profundas diferencias, tan inobservadas Aclaran, además, como sucedió en el caso de Emilia Pardo Bazán, la singularidad formativa de Martínez Ruiz, ahora como amigo (más bien instantáneo, insisto, por el contrario de Prat) de Ricardo Mella. Un pequeño filósofo este que tenía -en el mismísimo 1898- esta opinión de los que empezaban a ser caracterizados como intelectuales por antonomasia, y que ya había aplicado -poco antes con severidad– al que llamaba Ruiz, al borrarlo para siempre de la nómina de sus escritores revolucionarios de referencia:
Lejos de mi esa peste que se llaman intelectuales y no son más que buscadores de éxito. Tienen seco el corazón, corrompida el alma y en su cerebro todo pensamiento es una cábala de negocio. ¿necios que corren tras la gloria empequeñeciéndose! (Fragmento de una carta a Felipe Cortiella, escritor catalán de la edad de Azorín, 1898. En Iria Presa)
Pepito Martínez Ruiz, el futuro Azorín, nace en Monóvar, un pueblo del valle del Vinalopó, con poco más de 8.000 habitantes, y en el seno de una familia monárquica y católica más que acomodada, lo que condiciona –mal que le pese- su destino universitario como estudiante de Derecho. La elección de carrera –ya para empezar- fue de su padre. Sus biógrafos no hablan para nada de que hubiera cumplido el servicio militar, que es otro rasgo de profunda distinción social.
Mella (y acaso Prat), nacidos en la aún diminuta –pero muy expansiva- ciudad atlántica y portuaria de Vigo (13.000 habitantes), en familias de artesanos, seguirá por libre los estudios intermedios, graduándose no antes de los 20 años (1881), sin pensar para nada en la Universidad. Aunque a regañadientes y combatiéndolo (“La contribución de sangre”, 9-X-1881), Mella tuvo que cumplir las llamadas obligaciones militares de los españolitos de las clases más populares en Pontevedra, al mismo tiempo que remata esos estudios medios.
Por su parte, el padre de Prat, de origen catalán, pudo ser uno de tantos inmigrantes catalanes radicados en las costas gallegas desde mediado el siglo XVIII. Era curtidor. Los Mella y los Cea llegaron a ser sombrereros, con tienda propia y amplia clientela, radicados en los centros urbanos de Vigo y Pontevedra, respectivamente.
La Sombrerería de José Mella Buján (Compostela, 1841/ Vigo, 1904) pasó en los años que aquí nos importan de la antigua Gamboa, donde pudo haber nacido su hijo mayor, Ricardo José Clemente Mella Cea (23-XI-1861), a la calle Imperial, para acabar en la Puerta del Sol, el nuevo centro más céntrico de la expansiva ciudad portuaria. “La Elegancia”, que es como se llamó durante años la de Jacinto Cea Fernández, también tuvo distintos emplazamientos, desde el 27 de la pontevedresa calle del Comercio, a Constitución y la Oliva, para acabar siendo un clásico de la calle de los Comercios de la misma ciudad, tras la muerte de Jacinto (1897). En esos años estuvo regida por la Sociedad “Viuda e Hijos de Cea” (María Montenegro y los Cea Montenegro). Los negocios respectivos de los Mella y de los Cea se anunciaron en la prensa republicana y federal de las dos ciudades.
Por lo menos estos Cea tuvieron relaciones tempranas con el obrerismo español desde los orígenes del internacionalismo proletario. Y lo mismo sucede con el padre de José Prat… Nada tienen que ver –al menos en su comportamiento público- con los opulentos barones de Casa Goda, que también eran Cea (Manuel Cea Gándara, importante contribuyente por territorial, y su hijo, Eduardo Cea Naharro, abogado y político de cierto relieve). Compraron estos Cea y remozaron el antiguo pazo de los linajudos Pardo de Figueroa, condes de Maceda, reconvertido en los años 50 del siglo XX en el magnífico parador nacional de turismo de la Pontevedra de nuestros días.
Aún había en Pontevedra otros Cea, parientes de los de “La Elegancia” y de los Mella, artesanos relojeros, los Rodríguez de Cea, a los que me referiré de inmediato…
El que siempre nos pareció tío de Ricardo, José Cea, acaso hermano de su madre, Dolores Cea Fernández (Vigo, 1842-1909), y de Jacinto, era tipógrafo, y ya estuvo presente en el Congreso Obrero de Barcelona, en 1870, representando a Valladolid (Anselmo Lorenzo lo cita por una de sus intervenciones en El proletariado militante). Y pudo muy bien ser la amistad con este José una de las razones profundas de la intensa relación de un jovencísimo Ricardo Mella con la figura angular del periodismo anarco-colectivista español de los años ochenta: Juan Serrano Oteiza (Madrid, 1839/1886), cuyo origen social también era artesano, abaniquero. Algo que debió suceder igualmente con el padre de José Prat (curtidor a la sazón, miembro y secretario más tarde de la Sociedad de Curtidores de San Martín de Provensals), que circulaba en Cataluña y en el primer internacionalismo proletario por los mismos ambientes de José Cea
Militan, además, los Prat, los Cea Fernández, los Mella y los Rodríguez de Cea, como los anteriores, en el radicalismo republicano y federal más extremoso, sin que se pueda descartar –en absoluto- la pertenencia a la masonería. Sin embargo, en las listas electorales pontevedresas de 1880, ninguno de éstos prestigiosos artesanos pontevedreses figuran en ellas. No tenían ese derecho ciudadano al voto, dado que el sufragio volvió a ser restringido tras fracaso del sexenio revolucionario (1869-1876) y desde la Constitución canovista de este último año. Sí que figura siempre en las listas el aludido Barón de Casa Goda, razón de su carrera política…
Hijos de sus padres, el propio Ricardo -como José Prat junior– milita también desde muy pronto en el partido federal que lideraba en España Francisco Pi y Margall (catalán de Barcelona, nacido en 1824), por quien sintió Mella especial devoción hasta la hora de su muerte (Madrid, 1901), cuando tenía Ricardo 40 años. Justo el momento en que Martínez Ruiz (con 28) se muestra más interesado en la obra del ideólogo catalán y en su ejemplo personal (hasta el extremo de variar -según propia declaración- la que venía siendo su iconoclasta trayectoria hasta ese momento). Un cambio que, como veremos después, ya había detectado en él su amigo Ricardo Mella en la dura refriega de cuatro años antes (1897)
Como artesanos con ideas, ideales y militancia partidaria, los Prat, los Mella Buján, los Cea Fernández y los Rodríguez de Cea son familistas; viven con dignidad en similares espacios y rinden culto a la amistad entre iguales. Se apoyan entre sí y -al menos los de Vigo- lo hacen en proximidad a los sastres. Tienen -como éstos y las modistas-, además de la vieja formación gremial de los talleres, la mejor disposición para la lectura, la escritura, el dibujo y el cálculo. No es casualidad que fueran los primeros en organizarse en la ciudad portuaria, creando su propia Sociedad profesional de resistencia en 1882.
Sienten orgullo de ser lo que son; pero creen en la mejora de las condiciones de su prole –masculina y femenina– a través de las novísimas posibilidades que ofrece para la movilidad social ascendente el estudio, la cultura y el trabajo profesional, animando desde el primer momento la creación en Pontevedra y Vigo de Sociedades de Recreo de Artesanos y Centros de Formación Profesional. Así pues, si es cierto que Ricardo –como sucede con sus parientes de Pontevedra- tuvo que trabajar desde la niñez (en su caso y por lo que se cuenta, en una agencia marítima), también lo es que llegará a ser bachiller a una edad bastante más tardía que los destinados a la Universidad desde la cuna, lo que ha de permitir su rápido acceso directo al periodismo de autor, con firma y responsabilidad directiva (1880-1881: 19-20 años), para acabar su carrera como topógrafo titulado. Detalle interesante a retener el de esa progresión formativa y profesional, iniciada con el ejercicio del periodismo. En el caso de los Cea, además de José Cea, tipógrafo e internacionalista al que ya me he referido, sabemos que Julián Rodríguez de Cea llegó a dirigir en Madrid La Crónica. Un periódico para el que escribió Manuel Murguía en el lejano 1856. A la larga, utilizando el trampolín de las artes gráficas y el periodismo, el hijo mayor de los Mella Cea acabará por ejercer una ingeniería técnica de ciclo corto que incorporó al familismo ascendente característico de los artesanos que vamos conociendo.
Ya les he contado hace muchos años (1975-1976) y en mi libro Crónicas-2 (“Nacimiento y muerte de un anarquista”, Madrid, 1977, pp 75-92, que hoy se puede leer en LA CUEVA DE ZARATUSTRA), que el Ricardo Mella de pocos años más tarde (desterrado y radicado en Madrid, como consecuencia de un contratiempo muy propio del periodismo político-partidario: la cuestión Elduayen, 1881) complementará el trabajo periodístico y propagandístico del anarquismo en la prensa proletaria y en las controversias públicas con esos estudios de Topografía. Su hermana Juanita Mella Cea (Vigo, 1863/ 1918), por su parte, optará por la novísima formación profesional como sus parientes, los Rodríguez de Cea. Sabemos de ella que fue una de las primeras alumnas premiadas por sus trabajos en la efímera Escuela de Artes y Oficios de Pontevedra (1880-1884), que aún compartía edificio y profesorado con el Instituto de Enseñanza Media. Y sabemos también que su padre, José Mella, su tío, Jacinto Cea, como los Rodríguez de Cea, también fueron premiados en similares certámenes por sus trabajos de sombrerería y relojería… Estos últimos, en los años 90, se convirtieron en pioneros de las instalaciones telefónicas, comunicando por esa vía las casas principales de la provincia de Pontevedra con sus fábricas, oficinas y negocios familiares.
Absolutamente nada que ver, en cualquier caso, con los Martínez Ruiz de Monóvar, ni con los ocho años de formación continuada católica y colegial privada del internado escolapio del bachiller Martínez Ruiz, previos a sus estudios universitarios de Derecho…
De la prensa escolar al orfeonismo estudiantil (la primera prensa juvenil pontevedresa)
Como novísima capital provincial y como ciudad escolar de intensa tradición monacal dieciochesca, Pontevedra se vio reforzada desde 1845 con la implantación civil revolucionaria liberal de dos instituciones básicas de la también flamante enseñanza pública: el Instituto Provincial de Enseñanza Media y la primera fase de Escuela Normal de maestros (hasta su supresión temporal de 1856), renacida más tarde con la creación sucesiva de las Escuelas Normales Superiores de maestros -desde 1857- ¡y maestras! -desde 1860-, la única de Galicia durante bastantes años. Para llegar más tarde a la primera fase de Escuela de Artes y Oficios antes citada…
La línea de continuidad espacial con el siglo XVIII se hizo aún más evidente al concentrarse en el entorno de la Iglesia de San Bartolomé y en la propia sede del antiguo Colegio anexo de la Compañía de Jesús, buena parte de las iniciativas burguesas en materia de enseñanza, entre otras llamativas novedades. Así pues, desde 1845 hasta las muy demoradas instalaciones académicas de extramuros -bien entrado el siglo XX- ese fue el centro urbano de la Pontevedra estudiantil. Uno de los escenarios fundamentales de la poco transitada historia que voy a contarles. El otro, que conoceremos por dentro de inmediato, fue un modestísimo taller de impresión. Sí. Una imprenta.
Debido a esa singularidad escolar de la boa vila pontevedresa, la flamante ciudad neo burguesa, disputada capital provincial, tuvo desde fechas muy tempranas prensa profesional de carácter docente, académico-profesoral (1857: La Constancia); pero no es a esa madrugadora clase de prensa a la que debemos prestar atención por lo que ha de venir sino a otra mucho más rara, novedosa e incidente -como iremos viendo- en la vida local y provincial (gallega y española), dada la índole sociológica de sus auténticos promotores: un sector rebelde, francamente pre-revolucionario, del artesanado local y provincial que aún nos resta por conocer.
En 1879, en efecto, cuando Pepito Martínez Ruiz tenía seis añitos, se produjo en ese Instituto Provincial de Enseñanza Media de Pontevedra un acontecimiento significativo del que participaron al mismo tiempo –pero de diferente modo- Ricardo Mella y Ramón del Valle-Inclán.
Alfredo Vicenti -dos años más tarde (1881)- concedió al acontecimiento (como observador privilegiado de la vida gallega y como maestro indiscutible del nuevo periodismo español) extraordinaria relevancia, hasta el extremo de escribir a su propósito este apunte juvenilista:
Nos complacemos en declarar que antes, lo mismo que ahora, han dado y siguen dando muestras de que a veces los jóvenes más jóvenes exceden en rectitud de criterio y serenidad de juicio a los hombres expertos y maduros”.
En sospechosa coincidencia con la llegada a la ciudad de don Filiberto Abelardo Díaz (junio, 1879), excepcional gobernador civil valenciano (que era periodista, escritor y colaborador de La Raza Latina de Madrid, e impulsor en Pontevedra del Monte de Piedad, la Caja de Ahorros y la primera Escuela de Artes y Oficios pontevedresa donde estudió Juanita Mella), los estudiantes del Instituto llegaron a sacar ¡tres periódicos escolares manuales simultáneos! Dado el éxito, tuvieron la feliz iniciativa de imprimir un cuarto que refundiese los anteriores. Recurrieron para ello al taller de Rogelio Quintáns Calderón, sito en la calle Constitución, num. 2. Un artesano del arte de imprimir nacido en 1846, que ya había trabajado -con nombre propio y en el mismo lugar- para la Imprenta del Siglo, cuando la llamada “revolución de septiembre” de 1868, y que venía regentando su propia imprenta desde 1877, formando en ella a buena parte de los cajistas y tipógrafos pontevedreses que fueron pasando –de manera sucesiva- por sus talleres. Estaba, por lo mismo, muy bien relacionado con la Sociedad “Recreo de Artesanos” de la ciudad, que llegará a presidir en el fin de siglo, y cuyas Memorias anuales imprimía desde sus orígenes. Algo que también venía haciendo con las habituales memorias anuales del mencionado Instituto. Institución pública esta que (al ser provincial) también contaba por entonces con un Colegio de Internos, pues su alumnado procedía de las más pudientes familias de la provincia (caso de los Bugallal o de los González-Besada, que habían nacido en Ponteareas y Tuy, respectivamente) y que estaban llamados a ser personajes muy relacionados con el Azorín diputado cunero y cronista parlamentario de años muy posteriores.
En el arranque del año académico 1879-1880, dándoles –qué duda cabe- una prueba de confianza ilimitada y máximas facilidades, Quintáns convirtió en realidad la iniciativa, imprimiéndola desde el primero al último número. Nacía así El Estudiante (3-XI-1879). Autocalificado por sus redactores como lo que era: una “hoja aspirante a periódico”. Con un único punto de suscripción, sito en la propia imprenta.
El impresor dio esa prueba de confianza, pero también apostó sobre seguro. Tenía experiencia previa y conocía el interés que despertaba en la ciudad todo género de prensa local, máxime en este caso, al tratarse de la novedosa prensa estudiantil en cuya lectura estarían interesados por igual padres e hijos. Se sabía muy bien relacionado, además, con las más recientes mocedades pontevedresas y con Andrés Muruais (Pontevedra, 1851-1882), el republicano federal que había sido máximo protagonista de los legendarios carnavales de Urco, cuyo primer libreto Reinado y muerte de Urco (1876) imprimieron Verea y el propio Quintáns, entonces asociados.
A pesar de ello, nadie pudo prever entonces la brillante historia de aquella modesta hoja, ni el papel que iba a jugar en la historia social del viejo país atlántico un impresor tan modesto como Quintáns, pero aquellos jóvenes y este impresor estaban sentando los cimientos de lo que iba a ser el rebrote y la posterior radicalización de los aletargados movimientos sociales internacionalistas de la Galicia atlántica (movimientos que apenas habían tenido arraigo en la Galicia Sur, por el contrario de lo que había sucedido en el eje Coruña-Ferrol en el período 1868-1874, razón de la ambientación coruñesa de La Regenta, la novela pionera de la Pardo Bazán).
Con frecuencia bisemanal, El Estudiante -desde la segunda salida- se vio obligado a doblar su formato originario, y dado el rápido aumento del número de suscriptores, el “aprendiz de periódico” pudo sufragar por completo el costo de la impresión.
Quiso desde el principio que se supiera que no tenía nada que ver con el profesorado. Presumía, bien por el contrario, desde la cabecera, de estar redactado en exclusiva por alumnos del Instituto, si bien no todos los redactores y colaboradores cursaban en él por oficial, ni residían en Pontevedra, ni tenían -como hemos dicho- la misma edad, pese a estar cursando cuarto y quinto curso en 1879. Es el primer aviso de rebeldía.
Entre el pequeño núcleo de fundadores esta diferencia de edad y origen social era muy notoria, lo que presenta otra nota distintiva y sociológica muy importante para saber de qué sector del estudiantado partió la feliz iniciativa.
El 28 de junio de 1880, El Estudiante -muy en su papel- publicó la lista de los alumnos del Instituto de Pontevedra que se convirtieron en bachilleres en el año académico 1879-1880. Lo que más sorprende de esa información es lo que era más normal entonces y ya hemos adelantado.
Un sobrino del que será -pocos meses más tarde- jefe del Gobierno Español, Bernardo Mateo Sagasta Echevarría, nacido en la Pontevedra de 1866, se convertía entonces en bachiller con ¡¡solo 14 años!! Augusto González-Besada, que estaba llamado a ser ministro varias veces, nacido en Tuy un año antes, se graduó con 15. La misma edad que tendrá Martínez Ruiz en su graduación. Mientras tanto, Julián Rodríguez de Cea, el hermano mayor de esta rama familiar de parientes de Ricardo Mella, la de los relojeros, se graduó entonces -según la misma información- con no menos de ¡¡26 años!! Su hermano Juan Manuel, según información que me pasa Iria Presa, comenzó esos estudios con 19 años (en 1873)…
Pues bien: ese Julián, que nos parece el hijo mayor del antiguo director de La Crónica de Madrid, fue el primer impulsor y director de El Estudiante, y quien tuvo mayor peso en la negociación con Quintáns. Y no sólo él.
Todos los impulsores y redactores iniciales del periódico eran mayorcitos. Tienen -como muy pocos- 20 años, siendo clara la predominancia de los artesanos. Esto es: de los jóvenes que estaban obligados desde la cuna a simultanear trabajo y estudio, una de las razones de su retraso, si se compara con los destinados a ser clase dirigente, tras su paso por la Universidad. Era el caso del citado Juan Manuel Rodríguez de Cea (n. en 1854), con estudios aún en curso, y que ha de ser -años más tarde- un nombre propio del periodismo democrático pontevedrés en gallego y español… Para ambos, como para Ricardo Mella, el periodismo se iba a convertir en una salida profesional y vocacional acorde, pues -además de favorecer la movilidad social ascendente y el prestigio personal– se podía ejercer a tiempo parcial, al no ser incompatible con otros menesteres profesionales, públicos o privados, con el servicio militar o con los estudios en curso. No olvidemos en este punto el impacto que tuvo en la profesión periodística gallega aquel furioso exabrupto de Murguía cuando acusó a los periódicos del país de lo que no era del todo cierto: estar editados por cajistas… ¡Por artesanos del arte de escribir con su cultura propia y su trabajo profesional acorde, no por señoritos burgueses como él o Martínez Ruiz o los antecitados: los predestinados a la Universidad desde la cuna!)
La finalidad inicial de El Estudiante era más bien extraacadémica, pero con pretensiones culturales (carta de Julián Rodríguez de Cea a Alfredo Vicenti):
Nuestro propósito se concreta a cooperar de algún modo a los adelantos intelectuales de todos aquellos que se dedican al estudio, excitándoles a escribir en los momentos de ocio algo que pueda ser publicado en El Estudiante, y les sirva, al par de estímulo, para asegurar más y más los adquiridos conocimientos”.
Además de la suscripción, siempre en aumento, el director-fundador también le escribió a Vicenti lo que sigue:
La circulación no es mucha; tenemos sin embargo suscriptores en varios puntos de la Península y en algunos de América.
Detalle importantísimo ese último de la suscripción americana por lo que ha de venir, debido al familismo sostenido -a través de la emigración, cada año más intensa, y por los intercambios entre lo que vengo llamando desde hace muchos años la interrelación de la las parroquias gallegas de acá con las de acolá. Un fenómeno, además, mayormente proletario.
El Estudiante afirma, también, que no sólo llegó a ser distribuido entre suscriptores. Tuvo demanda exterior no sólo de suscripciones. También se vendió al número “en las principales librerías” de distintas poblaciones españolas, manteniéndose vivo –si bien con distinto significado- hasta el 22 de noviembre de 1881. Una duración excepcional para esta clase de prensa. Lo que da otra clave de su enorme éxito al pasar de meramente escolar a estudiantil, con toques librepensadores y desenfado juvenilista, a pesar de no ser declaradamente político.
Consta, por último, que intercambiaba sus ejemplares con los periódicos españoles en los que le importaba darse a conocer. Asunto que tendrá importancia biográfica decisiva en el caso de Ricardo Mella.
Por todos esos motivos, el interés hemerográfico de su colección (felizmente conservada en el Museo de Pontevedra y hoy digitalizada en Galiciana) es incontestable. Sirvió, además, de modelo a otras experiencias posteriores de prensa juvenil pontevedresa, gallega y española, en la que intervinieron jóvenes nacidos en los años sesenta, setenta y ochenta, abriendo espacios informativos hasta entonces inaccesibles a movimientos sociales colaterales con el anarquismo y el socialismo partidario, caso del librepensamiento, el laicismo, el anticlericalismo o el iberismo.
Julián Rodríguez de Cea no sólo fue el promotor más destacado de la iniciativa de sacar adelante El Estudiante. Activo colaborador de Andrés Muruais, intervino con él en distintas experiencias en las que eran fundamentales los artesanos ¡y los pocos obreros propiamente dichos de Pontevedra! Fue el caso del orfeonismo.
En la primavera de 1880, Julián presidía el Orfeón Infantil de la ciudad, transformándolo poco más tarde -dado el peso de los colegiales- en Orfeón Estudiantil, con las voces blancas y juveniles que dieron celebridad y base social a otras dos iniciativas musicales de Andrés Muruais que alcanzarían larga duración: el relanzamiento -bajo su presidencia- del Orfeón Pontevedrés, ahora con la dirección del musicólogo Eduardo Dorado (profesor de música a la sazón y residente en la ciudad), para llegar más tarde a la fusión de éste con El Obrero. Nacía así el que acabó por ser el símbolo coral del movimiento obrero pontevedrés (desde 1882 y en todo el fin de siglo), cuando los términos “Amigos” y “Obreros” -como he adelantado de la relación Mella-Prat- pasaron a ser sinónimos, dado el culto a la amistad entre iguales que va a caracterizar –durante muchos años- a la nueva cultura artesana y proletaria de los obreros conscientes. Así cuenta Alfredo Vicenti la emocionante fusión en la excepcional Corona fúnebre de Andrés Muruais, fallecido ese 1882:
Acabándose estaba, y los médicos habían mandado desalojar la alcoba. “Paciencia, y no dejes pasar a nadie”, dijo a su hermano Jesús el pobre enfermo, pero arrepintiéndose en seguida, añadió: “Salvo si viene algún artesano”. Y no hubo más remedio que abrir la puerta a los individuos del Orfeón Obrero y del Orfeón Pontevedrés, bautizado por el moribundo con el nombre de Los Amigos.
Sí. Fue así como nació en Pontevedra el Orfeón Obrero “Los Amigos”. El mismo que comparece con Valle-Inclán cantando La Marsellesa, en el esperpento de La rosa de papel… Tres años antes de que el Centro Social “Los Amigos” de Reus convoque a otra sorprendente iniciativa: el primer Certamen Socialista (anarquista, en realidad) de la historia internacional del socialismo. Con Ricardo Mella y Juan Serrano Oteiza como destacados triunfadores. Y cinco años antes de que los Prats, padre e hijo, logren abrir de par en par el flamante Palacio de Bellas Artes de Barcelona, para celebrar en él -con reconocida brillantez- el segundo Certamen Socialista Internacional (1889). Otra efeméride del anarquismo (español) que encontró el espacio acorde en una institución de prestigio de la ciudad, en la que el antiguo curtidor internacionalista se había convertido en conserje muy apreciado (y hasta influyente, por lo que se entresaca). Certamen donde Mella vuelve a ser protagonista destacado, consolidando una amistad (que pudo ser antigua) entre los Prat, los Mella y los Cea, y que en el caso de Ricardo Mella y José Prat junior va a durar toda la vida…
Galleguismo y Librepensamiento (la Revolución Juvenil de El Estudiante)
Fueron esos parientes, los Rodríguez de Cea, que eran algo mayores que Ricardo Mella, quienes lo invitaron a colaborar en una de sus estancias en la brillante Pontevedra de don Filiberto, cuando su padre, José Mella Buján, aprovechó la multitudinaria asistencia a los fastos pontevedreses de agosto de 1880 (Exposición regional y Certamen literario y musical, de resonancia internacional) para instalarse de forma provisional en el número 9 de la calle del Comercio, acaso para tantear un mercado que acabó por aprovechar su cuñado, Jacinto Cea Fernández, al abrir al público de manera estable “La Elegancia” en el número 27 de la misma calle.
No fue el de Ricardo Mella un fichaje cualquiera. Es importante reparar en el detalle.
Rompiendo el muy observado anonimato de El Estudiante, Ricardo Mella fue el primer colaborador con firma y espacio privilegiado en la primera plana del periódico.
Su bautismo, como figura destacada del periodismo gallego, español e internacional se produce en El Estudiante en días de exámenes del fin de curso 1879-1880, cuando ya iba la publicación en su segundo año de edición y era todo un éxito: 14 de mayo de 1880 (número 56).
Desde ese momento, Mella pasó a formar parte muy destacada -con sus parientes Julián y Juan Manuel- de una redacción que fue inmortalizada por otro artesano de renombre: Francisco Zagala (Verín, 1842/ Pontevedra, 1908), fotógrafo de gran relieve que –tras formarse en Madrid- se radicó ese mismo año inolvidable de 1880 en la bella Helenes, abriendo un floreciente taller fotográfico: “La Madrileña”. Allí comparecen posando con sus vestimentas dominicales, dignísimas, para la ocasión. Otro rasgo -retrato y vestimenta de domingo y de las llamadas fiestas de guardar– muy propio del artesanado de la época.
De creer a los primeros contradictores públicos del primer Mella, caso de los beligerantes católico-tradicionalistas de Tuy o del eminente republicano Indalecio Armesto (Pontevedra, 1838-1890), Ricardo (19 años) sustituyó a su pariente Julián en la dirección de El Estudiante desde el primer momento, metiendo al periódico en el campo de acción federal de El Independiente, el diario pontevedrés del citado Andrés Muruais.
Era partidario este de ir conformando un galleguismo federal de base artesana y obrerista, como el Orfeón “Los Amigos”. Movimiento, por cierto, el galleguista, tan en auge en la Pontevedra de don Filiberto, del que también participaban los Rodríguez de Cea y Ricardo Mella en aquella etapa de la transición de éste del federalismo al anarco-colectivismo (1880-1882) y que mantendrá -ya como anarquista– algunos años más (conciliado con el librepensamiento y el internacionalismo proletario). Detalle relevante -el de su diferencialismo galleguista de juventud- que resaltaron de él -con elogio- los redactores catalanes de Acracia. La primera gran revista sociológica del anarquismo español (1886-1888). Evolución que yo mismo expliqué hace muchos años en Le Mouvement Social (París, num. 128, 1984). Recogido en español en mi libro Crónicas-4 (Madrid, 1985, pp. 201-229): “Anarquismo y galleguismo de raíz federal (Andrés Muruais y el primer Ricardo Mella)”.
Aunque no se pueda asegurar tal cosa en un periodismo mayormente anónimo, sí que es cierto que Mella pasó a ser el autor de más éxito. Sus artículos de fondo fueron los más leídos, discutidos y renovadores del periódico.
La colaboración firmada de Ricardo Mella en El Estudiante, sin embargo, fue muy breve. Se interrumpe de manera abrupta el 20 de noviembre del mismo año (num. 105), al tiempo que se produce el cese de don Filiberto como gobernador, siendo sustituido por el pontevedrés Víctor Novoa Limeses (1832-1899).
Ricardo aprovechó ese final para dar -en dos entregas- un manifiesto donde se refiere a Galicia como “nuestra querida patria” (natal –se entiende- porque habla en paralelo de nación española), abogando por “despertar el espíritu provincialista y patriótico” de avanzada obrerista y federal, distinto por tanto del novísimo movimiento panlatinista simultáneo que se estaba cocinando en Pontevedra, Valencia, Barcelona, Buenos Aires y la Provenza.
El manifiesto mellista buscaba, en definitiva, interesar en ese galleguismo federal pimargalliano a las clases populares mayoritarias (labriegos y pescadores, obreros y artesanos) de las que el mismo provenía, propagando entre ellos la asociación con el lema “Querer es poder”. Un claro anticipo, pues, de lo que ha de ser, a partir de 1881, La Propaganda. El periódico en el que se produce la transición definitiva del Mella republicano federal al anarco-colectivista, en línea ya con el principal órgano español de este movimiento internacionalista: la Revista Social de Madrid, timoneada por el citado Juan Serrano Oteiza.
En ese corto período de tiempo, Ricardo publicó media docena de pequeños ensayos de una, dos o más entregas, de evidente interés para esta historia.
A pesar de su juventud y de los lógicos tics estilísticos, por veces demasiado ingenuos, propios del escritor en ciernes, su mirada y su radicalismo librepensador llamó la atención. No sólo en Pontevedra, Vigo y Tuy. También en Barcelona y en Madrid.
Protagoniza, además, una controversia sonada con El Eco del Miño, periódico católico de los beligerantes acólitos del obispo de Tuy, Juan María Valero (1876-1882), dado que el primer Mella confronta de continuo e intencionadamente el cristianismo evangélico del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que los curas predicaban en las iglesias, con su negación en la práctica ritual de la vida cotidiana, que él denuncia como jesuítica y nada evangélica.
Demasiado para el nuevo gobernador, que -al ser pontevedrés– tenía por fuerza que mostrarse menos complaciente que el valenciano con la colaboración de Mella, dadas las presiones que se venían acumulando y el carácter no político de El Estudiante. Algo -por cierto- que anticipa en muchos años las dificultades que encontrará Martínez Ruiz, el futuro Azorín, para consolidar su firma en la prensa burguesa de Valencia e incluso de Madrid, cuando se convierta en anarquista…estético-literario. Razón, en definitiva, de que El Estudiante, para seguir saliendo, tuviera que realizar dos operaciones significativas: interrumpir la colaboración firmada de Ricardo Mella y hacer constar desde la cabecera que el nuevo director de la publicación era su impresor y editor responsable, el propio Rogelio Quintáns (desde el num. 106, 25-XI-1880 hasta el final de la publicación, 2-XI-1881), fase en la que mantuvo su nombre, pero pasó a lucir este nuevo subtítulo, ya como periódico local, poco estudiantil y menos juvenil: Periódico bisemanal de literatura e intereses materiales.
La otra mirada (los marginales del primer Ricardo Mella)
Por distintos motivos, importa llamar la atención –desde el título- sobre la primera colaboración firmada de Mella en El Estudiante: “¿Dónde está la caridad cristiana?”.
Era una auténtica provocación doctrinaria, muy propia del anticlericalismo juvenil, lanzada -sin los necesarios matices- contra el caritativismo de la Iglesia Católica más jerárquica y reaccionaria, insostenible -sin esos matices- en la tierra de Concepción Arenal (Ferrol, 1820/ Vigo, 1893) y de las Sociedades de Señoras laicas (y, por veces, aristocráticas), pues Concha Arenal (gran dama burguesa, católica social, reformista y beligerante enemiga de cualquier clase de revolucionismo, no tenía nada que ver con esa otra Iglesia reaccionaria). Seguía defendiendo -con clarividente penetración- la práctica del caritativismo revolucionario liberal-progresista desde los tiempos de Juana de Vega (Coruña, 1805-1872). Ignorancia juvenil antiburguesa que se agrava cuando Mella (en fase mucho más tardía) y el propio Martínez Ruiz se refieran a cuestiones relacionadas con la criminalidad y las formas de penalizar el delito por parte de los Estados, monárquicos o republicanos, entonces constituidos. Ámbitos en los que Concepción Arenal -fallecida en Vigo en 1893- se había convertido -sin salir de casa- en autoridad reconocida en los Congresos Internacionales más prestigiosos de la época, a pesar de no concurrir nunca personalmente a ellos…
Matizado lo anterior, recordemos su texto de los 19 años. Comenzaba así:
La caridad, tal como se observa y se ha observado en todos los tiempos por la generalidad de los hombres, es la mayor y más criminal de las hipocresías.
La caridad cristiana, tal como la practican y la practicaron los fanáticos religiosos de todos los tiempos, es el mayor insulto a la idea de un Dios concebido en medio de ángeles; dulce, justo, grandioso y principio de todas las cosas.
¡Caridad! Santa palabra que los hombres manchamos hipócritamente pretendiendo engañar a Dios y al mundo.
En el desarrollo argumental comparece la que va a ser una de las peculiaridades estilísticas del primer Mella en lo que hace a su mirada periodística.
Denuncia, en efecto, la manera con que la sociedad burguesa, heredera en eso de la señorial, se acostumbró a convivir con la misérrima mendicidad callejera, representada –entonces como hoy- por la estampa clásica del mendigo.
Como hermano mayor de su generación del 98, Mella se anticipa a los muy diversos tratamientos -gráficos y literarios- posteriores, cuando esa figura se convierta en el mendicante más común –caso del ciego de pedir, que cantaba y pedía limosna a la puerta de las iglesias o decía los pliegos de cordel en mercados y romerías- y que los creadores artísticos, literarios y periodísticos del modernismo de tres generaciones han de reiterar hasta convertirlo en un elemento decorativo más de aquella sociedad.
Once años más tarde, su compañero de Instituto, Ramón del Valle-Inclán (con 25 años), escribirá (por primera vez con su nombre literario de uso habitual) la historia –con toques autobiográficos y legendarios- del “viejo mendigo que pedía limosna en el crucero de Brandeso”. La publica en un diario importante de circulación general (Heraldo de Madrid, el 7-VI-1891); pero el texto –muy trabajado- nada tiene que ver con la mirada y la denuncia social de Mella.
J. Martínez Ruiz (23 años), bien por el contrario, publicará dieciséis años más tarde que Ricardo Mella “Bocetos independientes. La limosna”. Lo hace en El Pueblo, un diario valenciano y burgués de los llamados de autor, al contar con la alta dirección del republicano Vicente Blasco Ibáñez (n. en 1867), otro integrante de la misma generación, al que el joven escandalizaba con tales crónicas. Se publica el 25-X-1896. Esto es: cuando las relaciones directas del joven alicantino con el propio Mella son muy intensas, dada la extrema gravedad del momento (y la acción internacional que originan los procesos militares de Montjuich, aunto que explicaremos en su momento).
Tales relaciones -directas e indirectas- habían nacido hacia finales de 1894 en el contexto -algo más tranquilo- de una sabrosa correspondencia que conduce a otros dos corresponsales de relieve (y de la edad de Ricardo), ambos atlánticos: el criminalista y catedrático salmantino Pedro Dorado Montero y el célebre escritor, historiador y anarquista francés Augustin Hamon (n. en Nantes, 1862). Muy interesados ambos en aquel entonces en conocer de primera mano detalles del proceso histórico seguido por el movimiento anarquista en España, y que Ricardo Mella ya particularizaba -como muy pocos- con su densa experiencia de tantos años en la vanguardia del anarquismo español, y como colaborador de sus principales clarines propagandísticos: el periodismo proletario, antiburgués (1882-1896).
Y en efecto: en este caso, el mendigo azoriniano -instigado por las vejaciones e insultos a que le somete el propio Martínez Ruiz-, monta en cólera, abandona su actitud mendicante y se rebela con agresividad, siendo premiado por el agredido: “¡Así, así se hace! ¡Caridad no, derecho!… ¡Eres un hombre!”… (Debo la oportunidad de esta cita a la tesis de José Fernández Lozano, 2008)
La misma anticipación de Mella se concentra en otro personaje marginal, pero significativo: “El verdugo” (El Estudiante, 18 y 23 de junio, 1880). Donde, por primera vez, con la misma ingenuidad de pequeño filósofo, se aproxima a la criminalidad y a la manera de ser resuelta por parte del Estado, pagando a un criminal para que ejecute legalmente las penas de muerte: el crimen que la sociedad consiente. Un asunto que –seis años más tarde (1896)-, comparte con José Martínez Ruiz y los corresponsales aludidos, alcanzando relieve internacional, con la propaganda por el hecho y el terrorismo anarquista al fondo. Así se expresa el primer Mella (1880: 19 años) en El Estudiante:
Las generaciones futuras se admirarán de que al hombre se le pague por matar y no se le pague por vivir.
¿Es falsa la ley? ¿Son falsos los hombres? ¿O es criminal el verdugo, retribuido por el Estado, como retribuido por el Estado es el juez, el ministro, el general y el rey?
¿A qué odiar entonces al hombre que nosotros mismos elevamos sobre nuestras cabezas y al cual, según nuestras propias leyes, debemos respetar como salvador de la humanidad, como al salvador de los sagrados derechos del hombre?
Así es el hombre y su historia: su historia escrita con sangre en las páginas de la historia del verdugo”.
El 19 de octubre de 1880 El Estudiante publica “La Verdad”. Ricardo Mella, como hiciera con su mendigo y su verdugo, dirige su mirada –con penetración de excelente periodista- al paisaje social con el que se convivía (¡pero del que no se hablaba en los periódicos políticos de circulación general, ni en la calle, ni en las iglesias!). Va llevando de la mano al lector -no ante el mendigo marginal o el ciego de pedir- sino hacia la misérrima morada más común de los pescadores y de los labriegos: la población mayoritaria de Galicia. Muestra cómo eran las chozas donde residían, el alimento repetitivo de que se nutrían para afrontar jornadas de trabajo interminables y hasta se refiere al cielo abierto de los arenales donde los pescadores preferían dormir, para no hacerlo hacinados en unas moradas misérrimas donde se convivía hasta con los animales…
La crudeza del tratamiento llamó la atención de los redactores de la Revista Social de Barcelona que recortaron y multiplicaron la difusión de su artículo…
Estamos, en definitiva, en la protogénesis de su periodismo (literario) de tonalidad realista e intención revolucionaria: los Cuadros Sociales que Mella meterá como relatos cortos en sus periódicos sevillanos (La Solidaridad y La Alarma), pasando por las adaptaciones de obras teatrales para llegar a la novela utópica de La Acracia, premiada en el segundo Certamen Socialista Internacional (1889). Una evolución en la que encuentra apoyo inicial en el citado Serrano Oteiza y en colaboradores de éste que cultivarán el mismo género, caso del vallisoletano Ernesto Álvarez, con quien se inicia Mella en el ámbito de la traducción, con la versión española de Dios y el Estado de Mijail Bakunín (Revista Social, Madrid, 1884) y al que apoyará como colaborador de los periódicos que Ernesto dirige. Un género -la traducción- al que dedicará el grueso de su vida su fraterno amigo José Prat. Cuando los grandes nombres de la vida literaria de su generación andaban aún por las antípodas burguesas de estas sensibilidades proletarias…
Entre la verdad y la propaganda (el giro abstencionista de 1881)
He contado en distintas ocasiones la sorpresa inconmensurable que produjo en la vida política española -en febrero de 1881- la llamada del joven rey, Alfonso XII (24 años), a Práxedes Mateo Sagasta (riojano, nacido en 1825) para que formara Gobierno.
Hasta aquel entonces, todos los progresistas históricos que (como Sagasta en 1881) habían llegado a la cima del poder político en España, lo habían hecho aliados con espadones en los consabidos pronunciamientos militares.
Dado su dilatado historial político, Eugenio Montero Ríos (compostelano, n. en 1832), que había sido fiel al rey italiano, Amadeo de Saboya, hasta el último instante de su despedida, en vísperas de la primera República (11-II-1873), y que –con posterioridad- se las había gastado incluso de republicano, confesó su personal desconcierto. Lo hizo acaso mejor que nadie. No podía creer lo que aquel joven rey Borbón había originado con una decisión tan audaz como inesperada.
Debido a la potente instalación política que Montero Ríos iba a alcanzar -a partir de aquel febrero del 81- en la provincia de Pontevedra (donde no tardará mucho en convertirse en el célebre “cuco de Lourizán”), su cambio de actitud hacia la Monarquía Constitucional preludió la de tantos otros progresistas-y- demócratas- y-republicanos-de-toda-la-vida. Así pues, pocos años políticos estuvieron tan cargados de esos acontecimientos que considera históricos la reiterativa historia política como 1881.
Los banquetes democrático-progresistas proliferaron, buscando posicionarse cada cual de la mejor manera en el nuevo contexto; pero las tensiones y desconfianzas intestinas eran enormes…
El diario La Verdad, por ejemplo, nació en Vigo en ese momento. Quiso convertirse en órgano de expresión de las distintas camadas del movimiento democrático-progresista de la ciudad, pero quemó a su primer director al mes de haber aparecido.
Ricardo Mella, que acababa de cumplir los 20 años y era uno de sus redactores anónimos a tiempo parcial, lo sustituyó en la dirección el 1 de mayo de 1881, en medio de tribunales de honor y enfrentamientos periodísticos desaforados.
Como los cambios, tan inesperados, en la jefatura del Gobierno afectaron incluso a la cúpula de la masonería española, Sagasta dejó de ejercer como gran maestre del Grande Oriente de España, siendo sustituido por quien había sido la estrella más visible del formidable Certamen literario y musical pontevedrés del verano de 1880, cuando gobernaba la provincia don Filiberto. Me refiero al también compostelano Antonio Romero Ortiz (n. en 1822), gobernador del Banco de España desde marzo de 1881.
La filtración –de más que posible origen masónico– de que José Elduayen (madrileño, n. en 1823, ex gobernador del mencionado banco nacional de España, marqués del Pazo de la Merced y jefe indiscutible del conservadurismo provincial pontevedrés) había sido llamado por la nueva administración, debido a irregularidades cometidas en su ya lejano período de mandato (1877-1878), estalló en la provincia, al mismo tiempo que aparecía en Madrid una publicación insólita: la Revista Social. “Eco del proletariado” (11-VI-1881).
Era ésta, en realidad, el órgano informativo y de comunicación del renacido apoliticismo anarco-colectivista, fruto del restablecido derecho de asociación del nuevo Gobierno. Se venía anunciando desde la Asamblea Obrera del 20 de marzo, celebrada en el Teatro Odeón de Barcelona, cuando –entre pruebas manifiestas de malestar del naciente anarco-comunismo– se apostó por hacer propaganda del asociacionismo, el anarquismo y el colectivismo dentro de la nueva legalidad, dadas las más favorables circunstancias políticas.
Ricardo Mella, que aún era por entonces (y en años inmediatos posteriores) muy crédulo propagandista de la Masonería (una de las razones de su enfrentamiento con los católicos de Tuy y de su cese como redactor con firma de El Estudiante) publicó en La Verdad lo que no pasaba de ser un rum rum políticamente intencionado como si fuera noticia.
Recortándolo al punto de La Verdad, otros dos periódicos demócratas de Vigo (La Concordia) y Pontevedra (El Anunciador), enemigos históricos posteriores del propio Mella, la recortaron y publicaron también, multiplicando el bulo. Y ese fue el origen de un sonoro conflicto político y jurídico que llegará al Tribunal Supremo y que provocará el destierro de la provincia de los tres directores (Mella, Eudoro Fernández Lema e Indalecio Armesto, respectivamente). La dura condena puso sus nombres en el centro de los mentideros políticos españoles, sacándolo –en el caso de Mella- del relativo anonimato, vigués y pontevedrés…
En el intermedio, mientras el juicio iba de instancia en instancia, Mella dimitió como director de La Verdad; pero no se fue a casa, ni al apoliticismo anarquista todavía.
Bien por el contrario, su apartamiento de la dirección sólo fue el primer síntoma de que no le interesaba para nada aquella embrollada manera de hacer política. Así pues, como en sus tiempos de El Estudiante, se reafirmó en la actitud federalista y galleguista observada por Andrés Muruais, que continuaba siendo el inspirador de El Independiente, su diario de Pontevedra.
En esas estaba cuando el 31 de julio de 1881 salió en Vigo, con mucho peso del propio Mella y de sus más jóvenes compañeros de edad y militancia republicano-federal autónomo-pactista, el primer número de La Propaganda. Lo hacía como “Revista semanal. Consagrada a la defensa e ilustración de la clase obrera”, pero no pasaba de ser el portavoz y el banderín de enganche electoral de una nueva alianza por la política honrada de los federales pimargallianos con los demócratas salmeronianos. La lideraba en Vigo otro vigués de gran relieve cultural y periodístico y con limpia ejecutoria política: el ex ministro republicano, Eduardo Chao (1822-1887). Razón del formidable anuncio a toda plana de su empresa (Seguros La Unión), inserto en el primer número del nuevo periódico. Único que llegó a nosotros de la fase iniciática de La Propaganda. Fase en que se imprimió en Vigo en misterioso Taller de un tal Eugenio Martínez, donde también estaba la redacción y la administración (calle Sombrereros, 42).
Pasa, sin embargo, que esa orientación iniciática de La Propaganda fue instantánea (duró tres números), porque –según oportuna información de El Independiente (Andrés Muruais)- Ricardo Mella, apoyado por sus jóvenes compañeros de redacción, había logrado pegar un volantazo a su partido, desmarcándolo del electoralismo e imponiendo una actitud claramente abstencionista, si bien concediendo libertad de voto a cuantos militantes quisieran ejercerlo por motivos particulares o por considerar que tal o cual opción partidaria garantizaba un mayor espacio de libertad (11-XII-1881). Volantazo que convirtió al propio Mella en secretario general del partido antes citado y en director de La Propaganda.
Con sólo 20 años, insisto, nacía el libertario abstencionista que ha de ser hasta el final de sus días, y consolidaba una argucia en la provincia de Pontevedra: la libertad de voto en las dos opciones antes citadas. Argucia llamada a tener largo recorrido y que ha de incidir de manera inevitable en las relaciones posteriores del movimiento proletario con la izquierda política y periodística burguesa (sobre todo a partir de 1890, como consecuencia de la aplicación del sufragio universal masculino).
La rebelión artesana pontevedresa (Rogelio Quintáns y los «neófitos de La Internacional»)
Cuando apareció en Vigo La Verdad, se publicó una sátira graciosa y oportuna. Aludía a la falsedad de su nombre. Un periódico político -vino a decir- no puede llamarse de ese modo, dado que la política –en el sentido partidario de la expresión– y la verdad se dan patadas. Sobre todo -como era el caso- en tiempo de elecciones…
Algo parecido acaecía con La Propaganda.
Si su propaganda buscaba la defensa e ilustración de la clase obrera, no parecía de rigor que buscara el voto para los señoritos burgueses que –merced al sufragio restringido entonces vigente- monopolizaban de manera descarada la política y dominaban las empresas editoras de los periódicos político-partidarios de circulación general, por muy republicanos, federales o demócratas que se proclamaran. Era el punto de vista de la Revista Social de Madrid como “eco del proletariado”, defensora del apoliticismo internacionalista.
De esa contradicción inicial de La Propaganda provienen las primeras discusiones de Ricardo Mella sobre el obrero y la política (honrada), máxime en el caso de Galicia. En sus palabras:
Creemos que para alcanzar la regeneración de esta infortunada región se necesita emprender antes una propaganda activa que arranque al hijo del trabajo de esa indiferencia proverbial que le aniquila».
Y así empezó a ser, con creciente contento de la Revista Social de Madrid, la de Juan Serrano Oteiza, que casi no se lo podía creer; pero… comenzó a creerlo a partir de su número 4, al consolidar el intercambio con el periódico vigués.
En La Propaganda del 9 de octubre de 1881 (num. 11), Ricardo Mella da un paso más. Llamó entonces la atención sobre lo impreciso que resultaba hablar en Galicia de cuestión social, al modo en que se entendía la expresión en el movimiento obrero internacional, dada la inexistencia de obreros propiamente dichos.
Aquí no tenemos ni grandes talleres ni grandes fábricas donde trabajan diariamente millones de obreros. Es, por lo tanto, exiguo el número de trabajadores asalariados que hay en Galicia, relativamente a lo que sucede en otras provincias de nuestra misma nación.
Por el contrario, las pequeñas industrias y talleres son los que predominan y apenas hay obreros que no trabajen por su propia cuenta, con o sin capital.
Al trabajar por cuenta propia y con poco capital, son rutinarios, viven aislados y la competencia los somete al drama infernal de los resignados: “por eso hombres que trabajan doce horas diarias apenas si pueden vestirse bien después de pasar por innumerables privaciones, alimentándose con comidas poco nutritivas, durmiendo mal y no teniendo, en fin, el menor goce, como no sea el de la embriaguez, único por desgracia con que puede olvidar en un solo momento toda una vida de sinsabores y penalidades”.
Mas va a ser aquí –al extraer las consecuencias de la argumentación- donde surja lo que fue la gran paradoja y una evidencia histórica nada reconocida aún por los historiadores; pero digna de explicitar de una vez por todas debido a su importancia. Verán por qué.
La gran paradoja consistió en que, siendo La Propaganda, (dirigida ya de manera explícita por Ricardo Mella) un periódico de Vigo, no encontró ninguna imprenta en la tal ciudad que se prestase a imprimirla en su nueva fase, meramente obrerista, federal y abstencionista.
Tampoco los demás periódicos de la misma ciudad (La Constancia, Faro de Vigo y La Verdad) quisieron intercambiar con ella sus ejemplares y las buenas formas convencionales, como estaba haciendo ya la Revista Social de Madrid. Dado el caciquismo rampante, que todo lo dominaba (y lo domina -disfrazado de poder legal- en la vida política), ni siquiera los funcionarios de Correos se mostraron diligentes a la hora de enviar los ejemplares a sus primeros suscriptores de las aldeas y villas inmediatas durante meses.
Debido a ello, Mella volvió la mirada sobre quien seguía siendo director e impresor de El Estudiante, liberándolo de cualquier sospecha de que fuera él quien lo había cesado como redactor o director con firma un año antes. Así se operó el prodigio: desde el número 4 (25-VIII-1881) hasta su final (mediados de 1883) La Propaganda de Vigo pudo salir porque así lo quiso la imprenta pontevedresa de Rogelio Quintáns, convertida además en uno de sus dos primeros puntos de suscripción.
No era una decisión de nivel local. Era de enorme alcance. Creaba un modelo generalizable, evidentemente.
Explicada la paradoja, pasaré a razonar la evidencia histórica: si los artesanos del arte de imprimir de Vigo (una ciudad portuaria y mercantil) no estaban interesados en la “defensa y la ilustración de la clase obrera”, como si la prédica no fuera con ellos, la finalidad de La Propaganda y de cualquier otro periódico similar, sin el apoyo de artesanos como Quintáns, tendría que orientarse al bíblico ejercicio oral de predicar en el desierto. Y algo de eso sucedió en Vigo -a pesar de Quintáns- durante los primeros meses.
La soledad de los jóvenes redactores de La Propaganda fue tal que, además de la imprenta pontevedresa, la redacción dejó la calle Sombrereros para situarse en Imperial 10. Esto es: en el domicilio social de la sombrerería de José Mella Buján, el padre de Ricardo, pues el único apoyo que encontró en Vigo fue el de sus jóvenes correligionarios federales que le ayudaban en la redacción y el de las dos ramas -viguesa y pontevedresa- de su propia familia, cuyos anuncios comenzaron a insertarse en La Propaganda en noviembre de 1881.
Siendo indiscutible lo anterior, la otra cara de la evidencia histórica también lo es: me refiero, en efecto, al acto de auténtica rebeldía profesional de Rogelio Quintáns, el modesto artesano impresor y director pontevedrés de El Estudiante, que no sólo va a imprimir toda la transición de La Propaganda y de Ricardo Mella desde el obrerismo federal al apoliticismo anarco-colectivista. También ha de imprimir El Hijo del Trabajo (“Periódico defensor de la clase obrera”), bajo la dirección de M. Antonio Díaz, con redacción en la céntrica calle pontevedresa de Michelena donde vivía el poderoso gobernador civil de Sagasta en Pontevedra: el abogado y político pontevedrés Eduardo Matos Santos (1820-1898), que pasó a ser –poco más tarde– el mazo encargado de perseguir hasta el descuaje el naciente internacionalismo provincial, siguiendo las órdenes superiores del Gobierno.
El Hijo del Trabajo fue, en realidad, el primer periódico declaradamente anarco-colectivista de la historia de Galicia, pues apareció en la ciudad el 18 de agosto de 1882, cuando Ricardo Mella se disponía a salir para Sevilla llevando la representación de su partido y de La Propaganda al II Congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española (F.T.R.E.) celebrado en septiembre. Congreso internacionalista del que retornó convertido en anarquista. Detalle, por cierto, que no pasó desapercibido a El Hijo del Trabajo, que dio abundante información de la reunión sevillana, resaltando la presencia de Mella y la elección de éste para una de las secretarías, llegando a intervenir como orador (información del 20-IX-1882).
Un mes más tarde, clarificada ya la nueva orientación anarco-colectivista de La Propaganda, ésta reconoció expresamente el mérito de El Hijo del Trabajo que siempre había luchado de manera abierta por la Asociación, la Anarquía y el Colectivismo (20-X-1882)
Elocuente historia, pues, la de este impresor, si se sabe que ni siquiera en Coruña, donde empezaba a ser sólido el rebrote internacionalista del anarco-colectivismo (a partir de enero de 1882), la ciudad donde estaba radicada la Comarcal Galaica de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), contaban los anarquistas con periódicos estables tan madrugadores. Tuvieron que esperar a octubre de 1883 -un año más tarde- para que La Lucha Obrera lograra salir de forma continuada como semanario, siendo con anterioridad un órgano meramente ocasional. Y siempre por la misma dificultad de encontrar talleres artesanos que se comprometieran a imprimirlos.
En definitiva: el papel jugado por determinadas imprentas e impresores desde los orígenes del movimiento proletario y en todo el largo proceso de rebrote y consolidación, como el cisma operado en el seno de los talleres artesanos de distintos oficios al asumir éstos con orgullo y acometividad su condición obrera y proletaria, rompiendo con su dilatada historia gremial, constituye a la vez una novedad insólita y una grave laguna de la investigación histórica que es urgente reparar, distinguiendo bien el quién es quién en este punto, fundamental para entender la diferencia que estaba emergiendo entre prensa-y-cultura-burguesa-y-proletaria…
Un primer ejemplo del duradero impacto de lo que vengo contando y de lo que he de contar, sin abandonar la insólita novedad pontevedresa de los dos periódicos anarquistas de 1882 impresos por Rogelio Quintáns, se puede ver en el tratamiento que el primer historiador del periodismo pontevedrés nos dejó de ese proceso revolucionario.
José López Otero escribe mucho más tarde, en la Pontevedra finisecular, 1899, 17 años después del acontecimiento, con esta descarnada altanería burguesa (que ya resultaba insostenible a tales alturas, cuando la fusión de las dos culturas (burguesa y proletaria) era irreversible:
Unión y solidaridad. Anarquía y colectivismo. He aquí la bandera que los obreros españoles han levantado para hacer frente a las injusticias de las burguesías.
Con su correligionario colega La Propaganda, El Hijo del Trabajo hizo sus campañas mano a mano, en pro de su removedor ideal. Dios les acoja en su santo seno”.
Rogelio Quintáns, que ya había publicado en 1878 el libro de Indalecio Armesto, el heterodoxo pontevedrés por excelencia (aludido como tal por Marcelino Menéndez Pelayo en su célebre Historia de los Heterodoxos españoles, 1880) se había radicalizado en el intermedio, marchando a la par de la evolución de los redactores más radicales de El Estudiante. Murió en Pontevedra el 17 de octubre de 1914, con 68 años. Era en ese momento el decano de los impresores de una ciudad en la que no dejó descendencia familiar directa. El mismo López Otero le dedicó la única necrológica que conocemos. Es descorazonadora. Dice en ella que -más pronto que tarde- sería olvidado.
Y lo fue, durante un siglo. Nuestro inolvidable amigo, Antonio Odriozola, puso el primer eslabón para desmentir tal vaticinio de López Otero (1989); pero tampoco él reparó en este aspecto, sin duda el más relevante, de su brillantísimo historial. Es un honor para un investigador que desciende -por parte de padre- de aquellos artesanos -los canteiros– del primer socialismo atlántico, resucitarlo aquí con el énfasis que merece, al margen de su personal evolución política posterior: murió liberal-demócrata, de la rama monterista y vincentiniana (de Eduardo Vincenti -ojo- que nada tiene que ver con Alfredo Vicenti).
Gracias a la modesta imprenta de Quintáns, La Propaganda, contra lo que Mella creía en noviembre de 1881, no predicó en el desierto. La expansión gallega del anarco-colectivismo a partir de la segunda mitad de 1882, se debe (sobre todo) a dos fuentes propagandísticas: La Propaganda (de Vigo y Pontevedra) y la Revista Social de Madrid, sin olvidar la más breve resistencia de El Hijo del Trabajo, sobre todo en lo que hace al movimiento obrero de la ciudad de Pontevedra. Por esa progresión, en pocos años, Coruña pasó a situarse -con Barcelona, Madrid y Andalucía- en la vanguardia activa del potente anarquismo español, reconociendo todos a Ricardo Mella y a Juan Serrano Oteiza como destacados protagonistas del proceso.
Indalecio Armesto, que no era precisamente un reaccionario, como director e inspirador de un diario republicano burgués de información general y como demócrata salmeroniano, combatió hasta la muerte (1890) con furor ideológico el apoliticismo anarquista de los que llamaba con sorna “neófitos de la Internacional”; pero tuvo que aprender (como tantos otros periódicos de su clase) a convivir con ellos…
Medios, formas y contenidos en el nuevo periodismo proletario (folletines, folletos, almanaques y bibliotecas)
La potente interrelación entre La Propaganda y la Revista Social comenzó pues mucho antes de que el Congreso sevillano de septiembre de 1882 diera ocasión al trato directo -intenso y personal- de Ricardo Mella con Juan Serrano Oteiza: alma mater éste (y director responsable ante el Gobierno) de la Revista madrileña, puesto que no se consentía (por motivos ideológicos e igualitarios) la ostentación de cargos jerarquizados en los consejos de redacción anarco-colectivistas.
Es obligado decir que, a pesar de esa continuidad en la relación de ambas publicaciones, la transición de La Propaganda obrerista y federal al anarco-colectivismo, a partir de septiembre de 1882, tuvo su coste.
Dos de los tres jóvenes iniciadores de La Propaganda (Federico Rodríguez Arosa y Ángel Bernárdez Rodríguez) dejaron la redacción de la misma, pero no rompieron la amistad ni la colaboración con Mella. Detalle muy importante. Los unía aún y los unirá siempre el federalismo y el librepensamiento, por lo que esa relación se mantuvo de por vida, como la que llevará Ricardo con Joaquín Nogueira Alonso, su compañero de servicio militar en Pontevedra, que se había incorporado algo más tarde.
Es más: fue este Nogueira quien cubrió la ausencia de Mella -tras su destierro en Madrid, en los últimos meses -duros- de La Propaganda. Semanario social. Eco de la clase trabajadora, y cuando arreció el cerco del gobernador Matos, valiéndose de la patraña gubernamental de la Mano Negra, con el descarado refuerzo caciquista del grueso de la prensa burguesa.
Dadas sus respectivas circunstancias, la lectura en paralelo de la Revista Social y La Propaganda a partir de los últimos meses de 1882 permite al investigador seguir por sus pasos las novedades por las que se fue articulando la difusión de la cultura proletaria entre sus lectores y suscriptores, lo que convierte en muy sugestiva la modesta sección de anuncios no comerciales, pues los comerciales -incluyendo las sombrererías de los Mella y los Cea- desaparecieron de La Propaganda en la fase anarco-colectivista de la publicación, aunque los anuncios de “La Elegancia” continuaron apareciendo en El Hijo del Trabajo.
La otra excepción a esta regla resulta reveladora y guarda relación con lo antedicho: sí que se anuncia la obra librepensadora y anticlerical de José Nakens (atlántico sevillano, n. en 1841) y su iconoclasta portavoz periódico, El Motín (Madrid, 1881-1926), lo que nos da idea de la importancia de esos movimientos de la izquierda radical burguesa en el afianzamiento y en la continuidad del anarquismo ibérico y del internacionalismo latino-americano.
Nos enteramos por La Propaganda desde entonces del cuándo y el cómo comenzaron a ofrecer las Obras de Propaganda Revolucionaria con las que la Federación de Trabajadores de la Región Española (F.T.R.E) recomienda que se fueran formando las primeras “Bibliotecas Proletarias” de las Sociedades y los Centros Obreros, nada más constituidos. “Bibliotecas” más nutridas por folletos que por libros propiamente dichos. Un proceso muy madrugador en España, si se compara con lo acontecido en Latinoamérica y, de manera particular, en la República Argentina, donde la influencia del anarquismo español -debido a la intensificación migratoria- será potente, sobre todo a partir de 1894, tal como explicó el profesor Nicolás M. Tripaldi en la Revista de Biblioteconomía de Brasilia (“La política y los centros de lectura: los socialistas fundan sus primeras bibliotecas en la ciudad de Buenos Aires, 1894-1899”, publicado en 1996, que hoy puede leerse en internet)
Comienza entonces, igualmente, la difusión de los primeros “Almanaques Civiles del Proletariado”, tan nutridos de información obrera internacionalista, por el contrario de lo que sucedía con los civiles (que censuraba el Estado) y los eclesiásticos (con el “nihil obstat” de su Jerarquía). Es el caso de los que preparó el propio Serrano Oteiza a finales de 1881 y 1882 para este año y 1883. Del mismo autor tampoco tardó en anunciarse con reiteración una de sus producciones novelescas más difundidas, bajo distintos formatos, que se convertirán en recurrentes en la nueva cultura proletaria: El pecado de Caín. Un episodio de la guerra civil tuvo -en efecto- una primera edición unitaria muy madrugadora (Alicante, 1878); se dio después como novela antibelicista por entregas de la Revista Social (1881) y como pequeño libro (86 páginas de 16 cms.) en su versión definitiva. Ésta, por lo que parece, con dos ediciones. La segunda (1882) la registra Patrimonio Nacional Bibliográfico.
Los folletines, al ir paginados con ida y vuelta y numerados, eran recortables y coleccionables, por lo que dieron su juego. Ricardo Mella, que les iba a sacar mucho partido en sus periódicos, ya introduce en La Propaganda, numerado y paginado a partir del 28 de mayo de 1882, el primero: El credo de una religión nueva. Bases de un proyecto de reforma social de Serafín Álvarez (1842-1925), publicado originariamente en 1872.
En un periodismo que aún tenía mucho de boletín de noticias, cartas informativas, denuncias de abusos patronales, convocatorias y comentarios anónimos, comenzaron a fraguar en los folletines, además de textos de propaganda revolucionaria, tratamientos de autor con contenido teórico e ideológico, y traducciones. Coleccionables por entregas, se reproducían en los nacientes portavoces periodísticos de otras latitudes. La venta al número o por suscripción de estos folletos o libros de corta paginación -vendidos a precio de coste- no generaban derechos de autor, ni servían para la remuneración de éste. Su venta se convertía en recurso para el mantenimiento de las propias sociedades y de sus órganos propagandísticos, gestionados con criterio colectivista… Nada que ver, pues, con las publicaciones, las editoriales o los autores burgueses. Ricardo Mella, por el contrario de éstos, no recibió a lo largo de su vida remuneración alguna por sus obras, cediendo sus derechos de autor a las publicaciones proletarias que se los solicitaban, para contribuir de ese modo a su sostenimiento societario…
En el caso concreto de La Propaganda, su sección de anuncios de sí misma, nos permite entender cómo una publicación de Vigo impresa en Pontevedra fue ensanchando su área de influencia, con el elocuente detalle de los puntos de suscripción. ¡Toda una sorpresa, de alcance incluso biográfico en el caso de Ricardo Mella!
Sabemos, en efecto, que -tras la imprenta de Quintáns y la sastrería de los Mella-, la Administración de la Revista Social fue su mayor centro de difusión y prestigio (localizado en el número 5, bajo, de la calle Habana de Madrid). Acaso por ella, llegó la primera penetración de La Propaganda ¡¡en Andalucía!! Se hacían suscripciones del periódico vigués en la redacción de El Trabajo. Semanario social. Eco de la clase trabajadora, periódico malagueño de la calle del Arco. Razón, por cierto, de que el periódico que imprimía Quintáns en Pontevedra la anunciara, tras difundir esta intencionada noticia, publicada por un periódico de aquella capital andaluza. Se aseguraba que -merced al éxito que había alcanzado en la provincia la Federación anarco-colectivista– la criminalidad se había reducido en Málaga en un 60 por ciento.
Seis años más tarde, cuando el propio Ricardo Mella -recién casado- inicie su vida profesional como topógrafo ferroviario en Andalucía (1888-1895), corroboró personalmente esa información, reveladora -al propio tiempo- de las ansias moralizadoras del movimiento anarco-colectivista, que el mismo Mella y su mujer observaron toda la vida, y que sus paisanos -los ácratas gallegos- también mantuvieron como una constante simbólica al combatir las plagas sociales, tipificadas en el alcoholismo.
En Sevilla -escribió Mella- con su enorme Centro Obrero, capaz para miles de hombres, se impuso de tal suerte la moralidad de las costumbres que se tuvo por desterrada la embriaguez. Ningún obrero hubiera osado entonces, ni se le hubiera permitido, presentarse embriagado a las puertas del gran caserío popular» (En Heleno Saña, 2006)
La Propaganda -al difundir la noticia malagueña- recogía y multiplicaba el comentario de El Liberal, pues el diario madrileño afirmaba que -de ser cierta- el Gobierno debía propagar la asociación y no bombardearla como venía haciendo.
En otra información posterior se decía que -sólo en la provincia malagueña- el número de federados superaba los 20.000; pero también se llegó a saber más tarde que -tras la indiscriminada represión de los sucesos de La Mano Negra (1882-1884)- los suscriptores se habían ido dando de baja a miles…
Como no había competencia partidista en la prensa anarco-colectivista, por el contrario de lo que sucedía en la prensa burguesa, reinaba la solidaridad. Así pues, a la imprenta de Quintáns y a la casa de los Mella se añadió pronto -como nuevo punto de suscripción- la céntrica redacción pontevedresa de El Hijo del Trabajo (y -tras su cese, debido a los registros policiales y los abusos gubernativos que originó en Pontevedra y Vigo La Mano Negra, se siguieron haciendo suscripciones en la casa particular del editor, M. Antonio Díaz, sita en la Rúa Alta de la ciudad).
Más importancia aún tuvieron otros tres puntos de suscripción harto reveladores, por lo que ha de venir.
El Taller de Pedro Barreiro fue el primer punto de suscripción de La Propaganda en Coruña.
Como sucediera en Vigo, la capital de la flamante comarcal anarco-colectivista gallega, por falta de imprenta que quisiera hacer lo que Quintáns hizo en Pontevedra, aún no contaba con portavoz, y ha de ser este Barreiro uno de los primeros redactores de La Lucha Obrera cuando (en septiembre de 1883, desaparecidos ya El Hijo del Trabajo y La Propaganda) se produzca la aparición del portavoz de la renacida Sociedad de Carpinteros y de la Federación Local, dirigido por Antonio Vidal Villanueva. Un carpintero activista que no tardará en convertirse en personalidad destacada del importante anarquismo local, tras haberse curtido en la batalla por las ocho horas y en la organización de las primeras huelgas generales de los primeros de mayo que aún estaban por venir.
Además de hacer suscripciones en su taller de la calle Orzán, donde estaría la administración y la redacción de La Lucha, Barreiro nutría a La Propaganda de información del día a día del movimiento obrero coruñés….
El equivalente de Barreiro en Barcelona fue Fernando Carrera. Hacía suscripciones de La Propaganda en su tienda de Fontanellas, 9, mientras Fernando Castro las hacía en la calle del Pozo de Sevilla.
Este último fue, pues, el primer contacto conocido de Ricardo Mella en una ciudad a la que llegará recién casado a finales de 1887. Será allí donde el joven matrimonio comience a formar su extensa familia (una prole de doce miembros, varones y féminas) con el nacimiento de su primogénito, Ricardo Mella Serrano (21-XI-1888).
Unos días antes, -perfectamente asentado en la ciudad- sacaba adelante La Solidaridad (19-VIII-1888/ 10-XI-1889), su primer periódico sevillano, con el lema Anarquía, Federación, Colectivismo y con un Clemente Cea en la colaboración firmada. Iniciaba así una línea de acción atlántica del potente anarquismo andaluz en conexión con el galaico-portugués y el latino-americano de enorme relevancia posterior. En años de potente migración exterior transoceánica…
Cultura popular y cultura proletaria (Juan Serrano Oteiza)
Por muy distintos motivos, desde septiembre de 1882, la figura de Juan Serrano Oteiza se agiganta, tanto en La Propaganda como en la vida misma de Ricardo Mella.
Su larga experiencia como propagandista anticipa -punto por punto y paso a paso- la que ha de ser continuada tarea periodística e intelectual del propio Mella en el nuevo periodismo anarquista, en el más brillante ensayismo proletario y hasta en la naciente ficción utópico-literaria del movimiento libertario.
Madrileño, Serrano había nacido en 1837, en un ambiente familiar y familista similar al de los Mella, los Cea o los Prat. Hijo de un artesano abaniquero, se formó en ese oficio, trabajando con su padre en la primera fase de su vida. Como tantos otros artesanos a los que me he referido, simultaneó su trabajo -manual y familiar- con una formación acorde, escolar y extra escolar.
Muy joven comenzó a tener responsabilidades directivas en la Velada de Artistas y en su célebre continuación, Fomento de las Artes. Fase de la que nos transmitió Anselmo Lorenzo (Toledo, 1841/ Barcelona, 1914) en El proletariado militante un expresivo recuerdo. Sabemos por él que fue Serrano quien primero le informó acerca de lo que era en realidad la Alianza Internacional de Trabajadores (A.I.T.), la Primera Internacional (Londres, 1864):
Allí (en Fomento de las Artes) conocí a Serrano y Oteiza, principal inspirador luego de La Revista Social; a él y en aquella ocasión oí por primera vez expresar el puro criterio revolucionario, que coincidía perfectamente con el que algunos años más tarde había de traernos Fanelli” (1869).
Tenía -ya por aquel lejano entonces- iniciada una singular obra sociológica y literaria, ajena por completo al lucro personal. La difundía con su nombre propio, participando en los más diversos certámenes y medios de difusión hasta la hora de su muerte. Como hemos visto en el caso de los Mella y de los Cea con sus trabajos profesionales y como hará Ricardo Mella desde 1884.
Cuenta Manuel Morales Muñoz en un documentado análisis de Pensativo (1885), su novela revolucionaria, premiada en el primer Certamen Socialista de Reus, que -ya en 1869- Serrano puso a la venta sus propios Cuadros sociales para sacar fondos con los que redimir del servicio militar a los jóvenes de Sabiote, un pueblo de la provincia de Granada. Era, según este autor, una rarísima colección de pequeños ensayos. Hemos podido comprobar por nuestra cuenta que permanece ausente de todas las grandes bibliotecas y fuentes habituales de consulta bibliográfica, como acontece y acontecerá -durante muchos años- con el grueso de esa naciente cultura proletaria que se fue formando a base de periódicos, revistas, folletines, folletos y opúsculos, como hemos dicho de El pecado de Caín . Un episodio de la guerra civil.
Hay que decir, igualmente, que -a pesar de buscar con sus textos propagandísticos lectores distintos de los habituales de prensa burguesa de circulación general– el nuevo periodismo proletario de Serrano Oteiza (que ha de continuar por sus pasos Ricardo Mella a lo largo de su propia vida), no tenía nada que ver con la llamada cultura popular ni con sus variados medios de difusión, razón de que no comparezcan sus nombres como autores, ni los títulos de sus obras, en los excelentes catálogos de los investigadores clásicos de esa cultura-y-literatura-popular en España, caso de Juan Ignacio Ferreras, Leonardo Romero Tobar…
Como escritores revolucionarios, estos internacionalistas militaban incluso contra esa cultura popular. Les parecía tópica y, por tanto, tan alienadora como la gran cultura burguesa. Por eso tardaron lo suyo en incorporar esta última -de indiscutible calidad- a sus “Bibliotecas Proletarias” y a sus periódicos. Desconfiaban de ella, tanto como de sus autores, los autoproclamados intelectuales en el fin de siglo.
Como hemos dicho de Mella, los acusaban de alejarse del pueblo llano al proclamar la primacía de la inteligencia, creando una nueva casta social, si ben acabarán incorporándolos, más adelante, en los años postreros del siglo XIX (1890-1900), cuando muchos de esos intelectuales -caso de José Martínez Ruiz o el atlántico vizcaíno Miguel de Unamuno (1864-1936)- reconocieron también el interés -igualmente indiscutible- de los autores principales de la nueva cultura proletaria, al advertir que se habían atrevido a adentrarse en campos inéditos del conocimiento, no sólo en el ámbito de la Sociología, la llamada Ciencia Social…
Anselmo Lorenzo, en su tratamiento antes citado, nos dejó un excelente retrato de Serrano Oteiza, relacionado con esta beligerancia de la nueva cultura proletaria de intención revolucionaria, en la fase de confrontación simultánea con la cultura burguesa y la popular.
Formados -dice Lorenzo- los asistentes a las sesiones Fomento de las Artes en la lectura de obras clásicas de la literatura popular, caso de El Judío errante, Los Misterios de París o Martín el Expósito (que el memorialista cita expresamente) a sus lugares comunes -más repetidos que meditados- enfrentaba Serrano su rigor de internacionalista y anarquista curtido en la nueva cultura revolucionaria:
Serrano y Oteiza, con ideas propias, recto juicio y lógica contundente desvaneció como si fueran castillos de naipes aquellos argumentos aprendidos de memoria y faltos de arraigo en el entendimiento y en la voluntad de sus expositores. Paréceme estar oyendo su voz de timbre agudo, y ver su figura un tanto rechoncha, pero realzada por lo fino de sus modales y la vigorosa expresión de su rostro, en el que sobresalía la mirada, ora brillante con reflejos vivísimos producidos por el fuego del entusiasmo, o húmeda y afectuosa denotando amor, simpatía o lástima, dominando al auditorio por su ingenua sinceridad y por la firmeza de su convicción.
Juvenilista convencido desde la mocedad, Serrano sacó pronto un periódico con cabecera expresiva: La Voz de la Juventud. Ya en la madurez, demostró interés por los estudios jurídicos, colaborando en la primera prensa especializada en esas materias, llegando a formarse como notario de aquellos tiempos, si bien nadie pudo asegurar que ejerciera como tal la profesión.
Debido a las distintas y madrugadoras cabalgadas insurreccionales en las que intervino con anterioridad, contaba con un historial brillante; había padecido destierro y contaba con excelentes amistades en la oposición a la Corte de Isabel II.
Particularizaba en España, en definitiva, la transición de los primeros demócratas partidarios españoles que se incorporaron al internacionalismo proletario apartidario, hasta convertirse en figura angular de la concepción legalista del anarco-colectivismo en 1881, cuando aparecieron -casi al mismo tiempo- la Revista Social y La Propaganda
Contra lo que se afirma de continuo, Serrano Oteiza siguió con lógica atención el noviazgo de Ricardo Mella y su hija Esperanza Serrano Rivero (Madrid, 1866/ Vigo, 1944), una estudiante de Comercio muy joven, institutriz formada en la institucionalista Asociación para la Enseñanza de la Mujer (1884) a la que aquél llevaba cinco años; pero no tuvo vida para ejercer de padre político de Mella. La hora de la muerte le llegó de repente, debido a una congestión cerebral, el 26 de marzo de 1886. Se le enterró en el cementerio civil de Madrid, donde no tardará en contar con un modesto mausoleo de recuerdo.
Ricardo Mella y Esperanza Serrano acaso fueran pareja de hecho desde antes; pero casaron más tarde (1887), cuando él ya era topógrafo y acababa de consolidar por oposición su primer empleo. Lo tendría que desempeñar, precisamente, en una de las ciudades en las que -tanto la Revista Social como La Propaganda- tuvieron madrugadora presencia e influencia: la Sevilla atlántica. Por cierto que -tras el casamiento- el joven matrimonio se dejó ver -junto a sus amigos, los supervivientes de la redacción viguesa- en la Fiesta del Librepensamiento que se celebró en Vigo en septiembre de ese año. Partieron después -por la vía portuguesa- hacia la capital andaluza.
Lo que es indiscutible es que, si Serrano no llegó a ser su padre político, sí que es cierto que fue un padrazo alternativo de Ricardo desde enero de 1883, cuando Mella -desterrado de Galicia por la cuestión Elduayen- se estableció en Madrid (parece que en su propia casa). Se convirtió entonces en redactor de la Revista Social en los meses más duros de la persecución de ésta por las acusaciones de participación en la Mano Negra, cuando se produjo una simbiosis clandestina con La Propaganda de la que trataremos en su momento. Mella colaboró incluso -a modo de secretario- en el Centro Consultivo para cuestiones jurídicas de Serrano Oteiza. Brilló al mismo tiempo como propagandista de los noógrafos anarquistas, lo que le condujo -por una parte- a intervenir en los frecuentes mítines de controversia de los anarco-colectivistas madrileños con los socialistas partidarios de mayor nivel (1883-1884), siendo célebres los enfrentamientos de Mella con su paisano, el también noógrafo Pablo Iglesias Posse (Ferrol, 1850/ Madrid, 1925). El contexto general en el que se produjo la primera detención gubernativa de que tenemos noticia (16-17-IV-1883)
Tensión, por cierto, que Ricardo trató de contener -sin éxito- pocos años más tarde, en la primera fase de su estancia sevillana, cuando -como hemos adelantado- se convirtió en editor de La Solidaridad, proponiendo un pacto de solidaridad entre todas las fuerzas revolucionarias, para hacer frente al confusionismo obrerista de los años subsiguientes (1890-1894), cuando -como consecuencia de la implantación del sufragio universal masculino (1890)- incluso los partidos monárquicos gobernantes del turno oficial –precisados de sus votos- comenzaron a proponer una gama variada de socialismos y obrerismos sin tino. Algo que ya sucediera en el tramo 1869-1876.
La madrugadora iniciativa solidaria de Mella la rechazó expresamente El Socialista (Madrid, 14-XI-1888).
Cuatro años más tarde, a raíz de los Sucesos de Jerez de la Frontera de 1892, fue Mella quien se manifestó con dureza en contra del silencio observado por los socialistas partidarios a propósito de aquellos graves acontecimientos. Una especie de reedición de las persecuciones de La Mano Negra, que preludian los años de terror anarquista y de barbarie represiva gubernamental que estaban por venir, incluso en lo que hace a haber sustituido el Estado la acción civil por los Consejos de Guerra y los Tribunales Militares.
Una denuncia, en definitiva, que formaba parte de las informaciones anónimas que el propio Mella irá publicando en El Corsario coruñés desde su primera salida (1890-1892), cuando se convirtió en órgano de expresión de la potente Sociedad de Carpinteros y de la Federación Obrera, para serlo después del Grupo anarquista “Ni Dios ni Amo”, desde enero de 1893.
Ya en la primera fase, Mella facilitó la relación del semanario coruñés con Josep Llunas Pujals, uno de los nombres relevantes del anarco-colectivismo catalán, impulsor del Certamen Socialista internacional de Reus (1885).
La excelente relación se reforzó en la segunda fase de El Corsario (1893-1895), cuando -además de sus propias informaciones acerca de los graves sucesos de Jerez, introdujo Mella como colaborador al más prestigioso de los anarquistas andaluces, el atlántico gaditano Fermín Salvochea (1842-1907). También introdujo como colaborador y traductor más constante a su fraterno José Prat, quien -a su vez- metió en la publicación coruñesa otra firma de renombre: el catalán Juan Montseny (Federico Urales, n. en Reus, 1864), autor de La Sociología Anarquista (primer tomo de la naciente “Biblioteca de El Corsario”, Coruña, 1896: 203 p. de 19 cm.). Todo atado y bien atado con anterioridad al retorno a Galicia de la familia Mella en la primavera de 1895.
Años de confrontación de las dos culturas (las «Manos Negras» y los «asalariados de levita»)
Al llegar Mella a Madrid (enero, 1883), ya habían quedado atrás los mejores meses de la Revista Social, cuando -según Bandera Social-, llegó a distribuir una tirada de 20.000 ejemplares, compitiendo con la prensa burguesa de circulación general. Razón, por cierto, de que ésta (caso prototípico de El Imparcial, el gran diario liberal madrileño del pontevedrés Eduardo Gasset Artime) acusara a sus redactores de vivir como burgueses. Maldad rigurosamente simultánea de otras calumnias que esa prensa deslizó a propósito del propio Serrano Oteiza y del legalista movimiento anarco-colectivista de la Federación de Trabajadores de la Región Española.
Cuestionado este movimiento por su práctica del centralismo revolucionario (que sus adversarios tenían por jacobino y burocrático al mismo tiempo), tampoco era bien visto por distintas facciones insurreccionales de los propios anarquistas. Esas críticas, intestinas y exteriores, arreciaron al iniciarse la campaña de apoyo caciquista de la prensa burguesa a la represión gubernativa de lo que era un infundio: la pretendida complicidad de la F.T.R.E. con los crímenes y la cuestionada organización secreta de La Mano Negra.
Una invención, según los redactores de la Revista Social, del caciquismo imperante y de sus brazos, leguleyo y periodístico: los asalariados de levita.
Nuestra Federación de Trabajadores nunca ha sido partidaria del robo, ni del incendio, ni del secuestro, ni del asesinato; sepan también que no hemos sostenido ni sostendremos relaciones con lo que llaman Mano Negra ni con la Mano Blanca, ni con ninguna asociación secreta que tenga por objeto la perpetración de delitos comunes.
Ya hice notar hace muchos años (Crónicas-3. Entre la Mano Negra y el nacionalismo galleguista, 1981), a propósito de la radicalización del movimiento agrario de Galicia -acusado de lo mismo (“Mano negra en las Mariñas”…)- la utilidad de investigar la sospechosa coincidencia de esas alarmas periodísticas con las consiguientes intromisiones gubernativas, en los procesos organizativos obreristas y agraristas de otras latitudes, sin ceñirlas al caso de Andalucía. El escenario exclusivo de los crímenes de la primera Mano Negra, la que precedió a los Sucesos de Jerez. En ese sentido resulta elocuente lo sucedido en Pontevedra y Vigo en 1882-1883.
Como ha contado recientemente nuestro amigo Juan Avilés Farré en su revisión de aquellos oscuros acontecimientos (La daga y la dinamita. Los anarquistas y el nacimiento del terrorismo, Barcelona, 2013) la arrancada de los mismos debe situarse en los primeros días de noviembre de 1882.
A nuestro amigo le interesará saber lo que ya he adelantado. Que -en sospechosa simultaneidad- arreció en Pontevedra y Vigo la campaña gubernativa de Eduardo Matos contra El Hijo del Trabajo y La Propaganda, los primeros portavoces gallegos del movimiento anarco-colectivista, cortando por lo sano o (por mejor decir) complicando y retrasando la organización y la lucha de las nacientes sociedades de resistencia a los enormes abusos que se venían cometiendo por patronos y empresarios, con el consabido silencio cómplice de la prensa burguesa que les era afín.
La Propaganda ya se quejaba el 12 de noviembre de 1882 de la campaña alarmista, orquestada por esa prensa, como si el proletariado estuviera en pie de guerra, también en Galicia.
El 15 se produjo la primera interrupción forzosa de El Hijo del Trabajo. Antonio Odriozola la tuvo por definitiva, si bien -según anuncios posteriores de este periódico que insertó La Propaganda– volvió a salir, aunque no hay rastro de ejemplares ni referencias indicativas de que lo siguiera haciendo más allá del 7 de enero de 1883…
El 19 de noviembre de 1882 el periódico de los Mella-Quintáns publicaba una información anónima (“La alarma”). Daba cuenta en ella de la serie de acciones gubernativas de las autocracias rusa, alemana y austríaca, encaminadas a cortar por su raíz cualquier manifestación socialista, actitud que también había decidido adoptar el Gobierno español.
El 7 de enero de 1883, será La Propaganda quien lance el primer grito de agonía porque -aunque no había buscado nunca obtener ganancias- precisaba distribuir 2.000 ejemplares para cubrir gastos y mantenerse a flote; pero sólo le quedaban 450 que podían considerar seguros en distribución…
La patraña gubernamental y periodística era todo un éxito. No sólo en Madrid o en Andalucía, también en Galicia.
Cuando Ricardo Mella -en esos primeros días de enero de 1883- tuvo que salir para el destierro madrileño, el periódico decae. En marzo se queja amargamente del comportamiento de El Imparcial, La Crónica y La Correspondencia de España, por sus campañas contra todo género de socialismo, siendo ésta la única mención explícita del periódico a la expresión Mano Negra.
El 1 de abril anunció su final, cuando la casa de los Mella estaba siendo vigilada y registrada por la policía.
A trancas y barrancas, de la mano de Joaquín Nogueira, el periódico aguantó hasta junio de ese año (según referencias indirectas, porque tampoco hemos encontrado ningún ejemplar de esa fase terminal…)
Sabemos, sin embargo, que -incluso en esos duros momentos de finales de 1882 y de la primera mitad de 1883- la relación de La Propaganda con la Revista Social fue intensa y, por veces, simbiótica o clandestina. .
Según recuerdos posteriores (1894) de testigos muy bien informados, pues formaban parte a la sazón de las redacciones de la izquierda burguesa gallega, del librepensamiento y la masonería, caso del lugués Manuel Castro López (1860-1926), en las suspensiones gubernativas -tan frecuentes- de la Revista Social por la Mano Negra, La Propaganda enviaba sus propios números (desde Pontevedra o/y desde Madrid) a los suscriptores andaluces de la revista madrileña.
Como esta tardía e importante revelación americana de 1894 no parece otra forma encubierta de denuncia a las autoridades, estaríamos ante una madrugadora variante del recurso a la solidaridad en la persecución y en la desgracia, de largo recorrido en la prensa proletaria y en las sociedades de resistencia en los meses y años sucesivos posteriores. Solidaridad no sólo comarcal o regional. También internacional. Razón de que Castro López refiera el importante detalle en sus efemérides galaicas, publicadas en la prensa gallega de Buenos Aires. Cuando la relación del anarquismo atlántico de Galicia y el Norte de Portugal (caso de El Corsario coruñés) con el argentino era intensa…
Con todo, desde 1883 hasta los primeros años noventa, lo que predominó fue el silencio riguroso de la prensa burguesa sobre toda suerte de actividades societarias no sindicales (los congresos, por ejemplo), coincidente con los abusos gubernamentales. A pesar del riguroso silencio observado, hemos ido a dar con una excepción poco o nada conocida que merece la pena comentar.
En el Congreso de Valencia de octubre de 1883, cuando la F.T.R.E. estaba malherida y la Revista Social se había visto forzada a reducir su tiraje hasta ocupar el puesto 21 entre los periódicos de Madrid, se produjo una interesante información en El Siglo Futuro.
El diario neocatólico madrileño que dirigía Ramón Nocedal Romea (18-X), tras pedir disculpas porque el exceso de original había condicionado su silencio informativo acerca del cónclave anarquista valenciano, afirmaba que la organización anarco-colectivista amenazó entonces al Gobierno con el retorno a la clandestinidad (su retirada al Monte Aventino), dadas las trabas y falsedades a que se veía condenada sin una sola prueba. Tras reafirmar -una vez más- su rechazo absoluto de los crímenes atribuidos a La Mano Negra, y confirmar la disidencia doctrinal con el anarco-comunismo y el terrorismo, el Congreso mostró -acaso por primera vez- su respeto por dos movimientos revolucionarios internacionales en los que podría mirarse si no se les consentía ejercer su actividad a la luz del día y en debida forma: los nihilistas rusos y los fenianos irlandeses…
Los certámenes socialistas internacionales (Estudios Sociales y Acracia, la nueva Utopía)
Dadas las difíciles circunstancias, la idea de “crear una literatura y un arte propios” para consumo, ilustración y diversión de la clase obrera, y que sirviera al propio tiempo como munición ideológica al periodismo proletario en la diaria confrontación con la prensa y la cultura burguesa, aliadas con lo que llamarán Ricardo Mella y José Prat la barbarie gubernamental, comenzó a perfilarse en esos años de silencio informativo burgués.
Se concretó en agosto de 1884, cuando el Centro “Los Amigos” de Reus convocó para marzo de 1885 el primer Certamen Socialista de la historia internacional del socialismo.
Manuel Morales Muñoz (1989, 1991) y Francisco Fernández Gómez han publicado aproximaciones minuciosas e interesantes (que se complementan entre sí) acerca de ese certamen de 1885 y del que le ha de suceder, convocado por el Grupo “Once de Noviembre” de Barcelona en 1889. Hoy se pueden consultar estas investigaciones monográficas en internet, lo que nos permitirá a nosotros ir más directamente a lo que aquí les vengo contando a propósito de Ricardo Mella; pero sin perder de vista –a efectos comparativos- el proceso formativo -tan distinto- del universitario Martínez Ruiz (16 años), el futuro Azorín. Sumido éste, como recordarán, en los estudios dieciochescos y en la primera y sorprendente aproximación a Emilia Pardo Bazán (1889); pero ajeno por completo al anarquismo estético… todavía.
Desde el primer momento quedó claro que, aunque ambos certámenes utilizan el genérico socialistas, no tenían nada que ver con el socialismo partidario.
El de 1885 fue algo así como el canto del cisne del movimiento anarco-colectivista. Cuando se convocó el segundo (1888), Serrano Oteiza había muerto (1886) y la F.T.R.E. había dejado de existir. Ricardo Mella (que lo lamentará siempre) culpaba de ello al potente, multidiverso, influyente y diferencialista anarquismo catalán.
Demostrando -una vez más y como vamos viendo a través de estos ejemplos locales– la certeza de nuestro aserto de que lo local puede ser lo más internacional (si se pone empeño y no se cae en el atajo del localismo y la cultura paleta, cultura que constituye el lugar común más socorrido, incluso en la investigación actual del internacionalismo) la insólita novedad de la convocatoria del Certamen Socialista de Reus (1884) hizo que su mero anuncio despertara expectación en medios proletarios de Portugal, Francia, Estados Unidos, Italia, Argentina y Cuba. De los tres primeros países antes citados, llegaron comunicaciones que optaron a los premios en sus distintos apartados, si bien predominaron las aportaciones españolas, dos de ellas escritas en catalán. Manuel Buenacasa, que escribe en 1928 en clave de memoria personal, señala que el impulsor de la iniciativa fue un hombre muy próximo a José Prat, al que ya nos hemos referido por su madrugadora relación con El Corsario coruñés: Josep Llunas Pujals (Reus, 1852/ Barcelona, 1925)
A pesar de tan noticiable novedad, la prensa burguesa (en el mejor de los casos) se limitó a publicar la convocatoria. Por lo que conocemos de la española, sólo El Liberal y La República valoraron la noticia de manera amable, bien por el contrario de lo que hizo, por ejemplo, La Dinastía de Barcelona: “En Reus se trata de celebrar un certamen socialista. ¿También en España ha de prosperar semejante plaga?”. La Paz de Murcia, por su parte, se muestra indignada con El Liberal madrileño porque este diario, al dar la convocatoria, se fijó en uno de los temas propuestos. El que invitaba a “definir claramente las palabras ateísmo, anarquía, colectivismo”. Barbarismo en estado puro, según La Paz…
La confrontación de las dos culturas, burguesa y proletaria, tiene particular interés para nosotros si atendemos a la intrahistoria de una de las dos aportaciones de Ricardo Mella al mencionado Certamen. Me refiero a El problema de la Emigración en Galicia, que había escrito -según cuenta en su presentación- para contribuir a que “los campesinos gallegos abandonen su proverbial apatía y tal vez en un plazo no muy lejano habrá cambiado su mísera condición social”
Escrito el ensayo en el destierro madrileño, lo envió al Certamen de agosto de 1884, celebrado en Vigo; pero lo rechazó un jurado que distaba mucho de ser reaccionario. Lo presidía el republicano José María Carvajal Hué (malagueño, n. en 1835, compañero de viaje de Emilio Castelar) y contó con integrantes destacados del galleguismo de entonces. Éste fue el motivo del rechazo: obedecer a “un radicalismo sociológico que, cualquiera que sea el juicio que en el campo de la teoría merezca, sería de inconveniente sino imposible aplicación en Galicia”.
Aprovechando la convocatoria de Reus, Mella lo reenvió al Certamen y no sólo mereció uno de los premios. La revista Acracia (1886-1888) -cuando se publicó el ensayo, pocos meses más tarde- se mostró sumamente complacida con su enfoque diferencialista y galleguista, pese a estar escrito en español. Una actitud que el galleguismo de Mella entiende, asume y justifica -en lo que hace al uso de las lenguas vernáculas– en las comunicaciones locales y comunitarias, pero no en las internacionales e intercomunitarias. Así se lo escribirá Ricardo a su amigo Cortiella en 1898, cuando este ipseniano le mandó una de sus obras escrita en catalán pidiéndole un juicio acerca de ella.
Mella le contestó con afecto, pero también con cierta dureza. Mientras no se disponga de una lengua universal, le dice, prefiere entender de corrido lo que lee, sobre todo si se tiene a mano el español (castellano, escribe), máxime en un momento como aquél en que -por gracia de las migraciones transoceánicas- apenas era distinguible el anarquismo español del que estaba floreciendo en el denso mundo hispano-americano…
El ambiente del Teatro Principal de Reus, con austera decoración, pero con el calor de las familias obreras y el colorido de los estandartes de las sociedades asistentes, las músicas, los cantares, los lemas (“Paso al Progreso”, “Instruiros y seréis libres”), como la reivindicación temática de la formación profesional, en todas sus formas, incluidas las artísticas, no tenían precedente; pero tampoco sorprenderán a los lectores, dados los antecedentes que les he relatado.
Serrano Oteiza y Ricardo Mella apoyaron la idea del Certamen desde el primer momento, convirtiéndose después en auténticas estrellas del mismo. Les premiaron sus tres envíos: la novela Pensativo del primero y la producción ensayística de Mella. Además de El problema de la emigración en Galicia, una cuestión de máxima actualidad, por la creciente presencia del anarco-comunismo: Diferencias entre el comunismo y el colectivismo.
Ricardo Mella (24 años), que hasta entonces había desplegado su ideario anarquista a través de la prensa periódica proletaria, se encontró de pronto y por primera vez– con la publicación separada de los dos ensayos por partida doble.
Los organizadores, para favorecer su distribución entre los obreros de los trabajos premiados en el Certamen, de manera que les resultara menos gravosa la adquisición de los títulos que les interesaran, distribuyeron inicialmente las publicaciones por medio de folletos de periodicidad quincenal a modo de separatas, impresas en Barcelona en el taller del impresor anarquista Pedro Ortega. Antes de finalizar 1885 hubo también edición conjunta. Un volumen de 576 páginas, que se agotó en pocos días, saliendo a posteriori una segunda edición (1887). Un éxito, pues, sin paliativo.
Confirmada la novedad de las publicaciones separadas, a finales de 1885, Mella (o la propia organización del Certamen) envió El problema de la emigración en Galicia no solo a las redacciones anarquistas españolas y latinoamericanas, para que fuera depositada en las “Bibliotecas” societarias respectivas. El autor puso un interés especial en que llegara también a la prensa burguesa de su país natal. Como era de esperar, todos los periódicos burgueses agradecieron el envío gratuito, mencionando el premio y el Certamen, pero sin otros comentarios. La excepción a la regla se produjo en El Correo Gallego, diario muy interesante de Ferrol (22-XI-1885), animado por dos americanos de cultura progresista, los hermanos Novo García. Pasa que el comentarista anónimo no encontró en su tratamiento nada de interés, salvada sea su conclusión: “La organización de la propiedad con todas sus consecuencias de subdivisión, subordinación y monopolización” son la causa de la emigración. ¿Remedio? La “asociación de los labradores gallegos”. Solo se le agradeció el envío, porque -como todos los demás y el jurado de Vigo- no estaban de acuerdo en absoluto.
El éxito de Mella en el Certamen de 1885 tuvo como primera consecuencia la apertura de par en par de las más prestigiosas publicaciones anarquistas catalanas de los años ochenta, comenzando por Acracia. Revista sociológica (Barcelona, 1886-1888) y El Productor (Barcelona, 1887-1893).
Su prestigio respaldó la edición de su primer órgano sevillano, cuando tenía 27 años. También lo conoce el lector: La Solidaridad (1888-1889), donde comienza a desplegar sus iniciativas literarias de corte revolucionario, con sus propios Cuadros sociales, iniciando, igualmente, la campaña por las 8 horas, posicionándose con un texto de corte historiográfico sobre los mártires de Chicago: los anarquistas ejecutados el 11 de noviembre de 1887. Data que da nombre al Grupo barcelonés convocante del segundo Certamen socialista. Fue entonces cuando el prestigio de la democracia norteamericana –que llegó a ser enorme en la Europa del siglo XIX- comenzó a caer en picado, y no sólo en el mundo proletario…
Fallecido Serrano Oteiza (1886), el éxito de Mella aún fue mayor en ese segundo Certamen, celebrado el 10 de noviembre de 1889, cuando ya era una firma reconocida de las publicaciones periódicas más prestigiosas del anarquismo español.
Como se dijo, por intermediación de los Prat, padre e hijo, el Certamen se celebró en el flamante Palacio de Bellas Artes, inaugurado un año antes, como sede principal de la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
El enorme recinto, lleno a rebosar por familias completas, con potente ambientación obrera, se convertía así en sede de la primera de distintas efemérides del anarco-sindicalismo español -el nacimiento de Solidaridad Obrera (1907) y la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, 1910)- vendrían después. Fue el origen, igualmente, de la relación directa o del reencuentro de los Prat y los Mella, caso de que José Prat junior hubiera nacido en el Vigo de los pasados años sesenta, como resulta harto defendible con lo vamos sabiendo y lo que habrá de venir.
A Ricardo se le premiaron entonces los seis ensayos enviados. Con estos títulos, tan diversos: La anarquía: su pasado, su presente y su porvenir; Breves apuntes sobre las pasiones humanas; La nueva utopía (novela imaginaria); El colectivismo: sus fundamentos científicos; Organización, agitación, revolución y El crimen de Chicago.
Los ensayos de los autores premiados fueron publicados esta vez de forma unitaria en un libro de 440 páginas, tirado en la imprenta “La Academia” de Barcelona en 1890. Con posterioridad se hicieron por lo menos dos reediciones. Todas van en “¡Honor a los héroes de Chicago!”, por lo que abren con El crimen de Chicago del propio Mella. Un texto fundamental, que iba a contar con doble eco en portugués (Aos mártires de Chicago (11 de novembro de 1887 a 1893 y Os martires do porvir), pasando a formar parte de la Biblioteca del Grupo Revoluçao Social de la atlántica ciudad de Oporto)
Como memorialista, Manuel Buenacasa, juzgando los dos Certámenes, estima que habían sido las “manifestaciones culturales de nuestra ideología no superadas hasta el momento presente” (1928, pag. 33). Reconoce que el segundo “superó en importancia al primero”. Concluye con esta terminante afirmación: “No tengo noticia de que el anarquismo mundial haya realizado hasta hoy acto tan memorable e interesante desde el punto de vista teórico y doctrinal”.
Años de «pasión revolucionaria» (los contratiempos del 93)
Como en sus duros tratamientos posteriores de los autoproclamados intelectuales, Mella era poco amigo de utilizar calificativos jerarquizadores.
Cuando El Corsario coruñés publicó como primer título de su “Biblioteca” La Sociología Anarquista de Juan Montseny (al que Mella aún no conocía ni de referencias) se lo hizo notar a los responsables de la edición. En su concepto, no había Sociología anarquista ni católica ni protestante. Bastaba con que hubiera Sociología a secas: Ciencia Social. Otro tanto opinaba de los calificativos habituales con los que se enfatizaban las diferencias posicionales, al mentar sustantivos como Anarquía (colectivista, comunista, terrorista) o Socialismo (anarquista, autoritario, democrático). Sin embargo, sí que le gustaban los distingos y las clarificaciones terminológicas.
En los años 90, Mella añadía a la literatura y el ensayo, su pasión por la historia. Un relato que -en lo que se refiere a la historiografía del socialismo– ni siquiera estaba en mantillas por entonces; pero que ha de contar entre sus frustraciones de aquellos noventa, tan ricos en novedades sin precedente. Los de “pasión revolucionaria”, expresión referida al propio Mella por quien mejor llegó a conocerle: su fraterno (¿paisano?) José Prat.
Fruto de su experiencia, de las conexiones personales que de siempre cultivaba (de palabra o por escrito) y del fondo documental que -debido a ellas- llegó a atesorar (tanto en su casa como en las de sus cuñados, los Serrano Oteiza), Ricardo se sentía con fuerzas para acometer la historia del socialismo (español). Iniciativa que interesó a su admirado amigo, el activista andaluz Fermín Salvochea, protagonista -bien a su pesar- de los sucesos de Jerez (al que llevó Mella a las páginas de El Corsario coruñés). Interesó también al propio Errico Malatesta, anarquista italiano de relieve internacional (n. en 1853), pasado por la República Argentina, editor allí de la primera salida de La Questione Sociale (Buenos Aires, 1885-1886), que lo visitó en Andalucía (enero, 1892), abriéndole de par en par las publicaciones periódicas italianas y argentinas donde tenía influencia. La’Anarchía nella scienza e nell’evoluzione ya lo publicó Mella ese mismo año (Prato, “Biblioteca della Plebe”, La Popolare, 1892).
Del frustrado proyecto historiográfico tratará -muchos años más tarde- en carta dirigida a Juan José Morato, de alto interés autobiográfico (8-X-1910)
Sabemos por esta carta, que –en diciembre de 1893- al producirse la inesperada detención de Mella en Málaga, donde residía entonces con su familia, ese proyecto entró en vía muerta.
El motivo de la detención estuvo relacionado con el primer atentado resonante y trágico de la propaganda por el hecho en territorio español: las bombas del Liceo de Barcelona (24-XI-1893).
El detenido, por lo que parece, llegó a ser trasladado a Madrid, y el apresamiento mereció honores de noticia que difundió la prensa burguesa, alineada hasta entonces –casi en su totalidad- con el Gobierno.
Hubo una importante excepción digna de mentar, porque tendrá rara continuidad.
La Vanguardia (24-XI-1893), el periódico que redactaban en Vigo sus antiguos colaboradores federales y los librepensadores de la ciudad portuaria, que ya en 1891 le habían calificado de “excelente amigo”, aclararon pronto que la detención de su “querido amigo” se debía al hecho de que su nombre figuraba en distintas correspondencias de Mella con otros catalanes investigados por la policía. Además de su presencia en esas cartas, también fueron objeto de investigación policial los distintos escritos que el lector conoce. En clave: esas amistades de La Vanguardia venían a decir que las acusaciones contra él tenían poco calado, pues era público y notorio –incluso para la policía gallega, madrileña o andaluza- que, siendo una de las firmas más destacadas de las tres publicaciones más importantes del anarquismo español en aquellos momentos (El Productor de Barcelona, La Anarquía de Madrid y El Corsario de Coruña), constaba a todos su histórica oposición al atajo del terror revolucionario de la llamada propaganda por el hecho.
El propio Juan Díaz del Moral lo reconocerá muchos años más tarde en su clásica Historia de las agitaciones campesinas andaluzas (1929) al resumir en estos términos la praxis cotidiana de Mella en la provincia de Córdoba, objeto principal de su investigación:
Mella, que permaneció algún tiempo en la provincia, prestando servicios como topógrafo, influyó, sin duda, sobre los militantes cordobeses, y tal vez a él se deba el idealismo y rectitud de procedimientos que caracterizó aquel período, a pesar de las constantes excitaciones que de fuera se recibían”.
Su oposición aún será más sañuda en los años inmediatos posteriores, cuando acrece el terror y la correlativa barbarie gubernamental, con leyes excepcionales para reprimir toda clase de anarquismos (desde 1894). Mella continuaba, pues, defendiendo “la propaganda por la conducta”, no por “el hecho”:
Más resultados efectivos ha dado la propaganda de ideas y de conducta en estos últimos tiempos, que todos los hechos violentos de que irreflexivamente se hace por algunos el panegírico” (“La Protesta Humana”, Buenos Aires, 12-I-1901).
Como la prensa burguesa (desde los años de la Mano Negra, 1882-1883) ni leía ni recibía –salvo excepción- prensa proletaria, incluso los periodistas de su tierra gallega –con la excepción de los radicados en Pontevedra y Vigo- tenían informaciones vagas y muy confusas acerca del personaje. Ni siquiera conocían su estancia andaluza. El Eco de Galicia de Lugo se limitó a escribir: “Lo mismo en Madrid que en Vigo y Pontevedra, Ricardo Mella se ha distinguido siempre por sus ideas socialistas, de las que fue propagandista entusiasta”.
Mientras los periódicos le daban vueltas a la noticia de su detención, su rico archivo personal -empezando por las cartas recibidas de los más variados corresponsales- fue destruido en Málaga por precaución, para que no cayera en manos de la policía. Iniciativa que el propio Mella agradeció a posteriori a sus amigos (anarquistas) de la capital malagueña, que habían operado con el consentimiento de Esperanza, acudiendo en apoyo de la joven esposa, madre de sus dos primeros hijos (de 4 y 1 año) y embarazada del tercero (nacerá en marzo de 1894).
Desde entonces, los Mella Serrano observaron rigurosamente (durante el resto de sus días) las precauciones que el padre de familia dispuso con precisión topográfica, distinguiendo qué tipo de correspondencias se le debían dirigir a él personalmente, cuáles debían dirigirse a su mujer o a su centro de trabajo, y cuáles a sus amigos y familiares que se prestaron a ello, caso de Alejandro Cea. También en lo que hace a sus escritos, comenzó a reiterar -junto a su nombre propio y su primer apellido- otros más familiares (Raúl o Mario, por ejemplo), siendo el más curioso y significativo el de E. (Esperanza) Serrano, corresponsal en Vigo y Pontevedra de distintas publicaciones latinoamericanas de entresiglos, caso de la segunda etapa de La Questione Sociale, La Protesta Humana o El Rebelde de Buenos Aires.
Con todo y eso, las sospechas y los posteriores registros policiales de sus casas, consumaron el expolio. Como en tantos otros casos, Mella no pudo conservar siquiera sus propias publicaciones, teniendo que recurrir a sus amigos de El Corsario y El Productor de Coruña, cuando quiso hacérselas llegar a sus nuevos corresponsales: los citados Pedro Dorado, Hamon, Malatesta y (acaso) José Martínez Ruiz.
Sin archivos de los que echar mano, se convirtieron en valiosísimos sus recuerdos y experiencias personales, buscados desde entonces por los más célebres analistas de la cuestión social de todo el mundo…
La detención, en definitiva, destruyó su proyecto historiográfico. Tuvo, sin embargo, beneficiosas consecuencias en el plano intelectual y propagandístico, porque las circunstancias no es que hubieran cambiado; pero comenzaban a complicarse de una manera mucho más sutil, sobre todo en los últimos meses de su estancia andaluza (1894-1895), cuando también se hizo patente el cambio de actitud que se venía operando en cierta prensa burguesa y en alguno de sus jóvenes colaboradores más activos: es el caso de José Martínez Ruiz. Veamos por qué.
Los «socialismos sin tino» (Sufragio Universal / Abstencionismo electoral)
Entre 1875 y 1889, como consecuencia de la segunda cuestión universitaria que se había iniciado en Compostela, se reabrió en España un debate muy enriquecedor sobre la enseñanza (pública y privada). En realidad, como he tenido ocasión de contar en distintas ocasiones, venía produciéndose desde muchos años antes del proceso revolucionario liberal-demócrata de 1868-1874; pero hasta 1875 sólo la Compañía de Jesús (formalmente -pero no realmente- desterrada de España) lo había iniciado. La sorprendente transición gallega que va del colegio de los jesuitas establecido en el pazo coruñés de Anceis (1872) al espectacular del Pasaje de Camposancos (1876), a orillas del rio Miño, en la frontera húmeda con Portugal, está en el origen de las instituciones académicas posteriores de élite, protagonizadas por los jesuitas en Deusto, Comillas o Madrid.
Al desconocer, silenciar o infraestimar ese movimiento católico (que distó mucho de ser clandestino o subterráneo y que cuenta con excelentes tratadistas de la propia Compañía de Jesús) los historiadores de corte institucionalista propendieron a magnificar aún más de lo que merece el proceso constitutivo de la Institución Libre de Enseñanza, sin advertir que -en paralelo y simultáneamente- a su modelo neutral y privado de élite– fueron compareciendo distintos modelos de escuelas confesionales, fundamentalmente católicas, que acabaron por provocar -como la propia Institución Libre– réplicas más populares del más dispar carácter. Desde la segunda mitad de los años ochenta, se confrontaron pues distintos tipos de escuelas confesionales e ideológicas (católicas, cristianas, neutras o laicas).
Los anarquistas optaron entonces por la experiencia de las llamadas escuelas laicas, lo que reforzó aún más la relación (que siempre había sido estrecha a título individual) con los librepensadores anticlericales de corte más bien republicano y federal. Fue el caso de Ricardo Mella, de sus queridos amigos de Vigo, Pontevedra y Coruña, redactores estos últimos de las distintas fases de El Corsario. Fue el caso -también- de su fraterno José Prat, que además de colaborar con este periódico coruñés, aparece estrechamente ligado -desde sus orígenes- a las experiencias educacionales y teatrales catalanas de Francisco Ferrer Guardia (n. en 1859) y de su compañera de algunos años, la pedagoga ibseniana Clemènce Jacquinet (francesa, n. en 1865).
Ante la avalancha anticlerical, al poder represivo del Estado Monárquico Liberal se unió -y con el mayor de los furores- la contraofensiva eclesiástica española, mucho más papista que el papa León XIII, cuya encíclica De rerum novarum se publicó en 1891, abriendo paso al nacimiento del catolicismo social de los Círculos Católicos Obreros (movimiento acusado de amarillismo por toda suerte de socialismos, pero que -en algunos casos- estuvo cargado de interés y sensibilidad social).
Predominó, pues, en la España católica, apostólica y tradicionalista el tono inquisitorial y belicista, adoptado por algunos prelados, caso del arzobispo y cardenal compostelano José María Martín de Herrera (1835-1922), que –procedente de Santiago de Cuba (1875-1889)- radicalizó –desde su arribada en Compostela (1889-1922) el antimilitarismo libertario, muy beligerante desde las primeras horas de la guerra de Cuba y Filipinas (1895-1898). Movimiento para el que preparó Ricardo Mella un misterioso cuestionario de difusión internacional que tuvo, según su propia valoración, poco éxito (1898).
Este prelado de tan larga estancia en Compostela llegó a proponer –en los primeros días de guerra colonial– la formación de una milicia patriótica (similar a los batallones de literarios de otras épocas) para combatir en Cuba. Fue satirizado con dureza por El Corsario. Lo invitó a que se movilizara el mismo (y de primero), dando ejemplo de beligerancia colonialista con las armas en la mano, o que mandase en su lugar al Santiago Matamoros. Recordó, además, su comportamiento en la última guerra carlista.
No sólo León XIII. Desde 1890, tanto en Alemania como en Gran Bretaña, la sensibilidad hacia la cuestión social varió, incluso en medios gubernativos y en los parlamentos.
También en España, como consecuencia de la reimplantación del sufragio universal masculino (que vino a coincidir con la formidable expectación universal por los primeros 1 de mayo de la historia del internacionalismo proletario), el interés por el movimiento obrero y el socialismo en sus distintas variantes acreció de repente, debido al peso electoral que artesanos, proletarios, labradores y pescadores de todas clases iban a tener, necesariamente, en las votaciones que se sucedieron desde 1891.
De pronto, en las sociedades recreativas, en determinados círculos y hasta en algunas casas particulares se celebraron veladas y tertulias inusitadas, abiertas a los obreros, y comenzaron a formarse bibliotecas especializadas en las más diversas cuestiones sociales. Así es que, casi de la noche a la mañana, fueron apareciendo muy distintos socialismos sin tino, alentados incluso por los partidos más oficialistas del turno oficial y por el social-catolicismo de los obispos más beligerantes.
La expresión socialismo sin tino, que tenemos por graciosa y atinada, procede del cáustico Jesús Muruais (Pontevedra, 1852-1903), catedrático a la sazón del Instituto Provincial de su ciudad natal, hermano del difunto Andrés.
Se la aplicó -en punzante semblanza- a uno de sus jóvenes discípulos más apreciados: su ayudante de después, el efímero Víctor Said Armesto (pontevedrés también, n. en 1871), dos años mayor que el longevo José Martínez Ruiz, Azorín, al que también es aplicable por entero.
Coincidieron ambos en la Salamanca en 1896, viviendo muy en proximidad al círculo de Miguel de Unamuno (atlántico bilbaíno, n. en 1864), que fue otro de tantos socialistas momentáneos, orgulloso colaborador de una de las joyas hemerográficas del anarquismo español: la citada revista Ciencia Social (Barcelona, 1895-1896), cuyo impacto en el profesorado y en la juventud universitaria de la época fue evidente.
Los jóvenes universitarios más curiosos e inquietos comenzaron a formar entonces excelentes bibliotecas de materia sociológica, convirtiéndose -como los profesores- en los nuevos apóstoles de esos socialismos multidiversos.
Hoy esas bibliotecas nos permiten a los investigadores establecer la cronología de sus lecturas de aquellos años. Es el caso de las bibliotecas personales del citado Víctor Said (que cuenta con alguna dedicatoria autógrafa del propio Mella) y de Martínez Ruiz. Ambas están catalogadas y se conservan en el Museo de Pontevedra y en la Casa Museo de Azorín, en Monóvar, respectivamente.
A Jesús Muruais, por su parte, apenas le importaba cuáles fueran los resultados electorales obtenidos por los partidos políticos con el sufragio universal masculino. Pese a ello, la novedad del proceso y su curiosidad intelectual -que era infinita en materia literaria- lo convirtieron (en el mismísimo 1890, 5-IV), ante la formidable expectación despertada por la convocatoria del primer Primero de Mayo de la historia, en el iniciador de una aproximación como conferenciante de actualidad a la Sociedad Recreo de Artesanos de Pontevedra, que estaba en trance de convertirse en foro abierto de discusión de tales inquietudes obreristas y socialistas.
Jesús impartió entonces la primera conferencia de un ciclo insólito; pero que ya no tendrá fin. Y nadie expresó mejor que él lo que iba a ser un síntoma del que participaron toda suerte de políticos, periodistas e intelectuales (en el sentido que Mella denostaba), al concurrir a las más diversas tribunas, sin excluir los periódicos y los libros:
Encargado de una conferencia en esta sociedad de “artesanos”, que no es un Ateneo, y no siendo yo orador ni otra cosa que un lector infatigable de cosas de amena literatura, he creído, al elegir un tema acomodado a mis aficiones, que rendiría tributo a las vuestras hablando de escritores y poetas que a esta cualidad unían la de ser vuestros hermanos en el trabajo.
Pero me importa trazar los límites de mi tema estableciendo que no bastará la condición de haber nacido en la clase proletaria. Al poeta, para que sea objeto de nuestro estudio, pues en estos tiempos de democracia hubiera sido inmenso el campo de mis investigaciones, me ceñiré a hablaros de los que desde la cuna al sepulcro han manejado la pluma con la misma mano con que empuñaron la esteba, el martillo o la achuela, cualesquiera que hayan sido los esfuerzos, en muchos de ellos, para elevarse sobre la condición nativa.
Tres son los poetas que he elegido como tipo de poetas obreros; el mozo de labranza escocés Roberto Burns (n. en 1759), el panadero Jean Reboul (francés de Nimes, n. en 1796) y el peluquero occitano Jacques Boé (Jasmin, n. en 1798). Hoy voy a hablaros del más grande de los tres, del poeta nacional de Escocia, de aquel a quien los críticos franceses estiman como enormemente superior a Beranger
(Las negritas son de J. A. Durán, que publicó la brillante conferencia en su libro-vídeo sobre los Muruais, tomándola del folletín de Diario de Pontevedra, que era un periódico pro gubernamental, liberal-demócrata).
De andalucía a Vigo y Pontevedra (las pericias de «La Ley del Número»)
En medio de la confusión a que condujeron los distintos socialismos sin tino y los obrerismos colaterales, católicos, protestantes o laicos, en la nueva circunstancia histórica, la antigua apuesta de Ricardo Mella por el abstencionismo electoral (formulada cuando era secretario general del Partido republicano-federal autónomo-pactista de Vigo, 1881, y mantenida después como anarquista, anti-autoritario y, por ende, anti-estatalista, radicalmente desconfiado de los partidos políticos) tenía necesariamente que ser revisada y puesta al día como consecuencia del sufragio universal masculino. Al opúsculo explicativo de esa renovada actitud le puso un título muy expresivo: La Ley del Número. Pero no pudo difundirlo.
Ya estaba escrito o en trance avanzado de escritura en la Andalucía de 1893, el año de su detención, pero la cuestación abierta entonces para costear la edición del folleto fracasó, sin duda porque su posición abstencionista volvía a ser muy minoritaria. Incluso lo era en las sociedades obreras y -sobre todo- en los movimientos sociales colaterales –caso del republicanismo federal– que esperaban grandes cambios estructurales como consecuencia de la confluencia del movimiento obrero con los partidos políticos más abiertos al librepensamiento. Algo que ya venía sucediendo en la enseñanza con las escuelas laicas (escasas, muy minoritarias y más que contradictorias, todavía).
Era indiscutible, por otra parte, que los anarquistas y sus sociedades más afines, debían favores –personales y colectivos- a determinados profesionales que militaban en partidos de la izquierda burguesa. Era el caso de los abogados que ejercieron de defensores ante los Tribunales, o de los sanitarios que los asistieron con generosidad en los inevitables problemas de salud, entre otras mil adversidades…
El propio Mella pasó las suyas. En la primavera de 1895, apenas iniciada la fase definitiva de la guerra de Cuba y Filipinas (arranca el 24 de febrero y se mantiene hasta el Desastre de 1898) un incendio devoró el local donde estaba ubicada la sombrerería viguesa de su padre, José Mella Buján. Al familismo de Ricardo Mella le faltó tiempo para arreglar las cosas de manera que pudiera echar una mano en defensa de su gente.
El momento era patético, sobre todo en los grandes puertos atlánticos. El embarque de las tropas que iban al matadero de la guerra colonial, continuo. Con la corrupción portuaria a pleno rendimiento, los embarques clandestinos de los prófugos que huían en bandadas del cruel destino, se multiplicaron…
En tales circunstancias, el topógrafo ferroviario aceptó un contrato provisional de delineante en el Ayuntamiento de Vigo, con la esperanza de ocupar plaza en el ferrocarril Santiago-Carril-Pontevedra, que tenía sin concluir ese último tramo. Mas como éste permaneció encallado por falta de financiación, el destino provisional en la Sección de Obras del Ayuntamiento vigués se prolongó hasta el verano de 1897.
Buen profesional y ciudadano con ideas e ideales, tranquilo y de excelente trato en la vida social, a los pocos meses de su llegada, una Junta General lo convirtió en bibliotecario del recién fusionado Liceo Recreo de Vigo. Tampoco tardó en convertirse en colaborador del excomulgado Diario de Vigo y en imponente del Monte de Piedad, en la compleja fase constitutiva de la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra…
Las contradicciones propias de la vida local se hicieron patentes desde el primer momento.
Mandaban en España los conservadores de Antonio Cánovas del Castillo (malagueño, n. en 1828) y la Junta General –en la misma sesión en que se produjo su nombramiento de bibliotecario- nombró también presidente de honor del Liceo Recreo a un viejo conocido suyo: José Elduayen, marqués del Pazo de la Merced, que seguía siendo jefe indiscutible del conservadurismo provincial.
El abogado defensor del propio Elduayen en la célebre causa que llevó al destierro a Mella, Eudoro Fernández Lema e Indalecio Armesto seguía siendo Sabino González Besada (n. en Tuy, 1824), en cuyo bufete pontevedrés curtieron sus sobrinos, los González-Besada Blein, antiguos compañeros de Instituto y colaboradores de Mella y los Cea en El Estudiante. De ellos, Augusto, era a la sazón el jovencísimo gobernador civil liberal-conservador de la provincia de Pontevedra. Había sido hasta entonces, y volverá a serlo después, abogado del beligerante Círculo Católico de la capital provincial, enfrentado a cara de perro –siguiendo consignas arzobispales- con todas sus amistades; su hermano Moisés, por su parte, acababa de convertirse en el nuevo secretario de la Diputación Provincial. Una institución que no tardará en presidir su tío, el propio don Sabino.
Así pues, desde el jefe del Gobierno malagueño a los antes citados, todos sabían quién era Ricardo Mella y lo que significaba su nombre en el anarquismo español. Conocían, por tanto, que su anarquismo era pacífico, pero revolucionario, por lo que se mostraron dispuestos a vigilar sus movimientos desde el primer día.
En ciudades como Vigo y Pontevedra que apenas superaban los 20.000 habitantes, fue tarea fácil. En los registros a que sus casas fueron sometidas, Mella perdió lo poco que le quedaba de su propia obra. Las autoridades, sin embargo, se cuidaron de no interferir en su trabajo profesional, acaso para tenerlo aún más controlado.
También sabían de sobra quién era Mella sus antiguos compañeros de viaje periodístico, los redactores de La Federación y La República, periódicos que sustituyeron en Vigo a La Vanguardia, y en los que no tardaría en colaborar (aunque de forma esporádica), así como los principales animadores del republicanismo y el librepensamiento pontevedrés, empezando por sus familiares más directos. Sobre todo, lo sabían los redactores de uno de los pocos diarios con los que llegó a contar en el fin de siglo el republicanismo gallego: La Unión Republicana de Pontevedra (febrero, 1892/ septiembre, 1898), diario que acabará por ser el periódico más frecuentado por Ricardo y donde se va a producir la controversia que puso fin a la efímera amistad de éste con José Martínez Ruiz, el futuro Azorín.
Sabemos por La República que Mella (“nuestro querido amigo”) comenzó a trabajar en el Ayuntamiento en la segunda mitad de julio de 1895 con un salario anual de 1.750 pesetas. Y nos enteramos también –por el diario coruñés La Voz de Galicia– de que (en agosto) el arzobispo Martín de Herrera desencadenó una primera cruzada contra el periódico vigués y el diario pontevedrés La Unión Republicana orientada a silenciarlos, prohibiendo su lectura y cualquier fórmula de ayuda al sostenimiento de los mismos. Razón más que sobrada para que Mella se significara colaborando con ellos como lo hacía en la prensa anarquista: de forma gratuita.
Se confirmaba así una circunstancia que no era nueva en su caso, pero sí digna de resaltar, porque distaba de ser norma general en la España de 1895-1899. La prensa republicana y librepensadora de Pontevedra y Vigo lo acogió con evidente simpatía, abriéndose a su colaboración que irá pasando de esporádica a frecuente hasta el fin de siglo.
Con todo y eso, el opúsculo citado, La Ley del Número, que no había podido publicar en 1893 y del que sólo se conocían las páginas iniciales (“Las mayorías”), publicadas en el primer número de la revista Ciencia Social (Barcelona, octubre de 1895), volvió a tropezar con dificultades…
Tras una larga espera de seis años, logrará sacarlo adelante definitivamente en 1899 en la viguesa Imprenta de Cerdeira y Fariña (59 págs.), cuando ya llevaba cuatro años de residencia en Galicia y se había confirmado al cien por cien su asunto de fondo: ni el caciquismo ni la Monarquía Constitucional se habían tambaleado con los Gobiernos de las nuevas mayorías gubernamentales logradas con el tan esperado sufragio universal masculino. Es más: el incremento del poderío local logrado a votos por republicanos y librepensadores, coaligados en determinadas ciudades –caso de Coruña o Pontevedra- resultó quebradizo y divisionista, hasta el extremo de acabar por muchos años con los diarios republicanos de Pontevedra.
La vida de La Unión Republicana, sobre todo, fue muy sobresaltada desde sus comienzos, debido al “fuego amigo” de los propios unionistas y a la cruzada arzobispal. Apareció el 10 de enero de 1892; pero entre mayo y septiembre de 1893 tuvo que aguantar el bombardeo de La Unidad Democrática, disconforme con el pacto establecido en enero por Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla.
Roto este pacto, los ideólogos de la unidad democrática volvieron a la redacción del diario pontevedrés, pero en agosto de 1895, cuando arreció la cruzada arzobispal buscando silenciarlos, La Unión Republicana se vio obligado a desaparecer. Sustituido por La Unión (“diario republicano de Pontevedra y Vigo”, desde agosto de 1895 a diciembre de 1896”) parecía haber ampliado su ámbito de influencia y reforzado su importancia. No fue así.
Al principio lo elogió incluso El Socialista de Madrid, pero tuvo que aprender a convivir con el fuego cruzado de La Redención de los Obreros, cuyos redactores venían a ser los mismos detractores de antaño, partidarios ahora de un semanario entre democrático y socializante, con potente apertura agraria.
Aunque las disidencias parecieron atenuarse en la última etapa de La Unión Republicana (1897-1898), cuando Ricardo Mella puso casa estable en la calle Real de Pontevedra, la ciudad quedó sin diarios de ese carácter durante muchos años, pasándose los antiguos disidentes (con el propio Mella) a distintos semanarios que se sucedieron, y embarcándose buena parte de ellos en la aventura regeneracionista del movimiento costista de las Cámaras y de la Unión Nacional, cuyo diario portavoz apareció con este nombre en Pontevedra el 2 de abril de 1900…
Como expliqué con detalle en Agrarismo y movilización campesina en el País Gallego (1875-1912), el sistema monárquico, al integrar con mayor rigor las disidencias, merced –en parte- a esas discordias intestinas de los unionistas y al control caciquil del censo electoral y de los alcaldes de real orden, no se robusteció en el fin de siglo. Incluso quedó minado por el antimilitarismo y el ¡¡Contra la Guerra colonial!! de los anarquistas; pero los antiguos unionistas –como queda dicho- volvieron a dividirse, yéndose buena parte de ellos con el Regeneracionismo subsiguiente. Los de mayor valía acabaron abandonando la ciudad. Fue el caso del propagandista local más admirado por Ricardo Mella: el fascinante Severino Pérez Vázquez (1844-1915), organizador de los panaderos de Pontevedra y Vigo e impulsor del agrarismo provincial de dirección obrerista. Un par de ellos –Pepe Juncal Verdulla (1869-1961) y Emiliano Iglesias Ambrosio (1878-1941)- acabaron yéndose a la Barcelona de Lerroux (quien, además de pasar un veraneo en Pontevedra, casó con Juncal a su hermana Amelia). Allí ocuparon ambos posiciones muy destacadas en el lerrouxismo catalán, en el Centro Gallego y en la vida social, judicial, académica, periodística y sindical barcelonesa…
Dadas las circunstancias, el régimen se mantuvo renqueante hasta el golpe de Estado incruento del general Primo de Rivera, en 1923. Dos años antes de la muerte del propio Mella…
La ley del número no era, con todo, la única contrariedad vaticinada por éste en la última década del siglo XIX.
Le preocupaba ese rápido proceso de integración en el Régimen de movimientos que había tenido otrora por revolucionarios. Caso específico del socialismo partidario (PSO) y su sindicato (UGT). Caso, igualmente, de la rápida evolución individualista de los llamados intelectuales que simpatizaron por entonces con los distintos socialismos sin tino: Unamuno, Víctor Said Armesto o José Martínez Ruiz…
Tras haber participado activamente en los primeros 1 de mayo, siendo propagandista de la celebración reivindicativa desde años antes, también esa movilización anual, reconvertida en mera procesión laica apenas contestataria, mantenida por los sindicatos hasta nuestros días, había dejado de interesarle por completo. Le parecía incluso -más que revolucionaria– reaccionaria:
Pues bien, obrero, ya tienes tu fiesta y tu icono. Marcha, pues, en correcta y nutrida formación hacia el mañana dichoso. Tus héroes, delante; delante tus pendones; llega después a las puertas de la sinagoga autoritaria, reza tu anual plegaria, y vuelve a lo de siempre: a cantar, a danzar, a jugar, a reír, a beber, a perorar, a divertirte. ¿Sabes cómo se llama tu ídolo? Santa Rutina Te Ilumine. Marcha, marcha como rebaño, como recua, como piara, tras tus pendones y tus héroes. Has cumplido. Ya puedes dormir tranquilo.
Fue un motivo más del clásico enfrentamiento con ese socialismo electoralista, que continuaba timoneado por su paisano Pablo Iglesias Posse y sus jóvenes dirigentes, los pablistas locales de Pontevedra, admiradores de sus escritos iconoclastas desde la juventud, llamados a ocupar posiciones destacadas en el pablismo emergente, buenos amigos personales suyos hasta su hora definitiva…
Ricardo Mella y Martínez Ruiz contra la criminalización del anarquismo (Lombroso y los anarquistas)
Había otros síntomas más desconcertantes y temibles, sin embargo.
A partir del año 1894, que es cuando un Parlamento elegido con sufragio universal masculino sacó adelante en España –mediante la ley del número– la primera ley represora de cualquier clase de anarquismo, incluso los siempre “agraviados” proto nacionalistas de Cataluña o el mismísimo Miguel de Unamuno (éste con relación a los vascos), estimaron conveniente o necesario establecer vías de aproximación del regionalismo al internacionalismo moderado, aportándole fórmulas consuetudinarias, caso de los distintos modos adoptados por el colectivismo en la España tradicional. Asunto, por cierto, que incluso interesó a hombres tan distintos como Kropotkin (1842-1921) o Joaquín Costa (1846-1911), pese a que el anarquismo (en los picos más radicales) había entrado en su fase más violenta.
En la Semana Santa coruñesa de 1894, sin ir más lejos, los anarquistas coruñeses de El Corsario, timoneado a la sazón por el radicalismo librepensador y anticlerical del Grupo “Ni Dios ni Amo”, no lograron impedir o no impidieron que un descerebrado disparase contra el Nazareno y contra la imagen representativa de María, su madre evangélica, en el desfile procesional al grito de “¡Viva la Anarquía!”. El diario La Voz de Galicia, que no era precisamente un periódico beato ni reaccionario, ante tamaña provocación, llegó a proclamar la muerte del anarquismo. También sin matices.
Aquella acción teatral no fue nada comparable a la sangrienta explosión provocada al paso de la procesión del Corpus en la Barcelona de dos años más tarde (7-VI-1896). Y fue en aquel entonces cuando el Estado, con el respaldo del Parlamento, la Iglesia y la inmensa mayoría de la prensa burguesa, volvió al recurso de los consejos de guerra como ya había hecho tras los sucesos de Jerez, consolidando los tribunales militares que se harían tristemente célebres en los procesos y ejecuciones de Montjuich, complementando una dialéctica terrorífica, iniciada con la ley del 94.
No deja de resultar significativo (y hasta sospechoso), que en ese contexto y en el mismo año de 1894 (coincidiendo con el tránsito del proyecto a la aprobación parlamentaria de la primera ley especial española de represión del anarquismo) se produjera el enorme éxito internacional de Gli anarchici, el célebre libro del criminalista italiano Cesare Lombroso (Torino, Fratelli Bocca, 1894, Tip. Lit. Camilla e Bertoleso, 146 p, 24 cms).
Al reforzar las conclusiones de ese libro la naciente legislación especial española, aún sorprende más conocer que ese mismo año -con todas las bendiciones y evidente sentido de la oportunidad- saliera en Madrid la versión española del mismo, publicada por Sucesores de Rivadeneyra (208 p. de 19 cms.) Además, la editorial iniciaba con ella su propia “Biblioteca Social Contemporánea”
Hasta ahora (2018) fracasé en el intento de averiguar si llegaron a publicarse más títulos en la mentada Biblioteca Social Contemporánea, aunque malicio que no. Tampoco me consta la existencia de más de una edición de esa versión española. De estar en lo cierto, el escaso éxito de la iniciativa editorial me parece sintomático. Da pie para montar -al menos de manera provisional- la hipótesis de trabajo de que en esa edición hubiera operado el famoso fondo de reptiles, dado que Lombroso ponía todo su prestigio al servicio de la criminalización del anarquista, apoyando -con un respaldo de apariencia “científica”- la legislación represiva del Parlamento y del Estado español.
Pasa, sin embargo, que la criminalización del movimiento anarquista internacional, al pasar del plano político y jurídico al intelectual y académico, tuvo un efecto inesperado.
José Martínez Ruiz, por ejemplo, que continuaba estando a muchas leguas del movimiento anarquista, comenzó a interesarse por él en ese mismo año con pasión incontenida, aportando su enorme capacidad de lectura y asimilación de títulos, españoles y franceses.
Ricardo Mella, por su parte, que aún no había logrado publicar ninguno de sus textos bajo forma de libro de autor propiamente dicho, ante el silencio de todos los demás, interrumpió sus cavilaciones habituales de pequeño filósofo para centrarse en exclusiva en la Refutación de las tesis de Lombroso.
Escrito en Vigo y sin salir del seno del movimiento anarquista, contó con la cobertura del grupo editorial de mayor prestigio del anarquismo español. El de la revista que le daba nombre, y en la que venía colaborando –como se dijo- desde el primer número: Ciencia Social. Revista mensual de Sociología, Artes y Letras (Barcelona, 1895-1896).
Si el opúsculo sobre La Ley del número seguía hibernado desde 1893, Mella iba a contar -desde 1896- con su primer libro maldito.
Ciencia Social, Editores imprimió la Refutación del libro vigués de Mella en marzo de 1896. El Motín madrileño dio una primera nota -breve y cálida- sobre su salida el 25 de abril. Sabemos por ella que sólo se vendía en la redacción de la revista (calle Asalto, 45, Barcelona), para que sirviera de sostén de la misma. Incluso diarios liberales madrileños de circulación general como El Imparcial y El Liberal le dieron la bienvenida; pero todo cambió con el atentado de la procesión del Corpus (7 de junio).
El libro vigués de Ricardo Mella fue objeto de la misma represión que se llevó por delante la revista y el grupo editorial. Así pues, a pesar de su oportunidad, la primera edición de su Lombroso y los anarquistas. Refutación (Barcelona, 1896, 119 págs. de 18 cms.) se convirtió en una rareza bibliográfica en España. Ni siquiera la Biblioteca Nacional, que atesora la segunda edición de Gli anarchici (1895) y la primera de su versión española (1894), lo tuvo jamás en Catálogo. Tampoco consta su existencia en Patrimonio Bibliográfico Español.
Sabemos, sin embargo, que se tradujo de inmediato al italiano y al holandés. Eliseo Fernández y Dionisio Pereira (2004, 277), que se tomaron el trabajo de anotar presencias bibliotecarias de la edición príncipe, sólo localizaron ejemplares en la California University, en el Ateneu Enciclpèdic Popular de Barcelona, en la Biblioteca Nacional de Portugal, en el Instituto de Historia Social de Amsterdam y en una única biblioteca pública gallega: la Municipal de Ferrol. Esa misma rareza lo convirtió en preciada joya de coleccionista, siendo servido personalmente por el propio Mella (mientras tuvo ejemplares), interesándose en su posesión y lectura los grandes nombres del anarquismo español e internacional. Hoy, felizmente, podemos leer esa edición directamente en internet. Además de las diversas ediciones posteriores, salidas en distintos lugares y tiempos, también cuenta con reciente versión en lengua gallega. Todo harto significativo.
La consulta directa de la refutación tiene una importancia adicional para nuestra historia.
Ricardo Mella ya cita en ella -y por dos veces- un mismo título de José Martínez Ruiz, el futuro Azorín, lo que presupone madrugadora lectura de Notas sociales (Librería de Fernando Fe, Madrid, 1895) y -lo más probable- del simultáneo Anarquistas Literarios, impreso en Valencia, pero difundido por la misma Librería-Editorial madrileña. Su autor apenas contaba con 22 años, pero ya había llamado la atención de Mella y de los más atentos escritores de la prensa proletaria que no tardaron en recortar sus artículos, tomándolos inicialmente de la prensa burguesa, y difundiéndolos en sus propios medios de forma reiterada. Una incorporación que no ha de tardar mucho en convertir a Martínez Ruiz en colaborador directo de la prensa y la revistería libertaria, en el seno de un movimiento internacional en el que tendrán peso específico Ricardo Mella y José Prat.
A pesar de sus pocos años, observemos la importancia de la primera cita para la Refutación de Lombroso. Resaltamos su argumento en negrita, al final de la redacción de Mella:
Si Lombroso ha demostrado en la primera parte de su libro que no conoce las ideas anarquistas; si al juzgarlas ha cometido errores de apreciación imperdonables; si ha dejado siempre sin probar sus afirmaciones, y creemos haberlo demostrado suficientemente, no son menos graves los errores en que incurre cuando de los anarquistas trata. Y no decimos bien al hablar genéricamente de los anarquistas, Lombroso los desconoce porque no se ha preocupado estudiarlos como han hecho otros escritores que cita, entre ellos el psicólogo Hamon. Para Lombroso todos los anarquistas son Ravachol, Pini, Henry, Vaillant, Caserio, Pallás, etcétera., «examina el anarquismo en sus anomalías morbosas, no en su estado de salud. Da una patología, no una psicología».
El autor vuelve a apoyarse en el razonamiento de Martínez Ruiz cuando escribe el párrafo final de este fragmento:
El criminal nato es borracho, es loco, es neurasténico, es epiléptico, es deforme, es feo, es, en fin, anarquista. Pero la borrachera se da en los hombres honrados de una manera alarmante; la locura es muchas veces cándida, inofensiva; la neurosis es la característica de estos tiempos de nerviosidad siempre creciente; la epilepsia y las deformaciones de todo género abundan tanto, que de aceptar las teorías lombrosinas, el hombre honrado sería un tipo ideal, abstracto; y el anarquismo es una idea de la que poco o mucho participan todos los hombres, y cuyo gran desarrollo en nuestros días tiene perfecta explicación en el aumento del sentimiento de justicia y de la sensibilidad.
Clandestinidad e internacionalismo (La barbarie gubernamental en España)
El 7 de junio de 1896, como consecuencia de la sangrienta explosión del Corpus barcelonés y en el arranque de la represión gubernativa subsiguiente, Jose Prat -como tantos otros significados (anarquistas) catalanes- tuvo que huir de Barcelona.
No parece haberlo dudado mucho. Tras tomar una vía clandestina que desconocemos, se llegó a la que pudo muy bien haber sido su ciudad natal.
De manera discreta, se acogió a la hospitalidad de la familia Mella Serrano, radicada en Vigo desde un año antes, pese a estar bajo continua vigilancia gubernativa y saqueada por los registros policiales. Detalle este último que nos obliga a presuponer lo que ya he escrito: que incluso las máximas autoridades provinciales estaban muy bien informadas de que tanto los anfitriones como el forastero no eran petardistas ni dinamiteros… De ahí que Vigo fuera, también para Prat, no una ratonera, sino un refugio seguro, a pesar de la estricta vigilancia policial.
Las dudas acerca del lugar de nacimiento de José Prat son antiguas y se mantienen tal cual cuando esto escribo (verano, 2018); pero hay que reconocer que esas dudas se aminoran bastante en los autores que estudiaron las relaciones, tan estrechas, que existieron entre el anarquismo español e italiano y el latinoamericano a partir de 1894. Relaciones en las que Prat (y el propio Mella a su través) jugaron papel muy destacado.
También da mucho que pensar, con relación a ese misterio de sus orígenes, la siguiente evidencia.
Para nosotros, resulta chocante y revelador al mismo tiempo que Prat –pese a vivir en Cataluña la mayor parte de su vida- insista en utilizar -de manera invariable- la forma española de su nombre propio en todas sus publicaciones y en sus innumerables versiones al español de los autores más diversos.
Sólo en los diccionarios biográficos catalanes aparece como Josep Prat o Prats y, generalmente, fundido y confundido con su padre, fusión que también se puede leer en el Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia. Esa insistencia fortalece la hipótesis de trabajo de que -siendo de origen catalán su familia paterna y residiendo él mayormente en Cataluña- naciera en Vigo, acaso de madre gallega, como consta en otras fuentes, aunque entre interrogantes…
Sabemos que fue en 1894 cuando el editor italiano Fortunato Serantoni, tras dilatada estancia barcelonesa (1885-1894), se estableció con solidez en Buenos Aires, poniendo empeño en convertir la ciudad –en el plano editorial y en el movimiento anarquista- en una especie de Barcelona alternativa.
Para empezar, sacó allí la segunda etapa de una cabecera creada por el también italiano Errico Malatesta en su etapa bonaerense (1885-1889).
La Questione Sociale tuvo, en efecto, además de esa primera etapa (1885-1886) una segunda época con dos fases. Muy italiana en los comienzos (desde junio, 1894) contó después (desde diciembre) con una sección española, en la que José Prat parece haber jugado un papel de intermediación muy especial.
Al ser ya por entonces (vía Mella) colaborador de El Corsario, Serantoni se encontró (por la intermediación de los dos fraternos) con un plantel de colaboradores anarquistas españoles de auténtico lujo, primero en la citada revista y más tarde en la que aspiró a ser la continuación argentina de la prestigiosa Ciencia Social de Barcelona, la secuestrada editora de Lombroso y los anarquistas.
Así lo cuenta la informada investigación sobre el anarquismo argentino de Gonzalo Zaragoza Rovira (2015):
Ya desde diciembre de 1894 La Questione Sociale de Serantoni anuncia una sección en español en la que desfilarán textos de “los principales escritores anarquistas de España, entre ellos los compañeros Juan Montseny, José Prat, Ricardo Mella, Anselmo Lorenzo y nuestras ”valientes compañeras Soledad Gustavo de Reus y Teresa Claramunt de Barcelona”.
Volviendo a la relación Mella-Prat, según palabras de este último, José vivió bajo el techo de los Mella Serrano “meses y meses”, lo que nos hace presuponer que pudo no ser la de 1896 su primera estancia en Galicia. Sabemos con mayor certeza que tampoco será la última. Es más. Por lo que hemos llegado a averiguar, en el tramo 1896-1898 (que es el que aquí nos interesa), esa estancia viguesa y pontevedresa se vio muy entrecortada por otros tres viajes significativos y fecundos (a Londres, Nueva York y Buenos Aires).
Federica Montseny (Madrid, 1905-Toulouse, 1994), por su parte, bien informada por sus padres o por el propio Prat, nos hizo saber en su presentación del Ideario de Mella, que -con posterioridad- José Prat volvió a convivir con los Mella Serrano en la dilatada estancia asturiana de éstos, antes o/y después de la Semana Trágica (Barcelona, 1909), razón de que colaborara con intensidad en la prensa anarquista de Asturias, en la que su fraterno tuvo enorme peso y presencia en la primera década del siglo XX…
Desde 1896, por tanto, no es posible entender la praxis revolucionaria de Ricardo Mella sin conocer las andanzas viajeras de Prat y viceversa. Al hacerlo, se descubre un complejo entramado internacional más bien clandestino urdido por ellos, en el que nadie –por lo que parece- había reparado. Entramado clandestino que tuvo como primera finalidad denunciar internacionalmente los abusos cometidos con los presos en el castillo de Montjuich; cuestionar la militarización de los procesos (Consejos de Guerra, en realidad, como había hecho Mella en los sucesos de Jerez) para forzar su revisión, impulsando al mismo tiempo las necesarias cuestaciones internacionales que precedieron a los movimientos de solidaridad con los deportados. En todo eso, de manera directa e indirecta, estuvieron los Mella-Serrano, Prat y los variados corresponsales de Ricardo Mella que ya conoce el lector y que ahora va a reconocer de nuevo a través de este último. Una correspondencia de alto interés, por tanto, de la que se conserva una mínima parte, y que alcanza a la primera guerra mundial (1914)…
A poco de la llegada de Prat a Vigo (o incluso antes de que esta arribada se hubiera producido), asistió -de acuerdo con Mella y acaso en su nombre- al Congreso anarquista de Londres (29-31 de julio, 1896). Con tales credenciales, mantuvo distintos encuentros de altura con quienes serían los corresponsales de ambos en los meses y años subsiguientes.
Prat, en efecto, conoció personalmente a Malatesta, a Hamon (que ya era asiduo corresponsal de su fraterno desde mucho antes) y a Pietro Gori (italiano de Mesina, n. 1865). De los tres será amigo, intermediario y traductor al español en los meses y años subsiguientes. Fue a ellos a quien primero informó de la estrategia que iban a seguir de común acuerdo a partir de ese momento.
Retornado a Galicia, tanto su personal visión de aquel viaje, como los detalles del Congreso londinense, escritos por Hamon y traducidos por él, se pudieron leer en la “Biblioteca de El Corsario” y en su continuación, El Productor, periódicos coruñeses del que era Prat activo corresponsal desde tiempo atrás, y que van a jugar papeles relevantes en la relación atlántica con el anarquismo latino-americano y, de manera particular, con el argentino.
Desde el verano al fin de año de 1896, Mella y Prat seleccionaron los textos que componen La Barbarie Gubernamental en España. Documentos sobre las torturas de Montjuich.
Como hiciera Mella con Los sucesos de Jerez, los dos amigos metieron cuanta información les fue posible en El Corsario y -al desaparecer- en su continuación, El Productor, en el que ya comparece con normalidad el nombre de José Martínez Ruiz. Beneficiario principal de esta campaña internacional que dio a conocer su nombre propio en la prensa burguesa sensible y en la abiertamente proletaria de los países más inesperados.
Eliseo Fernández y Dionisio Pereira contaron en 2004 la primera parte de la curiosa historia secreta de la edición semiclandestina de La Barbarie Gubernamental en España. Yo añadiré la segunda.
Impreso en Coruña y dispuesto para ser distribuido en la colección “¡Leer y hacer leer!”, num, 8 de la “Biblioteca de El Corsario”, el grupo editorial coruñés optó por su desaparición. Se sabía sentenciado, tanto por la Ley represora de toda suerte de anarquismo, como por su oposición frontal a las guerras coloniales (“Cuba para los cubanos; España para los españoles”, julio, 1896) y al recurso a los tribunales militares de los Consejos de Guerra. Y ese parece haber sido uno de los motivos de que José Prat volviera a la vía clandestina para realizar su segundo viaje, esta vez a Nueva York, portando esa edición coruñesa.
Antiguos colaboradores Mella y Prat de El Despertar de Brooklyn, donde el primero había publicado como folletín La coacción moral. Fundamentos de una nueva ética social (Nueva York: n°62-67, jul.-oct. 1893), con ese sello editorial se difundió en el mundo de habla hispana la edición definitiva de La barbarie gubernamental en España (Nueva York, 204 p. de 20 cms.).
Así lo contó Rafael Pérez de la Dehesa en sus años de profesor e investigador en Los escritores españoles ante el proceso de Montjuich (Berkeley, Universidad de California, 1968, texto que ahora ha recuperado el Centro Virtual Cervantes). Pasa que el autor estaba lejos de sospechar la primera parte de la historia secreta de la edición. Documenta con sus lecturas de primera mano la segunda, dando un contexto que atañe también a José Martínez Ruiz:
El Despertar, órgano de los grupos anarquistas de habla española del área de Nueva York, reprodujo numerosos artículos de El País, El Progreso, El Nuevo Régimen y otras revistas españolas; aparecieron también escritos originales de Mella, Lorenzo, Urales y del que era su director, el catalán José Prat. Hay allí 8 artículos de Azorín. Este periódico editaba también libros y entre ellos se encuentra La barbarie gubernamental en España, por R. M. y J. P. (Ricardo Mella y José Prat) aparecido en Nueva York en 1897.
Hoy se puede leer esa curiosísima edición príncipe galaico-norteamericana en la “Biblioteca Digital Hispánica”. La originaria, como ahora la digital, va precedida de esta brevísima nota de los dos autores, firmada con sus iniciales (R.M. y J.P.):
El sentimiento de compañerismo y solidaridad, avivado por los comunes sufrimientos, tanto como un poderoso espíritu de justicia, sugiriónos la idea de escribir este folleto.
Frente a los crímenes cometidos por la burguesía española en su sed insaciable de venganza y de exterminio, estas páginas son la expresión de la supervivencia de un ideal carísimo a los centenares de amigos nuestros que no se arredran ante la prisión y la muerte, y mantienen, encarcelados o libres, el derecho de pensar como quieran y trabajar por el triunfo de la Anarquía.
A ellos, pues, dedicamos el fruto de nuestra modesta obra, ganosos de que este testimonio de solidaridad les conforte y les anime a continuar la labor emprendida, por cuyo éxito cada uno debe sacrificar y sacrifica de hecho los afectos más caros y la propia libertad, y no pocos la existencia.
Hacia la fusión de las dos culturas (intelectuales y escritores revolucionarios)
En vísperas de que se distribuyera desde Nueva York la curiosa edición de La Barbarie Gubernamental en España, José Martínez Ruiz publicaba en El País (Madrid, 1-I-1897) –periódico aludido por Pérez de la Dehesa- un texto significativo en el que aún hacía hincapié en la existencia de las dos culturas: la burguesa y la proletaria, si bien asimilaba ésta a una especie de barbarie moderna, por cuyo triunfo apostaba a medio siglo.
Que vengan los bárbaros y arrasen con todo esto, con la doblez, con la hipocresía, con la injusticia; que arrasen con la mentira en el arte, con la falsedad en la ciencia, con la cobardía en el hombre. Antiguamente… cuando los pueblos degeneraban, caían sobre ellos bárbaros gigantescos que vigorizaban la raza; hoy ya no hay bárbaros de esos. Los obreros son los que en una cincuentena de años realizarán la misma obra. ¡Que vengan esos bárbaros!»
La palabra barbarie se utilizaba, tal como se ve, en un sentido literario y metafórico, muy distinto del empleado por Mella y Prat, puesto que éstos la situaban (sin adjetivos ni metáforas) en el Gobierno, la Justicia militarizada, la jerarquía eclesiástica y el Estado español en su conjunto: el brazo armado de la “burguesía sanguinaria” en su lenguaje de aquel entonces.
Poco más tarde, cumplida su misión en Nueva York, José Prat embarcó –otra vez de manera clandestina- con destino a Buenos Aires. Comenzaba, pues, su tercer viaje.
Aunque se produjo alguna filtración, las autoridades argentinas consintieron su desembarco al poder probar el clandestino que contaba con un empleo estable en la capital porteña. Sin pruebas concluyentes, suponemos que pudo ser el editor Serantoni el contratante, cuando se decidió a publicar una especie de continuación de la barcelonesa Ciencia Social en Buenos Aires. Su primer número apareció con el mes de abril de 1897, acaso dirigida formalmente por el propio Prat, como se asegura en algunas fuentes.
El 4 de mayo de 1897, un día después de las ejecuciones de Montjuich, Ricardo Mella escribió a su “querido amigo” Hamon una carta desoladora. Quería tantear la actitud de éste ante tan graves acontecimientos.
Como consecuencia de los procesos militares, las ejecuciones y las guerras coloniales, toda la actividad orgánica de las sociedades estaba paralizada en España. Sería necesario reactivarla, pero no sabe cómo, pues -como individualista- nunca había tenido (ni tendrá) responsabilidades orgánicas. Sospechaba, además, que no tardarían en producirse las habituales deportaciones de activistas y sospechosos de serlo (Una vieja práctica, muy utilizada por las potencias coloniales europeas desde antiguo y que Concepción Arenal venía denunciando en solitario desde hacía décadas). Es por esta fundada sospecha, que no tardaría en concretarse, por lo que le pide la activación de una campaña de solidaridad en Francia con todos los afectados. Y esa misma fue la otra cara de la misión que Prat estaba cumpliendo en Buenos Aires.
En lo que se refiere a la organización, a la propaganda y a la difusión cultural, todos los estudiosos del anarquismo argentino reconocen la intensa y beneficiosa presencia de Prat en Buenos Aires. No sólo por el relanzamiento argentino de Ciencia Social.
Su manera de escribir, clara y variada, hizo escuela desde el primer número de La Protesta Humana (desde el 13 de junio de 1897). Allí comparece firmando con el que sería su seudónimo americano más utilizado: Urania. Esto es: el nombre propio que los Mella Serrano han de dar –en honor suyo, lo más probable- a una de sus hijas, tras su retorno, cuando nazca en Pontevedra el 15 de noviembre de 1899. Un recurso, por cierto, que recuerda los seudónimos familiares del propio Mella y -de manera especial- el E. (Esperanza) Serrano, utilizado en La Protesta Humana y en la posterior derivación argentina y española de El Rebelde de Buenos Aires (1899-1902) y Madrid (1903-1905).
En definitiva: a través de sus conexiones exteriores la densa información sobre España se expande en distintas lenguas, sin abandonar el periodismo proletario. Y entre el pequeño gran núcleo de colaboradores comparece, por supuesto, con la categoría de escritor revolucionario José Martínez Ruiz, presente incluso en la prensa anglosajona y parisina.
En el caso concreto de Ricardo Mella, además de estar en Ciencia Social y en La Protesta Humana, escribe en Vita Internazionale de Milán y tiene abierta de par en par la puerta de L’Humanité Nouvelle de París, la revista que dirige el propio Hamon. A ésta incluso le aporta colaboradores del grupo formado en Salamanca en los entornos de Miguel de Unamuno y de Pedro Dorado, por donde anduvo -como quedó escrito- el propio Martínez Ruiz y el pontevedrés Víctor Said Armesto, si bien éste permanece ajeno por completo al anarquismo.
Por su parte, José Prat, como Mella, al mismo tiempo que denuncia la barbarie gubernamental en España, se verá obligado a mantener el histórico enfrentamiento de ambos con los partidarios del terrorismo anarquista. Ahora, en tierra americana.
Ricardo, por su parte, reconocerá siempre que los atentados habían reducido los niveles de adhesión que había logrado otrora el anarquismo entre la gente llana. No sólo en los medios proletarios.
En octubre de 1897, cuando los Mella-Serrano se estaban instalando en el piso principal del número 39 de la calle Real de Pontevedra, Ricardo supo por Pedro Dorado que el propio Miguel de Unamuno había dejado de ser -propiamente hablando- un escritor revolucionario. Sumido en profunda crisis personal, abandonó la militancia en el socialismo partidario. Su insuperable individualismo lo llevó por sus pasos al catolicismo unamuniano, dado que ni Mella ni Dorado hubieran entendido entonces que asumiera el que llamaban catolicismo jesuítico e inquisitorial dominante en la Iglesia Católica española del fin de siglo.
Prat, por su parte, en ese mismo momento, estaba siendo acusado por los partidarios de la propaganda por el hecho de sentimentalismo. Incluso perdió su empleo en Buenos Aires. El grupo Germinal lo acusaba de ser una marioneta teledirigida por Mella y los demás partidarios de la línea moderada que hizo suya el consejo de redacción de La Protesta Humana. Fue allí donde Prat publicó esta sentencia: “El odio irreflexivo es la antítesis del anarquismo”.
José Prat regresó a España, tras un año de fecunda estancia en Buenos Aires (¿de marzo a marzo, 1897-1898?). Como Mella, practicó allí todos los géneros, incluso los literarios. Sin embargo, los dos fraternos, con algún redactor de El Corsario, caso de José Sanjurjo (Coruña, 1866/ Sada, 1946), aún animaron con sus comunicaciones el Certamen Socialista Libertario de La Plata (Argentina, mayo de 1898), refrendando así la línea de continuidad del movimiento libertario en Suramérica con el de España, razón de que aquél fuera –para muchos- el III Certamen Socialista Internacional, continuación de los celebrados en Reus (1885) y Barcelona (1889).
Cuajaba, en definitiva, una intensa línea de acción solidaria sin fronteras que no tardará en desencadenar en Argentina una política represiva específica similar a la española. Así pues, además de la revisión de los procesos de Montjuich, también los graves sucesos de mayo de 1901 en Coruña, encontraron contestación y solidaridad americana. Aunque las devoluciones de activistas del anarquismo español comenzaron mucho antes, en las deportaciones argentinas de 1902 aún aparece –entre los deportados- un José Mella, secretario de la Comisión Anti-Inquisitorial Española.
La solidaridad intercontinental explica también el por qué Ricardo Mella permanece ligado en los años posteriores a jóvenes deportados de mayor renombre –caso de Julio Camba o Antonio Apolo-, animadores de El Rebelde (Madrid, 1903-1905), periódico que se sostiene en parte con la venta de la producción intelectual del propio Mella y en los que vuelven a comparecer sus seudónimos familiares, caso de E. Serrano…
El éxito de la campaña internacional nos parece, pues, indiscutible. Y tuvo otra dimensión de enorme e imparable alcance.
Como anticipó Rafael Pérez de la Dehesa hace muchos años, además de los periódicos libertarios, publicados en distintas lenguas, prestigiosas revistas y diarios burgueses (gallegos, españoles e internacionales) se posicionaron en el mismo sentido que las fuentes libertarias. Era el comienzo, pues, de un proceso que no tuvo marcha atrás, hasta lograr la fusión definitiva. Esto es: cuando expresiones como aquella de Mella y Prat (“Frente a los crímenes cometidos por la burguesía española en su sed insaciable de venganza y de exterminio”) tuvieron que ir matizándose, para ajustarse a su propia experiencia como escritores revolucionarios que enriquecieron -en la prensa libertaria y en la prensa burguesa– la magnífica alta cultura de la época…
La controversia pontevedresa con Martínez Ruiz (el final de una amistad)
El 10 de mayo de 1897 Diario de Pontevedra daba cuenta de la muerte de Jacinto Cea Fernández, el propietario pontevedrés de La Elegancia, después de larga y penosa enfermedad irreversible. Ante la dramática circunstancia, el familismo volvió a funcionar.
Yo atribuyo a este tramo terminal de su tío Jacinto la presencia frecuente de Ricardo Mella en la ciudad de Pontevedra, meses antes de su asiento posterior en ella (desde octubre).
Fruto de esas visitas reiteradas fue el inicio de su colaboración en el diario La Unión Republicana (desde el 2 de marzo de 1897). Esto es: cuando José Prat estaba a punto de salir de Nueva York para Buenos Aires, dispuesto a completar la acción internacional iniciada en Londres un año antes (julio, 1896), como consecuencia del atentado del Corpus y de los Consejos de Guerra que precedieron a las ejecuciones de Montjuich. Un movimiento que Ricardo Mella va a ayudar a tejer en el intermedio, primero en Vigo, después en Vigo y Pontevedra.
En ese intermedio (agosto, 1897), casi al mismo tiempo que estallaba la noticia de que Antonio Cánovas del Castillo había sido asesinado por el anarquista Angiolillo en el balneario de Santa Águeda (día 8), Ricardo Mella volvió a escribir a Hamon.
No le sería posible cumplir en el plazo estimado la entrega de Le socialisme en Espagne. La situation politique et sociale de l’Espagne, que había comprometido con su revista L’Humanité Nouvelle. Incorporado en ese momento como topógrafo ferroviario al tramo Carril-Pontevedra, volvía a su vida itinerante, ahora con residencia temporal en Villagarcía de Arosa. Urgían los estudios técnicos previos a la inmediata puesta en marcha de las obras, razón de que su ensayo apareciera publicado en noviembre, cuando ya estaba perfectamente instalado de manera estable en Pontevedra.
El magnicidio de agosto convirtió en peligrosos los meses posteriores.
Augusto González-Besada, que continuaba siendo gobernador civil de Pontevedra, amparó en la provincia distintos palos de ciego de la policía, dirigidos contra los “anarquistas”, por lo que en la correspondencia Mella-Hamon (la mejor conocida) todos los corresponsales de Ricardo se ven inducidos por éste a extremar los cuidados que el propio Mella les indica. Estaban hartos de saber que el secreto de la correspondencia no existía (ni existirá) en tiempos de barbarie gubernamental y espionaje político-inquisitorial, tan de uso corriente -no sólo en España- incluso en nuestros días…
Sabemos por esa correspondencia que sólo con la nueva llegada de Sagasta a la presidencia del Consejo de Ministros (4-X-1897) se abrió un campo a la esperanza de que la actividad societaria se pudiera restablecer. Sin embargo, en el habitual relevo de gobernadores, llegó a Pontevedra para ejercer el cargo Antonio Llamas Novac (desde el 21-X). Un avezado político liberal-demócrata, ex presidente de la Diputación de Coruña (1886-1892) y ex gobernador civil de Orense (1892-1895), con una rama familiar (los Puig-Llamas) bien asentada en Pontevedra.
Buen conocedor del anarquismo coruñés y de los movimientos sociales de la Galicia Sur, Llamas resultó más permisivo que Besada. Pese a ello, cuando el movimiento obrero pontevedrés (con gran despliegue de las sociedades agrarias de inspiración obrerista recién constituidas) convoque a su gran mitin de protesta en favor de la revisión de los procesos de Montjuich, Mella justificó su inasistencia (La Unión Republicana, “Las infamias de Monjuich”, 22-III-1898). Su lucha seguía siendo discreta, clandestina…
Meses antes, en noviembre de 1897, cuando apareció publicado en L’Humanité Nouvelle el texto citado, Mella intensifica su colaboración con La Unión Republicana. El día 21 apareció el primer artículo de la controversia anunciada
“Je suis citoyen”, que es el título, va dedicado expresamente “A mi amigo J. Martínez Ruiz”. Respondía así a otro artículo de éste publicado en El Progreso, periódico que dirigía Lerroux, y que Mella leía por entonces en Pontevedra, acaso en la misma redacción de La Unión.
En ese primer artículo, ya se muestra duro, pero entrañable. Le parece extraño que “un escritor revolucionario” (así lo caracteriza) llegue a defender la vida retirada, horaciana, como un Fray Luis de León redivivo. Presupone que el “Je soui paysan” de Martínez Ruiz o era una boutade o fruto de un momento de desánimo. Nada más.
Mella, bien por el contrario de lo que Ruiz (que es como le llama), no quiere nada del campo, ni siquiera un cortijo. Prefiere la guerra abierta de la ciudad a la paz retirada de los campos, a los que iguala en su monotonía. Por eso concluye con un “quiero pelear por mis ideales, gozar la febril existencia de las grandes ciudades”.
Quiero, sí, antes caer vencido en ese combate formidable entre el yo egoísta y el yo universal humano, que agonizar lentamente en la irritante lentitud de la vida campesina”.
Y se lo dice alguien que, al vivir en una pequeña ciudad como Pontevedra, rodeada por una horticultura floreciente y un paisaje exuberante, vive a diario entre el campo y la ciudad.
Yo voto por la existencia de la ciudad y acepto solamente el campo si se realiza la tesis de Kropotkine y los ciudadanos en alegres grupos y temporalmente, resuelven acometer las faenas que hoy realizan como esclavos unos cuantos desdichados a quienes se niega todo elemento intelectual.
Dadme la ciudad, cuanto más grande mejor, con todos sus inconvenientes, y haced de las faenas agrícolas una fiesta, como Kropotkine quiere, y entonces yo seré ciudadano y campesino en una sola pieza, pero entre tanto, amigo Ruiz, “Je suis citoyen, toujours citoyen”.
El 2 de diciembre de 1897, de manera acaso inesperada, Martínez Ruiz le contestaba en El Progreso, en su sección “Avisos del Este”, reafirmándose en sus posiciones. Prefería la soledad y la naturaleza al brutal egoísmo de las capitales. Y lo razonaba de este modo:
Sí, querido Mella, aunque usted no quiera; esto está perdido. Je suis paysan; hay que marcharse al campo, ver cielo azul, arboles, agua corriente y cristalina que salta de peña en peña y se pierde entre el ramaje.
Yo prefiero la soledad tranquila, el silencio, el apartamiento de Ateneos, cafés, ‘círculos literarios’; yo prefiero estar solo al trato de unos mismos hipócritas, a las cortesías mentidas, a la anodina charla diaria sobre temas siempre iguales, a la alabanza aduladora y al golpe traidor, a la mentira, en fin, y al frío de estas grandes ciudades irreligiosas.
Sí; es mejor estar solos, querido Mella. Ni ciudad, ni pueblo, ni Ateneo, ni Casino, ni caballeros sabihondos, ni jóvenes palurdos.
Es mejor estar aislados en medio de la Naturaleza, en el campo, rodeados de gentes que no entienden de arte, de literatura, de política, solos, en eterno monólogo, en preocupación perpetua de los grandes problemas; sin más amigos que los libros, ni más afán que el trabajo fecundo, silencioso, desinteresado…».
Fue demasiado. Mella no lo podía creer, pese a que era algo así como un anticipo de lo que Martínez Ruiz iba a ser en la madurez del Azorín clásico. El “divino reaccionario” entraba en vísperas.
El 12 de diciembre de 1897 La Unión Republicana ofrecía a sus lectores la contundente respuesta de Mella en sus “Domingos literarios”. El escritor revolucionario, como sucediera con Unamuno, dejó de interesar –al menos como revolucionario– al autor de “¿Misantropía?”:
¿Es usted, amigo Ruiz, un luchador desesperado? ¿Tiene usted horror al trato de gentes?
No lo creo, no lo puedo creer.
Sus últimas cuartillas reafirmando el Je suis paysan me han llenado de tristeza.
Que esto está perdido ¿quién lo duda? Pero está perdido en la capital y en el pueblo, en la villa y en el campo. Está perdido y lo estuvo siempre, porque los tiempos pasados no fueron mejor que los presentes”.
Mella le invita a ir al campo con los ojos abiertos, para ver lo que allí se trajina, sin inventarlo. Como en los cuadros sociales que había anticipado en El Estudiante, le recuerda “La Verdad”: el hambre, el frío, el caciquismo, la mendicidad, el sometimiento, la esclavitud del trabajo sin fin. Ni siquiera la soledad que Ruiz anhela se encuentra allí. Se está más solo en medio de las multitudes -le dice- que en el campo.
¿Es usted misántropo?… Sin los desaguisados de la vida ordinaria, sin las innúmeras maldades que V. relata, ¿qué haría un luchador como usted?”…
Paréceme, querido Ruiz, que algunos escritores en fuerza de avanzar recorren el círculo malsano de la teología y no son más que místicos al revés, porque tengo para mi que nada hay más fuerte que un hombre apoyado firmemente en esa masa abigarrada donde todos parecen lo que no son…, en toda esa masa cómplice de todas las maldades y factor único de todos los bienes. Tengo para mi que el individuo, que es todo, no es nada sin el apoyo, el concurso, la influencia de la multitud innominada de donde surgen así las pequeñas cosas como las grandes acciones.
Luchador, hoy como siempre, amigo Ruiz, no quiero la soledad, que me da frío, quiero el bullicio de la vida… y cuando el momento llegue de la suprema soledad, caer rendido en pleno combate, viendo como recogen las abandonadas armas la legión de los jóvenes, de los que vendrán después de nosotros para continuar la lucha y para vencer”.
Esta vez no hubo respuesta. Entre el anarquismo estético de Azorín y el “querer es poder” del veterano libertario se abrió un abismo infranqueable. Y cada cual prosiguió su camino…
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Como remate, sólo pondré hoy esta coda final, desconcertante, porque entreabre otra veta desconocida (y hasta misteriosa) del extraño Mister X alicantino en relación con sus devociones atlánticas.
Si repasan desde aquí la cronología de lo que les he contado a propósito de su amistad con Emilia Pardo Bazán, verán cómo -justo a raíz de la controversia con Mella- Azorín refuerza la relación epistolar y física con la gran dama de la literatura española de aquellos años de entresiglos, siendo plenamente correspondido por ella. Y ya no tardará en producirse el primero de sus dos viajes conocidos a Galicia (cuando el famoso eclipse de 1905). ¿Dos viajes? ¿O hubo tres?
Nosotros sabemos de otro o de una derivación discreta del primero. Fue perfectamente rememorado por una acompañante gallega de cierto renombre, algo más joven que doña Emilia. Azorín lo mantuvo en secreto. Quede para otra ocasión el relato de lo que se entrevé a través de ese silencio.
Lo que sí parece probado es que, al mismo tiempo que se producía esa comunión con lo que Emilia significaba, la firma de José Martínez Ruiz -como tal y como Azorín- desapareció del listín de escritores revolucionarios que difundían las publicaciones proletarias a las que había accedido a través de sus antiguos amigos y admiradores anarquistas. De manera particular, Ricardo Mella…