El Dr. José Thomaz de Sousa Martins (1843-1897), un santo en la biblioteca

Sousa Martins con traje académico

Decía Miguel de Unamuno: “¡Qué encanto este de recorrer a la ventura calles por una ciudad que no se conoce! Perderse y volver al mismo sitio, descubrir que este callejón lleva a aquella plazuela que ya vimos, satisfacer así a poca costa el instinto del descubridor de nuevas tierras”. Andrenio, seudónimo de Eduardo Gómez de Baquero, llamaba la atención sobre el encanto de llegar a una ciudad desconocida: “Quizás, la ciudad desconocida no tiene nada de misteriosa ni de extraña. Pero el viajero no sabe de ella más que lo que le han dicho los libros, acaso lo que ha leído en una guía, mientras el tren le conducía a la urbe ignorada. Ha llegado de noche; un automóvil le ha conducido velozmente al hotel cruzando calles que han desfilado rápidas ante sus ojos como en una película de cinematógrafo …” (Nuevo Mundo, Madrid, núm. 976, 19 septiembre 1912). Ya en nuestros días, el azoriano João de Melo reflexiona en el mismo sentido: “Não há melhor modo de um poeta misturar com a cidade que entrar na errância citadina, deixando-se assimilar por ela. Passear sem rumo, tangido apenas pelo mistério e pela curiosidade, e ir por ali fora, de mãos nos bolsos e coração distendido, ao sabor da arte e da arquitectura, tomando o rumo candente da luz do dia”.

Las anteriores impresiones, a las que pongo término y límite, no hacen sino poner al descubierto el traje del libre antojo con el que se viste el curioso a la vez que inquieto errante, en esa búsqueda que le permitirá conscientemente y en uno de sus múltiples arrebatos de cordura elegir el camino que más le convenga, adaptando sus audaces pasos a sus propias decisiones. Fue así como, hace ya algunos años, viajando por Portugal y paseando por las viejas callejuelas de Viseu, capital de la Beira Alta, se produjo el descubrimiento del Dr. Sousa Martins. Me había detenido ante el escaparate de una de esas añejas y rancias funerarias, tan abundantes en el país vecino, y allí, entre mármoles, velas, estampitas y novenas, como aquella milagrosa de las sandalias de San Antonio tirada a ciclostil en forma de zapatilla, oraciones que se acompañan de herraduras, cruces de David, figas, etc., y que buscan solucionar el terrible mal de la envidia, perseguidora de la Humanidad y causante en ocasiones de la completa ruina de una casa y de una familia entera, exvotos en cera que representaban piernas, manos, intestinos gruesos y delgados, y cabezas, incensarios y demás parafernalia religiosa, de la que es un buen ejemplo el librito para protegerse de hechizos y que llevaba por título O Verdadeiro Livro de Bendezuras. De Deus, com Deus, e só para Deus, que no sólo contiene explicaciones sobre la manera de bendecir una casa, una embarcación, una persona o cualquier otra cosa que se desee bendecir sino también oraciones para curar las diversas anomalías del ser humano: la tos convulsa, la escrófula y todo lo escrofuloso, el estómago caído, la erisipela, el dolor de barriga, los constipados, eczemas, ciática, padecimientos del bazo, etc., allí, decía, estaba la efigie del doctor milagrero vestido con traje académico y que al decir de sus fieles devotos y seguidores, quienes se cuentan por millares no sólo en Portugal sino también a lo largo y ancho de todo el mundo, incluso después de muerto tiene poder. No pude evitar la tentación de interesarme por él, a la vez que compraba su busto que desde entonces conservo, ocupando un lugar en el interior de una vitrina, protegido del polvo, en mi biblioteca. Había entrado, pues, el Dr. Sousa Martins en mi casa, me hacía compañía, me otorgaba una discreta protección, estaba colocado, ahí sigue, en un lugar privilegiado, inmejorablemente arropado, ¡entre libros!, sirviéndoles de apoyo, en perfecta simbiosis, pero, sin embargo, ignoraba la extraordinaria capacidad que había tenido como hombre de ciencia, con una arrebatadora elocuencia y una bondad inmensa que le llevó a convertirse en un verdadero “padre de los pobres”. Del volumen XXIX de la Grande Enciclopédia Portuguesa e Brasileira, que le dedica una entrada de varias páginas, entresaco este apunte: “Su clientela era muy amplia, no sólo de ricos sino también de pobres, a los cuáles daba consulta gratuita. Las escaleras de su consultorio, en la calle de S. Paulo, estaban siempre repletas de enfermos pobres del barrio, a los que atendía con desvelado cariño. No era extraño verle recorrer a pie las calles y callejas de los barrios obreros y pobres, donde su carruaje apenas cabía. Entraba en las casas miserables, donde familias enteras luchaban contra el dolor y el hambre. Junto a las recetas dejaba dinero para la compra de los remedios y para la satisfacción de las necesidades más apremiantes …”

Llegué posteriormente a Aveiro, la “Venecia portuguesa”, donde adquirí en el añoso comercio de una médium y vidente, María Manuela se llamaba, un simple y modesto pliego fotocopiado de mala manera y que llevaba por título 5 Minutos com Dr. Sousa Martins -Prece ao seu espírito, que sirvió para hacerme comprender el gran fervor existente a nivel nacional, como he podido comprobar en diferentes circunstancias, a pesar de haber fallecido cien años antes.

Tras las huellas de ese culto, visité en otro momento el Sanatorio que en la ciudad de Guarda lleva su nombre, en cuyos jardines está su busto rodeado, como no podía ser de otra manera, de múltiples ofrendas  y  placas  votivas.  En Lisboa mi periplo me llevó a la estatua, aunque más correcto sería hablar de altar, “Monumento a la sagrada herejía” lo llamaba Cardoso Pires, que para perpetuar su memoria fue erigido años después de su fallecimiento en el Campo dos Mártires da Pátria enfrente del edificio de la Escuela Médica, de la que fue miembro, y cuya ceremonia de inauguración, el 7 de marzo de 1900, fue presidida por el Rey Don Carlos. Sucedió que la escultura que le representaba no se parecía en nada al ilustre médico y científico y es por ello que tuvo que ser demolida, levantándose poco después, en 1904, un nuevo monumento, ahora en bronce, obra del afamado escultor Antonio Augusto da Costa Mota (Coimbra, 1862 – Lisboa, 1930), autor también del monumento al doctor en la Plaza 7 de Marzo, por el día de su nacimiento, en su villa natal de Alhandra. Parafraseando al propio protagonista de estas líneas, cuando en un discurso conmemorativo pronunciado en la Sociedad de Ciencias Médicas de Lisboa el 12 de octubre de 1895, se refería a su admirado Pasteur, se podría decir: “¿Colocar una estatua al Dr. Sousa Martins? ¿Para qué? Si nunca su nombre podrá ser olvidado”. 

1904 es el año de publicación en Lisboa por la Officina Typographica da Casa Moeda del libro Sousa Martins. In Memoriam en el que, a expensas de una suscripción abierta, colaboraron sus colegas, admiradores y amigos y, entre ellos, Casimiro José de Lima, autor de diversas medallas, una de las cuales le fue dedicada expresamente. “Un verdadero primor, tanto en el diseño como en su ejecución”, en opinión de Xavier da Cunha.

Y ya que se ha citado al Rey D. Carlos, quisiera traer aquí y ahora dos olvidadas anécdotas, de entre las muchas protagonizadas por el Dr. Sousa Martins a lo largo de su vida. Aquí va la primera:

“Durante la mortal enfermedad que padeció el padre de D. Carlos, le llamaron en una ocasión para que viera al augusto enfermo. Permaneció un breve rato en el palacio real, en una de cuyas antecámaras, y arrimado a una mesa, habló con D. Carlos, entonces príncipe heredero. Durante el curso de la conversación, el príncipe dijo al doctor Sousa Martins:

– “Ponga V. su firma, doctor”.

Este la puso en el acto. Entonces el príncipe se volvió y escribió algo, y mostrándoselo al médico le dijo:

-“Qué es esto?”

– “Mi firma”-respondió el médico.

– “Pues vea V. las dos firmas”-replicó el príncipe.

El doctor Sousa Martins no pudo distinguir la firma verdadera de la falsa.

El único comentario posible a esta noticia es que el rey de Portugal tiene una habilidad verdaderamente regia” (El Siglo Futuro. Diario Católico, Madrid, núm. 7.420, 20 septiembre 1899).

De un artículo de Mário Neves rescato, con palabras de F. Emidio da Silva, una segunda anécdota: “… Entrando un día Sousa Martins de repente en la enfermería de la que era director se encontró con un tumulto infernal. Se hizo el silencio y un enfermo explicó: La culpa la tiene el 36 que me ha llamado estúpido. Sr. 36-dijo Sousa Martins- quien hace aquí los diagnósticos soy yo” (NEVES, Mario, “SOUSA MARTINS. Os grandes homens do século XIX. Médico, profesor, orador inexcedivel e homen de assombrosa actividade”, en O Século Ilustrado, Lisboa, 18 octubre 1947, p. 25).   

Para el polifacético Angel Crespo, autor, entre otros muchos libros, de una Lisboa Mítica e Literária, Sousa Martins fue un “médico taumaturgo que hace la competencia a San Antonio de Lisboa” (La competencia, se me antoja pensar en este breve paréntesis que ahora abro, ciertamente que ha de ser dura, estando de por medio ni más ni menos que San Vicente, patrón de Lisboa, “O Vicentinho”, y San Antonio, el santo más casero y casamentero de los lisboetas, con Museo propio, por no referirme, en el convencimiento de que existen más, a la Colecção Antoniana, donada en su día por Herculano Curvelo al Museo Municipal de Portalegre, o a la de António José Vidal Baptista (1908-1971), impulsor de la creación del Museo Municipal de Vila Franca de Xira.  Si se añade que hay hasta una moderna canción, compuesta por el músico brasileño Carlinhos Brown, “Candela de Santo António”, se constatará con holgura que su irradiante fuerza y poderío son evidentes … Ahora bien,  todo es relativo. Quien se acerque hasta Amarante podrá comprobar que quien de verdad impone aquí su patronazgo no es ninguno de los anteriores sino São Gonçalo. Los dulces fálicos, presentes habitualmente en las romerías de la ciudad, están asociados a su culto (pagano), cuya fiesta se celebra en enero y junio de cada año; le son atribuidas también facultades o dotes de casamentero (hay quien le conoce como el “casamentero de las viejas”), por lo que estos dulces fálicos, expuestos en lugar bien visible de los escaparates de las pastelerías y de los puestos de venta ambulante, constituyen un icono fácilmente asociado a los ruegos y peticiones de las solteronas adultas, a fin de conseguir novio, empresa que en ocasiones y en cualquier parte necesita de una ayuda exterior. Alargando más el paréntesis abierto, la cerámica regional de las Caldas da Rainha, conocida en todo el país por su osada y atrevida temática, pero también la de Barcelos, con sus medievales frailones con sotana que esconden bajo ella, ¡pues no llevan calzoncillos!, un inmenso falo, sólo hay que tirar del cordel que llevan incorporado para verificarlo, son todas ellas regocijantes presencias que muestran el buen humor del que, llegado el caso, goza el pueblo portugués).

Dulces fálicos

Hijo de Caetano Martins, de profesión carpintero, y de Maria das Dores de Sousa Martins, Sousa Martins, que no ha de ser confundido con el Nobel de Medicina del año 1949 Egas Moniz, había nacido el 7 de marzo de 1843 en las proximidades de Lisboa, en Alhandra (Concejo de Vila Franca de Xira), y en esta ciudad y en la que fue su casa está instalado desde 1985 el Museo (www.museusousamartins.org), una de cuyas salas, la que lleva su nombre en el primer piso, tiene en exposición documentos y objetos personales. Su madre, que tanta influencia ejerció en él, intercediendo entre su ámbito de relaciones,  le  consiguió su primer trabajo, de mancebo, “marçano” en portugués, en la Farmacia Ultramarina, en Lisboa, fundada por su tío Joaquim de Sousa Pereira y que, en la Rua de São Paulo, casi enfrente del gran portalón que bajo techo oculta en su interior el increíble Elevador de Bica, sigue existiendo en la actualidad.

Famoso por sus estudios y su lucha contra la tuberculosis, que él mismo padecía y a la que sucumbiría finalmente, había acudido a un Sanatorio de la Sierra de la Estrella en busca de una victoria imposible pero también de una derrota anunciada. Él mismo decía que “la tuberculosis, antes de arrancar la vida al hombre, hace de ella un martirio y del mártir un inválido”. Sousa Martins, queriendo evitar su propio martirio, se suicidaría a los 54 años, el 18 de agosto de 1897, lo que no impidió que fuera enterrado en lugar sagrado. Muerto sin haber recibido los sacramentos de la Santa Madre Iglesia, el Dr. Sousa Martins, pese a no pertenecer al panteón de sus santos, fue, finalmente, santificado como São José Thomaz en el Aula Magna de la Universidad de Lisboa el 9 de diciembre de 1990, como  informa Sara Repolho en su libro Sousa Martins Ciencia e espiritualismo (Coimbra, Imprensa da Universidade de Coimbra, 2008). A la iglesia oficial, al Vaticano, le ha costado mucho reconocer su santidad pues no es, no ha sido, y nunca mejor dicho, santo de su devoción, contribuyendo a ello el hecho de que este “santo laico” viera en la ciencia y no en la religión el camino de la salvación … ¡Vaya temeridad! Nicolás Casariego se refiere a nuestro personaje como “el santo suicida  lisboeta”.

Yo no quiero ni puedo plasmar aquí su dilatada biografía. Pretendo simplemente apuntar que, con verdadero tesón, restándole horas y más horas al sueño, llegó a licenciarse en Farmacia y doctorarse en Medicina logrando con su entrega y compromiso personales,  con sus estudios y publicaciones, cuyo amplio listado se puede ver en la Grande Enciclopédiaque más atrás se dijo, un grandísimo reconocimiento y una merecida fama. Actualmente, con un goteo intermitente a lo largo de todo el año y en auténtica romería en las fechas que coinciden con su nacimiento y muerte, el 7 de marzo y el 18 de agosto, se suceden auténticas peregrinaciones de quienes buscan en la cercanía de su tumba la eficacia para sus peticiones. Sin entrar ni salir en lo milagroso de sus curaciones, me inclino a pensar que la explicación de su vigente devoción quiere pasar por ellas.

Visito hoy en día Portugal y, ahora ya sin sorprenderme, me sigue asombrando esta religiosidad popular, este culto a su persona que se manifiesta ineludiblemente en el callejero, que no le olvida, y también en edificios públicos, tales como Hospitales o Escuelas Secundarias que llevan su nombre, o casas particulares en las que cuelgan de sus paredes exteriores brillantes azulejos con su figura, por no hacer mención a los numerosos objetos tales como llaveros, medallas conmemorativas, a las que tan aficionados son los portugueses, tarjetas postales, escapularios, dedales, fotografías, etc., en los que aparece representado. Es este un fenómeno frecuente en este país, donde también el Padre Cruz, “O Santo Padre Cruz”, es objeto de parecida veneración y que no tiene, según mis conocimientos, equivalente en España donde, si bien existen personajes milagrosos a nivel local, no han logrado, sin embargo, semejante repercusión nacional.

El Dr. Sousa Martins no se ha aparecido a nadie en gruta alguna, tampoco lo ha hecho bajo un olivo o una carrasca, pero ello no obsta para que, a través de él, sus fieles e inquebrantables seguidores tengan una buena excusa para conseguir su intercesión. El doctor, desde el más allá “recibe” todos los días, sin límite de horario; aquí no hay lugar para la duda, y las ofrendas marmóreas y las velas y hachones encendidos que rodean sus monumentos en Portugal y, por supuesto, su mausoleo en el cementerio de Alhandra demuestran que la fe mueve montañas y que su espíritu protege contra el mal, que tantas vías tiene para manifestarse, y soluciona cualquier tipo de problema, por difícil que éste sea: depresiones, hoy a la alza, encuentro y mantenimiento del puesto de trabajo, hoy a la baja, por su escasez y precariedad, éxito en los negocios, atracción de personas deseadas, ayuda para exámenes, curación de la impotencia sexual sin utilización de la “Viagra”, mal de ojo, etc.

Para conocer más detalles sobre Sousa Martins, en su excepcional libro Lisboa Diario de a bordo. Voces, miradas, evocaciones, Cardoso Pires recomendaba consultar la literatura a la venta en las logias de la fe del lisboeta Largo Martim Moniz. Por mi parte, mencionar que los libros de José Machado Pais, Sousa Martins e suas memórias sociais. Sociologia de uma crença popular (Lisboa, Gradiva, 1994), de Pedro Teotónio Pereira, O culto ao Dr. Sousa  Martins. Um estudo de caso de religião popular (Alhandra, Museu de Alhandra, 1996) y, últimamente, el ya mencionado de Sara Repolho sirven para conocer más profundamente su interesante e indiscutible personalidad así como el entorno en el que se mueve la insistente convicción en el poder taumatúrgico del hermano Sousa Martins, dominador de asperezas, testigo de la credulidad de los que se cegaron por él.

Recientemente pasé por Vila Franca de Xira, ciudad con una grandísima afición tauromáquica. En esta ocasión, no me dejé cegar por esos coloristas carteles de contenido variado que anunciaban que en las localidades de Póvoa de Santa Iria, Nazaré y Setúbal se iban a celebrar en los días inmediatos “corridas de toiros à portuguesa”, con toros calificados unas veces de bonitos, otras de imponentes y otras, incluso, de terroríficos y en las que iban a intervenir “cavaleiros” ya consagrados, cuyos apellidos revelaban a los aficionados la prestigiosa dinastía de la que procedían, junto con alguna joven promesa que estaba todavía dando los primeros pasos en esta difícil carrera; no podían  faltar en esos carteles los “forcados amadores”, marca distintiva de la fiesta brava en Portugal, y todo ello amenizado en la mayoría de los casos con excelentes bandas de música. No me dejé tentar tampoco por el precio de las entradas, ¡con los precios más bajos de los últimos veinte años! Mi objetivo era visitar en la cercana población de Alhandra su Casa-Museo y su mausoleo en el cementerio para así cerrar, tras algunos años de seguimiento, el círculo de su peripecia vital y geográfica, y lo cumplí presenciando una escena que me reafirmó en la indubitable vigencia de su culto. Eran casi las cinco de la tarde, hora de cierre del cementerio, y había observado a una mujer a la que le era difícil interrumpir su “conversación interior” con el doctor, cuyo féretro estaba al otro lado de la puerta acristalada. Sin resistirse, sus lentos pasos hacia la obligada puerta de salida se retardaban pues no dejaba de mirar, aún a riesgo de tropezar y caer al suelo, ese panteón que acogía los restos del doctor, espíritu de luz y verdad, su guía en esta vida y el dador de luz en la eternidad, como se recoge en su oración, al que minutos antes acaso le había solicitado que le concediera, una vez más, la fuerza necesaria para superar los tremendos obstáculos que se le presentaban en su diario vivir. ¡Tantos secretos le había confiado …! 

Miguel Ángel Buil Pueyo