La lotería de las almas: Un sorteo del más allá

Miranda do Douro (Portugal) – Lotería a favor de las almas en el interior de la Catedral

Hace apenas unos días que una España gélida y lluviosa ha vivido, un año más, su peculiar fiebre del oro. Me estoy refiriendo, por supuesto, al sorteo de la Lotería Nacional que tuvo lugar el pasado 22 de diciembre, acontecimiento que me sirve para justificar en cierta medida y de manera aleatoria, pues de un juego se está hablando, esta crónica viajera portuguesa por la que tú, lector, a riesgo de perder … o ganar tu tiempo, acaso quieras apostar.

Siguiendo las indicaciones de R. L. Stevenson, quien afirmaba que no pedía otra cosa que el cielo sobre él y el camino bajo sus pies, con el cielo sobre mí y el asfalto bajo las ruedas de mi automóvil, viajé recientemente a Portugal.

Cuando leo o escucho que se está hablando de Portugal, pienso que ello me concierne, abro bien los ojos y con disimulo pego la oreja y, entonces, tras arrumbar mi astenia, si asténico me hallo, una fuerza desconocida tira de mí para, acto seguido, salir volando mi pensamiento hacia esa tierra a la que tantas veces, insuficientes todas, he viajado y he terminado por interiorizar, alcanzando una empatía sin brechas ni fisuras. No recuerdo la primera vez que visité este país, aunque debió ser allá por los lejanos años sesenta del pasado siglo, con toda seguridad camino de Fátima. Entonces aún era frecuente que, circulando por sus maltrechas y poco transitadas carreteras, que aún no habían recibido los fondos FEDER, los españoles, y mi padre entre ellos, al cruzarse con algún automóvil con matrícula española, desbordaran su patriotismo, acústica o visualmente, tocando el claxon o enviando una ráfaga de luz, que casi siempre obtenían respuesta, y lo mismo sucedía si se circulaba por Francia, ahora con toda seguridad camino de Lourdes. ¡Portugal era el extranjero! Y el extranjero entonces pillaba muy lejos, aunque lo tuviéramos al lado. Alguien dijo que los españoles inventaron Portugal cuando querían ir al extranjero sin salir de España. Yo era pequeño y desconocía por aquél entonces que los portugueses estaban también gobernados por una férrea dictadura. ¡Hasta en eso éramos hermanos! Porque ¿qué español es el que no tiene algo, y aun mucho, de portugués? …

Al margen ya de melancolías, mi destino en esta ocasión era la “Terra de Miranda”, en la región de Trás-os-Montes, que ocupa un espacio geográfico transfronterizo con una singularidad propia que se manifiesta no sólo en sus fiestas y tradiciones, que en estos tiempos de carreras y prisas gozan de una muy buena salud, sino también en la pervivencia en un país unificado lingüísticamente, de un dialecto propio, el mirandês, con muchos siglos de existencia, que es enseñado oficialmente como disciplina optativa en las escuelas del 2º ciclo de enseñanza básica del Concejo.

SERMÓN DE LOS PECES EN MIRANDA DO DOURO

He llegado a Miranda do Douro, la localidad de referencia, con ostensible ansiedad, lo que me sucede siempre que entro en tierra portuguesa y comienzo a escuchar esa lengua tan hermosa y musical, muchas de cuyas palabras (y letras) ayudan a ello. Sirva de ejemplo la consonante “ñ” que, como es sabido, es inexistente en su ortografía, donde se utiliza como sustituta la “nh” que, en definitiva, se pronuncia igual. Un chiste dice que el portugués se sirve de la “nh” porque perdió la tilde de la “ñ” en un timo.

Tras el callejeo de rigor por su casco histórico, hay que apostarse en el mirador existente en la parte lateral de la Catedral y desde allí, con la intermitente fragancia de los tilos plantados en las cercanías de las ruinas de lo que fue Palacio Episcopal, de la variedad “plateada”, siempre y cuando la visita coincida con su floración, con el Penedo Amarelo, la Piedra Amarilla, sobre el Río Duero en primer plano, recrearse, una vez descubierto ese misterioso número “2” en su frontal, ante un poético paisaje, siempre propicio a la meditación indefinida. La Piedra Amarilla, española por situación geográfica, se disfruta mejor desde este lado portugués, y con su contemplación José Saramago comenzó su ya clásico Viaje a Portugal, y lo hizo con un franciscano “Sermón a los Peces” que, actualmente, con la supresión de las fronteras, ha dejado en parte de tener sentido: “Venid acá, peces, vosotros, los de la margen derecha que estáis en el río Douro, y vosotros, los de la margen  izquierda, que estáis en el río Duero, venid acá todos y decidme cuál es  la lengua en que habláis cuando ahí abajo cruzáis las acuáticas aduanas, y si también ahí tenéis pasaportes y sellos para entrar y salir. Aquí estoy yo, mirándoos desde lo alto de este embalse, y vosotros a mí, peces que vivís en esas confundidas aguas, que tan pronto estáis en una orilla como en otra, en gran hermandad de peces que unos a otros sólo se comen por necesidades de hambre y no por enfados de patria. Me dais vosotros, peces, una clara lección, ojalá no la olvide yo al segundo paso de este viaje mío a Portugal, a saber: que de tierra en tierra deberé prestar mucha atención a lo que sea igual y a lo que sea diferente, aunque dejando a salvo, que humano es y entre vosotros igualmente se practica, las preferencias y las simpatías de este viajero, que no está ligado a obligaciones de amor universal, ni nadie le ha pedido que lo esté. De vosotros, en fin, me despido, peces, hasta un día, seguid a lo vuestro mientras no asomen por ahí pescadores, nadad felices, y deseadme buen viaje, adiós, adiós”.

EL CEPILLO DE LAS ALMAS: UNA LOTERÍA DEL MÁS ALLÁ

Miranda do Douro – Portugal – Menino Jesus da Cartolinha en el interior de la Catedral

Ya en el interior de la Catedral, mi atenta mirada, sin renunciar a la contemplación del gran retablo central, obra de Gregorio Fernández, se fija en un inesperado descubrimiento en forma de cepillo ¡del año 1811!, ¡200 años de antigüedad al alcance de la mano!, que, inexplicablemente, está colgado de una de las columnas del templo, desafiando las malas tentaciones de los expoliadores, auténticos vándalos apátridas, del patrimonio artístico, cuando debería estar expuesto, a buen recaudo, en el cercano Museu da Terra Miranda, cuya visita se recomienda. Lo mismo sucede con otro, más increíble si cabe todavía, en el que, forzosamente, me tengo que demorar en esta breve incursión antropológica y es que aunque el juego esté prohibido en el interior de las iglesias, por sacrílego, este segundo cofre del siglo XIX o, incluso, de finales del XVIII, incita a él, mediante una inofensiva lotería a favor de las ánimas del Purgatorio. Un aviso con las instrucciones a seguir, aún legible, así me lo hace saber (respeto la grafía original): “LUTERIA A FAVOR DAS ALMAS DO PURGATORIO. ABRI A CAIXA METEI A MÃO QUE ACHAREIS ALGUMA DE VOSSA OBRIGASÃO. P. N. ALMAS”. Pero ¿en qué consiste o, mejor dicho, consistía esta inesperada lotería que se interpone en mi camino? Puesto que la experiencia me ha demostrado en más de una ocasión que es mejor no considerar en una explicación nada por sabido es por lo que voy a dar a conocer los resultados de mis pesquisas, basados en unos puntuales testimonios escritos.

Quise, desde que tomé conocimiento de esta curiosa manifestación del fervor popular, saber los detalles que la enmarcaban. Actualmente, los fieles que se avengan al juego de esta ya desvirtuada lotería deberán abrir la ya oxidada caja e introducir en su interior un papel con el nombre o nombres de las almas con las que se tenga alguna obligación y, tras el rezo de un padrenuestro y un ave maría, introducir una moneda en el cepillo con candado anexo y así intentar su rescate, con la fe del carbonero y ya sin ninguna posible ganancia pecuniaria tangible, como sucedía en  tiempos que ya pasaron para nunca más volver. Las ánimas cuyo rescate se procura son las de aquellos que han muerto en gracia de Dios pero imperfectamente purificados, ánimas diferentes, por tanto, a las ya condenadas eternamente, cuyo pesaje, la psicostasia, a cargo del Arcángel San Miguel, que tantas veces se representa en los retablos góticos que aluden al Juicio Final, ya tuvo lugar, aun con la trampa en la que el diablo tira descarada y arteramente hacia sí de la balanza, lo que no ha de extrañar pues sabido es que a tramposo no le gana nadie. Ya lo advertía José Echegaray en “La Lotería del Diablo”: “El diablo es vicioso, grandemente vicioso y dentro de su impuro ser no hay vicio que no llegue a la plenitud. Porque de no ser así, no sería el diablo un diablo completo, sino un diablo a medias. De donde resulta que el diablo es jugador, y por añadidura, jugador tramposo; pudiéramos decir que es el gran tahúr de los abismos […] El diablo es, además, envidioso porque en su perverso seno se agitan todas las malas pasiones […] El diablo quisiera tener su lotería, con su premio gordo y hasta con sus aproximaciones”.

Para los creyentes, las almas no son un asunto baladí e incluso hoy en día algunas iglesias promueven que sus fieles entren en la cadena de la misa diaria por ellas y, puesto que, desde una óptica religiosa, la vida terrenal de una persona no basta para conseguir la perfección definitiva, la liturgia desarrolló la idea de que las oraciones de los vivos tuvieran valor para los difuntos y estos actos de intercesión, estos sufragios , debían ir dirigidos hacia esas almas que, “acerbísimamente, padecen en el fuego del Purgatorio por ser todavía deudoras a la divina Justicia de la pena temporal debida a sus culpas y no satisfecha en este mundo”, como se puede leer en algún decimonónico Breve Cotidiano Ejercicio en sufragio de las almas del Purgatorio. No seré yo el que afirme, aquí y ahora, que el castigo del demonio y de los malvados no es eterno y que ha de tener fin …

António Lobo Antunes, eterno aspirante al Nobel de Literatura en habla portuguesa, que de niño ejerció durante un tiempo de sacristán, recordando escenas de su infancia, se detiene en la faceta comercial para liberar a las almas del purgatorio, que interpreta de la siguiente manera: “La caja de las limosnas era enorme, de madera, con la leyenda Almas del Purgatorio por fuera. No entiendo del todo el mecanismo, pero la idea era que, metiendo dinero en la ranura, un alma entre otras, y desconozco el criterio de la elección, abandonaba el Purgatorio y batía sus alas hacia el Cielo de los mártires, libre de llamaradas. Esta faceta comercial me intrigaba, como si Dios dirigiese una banda dedicada al secuestro de los espíritus […] hasta que la gente los rescataba. Hay quien va a la trena por menos y no entendía cuál era el motivo de que no hubiese una orden de captura contra Dios. ¿Y qué haría Él con la pasta de los rescates? No lo imaginaba comprando coches o casas. ¿Se revolcaría como el Tío Gilito encima de su fortuna inmensa?”      

Una de las abundantes revistas anticlericales que existían a principios del siglo pasado en España alzaba su voz de una manera contundente: “Un hombre se ahoga en un río. Uno que, por acaso está presente, se arroja a salvarle sin reparar en el peligro y muere. Quizá tenía una fortuna y la ha perdido con la vida. Pues bien, los clérigos obran de otro modo. Ven a las almas abrasándose en el purgatorio, de acuerdo con la teoría católica, podrían salvarlas con ruegos y responsos. Y no lo hacen. Y eso que no necesitan arrostrar ningún peligro, antes bien, gozar deliquios adorando a Dios. ¿Cuándo llegan a hacerlo? Cuando les dan dinero. ¿Se ve la diferencia entre el corazón de esos clérigos y el del héroe que da su vida por salvar a un semejante suyo de los ahogos de la muerte? El alma de ese héroe es de luz; las almas de los clérigos son de cieno. ¿Y estos hombres de alma de cieno pueden ser representantes de Dios en la tierra? ¿Y esos hombres groseros, desalmados, que pudiendo dar la gloria a los que sufren el purgatorio no lo hacen pueden tener superioridad de vivir sobre los demás hombres? […] “La bolsa o la vida” dice el bandido exponiéndose. “La bolsa o las llamas del purgatorio” dicen, sin exposición, esos frailucos. ¿Quién es más noble el bandido o el fraile” . No escasean noticias de curiosas anécdotas de incumplimientos para el más allá: “En la freguesía de Santiago de Bougado, del distrito de Oporto (Portugal), una tal Leopoldina de Paulos, está o finge estar  convencida de que su difunta abuela, Ana de Paulos, se le entró en el cuerpo, comunicándole había estado en el purgatorio desde que murió, y que ahora, para entrar en el cielo, precisaba que ella, su nieta, mandase decir 34 misas a la Señora del Amparo, misas que la difunta había prometido, sin poder cumplir la promesa …”

La casualidad, que a veces es una musa protectora de los curiosos, quiso que descubriera un breve artículo acerca de este inocente entretenimiento. Publicado en el Volumen XIV, correspondiente al año 1911, de la Revista Lusitana, dirigida por José Leite de Vasconcelos, y titulado “O azar no … céo. A lotaria das almas no século XVIII”, me facilita nuevas y sugestivas informaciones. El Vizconde Villa-Moura, su autor, da a conocer a los lectores de hace cien años, aunque extractado, el contenido de una hoja suelta del año 1797 que tiene ante él, del que entresaco lo siguiente: “… En todos los tiempos, la piedad de los fieles ha inventado nuevas y caritativas industrias, para que no pase día alguno sin que se implore a la Divina Misericordia, enviando nuevos socorros a aquellas santas prisioneras. Una de estas industrias es la presente: ella ha sido practicada en diferentes partes con gran provecho de las Almas, como aseveran haberlo experimentado muchos doctos y graves Predicadores Apostólicos. Por consiguiente, tomaréis un número de la cajita de al lado, y confrontándolo con los números abajo escritos, en él hallaréis el Alma o Almas particulares hacia quien vosotros o toda vuestra familia en ese día, semana o mes, debéis aplicar algunas obras meritorias, por ejemplo, misas, comuniones, indulgencias, limosnas, ayunos, mortificaciones, rosarios u otras devociones, … Se advierte que se dejan en blanco dos números, para que las personas que practiquen esta santa devoción escriban en el número trece un Santo o Santa, y en el 66 un Alma del Purgatorio, conforme a la devoción de cada uno …”. El Vizconde informa también de que siguen a continuación los números de la Lotería con la indicación de la devoción de las Almas, y otras características, tales como el lugar donde las personas a que pertenecen vivieron, las penalidades y padecimientos que pasaron durante la vida, etc.; y viene después, como no podía ser de otra manera, la nota del depósito de la Lotería (Casa de João da Silva Brandão. Rua Nova de S. João, Oporto), que será quien, llegado el caso, haga efectivo el premio y, finalmente, la explicación de que todo es realizado con la licencia del “Desembargo do Paço”, Tribunal de amplias competencias, acaso la más importante institución del sistema político portugués del Antiguo Régimen, que comenzó a funcionar durante el reinado de D. João II, y cuya “Mesa” tramitaba las peticiones dirigidas directamente al Rey, supremo dispensador de la Justicia, quien ejercía su gracia a discreción. Dejó de existir en 1833.

La caja de la lotería de Miranda do Douro es un vestigio del pasado, recuerdo de la existencia de este juego como industria caritativa con efectos, como escribió el Vizconde de Villa-Moura, “além-tumulo”, más allá de la tumba, lo que no es poco …

LOS RETABLOS DE LAS ÁNIMAS

La devoción por las almas en esta “Terra Fria” en la que se encuentra el Concejo mirandés es muy notable y en la fotografía, fragmentada, que se adjunta las protagonistas no son sólo las almas sino también el demonio que, sonriente y satisfecho por el trabajo bien hecho, se vale de pies y manos para empujar a un negro INFIERNO, con unas mayúsculas letras acordes a su tamaño, descomunal y provisto de enormes dientes, a esas anónimas ánimas cuya suerte ya está echada. Del tenor del reproducido de la localidad de Sendim, hay retablos en otros lugares cercanos de esta apartada tierra portuguesa. Los he visto en la capital del Concejo, Miranda do Douro, pero también en Cércio, Duas Igrejas o Villa Chã de Braciosa. Hay más, ciertamente, y así nos lo corrobora António Rodrigues Mourinho al consignar que “no conocemos una población, en toda la Tierra de Miranda, que no tenga su retablo de las almas, en madera o pintado, en la iglesia parroquial […] En la mayor parte de las poblaciones de esta región de la Tierra de Miranda, en los viernes de Cuaresma, grupos de personas continúan encomendándose a las almas …”

EL MENINO JESUS DA CARTOLINHA

Pero, antes de abandonar la Catedral, no se ha de dejar de visitar su principal atracción que, en contra de lo que en un primer momento se pudiera pensar, no es el enorme retablo mayor al que me referí anteriormente, sino el Menino Jesus da Cartolinha, símbolo impagable del  imaginario trasmontano. Tras recorrer la nave central, en el lado de la Epístola se encontrará el viajero con una gran nave diáfana y, pegado a la pared de enfrente, un pequeño cepillo que acoge las limosnas del Menino y un armario, que también cumple funciones de cómoda, en cuyo interior, tras el cristal, está su pequeña imagen, que le representa en pie y con su cándido rostro imperturbable. Había leído sobre él, por primera vez, en el Viaje a Portugal del Premio Nobel portugués José Saramago y, posteriormente, en el libro  Trás-os-Montes (Un Viaje Portugués), de Julio Llamazares, quien le dedica un capítulo.  Para  A. Lopes de Oliveira, “o  mirandês  é homen de fe … respeitador, afável, crente, este santo homem, que sem rebuço nos dá o seu sorridente bom dia e nos trata por meu senhor, tem animada devoçao pelo seu Menino Jesus, de valor épico, o qual está intimamente ligado ao sangue dos mirandeses”. “Hogaño, escribió en una ocasión Andrés Campos, las devotas juegan a hacerle vestiditos”.

Son muchas las leyendas que surgen en torno a su figura. En uno de los  muchos levantamientos que a lo largo de la historia portuguesa se han producido contra España, un niño, surgido de no se sabe dónde, recorrió las calles de la ciudad animando a la lucha y dando valor a sus habitantes, quienes consiguieron vencer a sus enemigos. A mí la interpretación que más me gusta, dado que nada seguro se sabe sobre quién era realmente, es la dada por A. Rodrigues Mourinho cuando afirma que se trata de un “caso possível de amor frustado de religiosa o fidalga, filha segunda de nobre que vestia o Menino Jesus como idealizava o seu noivo: assim mesmo un fidalgo cavaleiro”. Este mismo autor nos dice que “en el Siglo XVIII los mirandeses mandaron esculpir una imagen de un menino (Menino Jesus da Cartolinha), que fue vestido con ropas idénticas a las que los hidalgos usaban en aquélla época y que pasó a ser santamente venerado por todas las generaciones de mirandeses” y, a continuación, se pregunta sobre el porqué de su apodo, “Cartolinha”, tratándose de una imagen del siglo XVIII. “La “cartola”, escribe, aparece con la Revolución Industrial, siendo usada por primera vez por los ingleses capitalistas y burgueses a partir del siglo XIX. Por tanto, la “cartolinha” sólo aparecería en la cabeza del Menino ofrecida por alguien a partir de esta fecha. Actualmente el Menino Jesus da Cartolinha continua siendo la figura más venerada por los mirandeses y con ocasión del Día de Reyes, el domingo anterior o posterior al día 6 de Enero, atrae a la calles de Miranda do Douro a miles de personas. En este día, el Menino Jesus, es colocado en unas andas y llevado a hombros por otros “meninos”, tan pequeños e ingenuos como él. Finalizada la procesión, el Menino Jesus da Cartolinha vuelve a su vitrina”. Consultado un diccionario de portugués, me encuentro con esta acepción de la palabra “cartola” relativa a la indumentaria: sombrero alto; sombrero extravagante por su forma o tamaño. 

Que nadie piense que su rica guardarropía es sólo la que a la vista está. En absoluto. En la gaveta inferior sobre la que se apoya la vitrina que le contiene hay un abundante vestuario, tan abundante que permite cambiarle de traje cada día del año, y el año, si no es bisiesto, tiene ¡365 días!, y es que su ajuar masculino que, además, obvio es decirlo, nunca irá destinado al matrimonio, es en verdad asombroso, posiblemente el mayor de toda la imaginería portuguesa. Yves Bottineau, a principios de los años sesenta del pasado siglo, lo denominó “impresionante guardarropa”. El día de mi visita, el Menino llevaba un sombrero que no era de copa, como acostumbra a salir en todas las fotografías, y que, por cierto, le sienta muy bien, sino más bien de gondolero veneciano. En realidad, era un simple sombrero de paja, un “chapéu de palhinha”, que me indicaba de una manera colorista la época estacional. Vestido con un terno del siglo XVIII, colgaba sobre su cintura un espadín y sobre su pecho una condecoración civil con muchas puntas en la que se podían leer las palabras “República Portuguesa”, sin olvidar que, además, el Menino ostenta el grado de Capitán del Ejército Portugués, con todos los honores que ello conlleva.

El tercer domingo de Agosto tiene lugar la procesión en honor de Santa Bárbara. La imagen del Menino es, una vez más, sacada de su vitrina y paseada por las calles, mientras que los “pauliteiros” (“paulite” es palo en portugués), danzantes cuyo antiquísimo baile, otra reliquia de estas tierras, se pierde en la noche de los tiempos, perseveran en la tradición, al son de la gaita de foles, el bombo, el tambor y la flauta.

En un artículo de Viale Moutinho sobre el Menino publicado hace unos años en la prensa portuguesa, se avisaba al lector de que su imagen estaba “completa” (el entrecomillado no es mío), lo que significa que no sólo tiene “pirilau”, pene, sino también sus anexos porque para conseguir la decisiva victoria, finalizaba el autor, “en el ámbito del machismo nacional, o los tenía en el sitio (los testículos) o a esta hora en Miranda do Douro se hablaba más español del que se habla los fines de semana”

Antes de abandonar la ciudad, el viajero se habrá escabullido por la medieval Rua da Costanilha, con casas del siglo XV, en busca de esa granítica nalga que, obscenamente, apunta hacia España. Se hace inevitable citar de nuevo a Saramago: “… Descubre (el viajero) señales de viejos rencores vueltos hacia España, canecillos obscenos tallados en buena piedra cuatrocentista. Da ganas de reír esta saludable escatología que no teme ofender a los ojos de los niños ni a los defensores de la moral. En quinientos años nadie se acordó de mandar picar o desmontar la insolencia, prueba inesperada de que el portugués no es ajeno al humor, salvo si sólo lo entiende cuando sirve a sus patriotismos”.

Sendim – Portugal – Iglesia parroquial – Retablo de las Ánimas (Detalle)