El enigma de una palabra de éxito (esperpento, espantajo, mamarracho)

En un artículo anterior publicado en LA CUEVA DE ZARATUSTRA, titulado El incuestionable éxito de la palabra esperpento, decíamos que por su aspecto sonoro y su expresividad, esperpento parece una palabra patrimonial, ya vieja, habida de siempre y de uso coloquial. Sin embargo,  no aparece en las escritura hasta 1843, es decir, en fecha muy tardía, o mejor, muy reciente. Hasta ese momento, es una perfecta desconocida para la  tradición española de la picaresca, el teatro y la novela del Siglo de Oro, todo Quevedo, el teatro paródico, las comedias de disparates,  los entremeses, los sainetes del XVIII , etc. Dentro de esa tradición no faltaban ocasiones  para haberla usado y con profusión.  Al no producirse así, varias preguntas surgen al respecto. ¿Si es una palabra patrimonial ¿cómo permaneció escondida hasta 1843? ¿Dónde?  ¿Por qué? Si es un neologismo de la prensa joco-seria del XIX, ¿cómo se formó? ¿de dónde procede? ¿de alguna de las variadas jergas profesiones o marginales?

Esperpento, espantapájaros y espantajo

Podemos intentar buscarle un étimo que nos pueda parecer más o menos aceptable, pero cualquier propuesta debe responder a algunas de las preguntas anteriores, y como no sabemos hacerlo con eficiencia, lo que se diga será en precario. Con todo, veremos alguna de las propuestas que intenta acercarse a la resolución del enigma. La más creíble, desde el punto de vista etimológico, es la de Helena en etimología.dechile.net que dice textualmente que esperpento puede provenir de: Una formación a partir de ex y el latín perpendere (colgar enteramente) en la forma de un falso participio en –to (este verbo carece de supino y participio).  La preposición ex significa de, desde o el punto de partida del proceso. Perpendere sería a su vez una formación de per, que daría el sentido de acción acabada y completa, y pendere (colgar).  Perpendere significa  sopesar, pesar los pros y los contras de algo, examinar atentamente. En el latín medieval conserva este significado de examinar o  juzgar como una ampliación del primitivo pendere (pesar). En efecto, para pesar algo había que colgar lo que se quería pesar de uno de los dos brazos, el más corto, de la balanza romana. A partir de este significado concreto se podían pesar, ya sin balanza y por metáfora, ideas u opiniones. Es decir, se valoraba el peso de los pensamientos, se sopesaba o juzgaba. El falso participio *experpento conservaría el primitivo significado y valdría por lo colgado o lo que cuelga de algo. Tal vez desde ahí pudiese pasar a referise a espantapájaros,  que a fin de cuentas es un colgajo,  un muñeco hecho de trapos viejos que cuelga de los árboles o de un palo, en medio de un sembrado, para asustar a los pájaros.

Hay dificultades para admitir esta hipótesis. La primera es la de que no tenemos testimonios de *experpendere y menos de su falso participio *experpento. La segunda es que tampoco sabemos cómo ese falso y supuesto participio se sustantivó. Y si ese sustantivo significaba espantapájaros, tenemos otra dificultad, y es la existencia misma de espantajo, atestiguado ya desde más o menos 1400, según Corde (Corpus diacrónico del español. RAE), con ese significado de cosa que asusta o causa espanto. Esto es claro para espantajo, que es una formación romance sobre espanto, un deverbal de espantar, de *spaventare, como el italiano spavento y spaventare. Si esperpento y espantajo eran sinónimos ¿cuál era su distribución? Si eran excluyentes, es decir, que donde se decía espantajo no se decía esperpento y al revés, ¿por qué no tenemos testimonios de esperpento? Tal vez porque aún no existía y nada de lo dicho parece que pueda tener más sentido. A favor de la patrimonialidad de esperpento y su terminación, habría que decir que abundan en castellano sustantivos terminados en –ento provenientes de verbos como atento (atendere), contento (contendere), intento (intendere) sustento (sustendere)…

Por otra parte, así como espanto y espantajo tienen correspondencia en italiano (spavento) y en francés (épouvant, épouvantail), esperpento no, pues es palabra exclusiva del castellano. En la península Ibérica los diccionarios normativos de eusquera, portugués o catalán no admiten esperpento como término genuino. Los catalanes registran esperpentic como adjetivo y esperpent solo para la acepción de género literario, y por lo tanto como castellanismo. Sí está en gallego con las mismas significaciones que en castellano, y no sabemos si es término patrimonial o una importación  castellana. El primer registro de esperpento en gallego es de 1888, en el periódico O Novo Galiciano de Pontevedra. El Tesouro do léxico patrimonial galego e portugués (ILGa, 2014) no registra esperpento, aunque sí el Wikcionario en portugués da esperpento con dos significados, pero los dos referidos solo a Galicia, el de peixe ruivo o escacho y el segundo como: Cousa ou pessoa que é extravagante, feia, ridícula, que calca el diccionario de la Academia Gallega. Dan como posible etimología serpento, ya propuesta en 1962 por Anibal Otero en Hipótesis etimológicas referidas al gallego portugués (CEG, LIII), en que se suponen alteraciones fónicas difíciles de explicar para que de serpento salga esperpento, aparte de que serpento es palabra que no existe en castellano ni en gallego.

Esperpento y palabras afines

Como sabemos, el primer registro escrito de esperpento es el que se produce en el periódico madrileño de Modesto Lafuente Fray Gerundio en 1843. Allí esperpento aparece asociado a otras palabras como vestiglo, endriago o esfinge. Diez años después,  el periódico de Madrid La Nación, publicó por entregas la novela de Alejandro Magariños, La Estrella del Sur. En la entrega del capítulo IV del 15-9-1853, aparece el siguiente párrafo: El aparecido, duende o demonio, trasgo, endriago o esperpento, le llevó en silencio hasta cerca del sofá donde le arrojó más muerto que vivo. Esta asociación aún perdura a finales de siglo XIX, como lo demuestra el Diccionario de mexicanismos, de 1893, de Félix Duarte Ramos que da como sinónimos de esperpento estantigua y endriago. El Tesoro español o diccionario de ideas afines de Eduardo Benot de 1899 registra esperpento como idea afín a visión.

La relación de esperpento con estantigua, endriago, vestiglo, duende o esfinge quiere decir que debemos considerar a esperpento como nombre de seres no congruentes o de la clase de los monstruos. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua castellana, de 1611, da estantigua como sinónimo de  fantasma y dice que es una de las máscaras  que adopta el diablo para convertirse en figuras fantásticas que ponen horror y miedo. En el Diccionario de Autoridades, de 1732, estantigua se define como visión, phantasma que se ofrece a la vista para causarnos pavor y espanto. Aquí debemos entender por phantasma la visión o aparición nocturna. Endriago viene en Autoridades (1732) como culebrón, dragón o monstruo. Vestiglo es para Autoridades (1739) monstruo horrendo o formidable. Vale la pena copiar aquí la definición de Covarrubias (1611) de esfingeFue un mostruo, cerca de la ciudad de Tebas, cuya cabeza, cuello y pechos eran de donzella, cuerpo de perro, con alas de ave, voz humana, uñas de león y cola de dragón. No parece haber ser más incongruente que este, formado por partes de otros que no guardan conformidad entre sí.

Esperpento pertenece, pues, a la categoría de lo monstruoso, de lo deforme o mal conformado, y que causa pavor o espanto, como si de una visión o aparición se tratase. Esto nos hace pensar en la posible relación de esperpento con los nombres de otros seres también deformes o deformados como son las máscaras de invierno del  entroido o antruejo. Esas máscaras no eran solo del carnaval, nombre que damos hoy a esos tres días  anteriores al comienzo de la Cuaresma, sino que eran propias de ese tiempo que va desde el Adviento y la Navidad hasta la Cuaresma. En la actualidad, en muchos pueblos de  Zamora, por ejemplo,  en San Martín de Castañeda, en Sanzoles del Vino, en Pozuelo de Tábora, en Montamarta, en Villanueva de Valrojo, en Pereruela… se celebran fiestas con máscaras en el solsticio de invierno, es decir, más o menos en la cristianísima Navidad. Son disfraces construidos con trapos, ropa vieja o pellizas de animales o simplemente con sacos rellenos de paja, que calzan zuecos o abarcas, y a veces llevan zancos para aumentar su estatura, con con la cabeza cubierta por algún tipo de máscara, antropoide o de animal con cuernos, con frecuencia de toro. Suelen llevar esquilas o cencerros ya que el ruido es también fundamental. Reciben nombres muy expresivos que aún no sabemos bien cuál fue su significado original o su origen, sin más. Cito algunos ejemplos de estas figuras que conforman las fiestas de invierno de oeste a este del reino de Castilla: los cigarrones, los felos, los birrios, los guirrios, los sidros, los horramacos, los jorramachos,  los jurras, los zamarrones, los zangarrones, los tafarrones, los tazarrones… y tantos otros. Son todas figuras deformes, feas, grotescas, ridículas o extravagantes  y persiguen a la gente, especialmente a las mozas, a las que causan o aparentan causar espanto y horror  porque todas ellas son figuras del demonio o de un ser maligno. Muchas serán quemadas al final de las fiestas, para liberar a la tierra de ese dominio demoníaco que la mantiene estéril durante el tiempo de invierno.

Esperpento pertenece a esta clase de nombres ya que comparte con ellos significados, no solo para referirse a esta clase de seres, los que sean, incongruentes y carnavalescos, sino también, como ellos, puede adquirir significados derivados para referirse a cosas, situaciones y  personas. Extraemos algunos ejemplos de El habla de Santibáñez de la Sierra de José Luis Herrero Ingelmo, publicado en Salamanca en 2013. Horramaco en Santibáñez no solo significa máscara de antruejo sino también: vestido feo, persona que está mal vestida.  En Mérida, en Guareña y en Montánchez jurramaco se aplica a una mujer alta y desgarbada. En el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias (1611) se dice que momarrache quiere decir el que se disfraza con hábito y talle de zaharrón.

A veces el nombre de la figura pasa a significar el término general. Así en Rebollar jorramachi es disfraz y en Huebra ese mismo jorramachi es máscara. En Sanzoles el zangarrón es el disfraz del mismo diablo. En Béjar jorramacho se puede definir con espantajo o con esperpento.

Con este significado de espantajo, esperpento se conserva hoy en día en Argentina.  En Cuentos del Interior, selección hecha por Adriana Maggio de Taboada, en 1981, en el cuento La salvación del espantajo, esta palabra alterna con esperpento con el mismo significado. Espantapájaros es también una de las acepciones del italiano spavento y del francés épouvantail, de similar etimología (*spaventare, spavento). Además, ambos, spavento y épouvantail,  pueden aplicarse  a personas rídiculas, feas o que visten de forma estrafalaria, incluso para referirse a mujeres muy feas. Todas estas acepciones y referencias pueden ser asumidos también por esperpento, y en este sentido, tal vez sea  lo más congruente con su supuesto étimo ese *experpento o falso participio de *experpendere, un derivado de pendere. Esperpento, pues, sería un espantapájaros, un muñeco, un colgajo de apariencia humana, que mantenía la verticalidad  (perpendere > perpendiculum) para asustar, para causar espanto,  a los pájaros. En este proceso de formación de este significado,  parecen mezclarse los dos étimos latinos, que tal vez, estén por detrás de esperpento, uno el ya citado *experpendere (colgar, pesar, sopesar)) y el otro, spaventare (asustar).

Palabras escondidas, despreciadas, vulgares…

Hay algo más que tienen en común esperpento y la mayoría de las palabras que significan máscaras o disfraces en las fiestas de invierno y es que apenas alguna de ellas fue registrada por los diccionarios al uso, y menos por los diccionarios de la RAE. Cosa parecida pudo haberle pasado a esperpento hasta que aparece en la prensa en los años cuarenta del siglo XIX, y mucho más tarde en los diccionarios. No solo era palabra escondida sino palabra despreciada y ocultada por los lexicógrafos académicos, que designaba fiestas tenidas por muy vulgares, cuando no pecaminosas por obscenas. De todos los términos citados anteriormente, el DRAE solamente recoge momarracho, en 1734. Y todo porque ya antes la había registrado Covarrubias en 1611,  en su variante momarrache, como persona que se difraza  de zaharrón. Momarrache, que al parecer viene del árabe, es el antecedente de mamarracho. En Cádiz aún hoy en día se dice que disfrazarse es vestirse de mamarracho. Es, además, la palabra más frecuente en la prensa ya del siglo XVIII, pues la encontramos en el Diario de Madrid (9/12/1790, 21/0/ 1793, 18/12/1794)  pero también moharracho que ya aparece en la prensa de comienzos del XIX (Diario de Madrid (11/7/1805), El pobrecito hablador (nº 12, 1833), en La Revista Española (3/5/1833), en el Semanario pintoresco (17/12/1845). En fecha tan tardia, en 1925, la Academia incluye en su diccionario zangarrón y  usa moharracho para definirlo.

Y no solo en los diccionarios, tampoco la mayoría de las palabras aquí citadas aparecen en  la prensa del XIX, por lo que son palabras perfectamente escondidas y solo usadas en los lugares en que se celebra las fiestas invernales de su nombre. Tuvieron la misma, o peor, historia que esperpento, que estuvo escondida y silenciada como todas ellas pero que luego salió a la luz y logró convertirse en  palabra común del acervo hispanoamericano.

Esperpento y teatro de marionetas

En El Observador de Madrid del 26/2/1852 encontramos la siguiente referencia a algunas de las palabras antes citadas. Allí se dice: Ayer se celebró en la pradera del Canal el entierro de la sardina, a cuya ceremonia concurrieron todas las comparsas estudiantinas, como es costumbre, y una multitud de mamarrachos. Escusado será decir que se tomaron entre la gente de bulla unas turcas de las que fueran menester, y que hubo alguna que otra camorra. Ayer concluyó, por este año el tiempo de las verdades y de los esperpentos. Para mejor contextualizar la cita hay que decir que estamos en tiempo de carnaval y que la multitud de mamarrachos no son otra cosa que disfrazados o mascaritas propias de este tiempo de inversión de los valores sociales, en el que lo de arriba aparece abajo, lo de abajo arriba, el varón se viste de mujer y al revés, y nada es lo que aparenta ya que solamente debajo de su máscara o disfraz está su verdad. Es un tiempo de “verdades” frente a la “necesaria mentira” del orden social, verdades a las que no se llega más que a través de la apariencia y el disfraz, o como dice el autor del artículo a través de los esperpentos.

Aún en La lectura dominical del 4/3/1900, mamarracho significa disfraz: Según la definición de Boecio,“persona es el individuo de una naturaleza racional” y los individuos y las individuas que se disfrazan de mamarrachos, de osos, de perros, gatos y todo el arca de Noé para divertir a los tontos (que es después de todo lo menos malo que se puede hacer) no parece  que tengan mucho de racionales. Que mamarracho y esperpento pueden llegar a ser sinónimos nos lo demuestra la siguiente cita extraída de El Iris de Barcelona del 21/2/1903: Una noche tropecé con la familia, que se encaminaba hacia el Círculo del Honesto Recreo, donde se clebraba un animado baile de máscaras.

Al ver a aquella cuadrilla de mamarrachos, no pude contener la risa y esxclamé:

-¡Por los clavos de Cristo, D. Homobono! ¡Donde va usted con tales esperpentos!

-¡Como esperpentos! Gritaron á la vez la esposa y las vástagas de mi amigo.

Y no solo eso, sino que en la prensa del momento es fácil encontrar mamarracho referido a muñecos automáticos o articulados lo mismo que esperpento, que también puede llegar a significar muñeco de los que se usaban en los teatrillos de títeres cuando no el mismo teatrillo. En el Almanaque de la Publicidad para el año 1865, editado en Cádiz en 1964, en su página 52 se dice: Los juegos de prendas y las confidencias íntimas se hallan en todo su esplendor al calor de la estufa y en las penumbras. Mucho baile y mucha comilona. Exhibición de esperpentos en los teatros. Las festividades notables son la feria de Cádiz, la apertura del teatro de la Tía Norica y la Nochebuena.

Del teatro de títeres al Valle-Inclán

Ciclistas en la Feria del Frío de Cádiz
Ciclistas en la Feria del Frío de Cádiz

En este tiempo de invierno, en Cádiz se celebraba la famosa Feria del Frío que iba desde la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) hasta la Candelaria (2 de febrero), y en la cual, además de muchas otras actividades propias de cualquier feria, la exhibición de marionetas o teatro de títeres era algo central desde desde comienzos del siglo XIX. La primera mención del teatrillo de La Tía Norica de Cádiz es la que aparece en el Diario mercantil de Cádiz del 15/12/1824.  Lo que allí se dice es que se trataba de una representación de un Nacimiento ejecutado por figuras movibles, las que imitan cuanto es posible el natural: … se dará principio con el paraíso terrenal estando en él Adán y Eva y se concluirá con varios pasos entre ellos el testamento de la tía Norica y una primorosa danza de negros. El teatrillo de La Tía Norica llegó a ser toda una institución en el género del teatro de títeres no solo en Cádiz o en Andalucía,  sino que, ya en el siglo XX, llegó a Madrid y con éxito. La Tía Norica llegó a tener teatro estable en Cádiz en la calle de la Compañía, el Isabel II. Para la importancia de este fenómeno véase el excelente trabajo que circula por la red de Francico Cornejo: La tía Norica, orígenes y difusión (2013).

A nosotros lo que nos interesa en este caso es el tipo de muñecos que usaban en la representaciones del Nacimiento y los que se usaban en el sainete de La Tía Norica, ya que no eran del mismo trazado. En el Nacimiento,  los muñecos que servían para representar a la Virgen, San José o a Herodes…, estaban hechos con gran realismo y según el Diario Mercantil del Cádiz del 15/3/1828 y vestidos con toda propiedad y elegancia imaginables. No así los muñecos del sainete de La Tía Norica con que acababa la función, que representaban figuras populares como la misma tía Norica, su nieto Batillo, el tío Isacio, el Médico y el Notario, o el mismo toro que corneó gravemente a la tía Norica y la obligó a dictar testamento. Eran muñecos exagerados en sus rasgos y formas de vestir y de hablar, con giros populares de Cádiz, con burlas del lenguaje culto cuando no del propio latín eclesiástico que reforzaban su carácter cómico, a veces jocoso en extremo, más próximo  a lo obsceno y lo mal hablado.  El Reglamento de las diversiones públicas de la Muy Noble, Muy Leal y Muy Heroica ciudad de Cádiz del 8/1/ 1847 nos habla no solo del éxito del teatro de marionetas en Cádiz, sino que había, además de los teatros,  casas  particulares, las llamadas casas teatro, en la que se “se daban” títeres  Ese reglamento, distinguía también entre el teatro hecho para gente decente frente a lo que vulgarmente se hacía con el teatro de polichinelas, de humor de baja estofa y nada respetuoso con el orden establecido, muy próximo a la transgresión, no solo del lenguaje sino social. En 1856 fue prohibido en La Feria el personaje, ya muy popular, de don Cristóbal de Polichinela por presentarse como amoral e incluso asesino.

Cornejo, en el trabajo antes citado,  añade que, junto a estas representaciones, también se daban en la Feria del Frío danzas de negros, bailes de autómatas enanos y chinos, , vistosas fuentes con varios juegos de agua y fuego e incluso sombras chinescas.

Para nuestra idea, lo que más nos interesa de estos espectáculos tan populares son, como ya dijimos,  los títeres o muñecos con que se hacían  la mayoría de esas representaciones. En principio, según Cornejo, fueron llamados figuras movibles, figuras de movimiento o figuras corpóreas. Y todos ellos, al menos los que aparecían en el sainete de La Tía Norica, eran muñecos de los llamados de peana. Estaban constituidos por una varilla metálica, que iba de la cabeza a la base, que era la peana, pieza de madera con ruedas, que llevaba encima un taco giratorio. Los brazos y las piernas se articulaban con alambres o también con varillas. Era lo que se llamaba la “percha gaditana”. La peana se desplazaba de derecha a izquierda por una pista o raíl justo en la embocadura del teatrillo. A veces se prescindía  de dicha pista y los títeres se desplazaban sobre una mesa, que eran los llamados títeres de mesa o de piso (en Argentina). Ahora, los muñecos, además de a derecha y a izquierda, también se podían desplazar hacia adelante y hacia atrás. Eran estos muñecos (la Tía Norica, Batillo, el tío Isacio, el notario, el toro…) realmente más que figuras, desfiguraciones, formas contrahechas, con vestidos estrafalarios y de colores chillones para aumentar su aspecto cómico. Dotados de voces ridículas, hilarantes y con gestos mecánicos muy próximos o parecidos a los disfraces de mamarrachos, fantoches o espantajos. De ahí que fueran llamados esperpentos ya en fecha tan temprana como la de 1852 según El Observador de Madrid.

Y no solo eran llamados esperpentos los muñecos usados en las representaciones de La Tía Norica, sino de entre las varias técnicas para la manipulación de títeres como son los guiñoles,  los de hilo, los de varilla, marotes, los de sombras,… se llamaron esperpentos, tal vez por lo extravagante de su figura, a los muñecos de peana, ya fuesen los del teatrillo de La Tía Norica como a los de pelele de mesa o de piso.  Así se les conoce actualmente en España, Chile, Argentina, Méjico o Cuba.

Cuando Valle-Inclán, en una entrevista publicada por el Heraldo de México (21/9/1921) dijo: Ahora escribo teatro para muñecos. Es algo que he creado y que yo titulo Esperpento. Este teatro no es representable para actores, sino para muñecos, no fue, aunque lo pretendiera, tan original. Ese teatro burlesco, cuando no satírico o de farsa, tenía tras de sí una larga tradición y ya con el nombre o título de esperpento.