La sátira de los pedigüeños

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Hace un año, tras descubrir a nuestros lectores el secreto a voces de que los que hacemos LA CUEVA DE ZARATUSTRA somos poco navideños, nos convertíamos en augures de lo evidente. Nuestro inefable Jefe de Gobierno (poeta del viento y lo invisible) se empeñó en contradecir las aviesas previsiones. Como si sólo quisiéramos aguarle su segundo festín electoral.

Hasta el común de sus votantes de marzo de 2008 reconocerá ahora, doce meses más tarde, lo atinada que iba aquella receta humorística para su economía insostenible. Decíamos: “Ante un 2009 horríbile. ¿Solución? ¡El pavo de Luis Taboada!”. Si no lo ha leído aún, no se la pierdan. Mantiene todo su encanto y vigencia, porque lo que nos aguarda para 2010 va de lo mismo.

Sin embargo, para que nadie diga que es demasiado ahorro tirar para el año nuevo de la receta vieja, ahí va otra historia “navideña”. La escribió el mismo difunto: Luis Taboada. Un autor (gallego de Vigo) muy celebrado en esta Cueva, nutrida más bien por atlánticos de las más diversas procedencias.

Esta vez, para que no se mosquee el presidente, va aún más centrada en nosotros mismos. En la parte de culpa que en el desaguisado permanente nos toca a la Sociedad. Que eso de descargarlo todo en los gobiernos de turno es otro recurso, viejo e inútil. Más propio de los disciplinados “humoristas” que nos acosan en los llamados medios de (in)comunicación que del auténtico sentido del humor. Taboada malgastó con gobiernos y gobernantes muy poco de su tiempo. Nos zahirió a todos y se rió de sí mismo. Y esa fue una de las claves de su éxito. Enorme y en dos continentes.

La sátira de los aguinaldos urbanos, con el ejemplo de Madrid, resulta divertida; pero tiene su aquél. La primera versión, recogida más tarde en libro, la publicó El Imparcial de los Gasset el Día de los Santos Inocentes del lejano 1890 (28 de diciembre). Con toda intención. Hace 119 años.

La anécdota, como verán, ha cambiado y los aguinaldos son cosa de otros tiempos de escasez; pero los vicios y los pedigüeños permanecen. Zaratustra.

LOS AGUINALDOS

Por Luis Taboada

¡Nada! Que no puede uno salir a la calle, ni quedarse en casa, ni meterse en el café, ni visitar a los amigos. ¡Malditos aguinaldos!

Si va Vd. al teatro, saldrán a su encuentro los porteros y los acomodadores y el vendedor de periódicos y la florera… ¡Esto ya no se puede sufrir!

Si permanece Vd. en su domicilio, subirá el sereno, y los de las alcantarillas, y la portera, y los repartidores y el Nuncio… Digo, no; el Nuncio no sube, pero al paso que vamos llegará a subir el  mejor día, porque esto es insoportable.

¿Han llamado? Sí; de fijo que es algún pedigüeño… Oigamos.

-¿Está don Honorino?

-No señor.

-No me lo niegue Vd. Dígale que soy Vázquez, el que le puso aquella cataplasma cuando D. Honorino era soltero y estaba de huésped en casa de doña Concha. Dígale Vd. que vengo por el aguinaldo.

-Pero ¡si no está!

-Me ha dicho la portera que no ha salido todavía.

D. Honorino oyó el precedente diálogo y se enfurece.

-Habráse visto -murmuró- ¿Qué tengo yo que ver con ese Vázquez?… Vamos, ya veo que la criada ha logrado convencerle. ¡Y el hombre baja la escalera echando chirivitas! Pero ¿cuando va a concluir la casta de los pedigüeños?

Han llamado otra vez? ¡Ah! Es mi esposa que vuelve de misa.

-¡Jesús! -dice ella- ¡Qué gente más insoportable! ¿Querrás creer que me ha pedido aguinaldo Nondedeu?

-¿Qué Nondedeu?

-¿No te acuerdas de un catalán que tuvo la tosferina cuando vivíamos en la calle de la Gorguera y después se casó con una cómica?

-¡Ah, sí!

-Pues ese. Iba yo por la plaza del Ángel y me detuvo, diciéndome que le habían pasado muchas desgracias. Primero a él se le cayó toda la dentadura a consecuencia de  un susto; después a su esposa la engañó un empresario de Buenos Aires, y en vez de llevarla allá la dejó encerrada en una buhardilla de la calle del Gato.

-¿Y qué?

-Nada que Nondedeu me ha felicitado las Pascuas y que si me descuido tengo que darle una peseta o dos.

-¡Cómo está esto en Madrid! Ya nadie tiene inconveniente en pedir el aguinaldo y molestar a las personas decentes.

-¿Sabes a quién tenemos que dar aunque sólo sean un par de realillos? Al chico de la Portera. Ya ves, siempre le estoy mandando a por azúcar y a por leche, y aún el otro día te estuvo limpiando la dentadura postiza porque se lo mandé yo. Además, cuando dábamos las reuniones, él era quien recogía los gabanes y estaba al cuidado de los azucarcillos para que no se los llevasen los contertulios.

-Bueno, pero en cambio todo el cocido que sobra en esta casa se lo lleva él, y el año pasado le regalé un sombrero mío que me venía ancho.

-Bueno, si tú no quieres no hay nada de lo dicho.

Ya se ve que no. Pues no faltaba más ¿qué me dan a mi? Nada.

-Tú, gracias a Dios, tienes que comer.

-Porque trabajo como un negro; porque me sacrifico en el cumplimiento de mi deber.

-¿No vas hoy a la oficina?

-Estoy por no ir. Hace un frío horrible, y además, si ocurre alguna cosa, está allí López, el escribiente, que es muy listo.

-A ese deberías hacerle un obsequio.

-¡Un demonio! ¿No le paga el gobierno?

-También a ti te paga sin ir a la oficina.

-Es diferente… A propósito: Estoy por ir a casa de D. Eleuterio, el senador, que es uña y carne del ministro. Va a haber una vacante en la dirección, porque Grasilla está dando las boqueadas,  o poco menos.

-¿Grasilla? -Sí; el oficial primero. Estuvo en el teatro Romea viendo la zarzuelita y salió de allí sin taparse la boca. No sabe si fue el viento o la zarzuela, pero el caso es que está muy grave. Esta mañana estuve allí para ver si se muere o que hace, y me dijeron que le faltaban unos catorce minutos para expirar.

-Pues anda, no te descuides. Dile a D. Eleuterio que te apoye con todas sus fuerzas y hazle ver que lo necesitamos mucho, porque aunque no tenemos hijos estamos llenos de obligaciones; y que le mandamos todos los meses  veinte y cuatro reales a nuestra tía de Ávila, para lo más necesario.

-¿Han llamado otra vez?

Sí…¿Quién? ¿Qué se le ofrece a Vd.? ¿Aguinaldo? No, señor; no hay aguinaldo.

-¿Quién es?

-El sereno.

-¿El sereno? No he visto gente más sinvergüenza. ¿Conque es decir que además de darle quince céntimos cada vez que me abre la puerta, y me la abrirá lo menos tres veces al año, voy ahora a desembolsar una peseta por su cara bonita? Has hecho bien en despedirle. ¡Pues no faltaba más! ¡Jesús, Jesús! Qué afán de saquearle a uno; todo el mundo pide; todo el mundo quiere vivir valiéndose del dinero o de la influencia de los demás. ¡Qué país! Adiós, Ramona, voy a ver a D. Eleuterio, porque Grasilla morirá de un momento a otro, y es preciso que no me coja la delantera alguno de estos pedigüeños que no piensan más que en hacer su negocio.