Don Carnal y doña Cuaresma.- En el Libro de Cantares o de Buen Amor del Arcipreste de Hita (hacia 1330-1343) se encuentran perfectamente distribuidos a lo largo de todo el año los tiempos de don Carnal y los de doña Cuaresma, los tiempos del gozo y la alegría y los tiempos de la privación y el ayuno. El día de jueves lardero don Carnal recibe la carta y desafío de doña Cuaresma para que se presente siete días después en el campo de batalla, es decir, el miércoles de la semana siguiente a ese jueves. Ganada la batalla, y hecho prisionero don Carnal, doña Cuaresma reina en la ciudad desde el miércoles corvino o de ceniza hasta el domingo de Pascua o Resurrección, es decir cuarenta días. El Domingo de Ramos, don Carnal logra huir de su prisión, reúne a sus mesnadas, planta batalla a Doña Cuaresma y siete días después entra en la ciudad junto con don Amor. Doña Cuaresma huye, vestida de peregrina, a Jerusalén. Todo el año era, pues, reino de don Carnal, salvo ese periodo de Quadragésima o Cuaresma, que en realidad son cuarenta y seis días, ya que no se cuentan los domingos.
Dentro de ese largo periodo en que reinaba don Carnal, se incluía otro más corto que iba desde el solsticio de invierno hasta el equinoccio de primavera, desde el momento en que el sol comenzaba a renacer hasta la llegada del primer verano o primavera. Este era el periodo en que se celebraban fiestas con máscaras y disfraces. Si atendemos a la distribución del año litúrgico de la Iglesia católica, unas se celebraban en el tiempo de Adviento y de Navidad y otras poco antes de la Cuaresma. Estas últimas son las que hoy en día conocemos como fiestas de carnaval y duraban unas dos semanas, las anteriores al miércoles de ceniza, cosa que sigue sucediendo en muchas villas o aldeas, pero que en las ciudades se han restringido a tres días: el domingo, el lunes y el martes de carnaval. En la Edad Media la palabra carnaval aún no existía y de lo que se hablaba era de carnestolendas, introido, entroido, antroido, entruido, entrudio, entrudo… o antruejos cuyas las máscaras y disfraces recibían distintos y extraños nombres según el lugar cigarrones, birrios, irrios, botargas, zamarrones…
El término más antiguo de todos ellos era carnestolendas que encontramos en el latín del Oracional de Tarragona del siglo VII y también en los misales mozárabes, y que en un principio era fiel a su significado etimológico de un tiempo en que hay que abandonar la carne. En una donación de 1037 hecha por el rey Ramiro I de unas heredades en Larrés (Huesca) aparece la frase die dominica pro carnestollendas, es decir, dia domingo anterior a la Cuaresma, pues ese era su significado y no el de antroido (y variantes) o antruejo. Pero ya en la Carta de Ordenanzas de Alfonso X dirigida a Castila La Vieja se dice: Et mandó que nenguno caçe desde las carnestollendas fata San Miguel, prohibición que se repite en las cartas del mismo rey dirigidas a Valladolid, aunque aquí aparece como carnestolliendas. El hecho de establecer fechas fijas para regular actividades como la caza o el abasto de carne para las villas y ciudades indica que ya carnestollendas no significaba cuaresma sino entroido o antruejo. Algo parecido pasa con introido en Galicia. En un documento en latín de 1274 del monasterio se San Pedro de Ramirás se habla de un plazo de pago que va de nathale Domini usque die de introito.
Carnestolendas, Cuaresma y entroidos o antruejos
En el Fuero de Salamanca de 1300 al hablar de la soldada de unos andadores (jornaleros) se dice: …e coyan la de San Marín asta carnes tolliendas. Es decir, el significado de la palabra ya no estaba motivado por la suma de sus partes, como en latín eclesiástico, el sustantivo carnes y el gerundio tollendas, cosa totalmente opaca para el vulgo medieval e incluso para mucha gente leída. Que era así lo demuestran la existencia de variantes como carrastolliendas que usa el canciller Ayala en su traducción de la Décadas de Tito Livio, hacia 1400. Alfonso de Toledo en su Invencionario (1453-1467) al hablar del antruejo escribe: a que los legos llaman carrastollendas. Hernán Núñez en sus Refranes e proverbios en romance de 1459 dice: desde carras tolendas a Pascua de Flores. Y que la palabra ya no significaba cuaresma se comprueba de forma clara en la cita de Gonzalo García de Santa María en su Evangelio e epístolas con sus exposiciones en romance, de 1485, en que dice: como las carnes tollendas sean tiempo de gozo y alegría, cuando la Cuaresma, por definición, suprime el gozo y alegría. Es así como carnestolendas llegó a significar lo contrario de lo que etimológicamente significaba. Nebrija en el Vocabulario latino español (1495) iguala antruejo a carnestolendas y retraduce esta última al latín como carnesprivium, privación de la carne, cosa que carnestolendas ya no podía significar en el castellano del siglo XV. El título de una égloga de Juan del Enzina, de 1485, es Égloga representada en la mesma noche de Antruejo o Carnestolendas en la que iguala los dos términos.
Esta igualación de significado Carnestolendas con entroidos o antruejos y su diferenciación del de Cuaresma se dio en varios pasos.El primero consistió en distinguir semánticamente entre Carnestolendas y Cuaresma, que en principio se referían a lo mismo. Y esto se hizo a partir de la misma frase latina, ya citada, de los documentos medievales que servía para fijar fecha tal como die dominica pro Carnestollendas. Al ser carnestollendas una palabra culta por latina y extraña y opaca para los oídos populares, no se identificó con la cuaresma, sino con ese período de tres días que va desde el domingo al miércoles de ceniza. Es así como llegó a significar el final de un tiempo de gozo y alegría, de máscaras, en vez tiempo de privación y ayuno. Este desplazamiento semántico deshace la primitiva sinonimia entre cuaresma y carnestolendas, dos palabras del latín eclesiástico que al pasar al romance oponen sus significados.
El segundo paso se dio al fijar definitivamente el tiempo de la Cuaresma. En el cristianismo, la tradición de un ayuno más o menos largo comienza hacia el siglo IV, en recuerdo del ayuno y penitencia de Moisés, Elías o el propio Cristo, que duraron cada uno cuarenta días, número que se repetirá con cierta frecuencia en la Biblia (el diluvio universal, la purificación de la mujer después del parto…). Pero no será hasta el siglo XI, en el sínodo de Benevento, de 1091, cuando el papa Urbano VI establezca de forma definitiva el tiempo cuaresmal. La pascua de Resurrección se celebrará justo en el primer domingo después del primer plenilunio equinoccial. Cuarenta días antes comenzará la Cuaresma o Cuadragésima. Por consiguiente, quedaba también fijado el período en que se usaban máscaras que iba desde el Adviento hasta la Cuaresma o como dice Gonzalo Correas en su Vocabulario de refranes, publicado en 1627,al comentar el refrán No entre máscara en tu casa, si no la quieres enmascarada, que quiere significar que es un Aviso para ciudades y lugares, donde usan máscaras de Navidad al Antruejo, y so capa de ellos, muchas libertades. Se cruzaban así dos tipos de calendario, uno lunar, que es el que marca el plenilunio y otro solar, que es el que marca el equinoccio. Esto explica que el antroido o antruejo sea fiesta movible dentro del año, pues lo es también la Cuaresma.
Las fiestas con máscaras han sido frecuentemente relacionadas con las Saturnales y las Lupercales romanas, sobre todo con estas últimas, que eran fiestas de inversión o de celebración del mundo al revés. Pero desconocemos cuál haya sido la tradición o transmisión de estas fiestas en la península Ibérica. Enrique de Villena en su Traducción y glosas de la Eneida, libros I-III, hacia 1427, no relaciona las Lupercales con las carnestolendas ni tampoco Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario en latín y romance de 1490. La idea de que había relación entre las fiestas romanas y las carnestolendas es cosa de autores del XVI y XVII como Ambrosio de Morales, (Relación del Viaje que Ambrosio de Morales, Cronista de S.M., hizo por su mandato el año 1575), Covarrubias (Tesoro de la Lengua castellana, 1611) o Rodrigo Caro en Días geniales y lúdricos de 1626 en el que dice: Todo eso que vemos hoy, especialmente en las aldeas el día de los Santos Inocentes, que concurre en que antiguamente, como vuestra merced dice, se celebraban las Saturnales, la gente rústica hace semejantes disparates. Poníanse carátulas y echaban copla de repente.
Desde siempre, al menos desde San Martín Dumiense en su De correctione rusticorum del siglo VI, estas fiestas de máscaras eran consideradas vulgares y rústicas, impropias de gente instruida o civilizada, contrarias a la religión, y en ocasiones verdaderas manifestaciones del diablo.
En efecto, estas figuras que encontramos por toda Europa cristiana están relacionadas con el uso diversas máscaras, de disfraces hechos de pellejos de animales, ovejas o cabras, o de paja o ropa vieja, con el uso de cencerros y otros instrumentos… y también con el juego o sacrificio de algún animal, gallo, carnero, vaca, toro, oso… En muchas de ellas existe la costumbre de arrojarse agua, pero también harina o ceniza, en especial la que queda después de hacer lejía, la cernada, que hace que todos, incluso aquellos que no se disfrazan, al quedar tiznados por la harina o la ceniza, adquieran una apariencia espectral, como seres de otro mundo, como los muertos.
En la península Ibérica los nombres que reciben estas figuras son variadísimos: cigarróns, felos, botargas, birrias, guirrios, irrios, jurramachos, jurrus, mirrios, murrios, sidros, tafarrones, zamarreros, zamarrones, zangarrones, zarrios, zarromacos, zarrones… y muchos más. Todos ellos son señales de que no proceden de las Lupercales o Saturnales romanas, sino que hacen referencia otras fiestas anteriores a la dominación romana, propias de antiguas sociedades precristianas. Anteriores, por lo tanto, a la penetración del latín como lengua hablada ya que la mayoría de de ellos no pueden ser explicados desde esta lengua.
Algo curioso les va a suceder a todos estos extraños nombres entre los años finales del siglo XI y mediados del XII. Aunque no sabemos el origen de muchos ellos, sabemos que son en su mayoría nombres prelatinos, es decir de lo más antiguos para la gente común, y que todos se refieren a figuras de un tiempo de máscaras que va desde el Adviento hasta la Pascua, el tiempo de invierno en que la Tierra duerme y está habiatada por estos seres. Son morfológicamente muy distintos entre sí según el lugar en que aparezcan, pero todos ellos recibirán en su conjunto un nombre genérico de nueva creación que, sin sustituirlos y sin que haya necesidad de que desaparezcan del habla popular, los incluirá. Es el nombre de introido y sus variantes, antroido, entroido, entruido, entruido, entrudio, entrudo… Más tarde surgirá en zonas de habla castellana otra formación, la de antruejo, que será la que poco a poco se imponga en Castilla y en gran parte de León.
Corominas y Pascual en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (2ª reimpresión, 1987) dan como primera documentación para el castellano de entroydo la fecha de 1229 pero no dicen dónde. La segunda documentación es más tardía y aparece en la Gran Crónica de Alfonso XI, de 1348-1379: ..y el rey, por esto, partió luego de aquel lugar e fue a Sevilla a las mayores jornadas que pudo; e llegó ay en día de antroido. En gallego aparece bastante antes en la documentación latina del monasterio de San Pedro de Ramirás (Ourense), donde en 1268 se estipula la entrega como impuesto de unos animales al convento: et alter pro natale et alter pro introito (Lucas Álvarez, M; Lucas Domínguez, M.: San Pedro de Ramirás, un monasterio femenino en la Edad Media. Santiago de Compostela 1988). Esta forma introito también aparece más tarde en el Becerro de las behetrías de Castilla, hacia 1352, en donde se establece un pago en dineros a la abadesa de Villaprovedo (Palencia): una tercia de maravedí por el introito.
En el reino de León aparece antruejo en la documentación de Pedrún de Torío (Alto Órbigo) de 1313-1324: E deven dar sennas cuartas de çevada e sennos medios carros de lenna por el antruejo del aviento e otras sennas por el de Cuaresma… (M. Torre Sevilla.: Historia de Pedrún de Torío y su blasón. León 1994). No sólo es la primera documentación de antruejo, muy anterior a la que cita Corominas, la de Nebrija de 1497, sino que tiene la particularidad de señalar la existencia de dos antruejos, uno por Adviento y otro por Cuaresma. Con ello queda desautorizada la hipótesis que desde Ambrosio de Morales hasta nuestros días viene repitiéndose de que entroido o antruejo significaba la entrada de la Cuaresma, según el significado de su étimo, el latín introitus.
Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611 dice en la entrada antruejo: Este vocablo se usa en Salamanca y vale lo mesmo que carnestolendas y en las aldeas le llaman antruido […] Pues siendo estas fiestas (Las saturnales) de la entrada del año, no sería fuera de propósito si dijésemos que antruejo y antruido trae origen de introito. Covarrubias se refiere, claro está, a la entrada del año romano, que se corresponde en nuestro calendario con el comienzo del mes de marzo, no a la entrada de la Cuaresma. Pero en el Diccionario de Autoridades, el primer diccionario de la Real Academia, de 1726-1739, ya se ha desplazado totalmente el sentido de entrada del año a entrada de la Cuaresma, todo por vía eclesial, claro está. En antruejo se lee: Así llaman en Castilla la Vieja y otras partes a los tres días que preceden a la Cuaresma. Es voz baja y vulgar. Antiguamente se llamó Entroido y viene del Lat. Introitus, con el cual término se denotaba el Miércoles de Ceniza y principio de la Cuaresma, según explica Ambrosio de Morales, li. 17, cap.15. Dícese también entruejo. Vemos, pues, como a los ojos de la autoridades lingüísticas, que no son muy distintas de las otras, no sólo el término era considerado bajo y vulgar, propio de aldeanos o rústicos, como los que aparecían para hacer reír en la comedias del Siglo de Oro, sino que también ahora ya hay sólo un antruejo y reducido a los tres días: el domingo, lunes y martes de antruejo o entroido.
Actualmente el Diccionario de la RAE, y con él todos, dan por buena el étimo de antruejo y antroido, del latín introitus con el significado de entrada, naturalmente, a la Cuaresma.
Corominas y Pacual aceptan la tradición y también dan como étimo de entroido, antroido entruido, entrudo, entrudio, antruejo y demás variantes el latín introitus, un participio sustantivado del verbo intro-ire, que significaba entrada no sólo como la acción de entrar sino también la entrada o acceso a un lugar, casa, tierra, castillo… Era el antónimo de exitus, de exire, ir fuera, salir. En los documentos medievales en latín cuando se vendía o cedía una tierra se especificaba que era con todas sus introitus y exitus, lo que luego se sustituiría en romance por entradas y salidas en castellano o entradas e saídas en gallego y portugués de los documentos el siglo XIII. En este momento, introitus y exitus, eran, pues, términos que se producían en la lengua escrita, no en la hablada. Como patrimonialismo, hacía tiempo que exitus se había convertido en el castellano ejido o el gallego eixido, terreno que está a la salida de la casa. Sin embargo, Corominas y Pascual dicen que introitus está bien documentado en el bajo latín con el significado de carnaval, pero no dan ningún ejemplo, tal vez porque no lo haya.
En el latín eclesiástico introitus empezó a usarse en el primer tercio del siglo V, bajo el reinado del papa Celestino (422-433), o poco antes, para referirse a una antífona que por esa época se añadía a la misa como parte inicial. Tardaría en fijarse como tal en el rito romano, pero la historia eclesiástica señala que entre el siglo VI y el VII se añadieron a la misa de forma definitiva en ese ritual el introito, el versículo de aleluya, el tracto y el ofertorio, que así fueron confirmando el ordo missae. El introito era un canto antifonario, es decir, alternado entres dos coros o voces, que contenía un fragmento de alguno de los salmos. Variaba según el calendario litúrgico y en él se daba a conocer a los fieles de qué iba a tratar la misa. Corominas y Pascual suponen que desde aquí, desde este introito, pasó la palabra a los oídos de las gentes. Si el introito era la entrada de la misa, el antroido o antruejo, que necesariamente vienen de introitus, será la entrada o preparación de la Cuaresma.
Pero hay demasiadas dificultades para aceptar esta hipótesis. Primero porque primitivamente, como ya dijimos, el antroido o antruejo no era sólo el anterior a la Cuaresma, sino también el de Adviento. En realidad desde el solsticio de invierno hasta el equinoccio de primavera todo él era tiempo de antroido y de máscaras. En segundo lugar, había introitus en todas las misas del año litúrgico, excepto en las de Cuaresma. En tercer lugar, hay que decir que la palabra introito en la mente de las gentes que oían misa apenas significaba nada como tal, era una más de las divinas palabras. Lo demuestra esta cita de Fray Hernando de Talavera en su Tratado de lo que significan las ceremonias de la misa, hacia 1480, que se ve obligado a explicar a finales del siglo XV cuál era el sentido de la palabra: Aquel introito, que vulgarmente es llamado oficio, pero mejor se dice introito, que quiere decir comienzo de la misa. Introito, como cultismo, será adoptado en el siglo XVI por la literatura con el significado de prólogo, en especial de ciertas obras de teatro.
El introitus y la misa. El rito romano y el rito hispánico
Pero hay otra dificultad mucho más difícil de salvar como para aceptar la hipótesis tradicional de que antroido y antruejo proceden del latín introitus con el significado de entrada a la Cuaresma. Y es que todo lo que se ha dicho hasta aquí de introitus como parte de la misa vale para el rito y misal romanos, pero no para el de otras iglesias, como la de Milán en la que regía el misal ambrosiano y a esa primera parte de la misma no se le llamaba introitus, sino ingressa. Algo parecido sucedía con el misal hispano o mal llamado mozárabe, en el cual a la parte inicial de la misa no se le llamaba tampoco introitus sino praelegendum, o mejor antífona ad praelegendum. No era así en Cataluña donde regía el rito romano desde los tiempos carolingios, ya que Carlomagno había suprimido el rito galicano e impuesto el romano. Es decir, donde hay introitus en la misa, Cataluña, no hay antroidos, sino carnestoltes; y donde no hay introitus, en la corona de Castilla, sí que hay antroidos, entroidos, entrudios, entrudos… y antruejos, además de Carnestolendas. Por lo tanto, si queremos derivar antroido o antruejo de introitus debemos partir del momento en que la palabra latina aparece en la Corona de Castilla y es oída por lo fieles en las iglesias, no antes.
La sustitución del rito hispano por el romano es cosa tardía en la corona de Castilla, en donde se produce en el último tercio del siglo XI. La cosa comienza con los monjes de Cluny, primero con Hildebrando y luego con el cluniacense papa Gregorio VII, que en una epístola de 1074 se dirige a los reyes Alfonso VI de Castilla y a Sancho IV de Navarra y les invita a adoptar el rito romano, que él quiere imponer como único en toda la cristiandad. Pero no sólo es la imposición del rito romano lo que quiere el Papa, sino también la reforma de las iglesias infectadas por la vesania Priscillianistarum, la perfidia arriana, la invasión de los godos y la invasión sarracena. En el concilio de Burgos de 1077 se decidió la introducción del rito romano. Es toda una reforma que se va a llevar a cabo no sin trabajos durante el reinado de Alfonso VI. Pero será la presencia masiva de gentes de Borgoña y de cluniacenses en este momento lo que hará posible el cambio. Muchos de los cargos eclesiásticos o políticos van a recaer en ellos. Alfonso VI se casa en segundas nupcias con Constanza, sobrina de Hugo, abad de Cluny. Casa a su hijas, Urraca y Teresa, con Raimundo de Borgoña, a quien le da el gobierno de Galicia, y con Enrique de Borgoña, a quien concede el condado de Portugal. Raimundo de Borgoña, por su parte, es hermano de Guy de Vienne, primero abad de Cluny y luego papa con el nombre de Calixto II. Su contemporáneo y amigo es el obispo Gelmírez de Santiago de Compostela, el impulsor del Camino de Santiago o camino francés. Una vez conquistado Toledo en 1085, Alfonso otorga la sede primada de España al monje borgoñés Bernardo, que había sido antes abad de Sahagún. Durante un siglo los obispos de Toledo serán cluniacenses.
La presión, por lo tanto, venía desde arriba y era fuerte. Pero la sustitución del rito hispano por el romano no se hizo sino entre graves conflictos. Por ejemplo, los mozárabes de Toledo se negaron a aceptarlo y hubo que permitir que el rito hispano permaneciese en las antiguas seis iglesias. De ahí viene que se le llame mozárabe, pero no era sólo mozárabe, sino hispano.
El cambio de un rito por otro significó no sólo el aprendizaje de un nuevo ordo missae, sino también nuevas formas melódicas como el canto gregoriano y una nueva vestimenta litúrgica. Frente a suntuosidad y solemnidad del rito hispánico, llena de oraciones y cantos que exigían la respuesta de la asamblea, la misa del rito romano era mucho más sobria, más simple, más breve. Comenzaba de forma diferente ya que el antiguo praelegendum se sustituye por el moderno introitus, con un texto que comenzaba con la frase Introibo ad altare Dei que el oficiante repite dos veces y los fieles una. Al tercer introibo el sacerdote se acercaba al altar y levantaba el velo de la ofrenda. Era toda una escenografía muy diferente del antiguo praelegendum, en el que, después de la antífona, el sacerdote rezaba en silencio la oración que comienza Ad tuo altare concurro (no introibo). Este es, pues, el momento en que por primera vez suena en los oídos de los fieles la palabra introito o introibo, ambas de fonética muy parecida. ¿Cómo introito, término muy nuevo a finales del siglo XI pasó a significar antroido, entroido o antruejo?
Pues tal vez una explicación posible sea la de considerar que en la mente de las gentes, de las primeras gentes, que asistían al nuevo rito y tenían memoria y conciencia del antiguo, la figura del sacerdote vestido mucho más pobremente y de negro, que oficiaba una misa más breve, menos lujosa, con menos cánticos o cánticos totalmente extraños, como el gregoriano, que no se acompañaba con instrumentos sino que se cantaba a capela, comenzó asociarse, por extraña y extravagante a sus ojos, a aquellas figuras que conocían con los nombres de botargas, cigarróns, birrios, cirrios, zamarrones, zarras o cualquiera de los muchos que había en cada pueblo o aldea para designar a personajes o muñecos de las fiestas que se producían con máscaras y disfraces. La comparación sería obvia. El nuevo sacerdote habla, canta y viste de forma extraña y rara; antes rezaba en silencio y ahora repite hasta tres veces la palabra introitus, también rara y ajena, percibida como introido o entroido. El oficiante, el que repetía aquella palabra extraña y viste raro, será designado con la misma palabra como rasgo caracterizador, como si fuese una figura equiparable a los cigarróns, botargas, birrios, jurrus o zamarrones que conocían de siempre.
Hay que recordar, además, que antroido o entroido, con sus verbos derivados antroidar o entroidar, lo mismo que más tarde antruejar, no sólo se aplicaban a esas figuras o fiestas de máscaras, sino que, por comparación, se podían, y pueden, aplicar en cualquier tiempo y lugar a personas vestidas con ropa inapropiada, estrafalaria o de mal gusto. En Galicia se dice en esto casos ¡Parece un antroido! o ¡É máis feo ca un antroido! Es el mismo procedimiento que pudo haberse seguido para calificar aquella nueva figura del sacerdote tan extraña a los ojos, y oídos, de la gente.
Tuvo que contribuir a ello otra figura que aparece en la misa, la del comentator, que era un diácono que daba explicaciones y avisos. Ocupaba un lugar antes los fieles, pero no se subía al ambón, desde donde se proclamaba la palabra de Dios en la liturgia. Con el cambio de rito la figura de este comentator tuvo que ser principalísima, especialmente en la introducción de nuevas plegarias y cánticos. Él sería el que explicase qué sentido tenía el introito, por su boca sabrían los fieles qué era y a qué venía a sustituir. De su boca aprenderían la palabra. Y esa palabra rara y ajena, les serviría para designar la figura del nuevo sacerdote oficiante, pobre y mal vestido, que tanto se parecía, en comparación con las ricas vestimentas que llevaba antes en el rito hispano, a una de aquellas figuras con que ellos festejaban en Adviento y Carnestolendas.
Y todo esto quedaría reforzado por una nueva reforma eclesiástica de los benedictinos, la reforma del Císter, orden fundada en 1112, y que a Castilla llega a mediados del siglo XII. Los monjes cistercienses escogerán el campo y no la ciudad para los monasterios de su orden. Eran mucho más austeros todavía que los cluniacenses y no aceptaron cargos políticos. Eran los monjes blancos, otra nueva vestimenta, otro nuevo disfraz a ojos de los campesinos. Las iglesias eran también mucho menos lujosas. Se convirtieron en simples oratorios, sin cripta, sin tribuna, sin adornos, con cálices sin labrar, con candelabros de hierro, con paredes de piedra vista o enlucidas con cal, sin vidrieras, sin apenas representaciones religiosas ni relieves escultóricos. Originariamente sólo se permitían pinturas de la Virgen o de Cristo crucificado o crucifijos de madera pintada. El impacto de estas nuevas figuras debió de ser importante. Por su aspecto extraño ante los ojos de los fieles, el monje blanco podía ser muy bien el antroido o el nuevo antroido.
Antroidos y antruejos
Lingüísticamente no hay muchas dificultades para explicar el paso de introito a entroido, antroido o antruydo, que es como primeramente aparece escrito en castellano. Hay que pensar que los sacerdotes pronunciaban el latín eclesiástico con fonética romance. El primer paso sería un introito, tal como se registra en los documentos gallegos de Ramirás (Ourense) y partir de esta forma vendrían las demás con la variación vocálica de entroido, antroido o la modificación antruido, entruido, o como en portugués, entrudo.
En castellano hay que suponer que primitivamente ese –oi- era un hiato, no un diptongo, es decir, se leería como dos sílabas no como una. Esto ayudaría a explicar la forma antruejo, que parece más tardía que las otras. En efecto ese hiato –oi- de antroido o entroido podía ser leído primero como –ui- y más tarde como –ue-. Es lo que sucedió con formas como agoiro o coiro, hoy en día presentes en gallego y en portugués, provenientes del latín auguriu o coriu, que dieron en castellano agüero y cuero. Corominas y Pascual suponen que a partir de ese entroido, antroido o antruido primitivo hubo formas como *entruedo o *antruedo que darían lugar a la creación del verbo *entruedar o *antruedar, que acabaría contaminado por otro verbo como trebejar, de significado próximo, resultando de ahí entruejar o antruejar.
Tal vez no haga falta suponer tal contaminación, sino que una vez que fueron creados *entruedo o *antruedo, la terminación –edo fuese reinterpretada como el sufijo -edo, y que, con carácter peyorativo fuese sustituido por –ejo, tan frecuente en castellano como en animalejo, bichejo, etc.). Tendríamos así entruejo y antruejo, que a pesar de ser creaciones más recientes fueron imponiéndose en el ámbito del castellano-leonés, después en Navarra y Aragón. Explicación similar podría aplicarse al asturiano antroxo y antroxar. Todo esto parece que es así, pues una de las formas que Corominas y Pascual suponían hipotéticas y no documentadas, como antruedar, se documentan en Cantabria según A. Bartolomé Suárez en su libro Aforismos, giros y decires en el habla montañesa. Cantabria, 1993.
Antruejo es la forma actual que aparece en los diccionarios, ya que la RAE considera que antroido o entruido son arcaísmos más que leonesismos o galleguismos. En portugués es entrudo, ya desde el primitivo entruido, que reduce el diptongo como en truita > truta o luita > luta. Hay otras formas como entrudio o entroiro que debemos calificarlas como creaciones populares o dialectales a partir de entroido o entruido.
Todo esto explica o ayuda a explicar, como ya dijimos, por qué hay entroidos, entroidos, entruidos, entrudios, entrudos, antruejos o antroxus en las lenguas romances centrales y occidentales de la península Ibérica y que no los haya en los romances orientales, como el catalán. Aquí el rito romano fue introducido mucho antes, ya en el siglo VIII. Por lo tanto en el siglo XI no hubo ningún cambio de rito en Cataluña y al no haber cambio de rito tampoco se produce la situación en la que formas como antroido o entroido aparezcan para designar esas fiestas de invierno que se hacen con máscaras. En Cataluña el nombre genérico es carnestoltes, (carnes quitadas) el equivalente del castellano carnestolendas y que sufrió la misma transformación semántica, pasando de significar un período de privación y ayuno (la Cuaresma) a significar un período de gozo y alegría, de máscaras y otros juegos.
Coda
Con el paso del tiempo, todo desembocó en el moderno carnaval, una palabra que aparece a finales del XV, de origen italiano y étimo más o menos incierto, que se extendió rápidamente por todas las lenguas europeas (ita.: carnevale; fr.: carnaval; alemán: Karneval; ing.: carnival…). El éxito de la palabra fue tal que todos los demás nombres para designar estas fiestas de máscaras quedaron incluidos en ella. Pero el carnaval no es lo que era el antiguo antroido o antruejo. Ni siquiera en Brasil, donde el entrudo fue reprimido a mediados del XIX, por obsceno y violento, y sustituido por el moderno carnaval, que sí es lo que es, un espectáculo, cosa que nunca fueron los entroidos, entrudos o antruejos, que negaban toda separación entre escena y espectadores, entre público y actores, entre la plaza y el teatro. El carnaval actual o es una curiosidad etnográfica o una atracción turística. La televisión lo muestra y lo demuestra.