Después de cuarenta años de ausencia, retorno a este gran país, que para mi es una segunda patria, porque aquí me crié, aquí he vivido con mis padres, aquí nacieron mis hermanas, aquí vive la mitad de mi familia y de aquí he salido un día con lágrimas en los ojos (…).
Yo he sentido el dolor del destierro a través de otros países; pero al pisar estas tierras de mi infancia me siento redimido de todo dolor de ausencia y de soledad.
Alfonso R. Castelao
Salutación Radiada al retornar a la República Argentina
Buenos Aires (Julio, 1940)
Casi al mismo tiempo que Castelao retornaba como figura simbólica de una España vencida (y como desterrado) a la República Argentina, su antiguo amigo Francisco Javier Sánchez Cantón alcanzaba en Lisboa (en un encuentro directo con Francesc Cambó) el mayor éxito profesional de su carrera.
Aunque los dos amigos habían vivido la guerra civil fuera de la Galicia natal y en la zona republicana, acabaron en campos antitéticos.
Francisco Javier, por el contrario de Castelao, fue reconocido por los vencedores desde el primer momento.
En la guerra civil (1936-1939) había acontecido lo contrario.
Mientras Castelao, diputado del Frente Popular, apoyó de manera incondicional a los sucesivos Gobiernos de la República, Sánchez Cantón fue de tropezón en tropezón con ellos, estuvo a punto de ser internado en un psiquiátrico y acabó siendo cesado por el gabinete republicano-socialista de Negrín, el 11 de enero de 1938.
Debido a ello, tanto él como los familiares que lo circundaban en Madrid, las pasaron canutas (como se dice), hasta la entrada definitiva de las tropas del general Franco. Aunque las angustias del desabastecimiento generalizado de la población continuaron durante muchos meses, el 31 de marzo de 1939 Francisco Javier recuperó todas sus competencias burocráticas y directivas en el Museo del Prado. Un día antes del histórico mensaje radiofónico, comunicando el final definitivo de la contienda.
Las consecuencias de una guerra civil
(Viejos amigos, nuevos problemas)
En septiembre de 1939, tras haber abierto al público las puertas de la pinacoteca y de ceder la dirección (que ejerciera en funciones) al reintegrado Álvarez de Sotomayor, Francisco Javier pudo gozar de las primeras “vacaciones” pontevedresas de posguerra.
Habían pasado cuatro años y la emoción del retorno se puede presuponer, si bien con anterioridad, además de normalizar el Prado, había ido restableciendo la conexión (postal y telegráfica) con sus colaboradores de Pontevedra y Galicia.
Al comprobar que continuaba contando con el respaldo inequívoco de la Gestora que gobernaba la Diputación Provincial de Pontevedra, Sánchez Cantón retomó la dirección –desde Madrid- de su museíto pontevedrés, paralizado casi por completo durante los años de contienda. Tuvo que orientar por tanto, desde la distancia, distintas cuestiones perentorias que se sucedieron. Alguna harto delicada. Ésta, sobre todo.
Por un casual, cuya razón de fondo explicaremos de inmediato, fue en esos meses de ausencia que precedieron al primer retorno cuando se incorporaron los fondos procedentes del difunto director formal de su Museo: Casto Sampedro, fallecido en plena guerra (1937). Y también fue en aquel entonces cuando la institución pasó a contar (para controlarlo) con uno de los espacios más emblemáticos de la Bella Helenes: las “ingentes y románticas” Ruinas de Santo Domingo, cuyo concepto había de ajustar a su criterio museístico en pocos años: “Sección inicial del Museo, pero la postrera en el orden de su moderna instalación”, escribirá el mismo en 1950.
Comenzaba así, antes incluso de ese retorno físico (insistimos), una nueva etapa de notoria actividad museística, acelerada –por lo que se refiere a Pontevedra- en los meses “vacacionales”.
Como resultado final, se produjo (en Pontevedra y Madrid) este contraste: que en cinco años de máxima escasez en todos los órdenes de la vida gallega y española (1939-1944), el Museo del Prado y su museíto cambiaran de dimensión. En este último caso, pasando a contar con dos palacetes urbanos, perfectamente comunicados entre sí, y las Ruinas de Santo Domingo. Era –qué duda cabe- una especie de milagro local. Humilde; pero sorprendente, dado el contexto de hambruna interior y guerra internacional. Y tal prodigio acrecentó la influencia del artífice, porque no pasó inadvertido de cuantos tuvieron la agudeza de observarlo y entenderlo. Dentro y fuera de Galicia.
Se entiende, pues, el orgullo del artífice al comunicar a su amigo Cambó semejante prodigio, en medio de las simultáneas mejoras que se estaban introduciendo en el Museo del Prado: “Mi juguete de vaciones… Me enorgullezco de que va siendo ejemplar de Museos locales, y… sin dinero” (1944)
“Responsabilidades políticas”
(La emergencia de Portela Valladares)
Fue en aquellos meses que precedieron al primer retorno (el de septiembre, 1939, insistimos) cuando Francisco Javier tuvo que enfrentarse con asuntos harto delicados, en los que llegará a tener decisiva participación.
Me refiero a las incautaciones de patrimonios, personales e institucionales, como consecuencia de las penas por responsabilidades políticas que los Tribunales de la Nueva España del general Franco estaban instruyendo. Afectaban (por lo que se refiere a este Episodio) a dos antiguos amigos pontevedreses: Manuel Portela Valladares y Castelao. Y a una institución galleguista de la que había formado parte, con evidente orgullo, antes de la guerra: el Seminario de Estudios Galegos.
Tres casos muy distintos, pero que acabarán por fundirse de manera tan lógica como prodigiosa con el paso de los años. Cada uno con su potente carga política de profundidad.
La unión de los dos palacetes que nuclearon su Museíto en los años cuarenta del pasado siglo fue uno de los espacios preferidos de Sánchez Cantón. Donde situó la mesa de piedra y la tertulia de verano. |
La gestión del patrimonio de Alfonso R. Castelao le afectaba en lo más profundo. Sólo él y el desterrado sabían por qué (y, muy pronto, los lectores de LA CUEVA DE ZARATUSTRA compartirán con ellos ese secreto íntimo). Un secreto dotado, por tanto, de profunda carga emocional.
La gestión de los bienes incautados a Portela Valladares, como la situación institucional del Seminario de Estudios Galegos, también le atañían. Sobre todo, el primero de estos patrimonios, porque habiéndose iniciado con la ocupación militar de su diario, El Pueblo Gallego, en los primeros compases del golpe militar y la guerra civil, estalló de nuevo en la primavera de 1939, con potente carga política adicional. Y es muy importante entender por qué.
Aún hoy, se desconoce el alcance de esta historia, que está muy lejos de haber sido esclarecida hasta el momento. Ni siquiera tenemos idea aproximada de la cuantía del patrimonio incautado a Portela Valladares.
Conformémonos de momento con saber que, habiendo sido condenado a pagar una multa de ¡¡¡15 millones de pesetas!!! de 1939, en 1952 ese multón ya había sido satisfecho, ¡¡¡sólo con los intereses obtenidos por la explotación de los bienes patrimoniales!!!.
Francisco Javier, en la primavera de 1939, se vio enredado en este asunto por tres motivos distintos, profundamente relacionados entre sí.
El fracasado intento de crear un Centro Democrático
(El Pacto de Barrantes)
Portela Valladares.- Vientos de la derecha…, vientos de la izquierda…, y yo firme en el centro. (Dibujo y texto de Bagaría) |
El primero de esos tres motivos era estrictamente personal.
Muy bien informado, como alto funcionario, de los vaivenes de la alta política española desde la juventud, es bien sabido que Sánchez Cantón (por el contrario de tantos funcionarios españoles de máximo y mínimo nivel, caso de Portela o Castelao) nunca sintió la tentación de entrar en la vida política (partidaria).
Hay que decir en este punto, sin embargo, lo que se desconoce y pasamos a revelar.
Una vez, por lo menos una vez, Sánchez Cantón dudó. Incluso escribió a Castelao, su amigo más íntimo en aquel entonces, consultándole si debía variar su actitud en ese punto.
La ocasión era muy grave. Septiembre, 1930. La Monarquía liberal de Alfonso XIII se tambaleaba por las concomitancias del rey con la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). En vísperas de la Segunda República (abril, 1931). En ese histórico momento, la tentación de entrar por la puerta grande en la política partidaria le llegó por una vía muy pontevedresa, y casi familiar: la de Portela Valladares, precisamente.
Éste, en conexión con Cambó, como tantas veces, convocó a Castelao, Ramón Cabanillas, Basilio Álvarez y muchos más, al célebre pacto de Barrantes, servido por la exquisitez de Julia Becerra, la bella condesa de Creixell. Aunque Francisco Javier no estuvo en el pazo de aquella amiga de su edad, por la que suspiraban todos desde el Instituto, el intento de construir un centro político en España, entre izquierdas y derechas (fanatizadas por igual e igual de doctrinarias), le pareció cargado de sentido. Según él, merecía la pena intentarlo.
Castelao, informado de ello en una de sus cartas, en el arranque de su sorprendente radicalización partidaria e izquierdista, se carcajeó, pese a haber firmado la declaración centrista de Barrantes. Dada la influencia recíproca de los consejos que entrecruzaban, aquel asunto pasó a mejor vida; pero no la conexión con Portela. Con el que existía otro motivo de duradera confluencia.
Luis Sánchez Cantón
(Los vaivenes del Junco)
El segundo motivode confluencia con el imponente patrimonio de Portela Valladares era familiar.
Su hermano Luis Sánchez Cantón (uno de los capitanes alzados en armas en la Pontevedra -dramática y trágica- de julio de 1936) había casado con quien se irá convirtiendo en posible heredera (parcial o total) de los cuantiosos bienes del dirigente centrista, dado que (tras escandaloso litigio, cargado de intencionalidad política) el novelesco Portela Valladares y su esposa, la condesa de Brías, se separaron con estruendo público, en 1937. Sin dejar descendencia.
El conflicto matrimonial también fue político. Estalló cuando Portela, huido (con apoyo de la Generalitat, disfrazado de sufragista inglesa) de las atrocidades que se estaban iniciando en la Barcelona republicana, en los primeros compases de la guerra civil, trató de establecer contacto con el general Franco. Fracasadas estas vías de aproximación, decidió reincorporarse –como antiguo jefe de la minoría centrista- a lo que quedaba del Parlamento y la República. En el final del Gobierno de Largo Caballero.
Sin descendencia ni parentesco más próximo que el de esa cuñada de Francisco Javier (ligada familiarmente a Portela por complejas razones que no vienen a cuento) esta cuestión patrimonial del opulento Portela (desterrado definitivamente en Bandol, Francia) acabará por fundirse –ya diremos cómo- con la de Castelao, desterrado y radicado en Buenos Aires desde julio de 1940; pero en comunicación con Portela hasta la hora de su muerte (1950). Por esa interrelación entre los tres es por lo que acabarán por coincidir (formalmente) ambos patrimonios en el Museo Sánchez Cantónde Pontevedra, merced a la gestión de Francisco Javier.
Mucho antes, en la primavera de 1939, se produjo en Pontevedra un acontecimiento apenas conocido; pero revelador. Antes, pues, de su retorno del mes de septiembre.
La peña portelista de Santo Domingo
(Redadas y destierros en la Pontevedra de 1939)
Por si estuviera poco enredado este asunto de las idas y venidas estratégicas de Portela Valladares (El Junco, ahora desterrado en Francia, nunca perderá su respeto por el general Franco y –como centrista histórico- siempre tratará de tender puentes –imposibles- entre las alas más liberales del franquismo, la República y el destierro republicano), en la primavera de 1939 se complicó aún más, al aflorar la acción política liberal de antiguos portelistas de renombre local. Con mucho peso específico en la provincia de Pontevedra.
Aunque no es la ocasión de entrar en el trasfondo tan curiosa historia (jamás narrada, ni siquiera sospechada por los cegatos restauradores de una memoria histórica de “buenos” y “malos” alternativos) diré que se produjeron entonces en Pontevedra, Vigo y Tuy una serie de detenciones y destierros de notables, por orden del gobernador civil de Pontevedra.
Los detenidos, acusados de portelistas y caciquistas,formaban parte (en el caso pontevedrés) de la nutrida tertulia que tenía por marco las románticas Ruínas de Santo Domingo. Un recinto preñado de curiosas historias, aún por contar. La antigua sede de la Sociedad Arqueológica, importante institución pontevedresa, impulsada en 1894 por el mentado Casto Sampedro, ex director formal (que no real) del Museíto Sánchez Cantón, que había quedado huérfana tras la muerte –en plena guerra (1937)- de este viejo político (monárquico liberal correoso, militante histórico del Partido Conservador).
Las redadas, que fueron varias y bastante nutridas, derivaron en cuatro destierros significativos, por la significación social y la trayectoria política de los personajes y de las entroncadas familias locales que se vieron en ellas implicados: Alejandro Mon y Landa, Isidoro Millán Mariño, Prudencio Landín Tobío y Manuel Cabanillas Enríquez…
Las redadas y los destierros gubernativos de los portelistas afectados aceleraron gubernativamente el proceso por el que Sánchez Cantón pasó a contar para su Museo con lo que ya hemos dejado escrito: dos hermosos palacetes urbanos y las Ruínas, “ingentes y románticas”. Pasaba a contar, pues, con espacios donde reacomodar (según su criterio) múltiples labras de piedra, “objetos y libros”, escritos y documentos de Casto Sampedro, procedentes de la Sociedad Arqueológica. A cambio de ello, se aseguraba el control de entradas, tertulias y demás usos culturales de tan céntricos espacios pontevedreses. Unos espacios que iban a quedar marcados (en exceso, según nuestro parecer) por el criterio museístico, erudito, culto, tradicionalista y elitista de Francisco Javier hasta nuestros días.
Curiosa imagen de los encuentros en las Ruinas de Santo Domingo. Dibujo de Luis Pintos Fonseca, reproducido por Sánchez Cantón en 1963. |
En paralalo con el anterior, otro asunto delicado le esperaba en Pontevedra desde la guerra civil: el patrimonio de Alfonso R. Castelao. De incomparable importancia económica al de Portela Valladares, pero afectado por otros valores y con una potente carga emocional, como hemos dicho.
En definitiva y tal como vamos observando, la densa geografía sentimental de los desterrados, emigrados y metropolitanos pontevedreses, gallegos y españoles, desparramados por el mundo en plena Guerra Mundial, comienza a marcar los dilatados límites transfronterizos en los que va a transcurrir este Episodio de la Atlántica Memoria.
Entre Europa y América. Con España, Portugal y Argentina (tres neutrales) de por medio, y con la Francia (ocupada y liberada) como puntos de referencia. Y es que cualquier intento de poner fronteras locales, regionales o nacionales a las historias,choca y chocará siempre con esta evidencia.
Digan lo que gusten los fronterizos, la Historia es transversal y transfronteriza por esencia.
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