-Tengo que reconocer que, haciendo tortillas de patatas y friendo pimientos, no hay quien te gane.
-Pues agradécemelo llevándote el café al salón para seguir con el Hierón de Jenofonte
-Y para darte una mala noticia.
-¿Qué ha ocurrido? ¿Le ha pasado algo a María?
-¡Qué va! ¿Por qué? Sólo que, al referirle lo que habíamos hablado sobre Platón y Jenofonte, me comentó que, si bien es muy probable que el Hierón sea posterior a la Carta VII, no la relacionaría con su redacción. Que, en cambio, tuviésemos en cuenta que, según Ateneo, Jenofonte había visitado Siracusa en tiempos de Dionisio I, y que, en las Helénicas y en otras de sus obras, refiere muchas historias de tiranos que ayudan a contextualizar mejor la puesta en escena del diálogo.
-¿Y esas eran las malas noticias?
-No, que va, sino que María me ha hablado de un autor, al que ella lee con frecuencia, que había escrito un largo ensayo sobre la tiranía, tomando el Hierón como punto de partida.
-¿Lo conozco yo?
-No sé. Nunca te lo he oído nombrar. Leo Strauss.
-¡Ah, sí! Hace años leí un ensayo suyo sobre cómo se las apañaban algunos escritores para escapar a todo tipo de censuras. ¿Y no vamos a poder seguir hasta que lo leas? ¡Pues qué rabia!
-No, seguiremos. Sería muy mala señal que, por no haber leído un libro, no se pudiese tratar de un asunto. Por otra parte, María me subrayó un aspecto de la democracia antigua que no deberíamos perder de vista.
-Oye, no sería mejor que la dijeras que se sumase a nosotros.
-La encantaría.
-Por ti sobre todo.
-Y por ti también. Pero las clases y el libro que está escribiendo le dan mucho trabajo. No obstante, me ha prometido que, cuando encuentre un hueco, nos acompañará. Porque, además, me quiere leer unas páginas de lo que ya lleva redactado de su libro.
-¿De qué va?
-De la República de Platón. Y poco más te puedo decir. Solo que no la lee para identificar el pensamiento de Platón, sino para exponer las posiciones políticas de los personajes que participan en función de las diferencias de edad. Destacando las tensiones que se dan entre los jóvenes y Sócrates.
-Muy propio de ella. Pues la invitamos a mis tortillas y mis pimientos y que nos lo cuente con más detalle.
-Entonces seguro que viene corriendo. Porque en su casa no tiene ni patatas fritas.
-¿Y qué come?
-Pinchos en los bares. Cualquier cosa. María no es una exquisita como tú.
-Ella que se lo pierde ¿Y qué es lo que no deberíamos perder de vista?
-Cómo se podían hacer reformas en las democracias griegas y, en concreto, en la Ateniense, que, si no era la única, las otras pocas la imitaban.
-Pues si el profesor del que lo aprendí no me confundió o yo se lo entendí mal, levantándote en la Asamblea y exponiendo tu propuesta.
-No se si será a lo que se refería María. En cualquier caso, ha quedado en mandar un correo electrónico sobre la democracia ateniense que seguro que está ya en el ordenador. Acércamelo que lo abro. Sí, aquí está.
-¡Qué cumplidora es esta mujer!
-Mucho ¿Te lo leo?
-¡Anda tú! Claro.
-Pues escucha: “Queridos. Para que os hagáis una idea del funcionamiento de la democracia Ateniense y la comparéis con la democracia moderna, imaginaos que todos los ciudadanos de una democracia moderna en edad de votar poseyeran un portátil, con identificador personal, desde el que pueden participar, si lo desean, sobre los asuntos públicos, seleccionados por un órgano independiente, formado por ciudadanos elegidos por sorteo, que los habrá hecho públicos en el portal de la institución central, junto con la fecha de la votación, para que sean analizados por los ciudadanos, cada uno por su cuenta o formando grupos. Llegado el día señalado para votar las propuestas, a quienes les apetezca intervenir, puesto que no es obligatorio, marcan en el cuestionario de la pantalla “sí” o “no”, teclean “enviar” y se acabó. Sumados los síes y los noes, las propuestas ganadoras se aplican sin más trámites. Por otra parte, cualquier ciudadano puede enviar al organismo central sus propias propuestas, a las que se les aplica el mismo procedimiento. Y, para acabar, os añado una cita, tomada de un especialista, James Redfield: “El pueblo Ateniense era todo, Congreso, Gobierno, Administración de Justicia […]. El pueblo, o tantos ciudadanos como se presentaban un día cualquiera a la Asamblea, votaban cada una de las leyes, como si nosotros nos gobernáramos mediante referendos diarios. No había un presupuesto general. Cada gasto se votaba en su momento y tenía que ser aprobado por la Asamblea. Había funcionarios, elegidos, salvo unos pocos, por sorteo, pero tenían escasa autoridad”. Y aquí lo dejo que tengo que salir corriendo a mis clases. De encontrar un hueco, os mandaré una nota complementaria sobre filosofía y política. Un beso y que os sirva de ayuda. María”. ¿Qué te parece?
-Claro, Atenas era una democracia directa, como los concejos medievales, de cuyo funcionamiento he sido todavía testigo en mi pueblo, aunque para asuntos muy específicos, como el reparto de los pastos o la distribución de determinadas tareas, como, por ejemplo, la limpieza del bosque.
-Si, pero imagínate ahora en el pellejo de Platón. Que te levantas en la Asamblea y propones que se vayan todos a su casa y os dejen gobernar a los pocos que, por vuestra naturaleza, mezcla de barro y oro, sois los únicos con condiciones naturales para hacerlo. La noble mentira que todos deberán reconocer para instaurar una sociedad justa.
-Ya. Y me presento protegido con una armadura reforzada para que no me rompan la cabeza a pedradas.
-Pues ya está dicho todo. O se cuenta con un tirano joven, sabio, que no esté pervertido, o se expone la propuesta en palabras escritas, como en la República, y a rezar para que aparezca un benefactor que la haga suya.
-Hay otra salida. Podía hacer lo que tú me contaste de Pitágoras en Tarento, o ya en Samos: atraerse a un número suficiente de conciudadanos en apoyo de sus ideas y juntos hacerlas votar en la asamblea. Vamos, una especie de partido político.
-Lo intentó. O es lo que cuenta en la carta VII. Que trató de reunir un grupo de amigos, dispuesto a entregarse a una empresa radicalmente reformadora, pero que no los encontró, o no los suficientes. No obstante, sin desesperar de que, en cualquier momento, se presentase la oportunidad. Por otra parte, Pitágoras lo había intentado en ciudades gobernadas por oligarquías, no en una democracia asamblearia. Y ya sabes cómo acabó.
-Y también cómo Platón acercándose a un tirano.
-¿Pero no te parece mucho más difícil convencer a ciudadanos que participaban, o eso pensaban, en la toma de decisiones asistiendo a la Asamblea, de que no eran ellos, sino otros, quienes, legitimados por las nobles mentiras, poseían el derecho exclusivo a gobernar? Y me dejo en el tintero lo que, a mi entender, es lo más contradictorio de la democracia con el pensamiento de Platón.
-No entiendo ¿Qué?
-Que él, como muchos de nuestros políticos y líderes de opinión, incluso algunos de nuestros amigos, dan por supuesto que no hay puntos de vista, los cuales, para expresarlo poéticamente, se mueven como veletas, según sople el viento; por lo que, en unas circunstancias, la opinión mayoritaria votará a favor de unas propuestas y en otras a otras. En cambio, ellos no admiten más propuestas que las suyas. Es decir, una única verdad; y cualesquiera otras maneras de entender un asunto se juzga una defensa de intereses particulares, egoístas.
-¿Me estás diciendo que, una vez instaurado el régimen político platónico, ya no podían darse cambios?
-Pues no. Salvo los que el grupo dirigente considerara y presentara como derivaciones de esa verdad absoluta, conocida únicamente por ellos. O mejor dicho, todo aquello que no revierta en el régimen anterior, fracturado en dos bloques hostiles, el de los ricos y el de los pobres, los cuales a su vez se subdividían en pluralidades de intereses particulares. ¿Qué piensas que es un régimen político?
-Mira, tengo la cabeza hecha un bombo y no sabría qué decirte.
-Acuérdate del principio básico de las nobles mentiras.
-¡Ah, ya! Que a unos les corresponde gobernar y a otros obedecer.
-Exactamente. Un régimen político, lo que los griegos llamaban una politeia, define las reglas por las que se legitiman los que gobiernan en cada momento. Y estarás de acuerdo conmigo que quienes piensen, como Platón, que sólo hay una solución para cualquier cuestión social, como si se tratase de un problema matemático, de ninguna manera admitirán legitimidad para gobernar a quienes presenten otras distintas a las suyas.
-¡Y yo que me he pasado, desde que te fuiste, dándole vuelta a si se sabía algo del Platón de la historia!
-¿Y eso qué es?
-¡Qué va ser! El Platón que escribió los diálogos, en los que no aparece para nada, y de quien sólo se conoce lo que escribió sobre sí mismo en la carta VII, sobre cuya autenticidad los especialistas no parecen estar de acuerdo.
-En algunos diálogos se le menciona, pero solo con su nombre, sin más detalles. Aparecen e intervienen Sócrates, Gorgias, Parménides, Zenón, Critias, Timeo y un largo etcétera; en cambio, él nunca.
-O sea, que se podía suponer que esos personajes exponían sus propias teorías y que Platón no era más que el magnetofón que las recogía.
-Generalmente de otros, ya que él no había podido estar presente.
-¡Es verdad! Entonces como Cervantes, que habría copiado del manuscrito de Cide Hamete Benengeli las conversaciones de don Quijote y Sancho, entre ellos o con el cura, el barbero, los mesoneros, los duques, la sobrina, el ama y todos los demás personajes.
-Con la diferencia de que, para los lectores de los diálogos de Platón, los de entonces y los de ahora, todos esos nombres que has citado no eran personajes ficticios y que Cervantes no parece que haya escrito el Quijote para que algunos de sus lectores les diera por hacerse caballeros andantes.
-¿Y sí Platón con el fin de ganárselos para la filosofía?
-Al menos se sabe de una muchacha que, después de leer la República, se vistió de hombre para poder ingresar en la Academia, y de un campesino corintio que, tras la lectura del Gorgias, vendió sus viñedos para lo mismo. Por no mencionar a Aristóteles, quien debió leer algunos de sus diálogos en Macedonia y tal vez por eso eligió su escuela.
-Déjalo ya. Que a nosotros quien nos interesa es Platón y su vocación política, puesto que su vinculación con el Hierón de Jenofonte María nos la ha chafado. Aunque nos queden esos otros tiranos que, según ella, menciona en sus obras.
-Y por parte de Platón, algunos de los que menciona él. Dos de los cuales eran familiares suyos. Porque no olvides que la familia de Platón venía participando en la política ateniense desde las reformas de Solón y que él se había propuesto hacerlo tan pronto como tuviese edad para ello; y a punto estuvo cuando, al acabar la guerra del Peloponeso con la victoria de la Liga Espartana, triunfó en Atenas, con el voto de la asamblea, la revolución oligárquica de los Treinta.
-¿Y ese nombre?
-Por el número de sus cabecillas, entre los cuales algunos familiares de Platón: un hermano de su madre, Cármides, y un tío de la misma, Critias, de quien tal vez hayas oído hablar.
-Me suena. ¿No da título a uno de sus últimos diálogos?
-Sí. Y fue tal vez el más sanguinario de todos los que instauraron la oligarquía ¡Con decirte que se proponía despoblar el territorio con el fin de impedir la reinstauración de la democracia!
-¡Qué tipo!
-Pues te leeré un texto que te sorprenderá
-Lo tendrás que dejar para más tarde porque me tengo que marchar. Como te dije, he quedado con Pepe para comer.
-¿No puedes esperar unos minutos para que te lea un fragmento de una tragedia suya, Sísifo?
-Si sólo son unos minutos
-Los que se tarda en ir a buscar la cita y que tú me traigas un vaso de agua.
-Venga. Vuela –y, cuando volví con el agua ya estaba esperando.
-Te lo leo y te marchas: “Hubo un tiempo en que la vida de los hombres era desordenada, bestial y esclava de la fuerza, en el que no había ni recompensas para la virtud ni castigos para los malvados. Después, los hombres concibieron la idea de imponer leyes como instrumento de castigo con el fin de que la Justicia fuese señora absoluta y tuviese a la fuerza de sirvienta. Y si alguno delinquía, se le castigaba. Pero como las leyes sólo lo pueden hacer con los actos de violencia manifiesta y como los hombres siguieron cometiendo crímenes en secreto; entonces, un hombre, con ingenio y experiencia, se dio cuenta de la necesidad de un preventivo para cuando se meditaban o se realizaban las acciones en secreto. Con ese fin, introdujo lo divino, afirmando que había un dios que oía y veía en la mente de todos, lo que le permitía conocer cuanto sucedía entre los mortales. Y por muy en secreto que se pongan a planear el mal, no escaparán…
-¿Qué es ese pitido?
-El ordenador. Que me han enviado un correo. Seguro que María.
-¡Y yo que me tengo que marchar! ¡No se te ocurra abrirlo hasta que no vuelva! Y ya hablaremos de lo de Sísifo. Me voy a vestir y salgo corriendo. Hasta luego.