La crisis de la esperanza

¿Tu crees que hubo en España algún Gobierno peor que éste, desde Fernando VII?

Reconozco que me sorprendió la pregunta, por venir de quien venía y porque el tono distaba de ser irónico.

La cabeza de mi interlocutor está bien amueblada. Su información se renueva con la lectura constante en distintas lenguas. Y no fue nunca de los que creen que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Así pues, forzado por su pregunta, tuve que ir desplegando –a modo de juego- este razonamiento.

Fernando VII gobernó, sobre todo, en absoluto; pero también hubo de hacerlo (a regañadientes) en liberal. Siempre lo hizo con camarilla y, básicamente, con cinco ministerios (Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina y Hacienda). En su largo mandato (1814-1832) tuvo muchos ministros; pero los de mayor peso específico duraron años y, a falta de auténticos partidos políticos, actuaron desde posiciones enfrentadas. Uno de ellos (paisano nuestro y el adversario más encarnizado del famoso Calomarde) cruzó todo el segundo mandato de Fernando como rey absoluto (1823-1832). Pese a ello, aún hoy reconocemos tirios y troyanos que fue un ministro de Hacienda excepcional. Su campo de competencias era enorme; por lo que fue quedando claro que Luis López Ballesteros ya creía poco en el absolutismo. Apoyándose en parte en los afrancesados, sus más encarnizados adversarios (los carlistas de después) lo denunciaron por profeta de una revolución legal que tenía por inevitable. Y es cierto que, al dejar la cartera, había alfombrado el camino de la Revolución Liberal. Esto es: la única Revolución digna de ser escrita así, con mayúsculas. De la que continuamos viviendo todos. Incluso los que se las gastan de socialistas de la clase (abundantísima) de los despilfarradores.

 

Las Camarillas

Reconozcamos que, hoy por hoy, ministros y políticos con visión de juego comparable a la de López Ballesteros brillan por su ausencia en el país del regate en corto y la zancadilla al adversario. No sólo en el área económica y hacendística.

En el actual Gobierno, los ministros y ministras ni pían ni dan chío. Tampoco hay políticos de ese fuste en el Parlamento. En este costosísimo aparato, todos actúan siguiendo órdenes mecánicas de los Partidos  burocráticos que los ha encasillado bajo sus siglas, tras captarlos en distintos cuerpos que cobran 14 pagas del Presupuesto. Ni metafísicamente pueden entender a los empresarios, a los autónomos, a los trabajadores que tienen que inventar su día a día, sin ponerse enfermos… No los hay, pues, en el banco azul, en las bancadas del Gobierno, en ningún otro grupo de la oposición, ni en los actuales sindicatos.

En lo de gobernar en absoluto y en liberal (si bien confundiendo de continuo liberalismo, socialismo, estado social del binestar, social-democracia y despilfarro) coinciden bastante (y con los sindicalistas de idem de idem) en casi todo. También es cierto que en el presidencialismo imperfecto que disfrutamos actualmente, el Jefe del Ejecutivo parece atender más a los dictados de una especie de camarilla profesoral que a su propio Consejo de Ministros. En las últimas semanas ese despotismo ha perdido la arrogancia, expresada a diario hasta no hace muchos meses, cuando calificaba de históricas todas y cada una de sus ocurrencias, coreadas hasta el paroxismo por los medios de comunicación adictos. Coreadas incluso cuando hacía el ridículo en los foros internacionales, ajeno por completo a la evidencia de que estaba presidiendo una debacle particular y descomunal que puede ser el único legado realmente histórico que nos quede de sus mandatos.

En todo lo demás, las comparaciones se hacen más difíciles de establecer, aunque –como se trata de un juego- podemos intentarlo.

 

Gobiernos de funcionarios para funcionarios

Basta con echar un ojo a las guías bicentenarias (el Kalendario Manual o Guía de Forasteros por ejemplo) para advertir con nostalgia que los altos cargos de los cinco departamentos ministeriales fernandinos eran más que reducidos. No tienen nada que ver con los actuales del felipismo, el aznarismo o el zapaterismo. Con tan escasos efectivos en su entorno, los gobernantes de antaño tenían que valérselas para gobernar, y gobernaban. Incluso una Revolución de enorme alcance…

Lo que va de ayer a hoy en este aspecto produce escalofrío, pero la incultura contemporánea que padecemos todo lo tapa.

Este presidente, que no se enteró siquiera de que su pavoneo iba al unísino con el fango de una crisis económica monumental, continúa hoy con 17 ministerios, servidos por ni se sabe cúantos funcionarios centrales. Además de ellos, se habla de la existencia en nómina de varios cientos de consejeros presidenciales.

Hay que suponer, pues, que sean consejeros de esa especie de camarilla profesoral que le rodea, loando y sugiriendo sus costosas ocurrencias, siempre tirando de la palabrería social y el despilfarro manifiesto.

 

La España de las Autonomías

A mayores de éstos, cada uno de los 17 ministros alimenta a otros cuantos consejeros y secretarios de Estado. Un lujo del que también tiran los presidentes de las 17 Autonomías, los conselleiros y los presidentes de los Parlamentos centrales y autonómicos, sin olvidar a los delegados del Gobierno Central.

Otro mundo éste, el de las Autonomías y los parlamentos (centrales y autonómicos), desconocido por completo por Fernando VII, donde reina al mismo tiempo la locura política y el mismo desenfreno que en la Administración Central, sin que los servicios (para cuya mejora nació la llamada España de las Autonomías) hayan mejorado, ni acelerado sus trámites, ni logrado que la productividad de sus funcionarios justifique los sueldos que se les pagan. Sólo su costo, francamente inasumible, se incrementó.

Ni el presidente ni nadie puede gobernar, en Madrid o en las múltiples baratarias locales, provinciales o mediocráticas, con parafernalia semejante; ni ese desbarajuste puede continuar pesando eternamente sobre aquello de lo que más recelan los burócratas inútiles del universo: el aparato verdaderamente productivo de un país, los empresarios y los trabadores dignos de tal nombre, empezando por los autónomos. El paro descomunal es el primer síntoma, dramático, de semejante ineficiencia pública de los burócratas gobernantes de cualquier color.

 

El saqueo del Estado

En España el saqueo del Estado por parte de los empleados del Estado adopta formas normales. Viene tan de viejo como las corruptelas, las corrupciones, el caciquismo y el espionaje reinante en una de las Administraciones más politizadas, caras e ineficientes del planeta.

Pongamos un único ejemplo más que bicentenario a modo de cierre, dado que goza de la más rigurosa actualidad.

Cuando Fernando VII aún era Fernandito, vino a España el hermano lingüista y político de los Humboldt. Entrevistó en Madrid a buen número de personalidades de aquella coyuntura. Como era alemán, fue anotando con especial rigor las opiniones que más le chocaban, al tenerlas por diferentes de lo que ya por entonces sucedía en su país de origen. Las asoció, además, a los nombres de quienes se las manifestaron. Entre las sustanciosas anotaciones que hoy podemos leer en su diario de aquel viaje por la España de 1799-1800 se encuentra ésta, directamente relacionada con los bolsos, los trajes y los espionajes legales del adversario en 2009:

Es costumbre generalmente admitida que los funcionarios (españoles), del más humilde al más alto, acepten regalos… Se habla de una persona (su informador, sin duda) que habría dado, sólo para que le resolvieran un asunto, 50.000 pesos sencillos (7.500 libras), y asegura que, de no haberlo conseguido, ahora estaría acabado.

* * *

Las crisis nunca son malas. Lo malo es que no aprendamos de ellas. Que, tras las apariencias de modernidad, los grandes problemas históricos se mantengan frescos y lozanos, sin que nadie ose siquiera identificarlos como tales.

En 1975 ya no éramos tan jóvenes; pero teníamos la esperanza de que la muerte del general Franco podría traer un cambio drástico en todos los aspectos. Pasados 34 años, estamos donde estábamos; pero mucho peor en lo que hace a la experiencia personal, porque eso de la regeneración desde dentro de la casta político-burocrática gobernante es un cuento tan viejo como el juego antiquísimo que les he propuesto.

La crisis de la esperanza es mucho más demoledora aún que la debacle económica.

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