La eterna cuestión del Parlamentarismo español

Franco… ha muerto

Al morir el general Franco (1975), herido por mil enfermedades (pero apenas afectado por un antifranquismo tachín tachín en el que nosotros militábamos), entraron temblores selectivos a diestra y siniestra.

He conocido, en el marco de mis propias intimidades familiares, a “rojos de toda la vida” que sintieron nostalgia de lo que nosotros habíamos llamado, en el naciente griterío universitario de los años sesenta, la paz de los cementerios de la Dictadura. Temían que todo volviera a la República por la que habían piado en su propia juventud.

He contado alguna vez que, de aquélla, cuando yo llegué a Madrid desde Compostela (1963-1964), los antifranquistas éramos muy pocos y los guerrilleros de Cristo Rey temibles en la Universidad Complutense. La Única. Cabíamos en el Paraninfo de la Facultad de Económicas. Nuestro refugio, hasta que –ese mismo año académico- pasó a serlo nuestra propia Facultad de Filosofía y Letras.

Ahora, cuando no hacen falta para nada, España está llena de antifranquistas. Es un antifranquismo trasnochado, sugerido, inventado y reaccionario; pero quienes militan en esa especie religión se tienen también por izquierdistas. Y los de más edad, por izquierdistas “de toda la vida”.

La denostada casta política española viene de esa transición. Nació en las Universidades y en los tabernáculos de la Administración entre una impostura y la otra.

“Aún estoy viendo dónde llevabas la boina roja”, le decía un viejo socialista de Madrigueras (Albacete) a uno –entre tantos- comulgantes “neocomunistas” de su localidad. Cuando estos neos comenzaron a proliferar, conciliando sus nuevas ideas con la fiesta social de las Comuniones católicas… ¡De cuántos izquierdistas de estas nuevas hornadas podríamos cantar los antifranquistas de antaño la misma canción!

El sueño de la transparencia

(Los máximos contribuyentes)

Por ese juego de imposturas, entraron temblores al morir el dictador. En determinados medios (los económicos, por ejemplo), llegó a pensarse en aquel entonces que los negocios debían hacerse transparentes. Incluso los bancarios y algún banquero, lo pensó también. Una ilusión que duró muy poco.

Yo mismo me beneficié durante algunos meses de esa creencia. Fue en 1978 cuando, entre formidable sorpresa, el Servicio de Estudios del Banco de Bilbao, timoneado por mi muy querido e inolvidable amigo Luis Lerena, bajo la alta dirección de Sánchez Asiaín, me convocó a Madrid para encargarme la coordinación general de un libro legendario. El propio Banco lo secuestraría, una vez realizado, pocos meses más tarde, si bien (por gracia de los últimos partidarios de la transparencia) logramos salvar algunos ejemplares. Bellísimos. Hoy, tan buscados como los incunables.

Galicia. Realidad Económica y Conflicto Social (8.000 volúmenes de 1,200 kg./ unidad, en la versión española; 4.000 en lengua gallega), su título, marcó para el medio ciento de colaboradores, el final de la esperanza de transpariencia general y el comienzo de la cerrazón informativa de lo fundamental. Y en ésta cerrazón nos mantenemos, treinta años más tarde, bien a pesar de las pregonadas libertades informativas de que hablan a diario los medios de (in)comunicación y propaganda.

Fue en aquellos meses suaristas de la transparencia, cuando llegaron a trascender a los diarios las listas de máximos contribuyentes. ¡Parecía una conquista histórica, pero no lo era! Y es por eso que estas cuestiones históricas tienen más importancia de lo que parece a primera vista.

Refresquemos la  memoria.

Cuando el sufragio no era universal, sino restringido, al ser el nivel de renta el que daba derecho al votante y patente de idoneidad al candidato, las listas electorales eran listas de contribuyentes con derecho a voto. En distintas ocasiones, llegaron a publicarse en los Boletines Oficiales de las provincias con todo lujo de detalles: nombres, apellidos, domicilios y cuotas de pago en la contribución territorial e industrial. Un arsenal de información que, desde la muerte del general Franco (1975), sólo se dio una vez (y de manera fragmentaria), pese a estar cargada de lógica y de historia, como queda dicho.

Desde entonces, el secretismo se impuso en la vida española, para llegar a la nauseante situación actual, cuando ni siquiera los que se las gastan de sociólogos profesionales (profesores universitarios, en realidad, nuestros U-Genios) se preocupan de identificar las élites del poder. Algo que se hizo durante el franquismo, puro y duro, cuando la arbitrariedad parlamentaria era una de las marcas distintivas de aquel  régimen. Pero, bien mirado, ¿es menos arbitraria la representación parlamentaria de hoy a la de antes de la guerra o a la del franquismo de después? No lo sabemos. Veamos la cosa con alguna perspectiva y sentidiño.

Las elites del poder

(La representación oculta)

En la última década, estos estudios sociológicos de las elites parlamentarias y gobernantes brillaron por su ausencia en España. El último que yo conozco, publicado por Baena del Alcázar en 1999, no contiene un solo nombre propio como ilustración de lo que afirma. ¡Ya es temor!.

Así pues, hoy no sabemos quién es quien en el Parlamento Español, ni en los Parlamentos (costosísimos y mayormente estériles) de las 17 Comunidades de la España de las Autonomías. Ni siquiera conocemos el costo, impresionante, de este lujo de Cámaras inútiles. Todas al margen de la realidad dramática del país y de la lógica por la que se pasó del centralismo único al centralismo –cada día más torpe- de las distintas fronteras interiores.

Con férrea disciplina de voto, operando al dictado de los partidos respectivos, todos los vicios que se pueden concebir se esconden en el actual parlamentarismo español, a pesar de su costo desmesurado. Y, sin embargo, es en ese rito de ir a votar cuando nuestros mandarines quieren convocarnos a los ciudadanos para ello, en lo único que fían algunos lo que queda de apariencia democrática en nuestra formal-democracia. No son democracias, lo escribió Chomsky hace muchos años. Hablamos de dictaduras electivas, que no es lo mismo.

La verdad es que nunca abundaron en España esa clase de análisis; pero resulta sintomático que sepamos más de los representantes corporativos del franquismo o de los años de la vieja política “oligárquica y caciquista” de antes de la guerra civil, que de los mudos y disciplinados diputados que hoy ejercen de tales, bajo la dictadura de sus partidos respectivos, en esta formal-democracia de mínima densidad, limitada al voto susodicho del ciudadano (cuando vota), de enorme coste. Cada vez más degradada y hundida en sus propias miserias, locales, autonómicas, económicas y generales, y enfangada en mil asuntos turbios e impresentables (la ideología de la tajada, buen ejemplo). Desprestigiada dentro y fuera de España. Donde tampoco existen experiencias muy gratificantes que digamos.

Superado, tras larga lucha política, el sufragio restringido, cuando ya el sufragio universal (masculino) llevaba algunos años de aplicación, se publicó uno de esos raros análisis. Justo cuando, tras el Desastre de 1898, la sensibilidad creció y el siglo XX alboreaba (1901).

El Parlamento de hace 110 años
(Analista: Prudencio Rovira Pita, Rovirita)

Prudencio Rovira (Rovirita) en Pontevedra, por López Sanmartín

Acaba de cumplirse el medio siglo de la muerte de uno de esos raros analistas del viejo parlamentarismo español.

Era pontevedrés, nacido en 1870. Se llamó Prudencio Rovira Pita (si bien, en Pontevedra, su ciudad natal, fue más conocido por sus numerosos amigos por el diminutivo de Rovirita).

Al fallecer en Madrid, el 29 de febrero de 1960, había cumplido 91 años.

Antiguo funcionario del Ministerio de Gobernación, como era común en la prensa liberal de antaño, también era socio fundacional y decano de la Asociación de la Prensa de Madrid. Al morir, llevaba muchos años apartado del periodismo activo; pero mantenía sus viejas pasiones: la devoción por Antonio Maura, de quien fue secretario particular inamovible durante el grueso de su vida pública (1902-1925: una de las razones de por qué en su primera madurez hasta Castelao había sido maurista). El amor a la ciudad natal y a Galicia, donde veraneaba y donde residía un amplio sector de su familia materna, también seguía siendo inconmovible. Razón de que, como pontevedrés de verano, defendiera con argumentos uno de los motivos de orgullo de los pontevedreses de su tiempo: se sentía paisano y convecino de Cristobal Colón, «El inventor de los Yanquis«, decía por entonces -con ácido sentido de humor, en el dramático 1898-, el enorme Luis Taboada (que era de Vigo).

Hay excelentes anotaciones biográficas del entrañable personaje, comenzando por la que él mismo preparó, como colaborador del Diccionario Espasa. Nosotros hemos metido en nuestra edición de Aldeas, aldeanos y labriegos en la Galicia tradicional (tres ediciones, 1984-1986), al presentar su precioso libro El campesino gallego, una extensa rememoración biográfica (falta, sin embargo, en la última versión, publicada por la revista Galegos/Gallegos, donde no se consigna siquiera la procedencia y la existencia de ese tratamiento del autor-editor, de todo punto necesaria).

Aún más íntimo era el desconcierto que su cultura y su trato producía en cuantos lo trataron en la intimidad o en las visitas a Maura (dado que era siempre en su despacho donde Rovira preparaba cada entrevista). Del tramo final de sus vidas, cuando ambos estaban fuera de las pasiones políticas, nos consta la enorme impresión que causó al poeta Ramón Cabanillas, con el que pasó “horas sencillamente encantadoras” en el monasterio de Samos.

“Lo que no se ve del nuevo Congreso

(La verdad de una mentira)”

«Nuestro Tiempo» (Madrid, 1901)

Como muestra, pues, y como pequeño homenaje de recuerdo a Rovirita, voy a ir glosando en LA CUEVA DE ZARATUSTRA su espléndido análisis del primer parlamento del siglo XX, último de la Regencia de María Cristina de Habsburgo, publicado en la excelente revista Nuestro Tiempo (Madrid, 1901).

He de decir que quien tenga interés en leer directamente su ensayo, magníficamente escrito, puede hacerlo, yendo a buscarlo en la revista, pues forma parte de las páginas digitales de la Biblioteca Nacional de España.

Al mismo tiempo que el Ateneo de Madrid, guiado por Joaquín Costa en ese trance, abría la clásica investigación sobre Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de Cambiarla, Rovira daba a conocer esta magnífica aproximación a los mismos males; pero con un estudio mucho más empírico y despegado de los intereses de los participantes en la célebre información.

Hablamos, pues, con nostalgia de dos investigaciones que hoy parecerían insólitas, dado que en este tiempo de degradación formal-democrática, el oscurantismo y el caciquismo se ha hecho total. Hasta el extremo que nadie se atrevería hoy a escribir de los medios de comunicación españoles, este arranque analítico del analista pontevedrés.

De las últimas elecciones ha dicho la Prensa diaria cuanto decir pudieran humanas lenguas en son de vituperio. Las grandes rotativas madileñas multiplicaron y esparcieron por todas partes las censuras que han merecido los gobernantes por sus violencias, y el cuerpo electoral, por su apatía y mansedumbre. A estas fechas no queda un solo vasallo de esta minúscula monarquía que deje de abrigar la convicción de que su voluntad ha sido falseada en los comicios, y de que el procedimiento bajo el cual son posibles tamaños fraudes del voto público, o se purifica pronto de sus vicios o no podrá sobrevivir a su deshonra.

La arbitrariedad representada

(Oscurantismo y falsificación)

Así comenzaba, en efecto, pero para explicar después que –como analista- él iba a mantener la ficción de dar por bueno el resultado final, como si ningún mangoneo se hubiera producido. Quería mostrar la consecuencia del proceso: la arbitrariedad representada, tras las últimas elecciones generales con sufragio universal (masculino). Esto es: lo que nosotros desconocemos hoy de nuestro propio Parlamento, ciento diez años más tarde. Y ese es el interés comparativo e informativo de su esfuerzo. En sus propias palabras:

La Nación –según el convencionalismo imperante- ha elegido los Diputados que han de representarla en el Parlamento. Esos Diputados ¿quiénes son?

La primera dificultad que Rovira hubo de vencer para ejecutar su trabajo fue la escasez de fuentes y la extremada dispersión de las mismas. Hoy esa dificultad, viciada por el oscurantismo, resulta casi insalvable para un analista, porque las fuentes de consulta ocultan datos básicos del diputado electo, empezando por su detallada historia profesional, su entorno familiar próximo, el tejido de sus intereses, etc.

Trataba entonces Rovirita de plasmar en un cuadro claro y expresivo el campo profesional de donde procedía cada uno de los diputados electos.

Como el lector interesado puede recurrir a la redacción originaria de su análisis, aquí nos limitaremos a tomar la síntesis dibujada, expresiva, de ese esfuerzo del investigador pontevedrés. En el original están los números parciales, desagregados; aquí sólo el dibujo. Un cuadro que merecerá esta conclusión desoladora:

La «monstruosa» representación parlamentaria de 1901

Diríase que tenemos delante un ser mosntruoso en el cual el desarrollo de las vísceras más groseras del estómago y del vientre se hubiese logrado a costa del encanijamiento y de la atrofia de órganos que alcanzan, en la economía del individuo, categoría muy noble.

Aunque, como toda clasificación profesional, la suya parece discutible (los militares, por ejemplo, eran funcionarios, y buena parte de los ingenieros, abogados y médicos…, también), nos da la impresión de que el dibujo monstruoso es más rico y variopinto de lo que hoy se lograría, porque el grueso de la casta política de hoy procede de la Administración y del Profesorado (una categoría ésta, sin presencia en los desagregados de Rovira, pero sí en su posterior redacción).

El fracaso del sufragio universal masculino

(Agricultura, Industria y Comercio)

De la monstruosa representación representada pasa a ocuparse, capítulo por capítulo, llamando la atención sobre el escaso peso parlamentario que, en una España rural mayoritaria, tenía (no ya la población agrícola, ausente por completo), sino los privilegiados que se denominaban entonces agricultores. Esto es: dadas las reglas del juego constitucional de entonces, en un país de pegujaleros y rentistas, la representación del campesinado brillaba por ausencia. Todos los agricultores (dos, en realidad) eran rentistas. Con todo y eso, su interpretación es expresiva, porque se trata de representaciones formales.

Entre varios centenares de personas, sólo dos tienen a gala confesar públicamente su condición labriega… Del mismo modo que manifiestan su repugnacia al terruño, dejando la regencia de sus fincas en manos asalariadas y visitándolas de tarde en tarde en excursiones deportivas, prefieren lucir en el padrón y en la cédula un título académico tan desacreditado como inútil, a declarar su honrosa profesión de labradores.

Por fortuna, no faltan en el Congreso personalidades con tradición muy gloriosa en la defensa de los intereses agrícolas. Pero ¿qué eficacia puede tener su voz en espíritus tan despegados del terruño? El amor a la agricultura, la protección a los labradores, son para la generalidad de los oyentes tópicos de la oratoria paralmentaria, cháchara fría jamás animada por un latido de corazón agradecido a los dones de la tierra. ¿Quién duda que el diputado rural es, para la mayoría de los concurrentes al salón de conferencias, un tipo grotesco y abonado para toda clase de burlas?

Tampoco la presencia de 22 industriales y 18 comerciantes le parece lógica, a pesar de no ser España una potencia comercial o industrial al alborear el siglo XX. Máxime en unas Cortes como aquéllas que contaban, por primera vez, con representantes de una nueva fuerza política (la Unión Nacionalde productores) que, “con razón o sin ella se atribuye la representación de aquellos elementos”.

El absentismo en el Parlamento
(Una representación señorita, pero ¡sin sueldito del Estado!)

El campesinado aún estaba en trance de organización agraria (no campesina) por entonces; pero la falta de representación del elemento obrero le merece estas consideraciones, atinadas, dado que se refería en ellas al PSOE de entonces, el de Pablo Iglesias (que nada –absolutamente- tiene que ver con el burocrático Psoe de nuestros días). Un partido político y un sindicato (UGT) que luchaban entonces abiertamente por la representación de sus productores, sin dejarla en manos de los patronos. Pero el rasgo distintivo de aquel momento era que también el elemento patronal estaba ausente del Parlamento:

No basta para explicar la ausencia de estos elementos (patronales, diríamos hoy) la robustez y la disciplina que va tomando el partido socialista, que ve su natural enemigo en el patrono, y al cual han dejado los obreros de prestar la obediencia ciega que en cuestiones electorales le prestaban antaño.

En la España de entonces, por el contrario de hoy, “el cargo de representante del país es gratuito”. Así pues, frente a la indignación que produce entre nosotros el absentismo costosísimo de sus señorías en nuestros parlamentos, el absentismo de antaño parecía lógico, consentido, porque era un parlamento barato y señorito:

Nuestros diputados gozan de libertad plena; muchos juran el cargo, y satisfecha la vanidad de lucirse en los escaños rojos y de recibir algunos pliegos de la Secretaría del congreso en el hotel donde se hospeden, vuelven a su retiro provinciano a vegetar en calma o a cuidar de sus negocios. Sabido es que en las votaciones de empeño, el primer cuidado del ministro de la Gobernación es dirigir citaciones telegráficas a los diputados ausentes.

Por lo demás, como es lógico, el desprestigio del Parlamento era tal, según Rovira, que industriales o comerciantes confiaban, más que en la representación, en la presión directa. En las comisiones locales específicas, desplazadas a la Villa  y Corte cuando lo consideraban conveniente, para “convencer” al poder ejecutivo. Muy sensible a estas movilizaciones patronales de las localidades más diversas.  

El señorío del dinero y los abogados

(La oratoria parlamentaria)

Sin embargo, el punto de máxima desconfianza se centra en el análisis que hace en la categoría propietarios, esto es, los hombres del dinero, privado o público, porque aquí comienza a tratar de refilón el asunto, siempre candente, de los altos funcionarios vitalicios en España. Su propio caso, como diputado y secretario particular de Maura, poco más tarde…

En el régimen de arbitrariedad bajo el cual se desenvuelve el sufragio, en la mayor parte de los casos el acta la obtiene el más rico. Cuando el favor ministerial no ayuda, o cuando su ayuda no basta, el triunfo es cuestión de dinero. La lucha es imposible para el hombre de posición modesta… La gran mentira democrática del sufragio universal permite esta ominosa tiranía del oro… Siendo la mayor parte de ellos grandes tenedores de papel del Estado, avecindados en capitales populosas, donde se sienten todos los estímulos de la vanidad y del lujo, a nadie puede sorprender que experimenten la necesidad de invertir una parte de sus capitales ociosos en la adquisición de un acta, que tanto contribuye al lustre y al honor de quien la ostenta en la vida mundana.

A pesar de ser la categoría más representada, a Rovira le parecen pocos los abogados que logró identificar. Era éste otro de los vicios de la representación:

El régimen parlamentario, entre sus muchas culpas, tiene acaso la de haber fomentado la afición a la retórica, con detrimento de otras disciplinas más fecundas. De ahí que el déficit de agricultores, de industriales y de comerciantes se cubra en las Cámaras con el superavit de abogados que nuestras Universidades arrojan a la lucha por la vida… El síntoma no es muy consolador.

El picapleitos suele ser la larva del político de oficio y del burócrata insaciable. No hay atmósfera más propicia que la del Parlamento para el desarrollo de ese germen dañino… La presencia de tantos hombres de ley en el mismo Centro en que éstas se elaboran, ofrece la ventaja de dar gran  perfección a la obra legislativa. Por eso en España abundan las leyes excelentes. Lo detestable en ellas suele ser la aplicación, la práctica. Pero en cambio tienen los abogados el inconveniente de ser grandes discutidores e intransigentes doctrinarios… Estos hombres que viven del derecho dudan perpetuamente de él y lo discuten sin cesar.

Conclusión

Lean, si está en sus manos, todo el original, porque no perderán el tiempo.

Las juiciosas apreciaciones se van sucediendo en los demás grupos detectados, pero esta glosa va larga y la tenemos por suficientemente expresiva de aquello que su autor y nosotros queríamos resaltar. Que, entonces como hoy, los profesionales que alimentan el Presupuesto del Estado tienen incomparable representación con los que viven de él: los presupuestíveros del mejor humorismo decimonónico español. Siempre vigente, digan lo que digan hoy los sindicatos… de funcionarios (metiendo aquí también a los llamados de clase, porque dependen de esta clase privilegiada). Sobre todo, los vitalicios de las 14 pagas, que viven a cuenta de los paganos de un andamiaje que, a pesar del sufragio universal, fabrica una figura monstruosa que sólo representa la arbitrariedad esencial del sistema.

Por otra parte, preludiando la investigación del Ateneo de dos años más tarde, Rovira glosa a su vez esta idea básica de Joaquín Costa: “nuestra forma de Gobierno no es un régimen parlamentario viciado por corruptelas; esas corruptelas son el verdadero régimen”.

Estuvo prudente Rovirita, como el propio Costa, hablando de corruptelas en lugar de decir abiertamente de corrupciones, por lo que su línea argumental conduce a donde toda regeneración tiene que conducir forzosamente: al reconocimiento de que existía en España lo que ahora existe. Un gravísimo problema constitucional que afecta a todos los poderes del Estado; pero que comienza por su base: la trucada representanción nacional. Si se prefiere: la eterna cuestión del parlamentarismo español. ¿Quién se atreve a poner el cascabel al gato?

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