Aunque nuestra amistad se remonta a los lejanos tiempos de la adolescencia, nuestro verdadero conocimiento se produce cuando, iniciado ya el presente siglo, José Antonio construye la singular casa que Enrique Barreiro proyectó para él en la calle Herreros, circunstancia que como es natural volvió más frecuentes sus visitas a Pontevedra.
Durante tales visitas Enrique Barreiro y yo tuvimos ocasión de reunirnos con cierta asiduidad con José Antonio, circunstancia que es la que ahora me permite referirme a la condición personal y al talante humano que ofrecía cuando ya se colmaba la plenitud de su vida.
En primer lugar destaco la sencilla y cómoda naturalidad de su persona y su grato y afable trato con los demás, cabiendo subrayar asimismo el tono discreto y la claridad con que, no obstante la profundidad de su pensamiento y cultura, hacía exposición de su amplísimo saber.
Yo definiría al José Antonio Durán que vine a tratar, a su “regreso” a Pontevedra, como una persona honesta, sobria, templada y en extremo culta; siendo además activo y honrado ciudadano interesado en la marcha de la vida pública.
Conocedor puntilloso de la historia reciente de España recordaba con mucha frecuencia como la historia del siglo XIX fue prácticamente una encadenada guerra civil entre españoles, comenzando ya por el propio levantamiento contra José Bonaparte, insurrección a la que él concedía el carácter de propia guerra interna; en varias ocasiones le oí referir que las escenas negras de Goya cabría trasladarlas al litigio permanente que se instaló en España desde aquel tiempo.
En 2 de septiembre de 2016 me escribió un largo correo (con permiso de poder hacer uso público del mismo) en el que, además de referirse a “las numerosas guerras civiles que se padecieron en el Ruedo Ibérico”, se volvía contra “los que se las gastan de buenos” y tratan de imponer su “memoria”, sin caer en la cuenta de ser partícipes “de la cruzada atrocidad goyesca del guerracivilismo” que se vive “a diario” en nuestro país.
La cuestión de la “memoria” era tema que preocupaba a José Antonio porque, experto conocedor de nuestra historia, entendía que la insistencia en el asunto, aunque revestida de reparación a las víctimas y de enseñanza para las nuevas generaciones, a lo que realmente lleva es a la condena del otro bando…
José Antonio Durán opinaba que, transcurrido ya tantísimo tiempo desde la guerra civil, no conviene a la paz social y concordia ciudadana rescatar y traer a primer plano tragedias ya pasadas pues, aunque el recuerdo se diga para enseñanza, el resultado puede ser muy otro.
Igualmente en el problema vasco, cuando se produjo la deposición de la lucha armada por ETA, José Antonio Durán no estaba conforme con la postura de rechazar a quiénes, distanciándose del entramado violento, propugnaban la participación en las instituciones democráticas.
Verdaderamente José Antonio, en aras de la pacificación, se mostraba contrario a todo cuanto significase revanchismo, desquite y ajuste de cuentas, apostando claramente por una política de reconciliación.
Durán lamentaba el espíritu cainita y guerracivilista atascado en nuestro temperamento… espíritu que entendía habría que despejar con mutua y recíproca actitud de indulgencia, empleando esta palabra en el sentido en que lo había hecho Bertolt Brecht.
Hablar con José Antonio era estar haciéndolo con un pacifista; con una figura liberal y posibilista.
Demócrata, en cuanto a régimen de gobierno; republicano, en cuanto a forma de Estado, si bien capaz de aceptar la fórmula monárquica si tal fórmula resultaba útil para el país.
Yo definiría a José Antonio Durán como ciudadano liberal y demócrata que, en el terreno social, mantenía ideas matizadas de rojo.
Resumo, una persona sencilla y honesta, un ciudadano serio, un pensador libre y fructífero, que, frente a una colocación administrativa estable que tuvo a su alcance, optó por el vuelo autónomo y arriesgado del intelectual independiente… logrando así dejar una considerable e importante obra escrita de cuya valoración se van a ocupar otras amistades suyas.
La última conversación que mantuve con José Antonio fue telefónica; aunque su voz delataba la acentuada debilidad de su estado, su palabra se manifestaba como siempre, serena, paciente, templada; para mí, un ejemplo de equilibrio humano y de serenidad estoica.
HOMENAJE A JOSÉ ANTONIO DURÁN: