Fachada exterior de la sede pontevedresa de J. A. Durán (Ed.) |
Hace ahora un año, en el lluvioso otoño de 2009, abrimos de par en par la sede de nuestro Taller en Galicia. En el centro peatonal de Pontevedra.
En la primera comunicación pública, a través de los medios que nos honraron con su visita, anunciamos un ciclo anual de investigación, producción propia y actividad, con salidas en abierto en colaboración con las instituciones culturales, académicas y científicas de mayor prestigio. De manera que una ciudad, que fue la de nuestra infancia y primera juventud, volviera a formar parte activa de nuestra tarea cotidiana y de nuestra manera de ver la vida intelectual. Anunciábamos también la puesta en marcha de un proyecto estrella. Lo denominamos Atlántica Memoria. Y contaba, como exige nuestro tiempo histórico, con dos variantes. Una, enteramente narrativa; la otra, exclusivamente audiovisual.
La Cueva de Zaratustra (que es nuestro lujo) en español, y el digital A Nosa Terra, en gallego, difundieron entonces (aprovechando la convocatoria burocrática a las últimas elecciones europeas) una primera serie, en cuatro entregas, de la variante narrativa, patrocinada por el Grupo San José. El asunto, que fue crucial en la formación de la Europa intercomunitaria, era bicentenario; pero sonó a insólito desde el mismo título. El Episodio titulado Oporto, capital del Reino de Galicia provocó desconcierto intelectual en cuantos lo leyeron, y aún hoy cuenta con nuevos lectores diarios, puesto que permanece colgado en nuestro blog.
El desconcierto, como era de suponer, fue más marcado entre historiadores y grandes aficionados a la historia. Y no sólo en Galicia. También en el resto de España, Gran Bretaña, Alemania, Portugal.
Se había producido un asalto de la auténtica investigación histórica a lo desconocido y a la Europa real: la de los pueblos que alboreaban en medio de las guerras napoleónicas, hace 200 años. Una historia que desconocen y hasta desprecian olímpicamente los funcionarios que (hoy) la desgobiernan; pero que tiene, forzosamente, que interesar a los ciudadanos de nuestro pequeño mundo, porque será la única que llegue a dotar de credibilidad y calidez un proyecto común intermedio tan problemático como el europeo.
En ese caso, por razones obvias, el episodio interesó especialmente en el Norte de Portugal.
De nuestra Ignorancia
(El caso de los Pardo de Figueroa)
Francisco Taranco, capitán general del Reino de Galicia. Figuración de Pepe Comoxo |
Pura memoria, la atlántica ocupación de la Lusitania Septentrional por los ejércitos españoles, bajo el mando de un formidable Francisco Taranco, capitán general del Reino de Galicia, nos obliga a replantear todo lo que los profesores de Historia o los periodistas encargados de divulgarla en libros pretenciosos y comunicaciones múltiples, nos han contado de las guerras napoleónicas y de los simultáneos bloqueos y acciones de guerra de la Gran Bretaña. Esto es: de los orígenes de la Europa Contemporánea.
El desconcierto fue mayor en el caso de los autores de los cansinos estudios, exposiciones y cantinelas patrióticas del bicentenario de la mal llamada (entre nosotros) Guerra de la Independencia, porque nada, absolutamente nada, de lo narrado en ese Episodio, guarda relación con los relatos –de elevadísimo costo- que lo precedieron. Y menos aún con el llamado Tratado de Fontainebleau. Un papel mojado, citado el ciento y la madre de veces en los dos últimos siglos, que firmaron (a toro pasado) las potencias que ocuparon Portugal, cuando las fuerzas armadas napoleónicas, destinadas a tomar el país vecino, ya estaban en España, siendo reforzadas por fuerzas aliadas españolas de élite, mayormente formadas conforme a los criterios reformistas que Benito Pardo de Figueroa (Pazo de Fefiñáns-Cambados, 1755-Riga, 1812), embajador a la sazón en Berlín, había propiciado en sus escritos y en sus tiempos de Inspector General de la Infantería Española.
Pero ¿de quién se habla? ¿Quién era ese reformista militar y ese diplomático, gallego por más señas? (¡¡!!)
El famoso Tratado de Fontaineblau (1807), del que tanto hablan las historias, fue papel mojado. Nunca existió en la realidad. En la imagen, su firma, por Urrabieta |
Con las fuerzas españolas de apoyo al general Junot, que entraron por Extremadura (y cobraban de Francia), y con las que ocuparon el Sur y el Norte de Portugal (que cobraban de España), procedentes de las capitanías militares de Andalucía y de Galicia, se completó –en un pis pas- la ocupación de todas las Lusitanias históricas (1807). Entre esas fuerzas aliadas de élite que entraron por Extremadura, iba quien llegará a ser héroe legendario de la guerra peninsular ¡ibérica!. Otro Pardo de Figueroa, Baltasar, sobrino del diplómata militar y reformista. También desconocido.
Una de las joyas de la Infantería española, Baltasar (en sólo 18 meses) pasó de prestigioso ocupante de Portugal, bajo mando napoleónico (cobrando de Francia), a protagonista (en la romería portuguesa del Bon Jesús de Matosinhos) de la reacción luso-galaica contra la ocupación napoleónica (6 de junio de 1808).
Un cambio drástico, tal como se ve, pero que marcha en línea de otros cambios familiares, señoriales y personales simultáneos. Cambios que contrastan (al menos en apariencia) con el comportamiento de su tío Benito, pues éste –lejos de apartarse de su historial- pasó sin transición de ser embajador en Prusia (1805-1807) y Rusia (1807-1808) de la España de Carlos IV, a representar en San Petersburgo la de Fernando VII y, sobre todo, la Nueva España del rey José Bonaparte (1808-1812). El hermano de Napoleón. Es por ello que, frente al grueso de su familia, Benito Pardo de Figueroa aún gozaba (aunque con muchas dudas, formuladas mayormente por sagaces historiadores diplomáticos) fama de afrancesado. Dudas ahora despejadas en el sorprendente desenlace del primer Episodio audiovisual de la “Atlántica Memoria”.
Así pues, a la ignorancia en la que se estaba del tio hay que añadir la del sobrino. Y, lo que es más grave: la ignorancia de los gravísimos acontecimientos atlánticos intermedios en los que tuvieron presencia y peso indiscutible entre 1806 y 1812. Acontecimientos cuyo relato ha utilizado ríos de tinta en los últimos doscientos años.
Benito Pardo de Figueroa, heredero del emblemático pazo de Fefiñáns, y su sobrino, Baltasar Pardo de Figueroa (conde de Maceda, grande de España), son dos figuras cruciales de las guerras napoleónicas. Educados en el Seminario de Nobles, operaron en el Ejército, la Alta Cultura y la Diplomacia internacional. En la imagen, la fachada principal del pazo de Fefiñáns. |
Tragedia o afrancesamiento
(Otra Ignorancia crucial)
Tío y sobrino vienen a ser –tal como se ve- dos personalidades excepcionales de la intrahistoria española, portuguesa y europea y dos atlánticos, paisanos nuestros. Hijos, en realidad, en dos generaciones sucesivas, nacidas en una misma casa. Con título nuclear gallego resonante: el marquesado de Figueroa, con el vizcondado anexo de Fefiñanes.
El tío, Benito Pardo de Figueroa nuclea ese primer Episodio. Por eso lo estrenamos, de acuerdo con la familia y con excelente organización del Ayuntamiento de Cambados, en el lugar más idóneo: el Salón Noble de su casa natal. El bellísimo pazo de Fefiñáns. En sesión premier, para invitados, y en el bello auditorio de la localidad, para todos los públicos. Ambas sesiones se celebraron el viernes, 5 de noviembre de 2010.
Tragedias bélicas, que es el título genérico del documental, empezaba a cumplir la segunda parte de nuestra promesa de hace un año: echar a rodar nuestra Atlántica Memoria audiovisual.
Reconstrucción gráfica del desaparecido palacio de los condes de San Román, alzado en el centro de la villa de Pontevedra, solar de los Miranda Gayoso. Una familia de la más alta cualificación militar, formada en las reformas militares de Benito Pardo, el señorito de Fefiñáns |
Joaquín Miranda, conde de San Román, lugarteniente del marqués en la legendaria Expedición La Romana a los Mares del Norte de Europa. Litografía de época |
Benito Pardo de Figueroa comparte protagonismo, en el tramo central de estas Tragedias bélicas, con otro trágico y memorable personaje: Joaquín Miranda, nacido en el palacio (hoy desaparecido) de Pontevedra, en 1756, muerto en el campo de batalla de Espinosa de los Monteros, en 1808. Conde de San Román y marqués de Santa María del Villar, pariente muy lejano de los anteriores, el primero de sus títulos ha de ir a dar en pocos años (como consecuencia de los casamientos y de la guerra) a la Casa de Maceda y Figueroa, fundidas entre sí.
El palacio pontevedrés de los Miranda fue la residencia nuclear de otra familia titulada de la nobleza militar gallega que llegó a alcanzar la más alta cualificación profesional. En el caso concreto del conde de San Román estamos ante otro militar de élite que había asimilado las reformas de Benito Pardo (embajador a la sazón en Berlín) y que mandaba el que fuera su prestigioso Regimiento de la Princesa, acuartelado en Pontevedra desde finales del siglo XVIII. Razón por cierto de que, partiendo de la boa vila pontevedresa, fuera a formar parte, con sus hombres, de la legendaria Expedición (napoleónica) del marqués de La Romana (1807-1808). Un Ejército de ocupación, que cobraba de Francia y que estaba llamado a convertirse en legendario, tanto en su fase de ocupación de las tierras germánicas y de los Mares del Norte de Europa, como en su insólito retorno a las guerras peninsulares ibéricas en el otoño de 1808 en buques británicos.
Historias vivas, como se ve, de los pueblos de Europa, también lo son cuando se quieren entender distintas historias locales de Cambados, Pontevedra, Galicia, España o Portugal…, porque están profundamente relacionadas entre sí. Sin que sea posible explicar la una sin las otras. Pero todo inexplorado. Desconocido por completo. Sumido en el Mar de la Ignorancia más grandilocuente. La que nos agobia con sus sermones patriótico-profesorales a diario.
Presentación del documental “Tragedias bélicas”, realizado por Jorge Durán, en el Salón Noble del Pazo de Fefiñáns |
Historia Local de alcance Internacional
(Las milicias armadas en la transición Cambados-Pontevedra)
Así pues, en simultaneidad a esas acciones legendarias protagonizadas por los integrantes de la Expedición La Romana en el Centro y en los Mares del Norte de Europa, ocupando militarmente el Norte de Portugal como aliado de Francia, estaba el sobrino del embajador: Baltasar Pardo de Figueroa, conde de Maceda, grande de España, nacido en 1777 en el pazo pontevedrés de los Maceda (hoy, Parador Nacional de Turismo de Pontevedra) y fallecido en la batalla de Medina de Rioseco, en 1808. Formidable personaje, formado militarmente –como el conde de San Román- en las reformas de su tío Benito. Más joven, pero complementario de los anteriores, e igualmente capital. Es por ello que nuclea de principio a fin el segundo Episodio de nuestra Atlántica Memoria audovisual. De estreno inmediato, al que serán invitados todos los lectores, miembros y amigos de La Cueva de Zaratustra.
Ambos episodios, profundamente relacionados entre sí, componen al mismo tiempo un capítulo fundamental de la historia de la bellísima villa de Cambados y de la bella Helenes, sin dejar de ser tres grandes protagonistas de la historia internacional y de la intrahistoria de la Europa real. La de los pueblos y de los ciudadanos de hoy. Historias jamás contadas, ni siquiera sospechadas por la historiografía circulante, pero mantenidas en los relatos de los pueblos entre aromas de leyenda! ¡Bellísimas historias, dotadas –como en este caso- del atractivo excepcional de las imágenes; también desconocidas de la mayoría!
Como consecuencia, Pontevedra, que no tendrá rango de ciudad ni de provincia hasta mucho más tarde, se va a beneficiar de esa transición familiar, militar y señorial, que fue llevando a distintas casas principales de la nobleza local gallega más linajuda, a la que sería (cien años más tarde) ciudad y capital de provincia (1835).
Quiero insistir, pues, en lo que incluso los pontevedreses de hoy desconocen; que, en muy breve lapso de tiempo, la boa vila pontevedresa pasó a ser lugar de asiento privilegiado de la oficialidad encargada del mando de un Nuevo Ejército de Reserva de enorme importancia: las milicias provinciales. Esto es: fue área residencial de un segmento importante de la nobleza militar, titulada o no titulada, de Galicia. Estamos hablando, pues, de una reforma militar dieciochesca que estaba llamada a tener decisivas consecuencias sociológicas locales, regionales y, por ende, en las guerras napoleónicas: el Regimiento Provincial de Pontevedra (1734). Uno de los primeros que se crearon en la Corona de Castilla.
Unas milicias (a la vez marítimas y terrestres) en cuya modernización revolucionaria, a la americana y a la francesa (el documental explica por qué), jugó papel fundamental Benito Pardo de Figueroa. O, si prefieren, Benito Pardo (a secas), como era conocido en los ambientes artísticos y literarios de su tiempo. Donde también llegó a tener peso específico y presencia extraordinaria. Razón sin duda de que, siendo el segundón y el más joven de sus hermanos, al haberse convertido en el vástago más prestigioso de la familia, fuera heredero durante algunos años del emblemático pazo de Fefiñáns, por el que demostró especial querencia, pero del que apenas pudo disfrutar…
La manía fronteriza
(Esa perezosa Incultura española de nunca acabar)
La Atlántica Memoria, tal como ven, cuenta historias desconcertantes, incluso para quienes somos convecinos de esos grandes protagonistas históricos. Dignas de narrar en prosa o en audiovisual, en cualquier tiempo; pero sobre todo en este tiempo otoñal, con magosto, buen vino, excelente parla y en sus ámbitos originarios: en el pazo de Fefiñáns, la villa de Cambados, la ciudad de Pontevedra…
Siendo antiguas o modernas, son historias absolutamente desconocidas y obligan a replantear asuntos de máximo fuste histórico, científico e intelectual, porque –dado su original enfoque atlántico- producen desconcierto en unos lectores más hechos a funcionar al hilo de otras historias nacionales manidas, fronterizas, reiterativas, españolas o gallegas, sólo en apariencia prestigiosas. Porque ignoran siempre que forman parte de esas otras intrahistorias transfronterizas de los pueblos y sus gentes, la carne viva de la historia real, relacionadas al mismo tiempo con España y el Portugal atlánticos, ligadas a su vez -a través del mar- con Gran Bretaña, Francia, las Américas o los Estados Unidos.
Unas historias –las convencionales- viciadas en su mismo origen, porque dan más valor a las fronteras que a las relaciones y los parentescos reales de los auténticos protagonistas. Relaciones atlánticas que son, por esencia, trasversales, y tan transfronterizas como el Océano.
Todo cambia con el cambio de enfoque. De pronto, las acciones de los personajes que las protagonizaron se entrelazan con las de sus parentelas. Y es por ello que, con mucho tino aunque con limitada información, Juan Armada Losada (Del solar galaico), otro marqués de Figueroa de gran talento, nacido muchos años después de los antedichos, recomendara a los historiadores ahondar en las historias de familias (señoriales) como la suya. Sobre todo, cuando se trata de penetrar en el transfondo de los acontecimientos (mayormente señoriales también) hoy bicentenarios a los que me he estado refiriendo en esta presentación.
Y es que –nos guste o no- aquella España de las guerras napoleónicas aún era radicalmente señorial. Y ni se puede ni se debe, en una sociedad así constituida, aplicar a los tiempos de paz o a los tiempos de guerra, criterios románticos muy posteriores, haciendo pasar por populares unos acontecimientos muy complejos que (en nuestro concepto) fueron en su origen radicalmente señoriales y, por ende, militares y clericales.
“Del solar galaico”
(Elogio del desconcierto, la clave del saber)
En una sociedad de base señorial, las guerras napoleónicas no pueden explicarse al margen de esas familias militares. Juan Armada Losada, marqués de Figueroa, lo escribió en sus memorias (1917). En la imagen, el citado marqués en una visita de colaterales (duques de Tovar) a la casa solar de los Figueroa, sita en la parroquia de San Miguel de Figueroa, en la Galicia de Abegondo. |
Este marqués, informado y galleguista (de pro, aunque –hoy– lo desconozca la furiosa incultura dominante), descendiente directo de nuestros personajes centrales, también fue el primero que reparó (sin saber muy bien por qué) en el protagonismo alcanzado en la historia familiar por Benito Pardo de Figueroa. El protagonista principal de estas Tragedias bélicas.
Ahora sería feliz conociendo ese por qué. Y otros muchos por qués de sucesos fundamentales que acontecieron en sus ámbitos, a pocos metros de la actual villa de Cambados y en las Rías Altas y Baixas de Galicia. En las casas señoriales más directamente relacionadas con los personajes centrales de nuestros primeros Episodios atlánticos. Desde mucho antes del histórico Dos de Mayo de 1808, hasta nuestros días.
De ahí el sanísimo desconcierto. Desconcierta, en efecto, de aquella primera historia narrativa nuestra, la del general Taranco, conocer que el envenenamiento o el cólico que produjo la muerte (súbita y sorprendente) del capitán general de Galicia, en misión de ocupación militar de Portugal con ejércitos españoles, originara un entierro hispano-portugués con máximos honores. Entierro comparable (se llegó a decir) al madrileño de Carlos III. ¡Lo nunca visto, hasta entonces, en la histórica ciudad de Oporto!.
Además de emoción, esa misma solemnidad, nos produce ternura y desconcierto; pero anticipa lo que vendría después con el conde de Maceda: el trenzado sorprendente de la alianza atlántica de los Ejércitos regulares y milicianos españoles con las milicias del país vecino, en la sublevación antinapoleónica y en la furiosa resistencia “gallega” contra la ocupación napoleónica de Galicia. Una resistencia en la que jugaron papel fundamental los suministros británicos y la activa colaboración armada de cierta nobleza militar portuguesa…
¿Quieren decirme ustedes cómo se puede explicar la mal llamada Guerra de la Independencia ibérica sin conocer estas biografías de las grandes figuras político-militares atlánticas que operaron en una sociedad europea de base señorial donde, además de la guerra, propiciaron las otras novedades jamás narradas que aporta este primer documental?
Otra memorable historia atlántica
(Gallástegui y la Misión Biológica de Galicia)
Dejamos la vida madrileña en su estación más brillante, para contar en los lugares más idóneos esta clase de historias. Muy nuestras. Lo decimos con verdadero orgullo, en un país donde se abusa del bombo propagandístico de los propios y se alimenta la falta de crítica, para sembrar silencio sobre lo que contradice todo el montaje, falsario, anodino y profesorista predominante. De nunca acabar. Podemos y debemos hacerlo, además, con independencia de criterio, porque jamás hemos jugado a esa incultura dominante, ni a la declamación patriótica de la que se reviste.
También por ello, para que se vea que es la obra de una vida y no el espejismo del momento, en esta pasada de otoño de 2010, hemos recuperado otro ejemplo audiovisual, fruto de nuestra investigación y realizado bajo nuestra dirección hace 20 años por Mateo Meléndrez.
Al cumplirse medio siglo de su muerte, aprovechamos las revolucionarias aportaciones agrícolas de Cruz Gallástegui (Vergara-Guipúzcoa, 1891/ Salcedo-Pontevedra, 1960) a la economía campesina gallega y su definitiva instalación compostelana y pontevedresa, para recuperar un encantador documental centrado en la figura de quien fue el creador vasco de la Misión Biológica de Galicia. Lo hicimos, además, en la mejor compañía y en el hermoso pazo de la Carballeira de Langarón, en Salcedo, Pontevedra, sede actual de la Misión, restaurado con rigor y gusto.
Como en el caso de Taranco y de la ocupación de Oporto, quisimos que la Atlántica Memoria audiovisual comenzara por el principio, arrancando con historias de fuste internacional, que nos metan de la mano de paisanos nuestros en las grandes revoluciones atlánticas que nos hicieron ser lo que aún somos hoy como contemporáneos.
Personajes colosales que, siendo vecinos nuestros, estuvieron –como Taranco, los Pardo de Figueroa o el recientísimo Gallástegui- en vanguardia de esas grandes revoluciones (de todo orden) de los siglos XVIII, XIX y XX.
Créanme si les digo que sin entender esas convulsiones y aportaciones, no se entiende nada de lo que las historias nacionales, fronterizas, regionales o comarcanas reiteran a diario hasta el aburrimiento.
Tres detalles de la presentación del homenaje a Cruz Gallástegui (en el retrato, con la espiga) en el pazo de la Carballeira de Langarón (Salcedo-Pontevedra), la hermosa sede de la Misión Biológica de Galicia |
Joaquín Lens
(Mucho más que una voz)
La Televisión de Galicia (TVG), para quien habíamos dirigido hace tantos años la historia con data de Gallástegui, ha adquirido (en concurso público) los derechos de las versiones gallegas de Traxedias bélicas y el Romance del conde de Maceda. Es por ello que, hasta su estreno televisivo, nosotros difundiremos las versiones en español, tal como hicimos en Cambados, como primicia.
Permítanme, antes de cerrar estos recuerdos del otoño de 2010, que traiga aquí el nombre propio de un amigo.
Joaquín Lens, nuestro narrador histórico, se nos ha ido para siempre.
A pesar de sus dificultades, quiso hacer para nosotros sus últimas lecturas. Ya no es el que había sido. El que narró de forma memorable el documental de Cruz Gallástegui, hace veinte años. Sin embargo, observarán quienes vean los dos primeros Episodios de la Atlántica Memoria cómo mantiene, a pesar de sus limitaciones forzosas, toda su dignidad narrativa.
Con su voz y su palabra heridas, aún valen más estos documentos. Nunca lo olvidaremos.