Rosalía de Castro en Madrid

En los primeros días de abril de 1856, cuando era una mocita espigada, feucha de cara, pero con buena figura y de relativo buen ver en su conjunto, se vivió en Padrón una ceremonia de despedida muy emotiva. La protagonizaron su madre, Teresa de Castro Abadía, el servicio de ésta, su tía Maripepa y sus primos más próximos: los Hermida de la Casa Grande de Lestrove. La joven, ataviada para la ocasión, quedaba a partir de ese momento al cuidado de José Gasset Montaner, llegado expresamente de Pontevedra. Lo acompañaba su hija, Eugenia Gasset Artime. A las dos jóvenes viajeras, que se conocían de todos los veraneos, se las veía contentas de emprender aquella aventura.

Comenzaba de este modo el largo y costoso viaje a Madrid de los tres últimos. Don José y Eugenia tenían la esperanza de llegar al nacimiento de su primera nieta y su primera sobrina. Rosalía y aquél llevaban otra encomienda. Debían sacar del atolladero en que estaban determinados negocios familiares parejos, seriamente afectados por los cambios legales introducidos en el bienio progresista. Pero había otra razón, de máximo atractivo para las dos jóvenes.

Eduardo Gasset y Artime

Realizaban éstas, en efecto, el viaje formativo a la capital de España  que las familias de acomodo consideraban de precepto. Una tradición provincial que venía de antiguo y que procuraban cumplir, a pesar de su elevado costo, todos los jóvenes con talento al llegar a la primera madurez. No sólo en Galicia. El mismo cuadro, en esos mismos meses de profunda decepción progresista y democrática, se estaba viviendo en otros lugares, siendo de enorme potencia cultural, por ejemplo, el viaje que protagonizaron ese mismo año los célebres integrantes de las llamadas cuerdas, granadina y sevillana. La duración era, por tanto, imprevisible. Una aventura indefinida que –en el caso concreto de Rosalía- acabó en estreno como escritora de libros, embarazo no deseado y boda…

Madrid, Kilómetro Cero

Por si fuera poca la molestia y la penosa circunstancia del viaje, la compañía encargada de realizalo quebró antes de que concluyera, teniendo que acoplar el pasaje en otra empresa. Debido a la inesperada circunstancia, se retrasó aún más la llegada del carromato a la Villa y Corte, metiéndose la efeméride en los primeros días de mayo de 1856.

En los primeros días de mayo de 1856. En vísperas, pues, de los acontecimientos contrarrevolucionarios del  verano, que desmontarían lo poco que quedaba del fallido bienio progresista (acontecimientos, por cierto, en los que pudo perecer Rosalía, por la curiosidad irreprimible que sintió de asomarse al balcón de la casa de su tía para contemplar en su salsa las barricadas de las célebres asonadas madrileñas, sin tener en cuenta los disparos).

El retraso y esos azares viajeros, convocaron –como es lógico- a las familias y amistades más allegadas en el punto de destino.

En la Puerta del Sol se repitió, pues, la escena de Padrón; pero ahora con alborozo no disimulado.

Rosalía –desbordante- abrazaba entonces a una de sus primas más bellas y, sin duda, la más querida: Carmen García-Lugín y Castro (madre, andando el tiempo, de Alejandro Pérez Lugín). Saludaba con efusión, igualmente, a su hermano Tomás, y a su tía María, hermana de su madre y de Maripepa, viuda reciente de Tomás García de Lugín Armero.

La misma escena, en proximidad, la protagonizaban los Gasset, razón de que, finalizados los abrazos familiares, Rosalía tuvo ocasión de saludar a otro amigo de la infancia: un jovencísimo Eduardo Gasset Artime, de gran presencia y acelerada trayectoria, que acababa de dejar la dirección del viejo Semanario Pintoresco Español. Conoció también a su esposa, Rafaela Chinchilla Díaz de Oñate, de poderosas familias, muy bien emparentadas. Todos quedaron formalmente invitados para la fiesta de bautizo del primer ejemplar de la flamante saga de los Gasset Chinchilla: Manuela, que ya era de este mundo, al haber nacido pocos días antes.

Casas y Ceremonias

(Ruiz Pons y los Chao)

No sólo la casa de los Chinchilla, donde residía a la sazón Eduardo Gasset y su esposa, se abrió de par en par para Rosalía y la familia Armero (como era conocida en Madrid la que señoreaba en la calle de la Ballesta, 13, a pocos pasos de la Puerta del Sol), María de Castro Abadía.

Las Cortes progresistas permanecieron abiertas hasta el mes de julio, residiendo en distintas casas  de la Villa los diputados del bienio. Dos de ellos –representantes de Coruña y Orense- formaban parte del ala más radical del primer progresismo democrático. Se habían significado para siempre, además, al atreverse a votar, en el comienzo de la legislatura, el destrono de la reina, Isabel II. Eran dos personajes, pues, de gran notoriedad, refrendada por su activa intervención en aquellas Cortes, y gozaban de enorme prestigio entre los revolucionarios más levantiscos, despertando enorme recelo simultáneo en la policía. Uno y otro, muchos años antes, ya eran asiduos asistentes a la casa compostelana de las De Castro, cuando Rosalía era una niña. Desde entonces, aquella niña se convirtió en la defensora más entusiasta del temible Eduardo Ruiz Pons (auténtico mártir de la democracia en España). Fue, para ella, para Aurelio Aguirre, y para las generaciones de demócratas subsiguientes, una especie de guía moral, dotado además de enorme atractivo físico. Un guapo mozo, al que sermoneaban de continuo (dada la ternura que por él sentían) su madre y su tía Maripepa.

La implacable persecución, la cárcel, los destierros y demás desventuras de Ruiz Pons comenzaron entonces, a los pocos días de la llegada de Rosalía a Madrid, desapareciendo –para siempre- de la Villa y Corte. Se mantuvo en ella, por el contrario, con casa estable, su alter ego. Otro Eduardo de enorme relieve, con trayectoria intelectual y política muy destacada en el Partido Progresista y en el primer Partido Demócrata español. Como hermano mayor de los Chao Fernandez, al haber dirigido desde su nacimiento distintas colecciones del grupo de los Gaspar y Roig, Eduardo Chao se había convertido en maestro y padre alternativo de su hermano menor, Alejandro, y de quien sería su cuñado andando el tiempo: Juan Compañel. Esto es: los dos editores de la poética rosaliana en lengua gallega. Aún por nacer…

Eduardo Chao y Eduardo Ruiz Pons

Emplazadas, pues, las amistades de Madrid en distintas casas, de muy dispar posición social e instalación política (es lo que quiero sugerir), Rosalía no sólo tuvo trato con el mayor de los Gasset y Artime (a punto de resellarse, pasándose -como Prim- del progresismo al unionismo naciente). Antes de que la mocita retorne a su tierra, ya este Gasset se habrá convertido en diputado (vitalicio) por Padrón. La familia Armero, por su parte, con peso en los Ministerios de Hacienda y Marina, tardará aún menos meses en contar con un jefe del Gobierno español de reconocida importancia en esas transiciones transfuguísticas: el almirante Francisco Armero Peñaranda. Y va a ser esa la única razón de que –tanto Rosalía como sus primos, los Hermida de Lestrove- pudieran acceder -con parientes y amistades- a los palcos y los ambientes de mayor relumbre mundano del Madrid oficial.

La cosa –eso es cierto- no duró mucho, pero sí lo sufiente para que la joven viviera con enorme intensidad aquella primera visita (inolvidable) a la capital de España..

La Galicia de Madrid

(El Día das Letras Galegas)

Sin conocer estos marcos de la vida social de las familias, no hay forma de avanzar en el estudio biográfico de los personajes. Pero eso, justamente eso, es lo que se viene desconociendo -por desgracia- entre nosotros. En Galicia, por ejemplo, frente a los incontables escritos que refieren la vida y milagros de las distintas Galicias del mundo, sólo nosotros venimos prestando la atención que merece la más influyente de todas: la Galicia de Madrid.

El pensamiento fronterizo (que se las gasta de patriótico), privado de ese referente fundamental, naufraga a cada paso, porque –como hemos dicho- no sólo los Castro, los Hermida, los Gasset, etc., tenían por fundamental en su proceso formativo la pasada de sus jóvenes de mayor talento por la experiencia directa de la vida madrileña. Como consecuencia de ello, al entrecruzarse en Madrid las distintas cuerdas de los recién llegados de provincias desde antiguo, la dialéctica centro-periferia resultaba harto enriquecedora, tanto para la capital como para la provincia. El déficit interpretativo, por lo demás, no afecta sólo a las biografías. Sucede lo mismo con las instituciones e, incluso, con las conmemoraciones. Veamos la que vamos a celebrar en estos Días.

De hecho, las celebraciones históricas del Día das Letras Galegas comenzaron en Galicia en 1963, con motivo de cumplirse entonces el primer centenario de la publicación de un libro memorable de Rosalía: Cantares gallegos. Impreso en Vigo por el mentado Juan Compañel. El primero de los suyos escrito (casi en su integridad) en lengua gallega. Para su celebración, se eligió la dedicatoria –escrita en español- de la autora: Santiago, 17 de mayo de 1863. Rosalía Castro de Murguía.

Fue una elección que tenemos por muy acertada, si bien el libro estaba dispuesto para entrar en prensa desde hacía meses, respondiendo en todos los aspectos a una moda literaria que había surgido en Madrid muchos años antes, y que la propia Rosalía había ensayado en Compostela, siguiendo el patrón original que había asimilado en sus brillantes pasadas por la Villa y Corte otro conocido de su casa compostelana y padronesa: Antonio Neira de Mosquera. Con importante presencia, como los anteriores, en el documental.

Cuando andaba en fase avanzada (si no conclusa), la histórica recreación rosaliana de los Cantares de su tierra, algunos amigos la convencieron de que debía dar a conocer alguna primicia del libro en Madrid. Fue así cómo, pese a estar escrito el poema en una lengua (la gallega) que no se tenía aún por literaria, lo publicó en El Museo Universal, la gran revista de los Gaspar y Roig. En noviembre de 1861. Es por ello que, para  nosotros (que vivimos la mayor parte de nuestra vida intelectual en la Galicia de Madrid, aplicando nuestros conocimientos al estudio de los pagos originarios atlánticos), estamos celebrando ya, en 2011, el 50 Aniversario del sentido originario de esa celebración. Y, para mayor gozo, vamos a darnos el gustazo de hacerlo en la sede madrileña del Gobierno autónomo de Galicia. Un sueño que formaba parte de las utopías más atrevidas del galleguismo liberal y democrático de hace 150 años, si bien de aquélla las utopías no eran tan divisionistas como las de hoy. Lo que hacía vibrar entonces a los jóvenes no era, propiamente hablando, la emergencia de las pequeñas patrias. Bien por el contrario, la progresía democrática de la época era más partiaria de la reunificación en estados (unitarios o federales) de distintas formaciones antiguas que, caso de Alemania, Polonia o las tres penínsulas del sur de Europa, se habían cuarteado. Razón de que los editores de toda la obra poética de Rosalía (desde La flor a En las orillas del Sar, pasando por los Cantares y Follas Novas) fueran lo que eran los Eduardos (Chao y Ruiz Pons) mazzinianos, carbonarios y garibaldinos. Iberistas -como sus análogos portugueses- en relación a la piel de toro.

Los estudios rosalianos

(La estrofa maldita)

Reconociendo, pues, el acierto de la data y sin salir de ella, vamos a sacar punta a dos detalles que nunca fueron debidamente resaltados. El primero, de enorme importancia, se refiere al hecho de que ese poema iniciático –muestra y anticipo de lo que serían sus Cantares-, publicado hace 150 años en El Museo Universal, sólo se pudo leer completo en esa versión original de la revista madrileña. Incluso hoy cuesta trabajo encontrarlo íntegro en las ediciones circulantes. Y esa fue una de las razones por las que la publicación de los Cantares gallegos se retrasó dos años más, pese a que Rosalía (transigiendo con el criterio de Murguía y la presión del ambiente) ya había extraído del poema los versos más explosivos. En 1862.

En el libro definitivo (1863) falta, en efecto, esa estrofa del poema originario. Durísima –es cierto- para la época (y para los años venideros); pero que iba en línea con la radicalidad de sus lecturas y de sus amigos de toda la vida. Una minoría progresista y democrática gallega de distintas generaciones (desde los Eduardos a Ruiz Pons, de Aurelio Aguirre a Manuel Barros). He aquí la estrofa maldita, sustituida en las ediciones posteriores por una línea de puntos suspensivos no se sabe a santo de qué.

El Emigrante de “Adiós, ríos; adiós, fontes”

Por xiadas, por calores
desde que amañece o día
dou a terra ós meus sudores,
mais canto esa terra cría
todo… todo é dos señores.

Poesía agraria antiseñorial, en estado puro. Inciática, además, de lo que ha de ser el movimiento agrario muchos años más tarde. Una denuncia de la explotación a que estaban sometidos los directos cultivadores de la tierra (y de los mares) por parte de todo tipo de rentistas y propietarios. La razón de fondo de por qué Galicia era una comunidad expulsiva, emigrante, y de que lo siguiese siendo hasta bien entrado el siglo XX. Una denuncia de la propia clase social social a la que pertenecía la autora, como integrante de la pequeña nobleza rural.

Rosalía, pues, asumió la autocensura, pero con esos puntos (que no vienen a cuento del resto del poema). Quería resaltar con ellos que seguía creyendo en lo afirmado en la versión originaria. El detalle es muy importante. Resulta indicativo, además, de su adscripción política e ideológica, progresista y democrática. Un posicionamiento, que es también el de los circundantes por los que siente de por vida singular aprecio. Un pequeño conjunto de amistades (en lo que se refiere a la edición) directamente relacionados o emparentados con la familia Chao. De abolengo progresista y democrático. Con múltiple instalación, gallega y extragallega, pero con cuatro centros fundamentales de lanzamiento. Vigo, Madrid, La Habana y Buenos Aires. Los cuatro puntos desde donde comienza el reconocimiento universal de esta mujer extraordinaria.

Las primeras versiones

(Las innovaciones del documental)

Dotada de enorme personalidad y acometividad, Rosalía no consintió en vida otras manipulaciones que las que ella misma introdujo en su obra. Así pues, el uso de las primeras versiones y ediciones fue otra norma básica en la preparación de nuestro documental. Básica y absolutamente necesaria, dada la potente significación política e ideológica de Murguía, matizadamente distinta de la suya. Un esposo que la sobrevivió durante 38 años, imponiendo su autoridad, de manera férrea, en cuanto se refería a la difunta. 

También aclara el documental la segunda enseñanza que encierra la dedicatoria elegida para señalar Día das Letras Galegas. Importante, sorprendente y reveladora de por sí de la personalísima instalación intelectual de la escritora.

Como se sabe, Rosalía quiso dejar constancia en ella “por ser mujer y autora de unas novelas” por las que sentía “la más profunda simpatía” de la singularidad de Cecilia Bohl de Faber, Fernán Caballero (Suiza, 1796-Sevilla, 1877) en la vida intelectual española. Dama atlántica, de origen suízo e implantación sevillana, dotada de alta cultura internacional, la devoción confesa por Fernán Caballero prefigura –incluso en su severa vestimenta- la tradición en la que nace otra protagonista del documental: Juana de Vega, condesa de Espoz y Mina (Coruña, 1805-1867).

Juana de Vega y Fernán Caballero

Su propia madre, tan vilpendiada por ciertos sectores reaccionarios del movimiento rosaliano, por la cuestión del padre incógnito de Rosalía (otro punto donde el audiovisual resulta absolutamente claro y renovador), se inscribe en esa tradición. Pero la gran dama del primer progresismo español, condesa de Espoz y Mina, adscrita de por vida a una alta concepción del caritativismo revolucionario, es donde Rosalía (y no sólo ella) asienta la razón originaria del renovado uso literario del gallego. Esto es: su personal identificación –culta y creativa- con la lengua, rigurosamente proletaria entonces, de su pueblo de labriegos, pescadores y artesanos, pegujaleros y aparceros en tierra o en los mares, condenados a la emigración y, por ende, a hablar (con poderoso acento y la más lógica de las torpezas) en otras lenguas. Los explotados por el señorío de la estrofa maldita. Una lengua, en fin, reconvertida por su mano maestra, en fuente de la más profunda y solidaria poesía, para contribuir así a la dignificación internacional de un pueblo de emigrantes, con extraordinaria cultura popular en su patria originaria, zaherido por los tópicos y las caracterizaciones mecánicas hasta nuestros días:

Dedico a V. este pequeño libro. Sirva él, para demostrar a la autora de la Gaviota y de Clemencia, el grande aprecio que le profeso, entre otras cosas, por haberse apartado algún tanto, en las cortas páginas en que se ocupó de Galicia, de las vulgares preocupaciones, con que se pretende manchar mi país.

Año 1856

Abril.- Rosalía, 19 años, sale de Galicia. La acompaña su amiga de los veraneos padroneses, Eugenia Gasset Artime. Las dos jóvenes viajan con el padre de Eugenia, José Gasset Montaner. El largo viaje se complica. La empresa que los transporta quiebra. El retraso se hace inevitable.

Mayo.-  Llegada a Madrid de los tres viajeros. Rosalía vive en la calle de la Ballesta num. 13, en el piso de los Armero. Lo habita, en realidad, su tía,  María de Castro Abadía, viuda de aquél a quien había ido a parar la custodia de un apellido de relieve en distintas comarcas de Galicia, particularmente en Pontevedra y Noia.

Año 1857

Abril.- La “poetisa Castro” publica en Madrid La flor, su primer libro. Manuel Murguía, que ha retornado de Galicia a la Villa y Corte meses atrás y ya lleva trato directo con la escritora, lo comenta de manera cálida en La Iberia, el gran diario progresista. La calidez de la crónica va a tener el efecto de una primera carta de amor. Rosalía, que sabía poco de él hasta ese momento, comienza a demostrarle gratitud y afecto.

Mayo.- La poesía y la extraordinaria personalidad de Heine (uno se los clásicos de “La Cueva de Zaratustra”) estalla en Madrid. Rosalía lo leerá en español y en francés. Los lectores de alemán son rarísimos en la vida intelectual española hasta bien entrado el siglo XX.

Octubre.- Los Armero están en el centro de la vida social y política española. Su pariente gaditano, el almirante Francisco Armero Peñaranda se convierte en Jefe del Gobierno español. De su gabine forma parte otro pariente gaditano de Rosalía y las De Castro: el poeta Manuel Bermúdez de Castro, ministro de la Gobernación.
Noviembre.- La relación entre Murguía y Rosalía, que ya es muy amigable, se convierte en fascinación recíproca. El noviazgo no tarda en arrancar.

Año 1858

Plenamente integrada en el pequeño grupo intelectual y galleguista que se había ido formando en torno a Manuel Murguía, Rosalía aporta al grupo su particular manera habitual de hablar el gallego de la pequeña nobleza de Padrón y Compostela. También los Armero aportan una fascinación al grupo, por su temprana atención a la lengua propia de Galicia: Fray Martín Sarmiento, pariente de los Armero pontevedreses.

Verano.- La fascinación y el amor, unido a los duros calores veraniegos de Madrid, tendrán consecuencias irreversibles en la pareja. Rosalía queda embarazada.

Octubre.- Manolo y Rosalía casan en la iglesia de San Ildefonso de Madrid; pero no ponen casa en la Villa y Corte. Deciden aprovechar el viaje de novios para tantear las posibilidades que ofrece Galicia para lo que más desean: trabajar juntos, pero no revueltos, en sus respectivas obras literarias. Eduardo Chao, que es un antiguo conocido de las De Castro, y que lleva excelente relación con Murguía llama Princesa a Rosalía…

Rosalía en “La Cueva de Zaratustra”