Historias del Rastro.- Rafa Molina, que es el padre de nuestro nietecito (el pequeño gran David), me contó esta historia instantánea. Tan breve y graciosa como penetrante.
Dos amigos van caminando y, de pronto, se produce este diálogo:
–Pues yo no tengo televisor.
–¡Arrea! ¿Y cómo orientaste los muebles?
En España el reinado absoluto de los televisores en todas las casas, incluidas las chozas suburbiales, duró medio siglo. Malicio, sin embargo, que -a pesar de los últimos modelos de plasma– ese absolutismo va llegando a su fin. Y ese final está teniendo ya importantes consecuencias, empezando por las arquitectónicas y las decorativas.
Como en otras ocasiones, fue en el Rastro donde comencé a darme cuenta del curioso proceso, porque ese mercado madrileño no es sólo un formidable museo de antigüedades. Por serlo, los objetos en oferta nos traen recuerdos que parecían perdidos para siempre. Permiten hilar, además, procesos de cambio social que han marcado nuestras vidas. El uso y el abuso de los monitores de televisión, uno de ellos.
Primer aviso
(Televisores a 20 euros)
En 30 años de paseo dominical, subiendo y bajando las cuestas del Rastro, me acostumbré a prestar atención a las ofertas que me desconciertan; pero nunca había visto nada parecido a ésta: tres televisores de salón en buen uso se ofrecían por 20 euros la unidad. Como se estaba produciendo por entonces el llamado apagón analógico (30-III-2010), tomé una foto de la oferta, al observar que el anuncio aludía a que los aparatos estaban perfectamente dotados para la TDT.
Pasadas algunas semanas, al haberme escamado la ausencia de semejante género,interrogué al ofertante. Como llevo con él excelente relación, desde que –hace ya años- era vendedor callejero de libros raros interesantes(hoy dispone de leonera estable, donde sigue habiendo amplia oferta dominical libresca) le hice notar mi sorpresa. Él me respondió con franqueza.“Los recuerdo. Procedían de un hotel.Y tuve suerte. Aunque los di casi regalados, se los llevaron ese mismo día. Abultan tanto que no hay donde almacenar esa mercancía”.
Hasta el pasado domingo, 4 de enero de este 2015, nunca más pude ver otra oferta comparable de televisiones de salón. Cada vez con mayor frecuencia aparecen los pequeños, portátiles, de mesa de noche o de cocina. Acaso por ser la antevíspera de Reyes, ese 4 de enero aparecieron otros tres, de salón.
La radio y los televisores
Por el contrario de los televisores, el Rastro ofrece cada domingo una amplia gama de viejos aparatos de radio. De todos los modelos y marcas.
Hace doce años (2003), en mi libro Cesáreo González, el Empresario-Espectáculo (Viaje al Taller de Cine, Fútbol y Varietés del general Franco) les contaba que -en España- el reinado absoluto del cine y la radio precedió incluso a la pasión por el fútbol, cuya progresión marchó inseparable de las transmisiones radiofónicas, hasta que la televisión (en fechas mucho más tardías de lo que muchos creen) se hizo con el dominio absoluto del tiempo de ocio al que me refería.
Los aparatos de radio sufrieron numerosos cambios de diseño pero, a diferencia de los aparatosos cajones televisivos, nunca perdieron su original encanto. Por eso, cada domingo se ofrecen y se venden con toda normalidad en el Rastro, pues vienen a ser entrañables recuerdos de las casas de antaño. Quedan bien, además, como el viejo reloj de pared, en la decoración de las casas más modernas. A los televisores de salón, incluso a los de plasma, no les auguro un futuro comparable, porque son feos y aparatosos. Y no es por falta de afecto a la televisión. Por lo menos en mi caso.
Como todos los que ya hemos entrado en el tramo final de nuestras vidas, Tonio ha vivido la experiencia de la televisión desde sus orígenes. Incluso de manera privilegiada. Tiene cierto interés para la pequeña historia del deporte saber por qué.
La primera Televisión Española
(Paréntesis deportivo)
El balonmano cuenta en Pontevedra con su pequeña historia (de éxitos, incluso). Comienza ésta hacia 1956, justo cuando comenzó a ofrecerse en España la programación televisiva de la TVE. Galicia, sin embargo, a pesar del peso que tuvo en ese medio de comunicación audiovisual el ferrolano Jesús Suevos, no pudo ver televisión hasta octubre de 1961.
En ese intermedio, un pequeño grupo de mocitos que hoy somos setentones, vivimos una experiencia muy intensa e inolvidable. Sin saberlo, jugamos gran papel en la transición que condujo del trasnochado balomnano a once al de sala, con siete jugadores.
José Fernando Filgueira Valverde se estaba convirtiendo en ese entonces en lo que Carlos Alonso del Real llamaba –poco más tarde- “el único habitante de Pontevedra”. Como veterano director de nuestro Instituto Provincial de Enseñanza Media y como presidente del Tribunal Tutelar de Menores, le entró –de pronto– la pasión por el deporte. La gimnasia y el balonmano a siete se convirtieron en estandartes deportivos del único Instituto de la ciudad. Fue así que, gracias al deporte y a los éxitos deportivos de mi Instituto, Tonio comenzó a viajar –con sus compañeros de equipo- fuera de la ciudad. No sólo por las villas y ciudades más próximas. En las finales de los Juegos Nacionales Escolares de 1955 y 1957, luciendo el uniforme de mi Instituto y el equipaje de sus equipos, estuvo en Madrid. La primera vez formando parte del equipo de Gimnasia; la segunda, con el excelente equipo de Balonmano.
Teucro
(De revista escolar a Sociedad Deportiva)
La apuesta deportiva de Filgueira Valverde, como el excelente Coro mixto de su Instituto, fueron sabias decisiones del director, porque –sobre todo en la opción deportiva- la pesadilla del franquismo se sobrellevaba mejor con esta clase de escapadas deportivas o corales del férreo control (no sólo del régimen, pues no era menor el control de nuestras propias casas). Un asunto crucial en nuestras vidas, por tanto. Acierto en el convenimos todos los chicos y chicas que vivimos la experiencia. Incluso los que fuimos antifranquistas desde jovencitos.
Teucro es –como se sabe- el nombre del mitológico fundador de Pontevedra. Pero en aquel entonces, daba nombre a la curiosa revista escolar de mi Instituto. Pasa que -al irse formando una serie de jugadores que lograron celebridad en el balonmano- algunos notables de la ciudad tomaron el buen acuerdo de refundar la Sociedad Deportiva “Teucro”. Con la fusión entre jugadores veteranos del balonmano a once y el equipo nacido en el Instituto, la Sociedad comenzó entonces a contar con un excelente conjunto. Muy competitivo, pese a la precariedad de sus presupuestos.
En 1959, para favorecer la fusión de los hijos de vencedores y vencidos en la guerra civil y eliminar la rivalidad con la sede de Acción Católica, la refundada entidad dejó para siempre el local del Frente de Juventudes de Falange Española para tener su propia sede. Y el equipo de juveniles logró el primer éxito que figura en los anales deportivos del Teucro.
Como algunos ya nos fogueábamos con los seniors, ese equipo de juveniles –tras vencer en los campeonatos locales, provinciales y comarcales- se convirtió en finalista para los Campeonatos de Españaen la ciudad de León. La Federación Española -con las distintas Federaciones clasificadas- nos convocó para celebrar en Zaragoza las finales del Campeonato. Y fue allí, a finales de septiembre de 1959, cuando la expedición del Teucro pudo ver (por primera vez en nuestras vidas) la televisión. Sin embargo (no deja de resultar curioso), salvo Tonio, todos mis compañeros de equipo, parecían haberlo olvidado, y hasta la precisa memoria de mi querido amigo José Suárez –una vez que le he hecho el recordante- sólo comienza a ver el monitor entre las brumas del olvido.
Primera estancia de Tonio en Zaragoza
(Balonmano, Televisión, Maricarmen y la Pilarica)
El éxito deportivo (sin precedente en Pontevedra) ya estaba logrado, con el mero acceder a las finales; pero en la historia del Teucro que ha escrito Tino Rascado (inducido, sin duda, por sus informadores) se narra la mentira piadosa de nuestra actuación deportiva en Zaragoza.
En realidad, no quedamos de terceros, como allí se dice. Concurrieron ocho finalistas y el Teucro quedó séptimo. Sólo ganó un partido: el último, de consolación.
Lo que sí es cierto es que mi equipo jugó a gran nivel los dos partidos básicos; pero los perdió…
Yo no jugué ni un minuto siquiera en aquella final. En la portería, mi compañero Anselmo Gago –querido amigo- estuvo magnífico y también lo estuvo Couceiro, como el libro indica. Tan bien estuvo Anselmo que cuando (desmoralizados por el escaso éxito) íbamos a enfrentarnos por el séptimo puesto, me consultaron si quería jugar ese partido. Convinimos en que era mejor que jugara él, reconociendo así que no había sido culpable en absoluto de las dos derrotas anteriores.
No jugué, pero pasé en Zaragoza unos días memorables. Dignos de recordar, aunque –tampoco en mi caso- tuviera nada que ver esa memoria con aquel monitor donde podíamos contemplar de manera gratuita la televisión sin movernos del hotel. Pienso ahora que aquel cajón con imágenes en blanco y negro no nos dio frío ni calor. Por eso lo olvidó la mayoría. ¡Éramos hijos del cine y del beso final de las películas!. Y yo tenía los mejores motivos para buscar el aire de las calles y los parques de Zaragoza y, si tal, para ir al cine… con Maricarmen.
Nuestros recuerdos comunes coinciden, sin embargo, en todo lo demás: el agua blanquecina de la traída, las derrotas, los vinos del Tubo; pero en mi caso hubo algo más, que me divorció de los queridos compañeros pontevedreses, con la única excepción de Manuel Ruano, a la sazón en la Academia General Militar.
Aquel verano se hizo ver en las fiestas de Rianxo una morenita aragonesa muy guapa y de excelente trato. Bailamos mucho, nos escribimos y en una de esas cartas le anuncié que –a pesar de la pésima salud de mi padre- iría (al ser su deseo) a jugar esa final a Zaragoza. A pesar de que había un equipo local, el Helios, el Teucro contó en la gran capital aragonesa con una simpatizante más. Y yo con una compañera para las horas de paseo. Además de esos paseos y de una sesión cinematográfica, informada Maricarmen de que mi padre estaba viviendo sus últimos meses, al padecer una enfermedad insuperable, me convenció de que debíamos entrar en la basílica del Pilar para pedir un milagro o el menos duro de los finales posibles…
La televisión no pasó de curiosidad, muy propia de Tonio; pero mi primera estancia en Zaragoza –gracias a Maricarmen- resultó inolvidable. También la segunda, pero no es de este lugar.
El boom de “la caja tonta”
(Días de cine, deporte y amoríos)
La llegada de la televisión a Galicia (octubre, 1961) coincidió con la llegada de Tonio a la Universidad Compostelana. Tampoco allí, en una estancia inolvidable de dos años, la “caja tonta” me dijo nada, ni me atrajo de manera particular. Tengo la sensación de que lo mismo sucedió a mis compañeros y compañeras de Facultad y, de manera particular, a los de comunes de Filosofía y Letras. Además, a mi llegada, el precio de los monitores televisivos (que eran de importación) continuaba siendo un lujo prohibitivo para las casas, los bares o las sociedades… Ni siquiera había llegado todavía el tiempo de los teleclubs.
Recuerdo, en definitiva, de mis gozosos años compostelanos muchas cosas inolvidables que contaré otro día; pero no recuerdo -para nada- la televisión. Chicos y chicas preferíamos las excursiones, las meriendas, los romances, o los festivales que fuimos diseñando y cocinando, ante el desconcierto de los altos mandos del SEU. Y el cine comercial, incluso el selecto cine del legendario Cineclubcompostelano,nos interesaba mucho más que la “caja tonta”.
Quintana, que era la revista del SEU (sindicato único y obligatorio), protestaba por la insistencia de la tele en dar flamenco. Los periódicos incorporaban a diario la programación televisiva, pero (ya como investigador) observo ahora que no he tomado notas relativas a comentarios sustanciosos, dignos de recordar, acerca de los programas de TVE. Tampoco, como historiador de La Voz de Galicia y como estudioso-colaborador de Diario de Pontevedra, encontré detalles dignos de anotar, relacionados con la tele.
Sin embargo, cuando Sara y yo nos casamos y montamos nuestra primera casa en un entresuelo de la calle Mantuano de Madrid (octubre, 1968), nos faltó tiempo para comprar el primer televisor en blanco y negro, concediéndole lugar de privilegio en el salón-comedor.
A pesar de ello, al estar Sara excedente y la pareja sin niños, viviendo los años de vino y rosas de los recién casados, sólo recuerdo con claridad el fantástico campeonato del mundo de fútbol que ganó Brasil en 1970, acaso porque venía a verlo conmigo, en nuestra tele,Eugenio Gallego (que también vivía en aquel entorno del mercado de López de Hoyos). Y que otro día se presentó en casa –como el mismo les ha contado en LA CUEVA DE ZARATUSTRA- con otro convecino al que yo admiraba de manera particular por haber leído un ensayo memorable que acababa de publicar en la renacida Revista de Occidente. Las pasadas de Rafael Sánchez Ferlosio, su amistad, y las experiencias vividas ante el televisor –rigurosamente apagado-, las recordaremos siempre los asistentes, porque tuvieron importancia formativa para todos…
Triste y cada vez más sola
(Los últimos cambios)
Aunque apenas recuerde sus programas, la televisión era (y sigue siendo) mucho más que el monitor. Día a día, pasó a ser un elemento inseparable de nuestras vidas, y en mi caso –desde 1989- de mi vida intelectual, en su vertiente más creativa. Por eso nos ponemos melancólicos con la rememoración de sus viejos anuncios, de sus cierres y aperturas de aquellos años, de tantas cosas como nos sirvió ese medio de comunicación desde entonces hasta el día de hoy.
Hoy, sin embargo, en nuestras casas de Madrid, Rianxo y Pontevedra ha dejado de haber monitores portátiles, como los que se ven con frecuencia creciente por el Rastro. El último de éstos fue a dar a un punto limpio de Madrid hace pocos días, en las horas postreras de 2014. Permanece en el amplio salón-multiuso de nuestra casa madrileña el último de los televisores clásicos, por así decir, llamado a desaparecer. Yo soy el único que lo disfruto -casi en exclusiva- cuando termino mis largas sesiones de investigación y escritura y me balanceo en la mecedora. Pero ya no lo necesito…
Las revoluciones siempre son así. Y la revolución digital nos parece un sueño a los de nuestra edad. Incluso a quienes nos apuntamos a ella desde el primer momento. En mi caso, además, esa revolución nos permitió crear el Taller de Ediciones y esta CUEVA DE ZARATUSTRA que está a punto de celebrar sus primeros diez años de vida, colgada -con toda dignidad y prestigio- en el ciberespacio.
En Madrid sobrevive ese antiguo monitor. También sobrevive otro en el salón-comedor del segundo piso de nuestra casa pontevedresa. Pero en ésta, al ser reciente, el arquitecto, el constructor y nosotros mismos hemos variado el criterio espacial que rige en la madrileña. Explicaré –para terminar- este proceso, acaso el más determinante.
* * *
Cuando a finales de los años 60 del pasado siglo constituimos la Cooperativa “El Arca” para construir lo que es hoy nuestra casa-sede-taller de Madrid, los jóvenes arquitectos que la diseñaron nos convencieron de que era mejor sacar un gran salón y no hacer habitaciones demasiado grandes, dado que estaban destinadas a ser meros dormitorios. Hoy, bien por el contrario, nuestra casa de Pontevedra –además del amplio y luminoso Taller- cuenta con habitaciones-estar, amplias e iluminadas, para hacer vida independiente del salón-comedor, en horas de trabajo. Cuentan, por supuesto, con la correspondiente antena para ver el programa de televisión que nos interese en los ordenadores portátiles, a través de los directos o de la TDT.
Los tiempos han cambiado. Los monitores se van; pero la televisión permanece. Hoy puede verse en los más variados soportes técnicos. Y nosotros continuamos produciendo documentales para ese medio. Con la diferencia de que ahora los hacemos en el Taller de nuestras propias casas. Tonio incluso ve en el ordenador la mayoría de los pocos partidos de fútbol que le interesan, como antiguo hombre del deporte…
¡Quien nos lo iba a decir! ¡Las revoluciones -cuando son transformadoras- agrietan todos los absolutos!.¡Es inútil oponerse a ellas!