Nunca, en la larga y conflictiva historia de España y Portugal, aconteció nada semejante.
Entre las 08,00 horas del 13 de diciembre de 1807 y la primera semana de febrero de 1808, a muy distintos efectos, la capital del Reino de Galicia dejó de estar, propiamente hablando, en la ciudad-puerto de La Coruña para situarse en la ciudad portuaria de O Porto.
La proclama A los Vecinos y Moradores de Entre Duero y Miño y Tras los Montes, escrita en español y portugués, firmada por Francisco Taranco, capitán general de Galicia, se difundió la misma mañana del 13. Produjo incredulidad y desconcierto. Anunciaba la ocupación militar de las provincias aludidas.
Portugal, de hecho, se rompía en tres partes; pero ni siquiera eso sabían portugueses ni españoles, dado que la emergencia de la Lusitania Septentrional era secreto total y un misterio. Incluso para el alto mando del Ejército ocupante…
La ocupación de Portugal
(Cuatro Ejércitos, Tres Mandos)
Entre España y Portugal no había en 1807 fronteras definidas. Hasta ese momento los conflictos transfronterizos habían sido frecuentes. En 1797 y 1801, sin ir más lejos, en un contexto internacional diferente, la ocupación armada de la Lusitania Septentrional estuvo a punto de producirse; pero, concentradas las fuerzas en Galicia, la operación no llegó a consumarse en esa demarcación. Taranco no era el único integrante de la ocupación hispano-francesa de 1807 que había estado en la precedente, penetrando en Portugal desde Extremadura (1801). Ahora todo era distinto. La expectación y el desconcierto se mascaba en el ambiente. Y, sin embargo, pese a los ritmos amenazadores del tambor batiente y el agudo de las gaitas, no parecía probable que la agresiva caravana encontrara tropiezos dignos de consideración. Es importante entender por qué.
Dos semanas antes, otra caravana, la napoleónica que mandaba el general en jefe de la ocupación francesa, Jean-Andoche Junot, antiguo embajador en Lisboa, entró en Portugal por Extremadura, tras cruzar al galope de norte a sur la extensísima archidiócesis compostelana.
Machacado por la crudeza de la rápida marcha en invernal otoño, atravesando lugares inhóspitos, el invencible Ejército imperial presentaba un aspecto demasiado humano. Formado por jóvenes, recientemente reclutados, su estado era lamentable. Despertó enorme curiosidad; pero no por su marcialidad. Llamaba más la atención el armamento y la legión de acompañantes. Sobre todo, la profusión de sirvientes, cocineros y damas de desigual reputación, por veces con sus proles. Entre esas damas, volvió a destacar la belleza que aún retenía Laura Permon, la esposa del general en jefe, antigua amante de Balzac, próxima duquesa de Abrantes y puntillosa cronista de la sociedad lisboeta.
Pese a la fuga a Brasil de los reyes, príncipes y buena parte de la corte portuguesa, la recepción en Lisboa fue sumamente amistosa. Al menos en lo que traslucía el trato oficial y el entusiasmo de los parciales de Francia. Abundaron los cánticos y los saludos retóricos de bienvenida, pronunciados entre ritos masones y bendiciones episcopales. Dios, según los obispos, había escogido para Portugal ese destino. La exitosa misión emprendida en el mundo por el católico Napoleón Bonaparte era (según ese parecer, compartido por una parte de la Cristiandad) divina…
Otro tanto estaba comenzando a acontecer con una segunda caravana. Algo más retardada, entró en Portugal cuando aún estaba en fase de formación. Mucho más marcial, uniformada y reluciente que la francesa, era española. De élite. La mandaba Juan Carrafa, el capitán general de Extremadura. Destinada a prestar apoyo incondicional al general francés, recibía órdenes directas de Junot. Era muy numerosa y, al pisar tierra portuguesa, comenzó a cobrar de Francia. Establecida en Abrantes, no tardó muchos días en reiniciar la marcha, desplazando a Oporto una vanguardia de 4.000 hombres.
LA MISIÓN DE TARANCO
(Un paseo militar)
Nos manda Su Alteza digamos a Vuesa Excelencia que se apodere inmediatamente de O Porto y de la provincia de Entre Duero y Miño; que tome posesión de todo el país y aún de la provincia de Tras los Montes, en nombre del Rey Nuestro Señor, así como lo habrá hecho en este momento el general francés, Junot, de la capital Lisboa en nombre de Su Majestad, el Emperador de los franceses y rey de Italia (Instrucción secreta, dirigida por los amanuenses de Manuel Godoy al general Taranco)
Las dos divisiones napoleónicas (Junot y Carrafa), al haber cumplido sin contratiempo ambos itinerarios, eran la garantía de que la ocupación española sería un nuevo paseo militar.
Lo fue. Recibidas en son de paz, con esa experiencia hispano-francesa contaban las otras dos expediciones españolas que completarían el bloqueo continental diseñado para acabar con los intereses de Gran Bretaña en Portugal: la de Taranco y la que mandaba Francisco Solano, marqués del Socorro, capitán general de Andalucía, encargado de ocupar el Alenteio y el Principado del Algarbe, en el Portugal Meridional.
En definitiva: cuatro Ejércitos, con tres mandos autónomos diferentes: Taranco, Solano y Junot, dado el papel asignado (y asumido, tras previa consulta) por las fuerzas de Carrafa, al operar bajo el mando supremo de este último.
Es muy importante retener todos estos detalles fundamentales, casi siempre confundidos, incluso en los textos portugueses mejor informados, para resaltar otro, aún más desconocido, llamado a tener importantes consecuencias andando el tiempo.
La División que mandaba el capitán general del Reino de Galicia no era gallega en exclusiva. Llegados los regimientos de Asturias, León y distintos puntos del país gallego, los españoles se concentraron en la ciudad-fuerte de Tuy.
Los tres capitanes generales implicados en la ocupación de Portugal gozaban de toda la confianza de Godoy. En el caso de Taranco (“amigo mío de toda la vida”, escribió aquél) esa confianza se demostrará ilimitada.
Así pues, el 10 de diciembre, tras recibir de sus amanuenses las instrucciones secretas que le hacía llegar como “Serenísimo señor Príncipe Generalísimo Almirante” de los Ejércitos y la Marina de Carlos IV, rey de España, la espesa caravana se puso en movimiento. Con su cola de servicio, allegados y las inevitables damas de familia, servidumbre o compañía. En lo militar, la integraban seis regimientos de infantería de línea (4.915 hombres: Inmemorial del Rey, Príncipe, Toledo, León, Aragón y Voluntarios de la Corona); uno de infantería ligera (620: Navarra); la miliciana División de Granaderos Provinciales de Galicia (633: los pretorianos, por así decir, que daban custodia al propio capitán general); fuerzas de artillería de a pie (315 hombres y 12 piezas de artillería) y otra de ingenieros zapadores (101 hombres).
Mientras el complejo, lento y espectacular paso en embarcaciones del río Miño se producía, una avanzadilla comunicó las órdenes de ocupación a la villa fronteriza de Valença. El desconcierto de las autoridades locales, enorme, no se tradujo en enfrentamiento. Como las indicaciones de Lisboa eran claras y no tardaron en llegar, el variopinto conjunto prosiguió la marcha, dejando atrás las primeras guarniciones de vigilancia y control: Valença (Regimiento de Infantería del Príncipe); Camiña (Toledo); Viana (Aragón); Barcelos (León). Dada la ausencia de contratiempos, a pesar de la pequeñez de los días invernales, la comitiva se plantó en Oporto en tres jornadas.
Parecía, en efecto, un paseo militar, con banderas y músicas. Muy vistoso, espectacular incluso en algunos tramos del camino. Cuidado al detalle por el meticuloso general, no hubo pillaje ni constan excesos dignos de mención.
Tanta normalidad era engañosa, sin embargo. Se trataba de una agresión tan grave a un Estado soberano como la toma de Lisboa por Junot, un día después de que –como se dijo- la Familia Real (la Casa de Bragança), contra el parecer de muchos portugueses de relieve (partidarios de Francia o Gran Bretaña) levaran anclas con rumbo a sus posesiones del Brasil. Con toda su flota y enormes riquezas, custodiadas por las banderas británicas de la Royal Navy.
Así pues, la Armada invencible, sin echar pie a tierra, ganaba la primera batalla al Ejército invencible, complicando todos los planes ibéricos del Emperador y convirtiendo en letra muerta los confusos pactos tramados con el embajador especial de su aliado, el rey de España. Dados los términos del enfrentamiento, la neutralidad era imposible. De principio a fin, quedó claro, una vez más, que en el Norte como en el Sur de la vieja Europa no se estaba produciendo un único bloqueo, el continental napoleónico. Había otro bloqueo marítimo simultáneo, igual de despiadado, el británico. La guerra era Total.
Parece ficción; pero fue realidad. Y por eso mismo resultaba tan difícil de creer.
Un viejo país atlántico, que tanto había batallado contra España por lograr y mantener su independencia, dotado de Ejército moderno, Milicia armada y Marina de cierta importancia, se entregaba sin combatir, en poco más de dos semanas, a las potencias antagónicas. Se podía aventurar que, antes o después, a poco que variaran las circunstancias, la calma trocaría en tempestad. Y así fue.
La enorme tragedia de la guerra peninsular ibérica entraba en vísperas…
En ese dramático contexto, la conciliadora proclama del general Taranco produjo lógico desconcierto. Y aun hoy, doscientos años más tarde, aluden con respeto a la política iniciada en Oporto por el virrey de Galicia (“modelo de dulzura e integridad”, Accurcio das Neves, 1810-1811) las historias de Portugal. Incluso las más proclives a la declamación patriótica.
LOS ORÍGENES DE LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
(Ante las Elecciones Europeas)
A pesar de lo insólito del acontecimiento y de las formidables consecuencias que ha de tener esta ocupación para la Historia Internacional, nadie se tomó la molestia de explorar lo que aconteció en la Lusitania Septentrional a partir de ese momento.
Para los historiadores portugueses, todo fue como un mal sueño, casi incomprensible. En las historias de España, las ocupaciones hispano-francesas de Dinamarca o Portugal apenas ocupan espacio. Parecen anécdotas. Más dignas de tratamiento literario que del discurso patriótico predominante en la llamada Guerra de la Independencia. Sin embargo, para el francés Thiers, en aquellos días de ocupación se estaba asistiendo al principio del fin de un personaje extraordinario, por quien sentía el historiador admiración incontenida: Napoleón Bonaparte
Doscientos años más tarde, el nivel de los estudios acerca del insólito acontecimiento apenas ha mejorado, a pesar del dineral que los Gobiernos están gastando en miles de actos, dramatizaciones populares, exposiciones, discursos y convites oficiales. Así pues, cuando políticos y funcionarios hablan de euro-región atlántica, sus definidores desconocen esta historia, como tantas otras relativas a la formación de la Europa contemporánea y a su intrahistoria social, económica y cultural. Un lujo costoso, muy propio del inculto y desdichado despotismo burocrático que nos agobia.
Acostumbrados de viejo a colmar lagunas incomprensibles como investigadores silvestres, aprovecharemos las elecciones al Parlamento Europeo para iniciar el relato de algunos episodios fascinantes, de enorme alcance y no poca actualidad, cargados de fondos y trasfondos, envueltos en un mar de confusiones, pese a estar aludiendo a los realísimos orígenes de la Europa de hoy. Esto es: a los orígenes de cuanto vino después. No sólo para los atlánticos gallegos, asturianos, leoneses, castellanos, extremeños o andaluces, que participaron (como protagonistas, en primer plano) en la histórica ocupación, también para los españoles, portugueses, franceses, británicos o americanos, que acabaron envueltos en el trágico desastre de las guerras peninsulares.
II
“PRUDENCIA Y CORDURA”
(LA POLÍTICA DEL VIRREY)
En la amanecida del domingo, 13 de diciembre de 1807, el general Taranco, capitán general del Reino de Galicia y general en jefe de las tropas españolas de ocupación, era recibido por las autoridades locales de Oporto en las afueras de la ciudad. Sólo lo rodeaban sus pretorianos del Regimiento de Granaderos Provinciales de Galicia.
Aquel mediodía, antes de la llegada del resto de sus tropas, leyó en español la histórica alocución A los Vecinos y Moradores de Entre Duero y Miño y Tras los Montes, publicada también en portugués. La expectación, que era enorme, se tradujo en desconcierto.
Cinco días más tarde, el viernes 18 de diciembre, se completó la ocupación militar. Como gobernador general de la Lusitania Septentrional, el propio Taranco recibía al capitán general de Extremadura, Juan Carrafa.
Los dos generales españoles, que habían ascendido al generalato en 1802, se saludaron con respeto y hasta con afecto, pero sin mezclar sus tropas en ningún momento, aumentando así el grado de confusión y desconfianza en que aún estaban por entonces las autoridades locales. También fueron distintas sus residencias, detalle harto significativo.
INGLESES Y RUSOS
(Los cambios de alianzas)
Al haber sido confiscados los intereses británicos y expulsados todos sus agentes diplomáticos, la céntrica, espaciosa y flamante Casa da Feitoría, alzada en la Rúa dos Ingleses, diseñada al gusto inglés por el cónsul británico, John Whitehead, pasó a convertirse en la residencia privada y oficial del capitán general de Galicia.
Bien amueblada, con solemne escalinata, gran salón de baile y cocina monumental, era digna de un virrey dispuesto a crear su propia corte y a influir en la vida social de la ciudad.
Dotado de Estado Mayor (antes de que este cuerpo se organizara formalmente en el Ejército español), sus integrantes y los consejeros desplazados a Oporto, residían y despachaban con él en el mismo edificio. Pasó a ser, pues, la nueva sede de la Capitanía gallega, radicada (antes y después) en el núcleo histórico de Coruña.
Carrafa, por su parte, compartió residencia con el cónsul de Rusia, dado que la lejana corte de los zares, aliada histórica de Inglaterra, se había sumado al bloqueo continental napoleónico tras la paz de Tilsit (julio, 1807).
Así pues, las dos residencias ritualizaban el cambio drástico de alianzas internacionales del Portugal ocupado y daban fuerza visual a los distintos cometidos que Godoy asignó a los generales españoles.
Los portugueses nunca llegaron a entender del todo cuál era la misión de las dos expediciones españolas con alto mando radicado en Oporto. Y es lógico, porque los dos generales también tuvieron sus más y sus menos en este asunto. En cierto momento, presionado por Junot, Carrafa tuvo que consultarlo al superministro de Carlos IV. Recibió respuesta clara, contrariando al general en jefe de la ocupación francesa.
Godoy confirmaba en todo las órdenes de partida.
En razón de sus grados, al no haber en Oporto más generales que Taranco y Carrafa, la misión de éste variará más tarde, como consecuencia de la muerte repentina de Taranco; pero hasta ese momento (26 de enero, 1808), el capitán general de Extremadura debía asegurar a Francia el control de la costa, desde Lisboa a Oporto, obedeciendo órdenes del general Junot. La misión de Taranco no sólo era distinta. ¡Tenía que parecerlo!. Se realizaba en nombre del rey de España. La autonomía del capitán general del Reino de Galicia no podía ser interferida en modo alguno por el de Extremadura, aunque Junot o su dueño, el emperador, patalearan.
Aclarados los cometidos respectivos, los dos generales se rindieron honores, mantuvieron entre sí excelentes relaciones personales y pasaron a desarrollar sus misiones desde las mentadas residencias.
LA PRIMERA PROCLAMA
(Denuncia de la perfidia británica)
Vecinos y moradores de Entre Duero y Miño y Tras los Montes: No alteréis vuestra vida normal. Permaneced en calma, tranquilos, en la confianza de que el Ejército Español, que yo mando, respetará vuestras leyes, usos y costumbres. Tratadnos con sincera amistad, convencidos de nuestro valor y humanidad, y encontraréis la más exacta correspondencia. Yo os lo prometo y os lo juro en nombre de mi Rey y Señor, tan justo como benéfico. General de sus Armas, Justicia y Clemencia, seré fiel ejecutor de sus órdenes Soberanas. Todas ellas se encaminan a protegeros en la deplorable situación en que os encontráis por la ausencia de vuestro Soberano. A libraros de la pérfida dominación inglesa, de su política ambiciosa, que aparentando amistad es la del padrastro que os destruye. Tened por seguro que todas las providencias que se tomen irán encaminadas a mejorar vuestra suerte, a liberaros de la vergonzosa tutela del soberano inglés y a organizar vuestra vida política.
Llegó el tiempo de que conozcáis los verdaderos intereses de vuestra Patria y de que, uniendo vuestras voluntades a las nuestras, venguemos juntos los ultrajes que la ferocidad traidora de los ingleses ha llevado a todas las naciones de Europa. De que, impidiendo sus maquinaciones, gocéis de la protección que mi católico Monarca os ofrece.
Al margen del tono conciliador de la proclama, pronto llamará la atención su insistencia en que, además de asegurar la continuidad de la vida cotidiana, como gobernador general hacía votos porque la ocupación sirviera para limar las tensiones históricas existentes entre españoles y portugueses.
Dada la fama, bien ganada, de devastadores que tenían (y tienen) todos los Ejércitos de ocupación, tampoco dejó de sorprender este punto, con el que el virrey de Galicia precedía el capítulo de las inevitables amenazas:
Lo que os prometo será religiosamente cumplido. Os aseguro, bajo mi palabra, que todo soldado español que sea culpable de pillaje, o de cualquier otro delito, será castigado con todo el rigor de la Ley. Que cualquier natural o habitante del Reino de Portugal, que tenga parte en alguna conspiración o tumulto contra el Ejército Español, será arcabuceado. La Ciudad, Villa o Aldea donde se dispare un solo tiro contra la tropa española, entregará al delincuente, o será responsable del atentado. En ese sentido, se pronunciará la Justicia de su Jurisdicción o Feligresía, en cuyo territorio se mate a un integrante de la Milicia española, y además de esto, pagará el triple del valor en la contribución que le corresponda, tras tomar a cuatro vecinos como fiadores de esa paga.
Si puedo evitar la imposición de las penas referidas, tendré particular satisfacción.
Según las informaciones que llegaron a nosotros, a través de quienes vivieron y estudiaron la época, la disciplina fue férrea y el orden público se mantuvo. Pero conviene recordar que, siendo tiempo de guerra y rigiendo el código militar en tierra y en los mares, la incidencia de la ocupación española en la vida cotidiana de los lugareños fue limitada.
Al ser el nuevo gobernador general del territorio un militar que ostentaba la máxima autoridad judicial y militar en sus dos demarcaciones, Taranco pudo mantener en todas las instancias intermedias a los jueces locales preexistentes.
Por el contrario de Junot, nunca hizo un uso agresivo de las enseñas de la Monarquía española en los edificios públicos. Tampoco, como era fama de los Ejércitos napoleónicos, expolió iglesias, ni se condujo bajo palio o entre bendiciones episcopales.
Tanto él como sus hombres (al igual que los hombres de Carrafa) pusieron especial cuidado en mezclarse con los lugareños en los ritos religiosos y festivos de la Navidad, Fin de Año, Año Nuevo y Reyes. Lejos de introducir propuestas reformadoras en ese ese aspecto, las fiestas del calendario católico se animaron con la imprevista presencia de cientos de soldados, familiares y personal de servicio, con sus cantos y músicas de lejanas tierras.
El propio obispo de Oporto, cuando comenzaron a detectarse públicamente enfrentamientos entre el general español, sus partidarios y los partidarios del general en jefe de la ocupación francesa, hizo un llamamiento a la calma, metiendo este reconocimiento expreso en su homilía de 19 de enero: “Ao general Taranco se deve a boa ordem e o socego da cidade, além do ensino que lhes dava com o exemplo das suas virtudes”.
En pocos días, Taranco recomendó a los poderes locales que formasen una Junta de Recaudación de Contribuciones, dada la nueva organización territorial.
Los ingresos hacendísticos quedarían circunscritos a la Lusitania Septentrional y centralizados en Oporto. Rompía así la antigua relación tributaria con Lisboa (es decir: con Junot y las fuerzas francesas de ocupación).
En orden a suministros, dado el simultáneo bloqueo marítimo de Gran Bretaña, España aportaría lo indispensable. Asunto éste de indudable alcance para su Capitanía gallega.
Carne, vestimenta, salazón… pasaron de Galicia en navíos de los comerciantes y trajinantes gallegos, armados en corso. Tuvieron éstos una presencia incomparable en Portugal y en la incipiente prensa comercial de los puertos atlánticos. Y no sólo por su presencia en Oporto. También se detecta su presencia en Lisboa, donde la colonia española (particularmene gallega), era mayor.
Cuestiones todas que confrontaban a Taranco con Junot. Cada día más incomunicado con el área galaico-portuguesa que dominaba el virrey de Galicia. Y receloso, con razón, de las conexiones per loca marítima que se estaban tejiendo con la población española de Lisboa y los cónsules. Mucho más gallegos de lo que sospechan los historiadores, portugueses y españoles.
LA HERENCIA DE AQUELLAS NAVIDADES
El general Taranco fue cumpliendo, pues, sus promesas.
Por el contrario de los abusos, pillajes y atrocidades que los portugueses detallan de la mayoría de las fuerzas francesas (también en ellas hubo excepciones), la ocupación de la Lusitana Septentrional no registra abusos dignos de mención.
No se pudo decir lo mismo de las tropas españolas que mandaba el trágico general Solano, marqués del Socorro. Más incisivo e imprudente, su alto mando fue cuestionado. Incluso por alguno de sus lugartenientes.
Pero el mandato del Capitán General de Galicia en la Lusitania Septentrional fue muy breve…
Sólo llevaba en Oporto ¡44 días! cuando un “cólico violento” (calificativo de su pariente, el conde de Toreno) precipitó su muerte. La leyenda posterior se cimentó también por esta circunstancia, sumiendo el óbito en toda suerte de sospechas.
Ninguno de los militares que lo sucedieron disfrutaron de un prestigio tan sólido como el que disfrutara el difunto, si bien los españoles Domingo Belestá y Juan Carrafa, en condiciones cada vez más dramáticas, mantuvieron en la medida de lo que les fue posible su política conciliadora hasta el mes de abril. A pesar de los rotundos cambios que se produjeron en Portugal y en España en el intermedio.
Despues de abril de 1808, el mando superior pasó al general francés Quesnel, enviado expresamente por Junot (rey sin corona de todo Portugal desde el 1 de febrero), aprovechando el cáos que reinaba entonces en los Ejércitos españoles tras la detención de Godoy en Aranjuez (marzo), la abdicación de Carlos IV y la desdichada gestión de Fernando VII y su gobierno (marzo-abril).
Contra lo que se afirma en las historias nacionales circulantes de los distintos países implicados, la génesis de los graves acontecimientos españoles y portugueses de 1808 se anticipa en los tres Ejércitos españoles de ocupación en Portugal. Como consecuencia del malestar, la génesis de la Triple Alianza (españoles, portugueses y británicos) también comienza en esta área atlántica mucho antes de lo que esas mismas historias reconocen.
En realidad, el salto de la pérfida dominación inglesa en Portugal, que da sentido a la primera proclama de Taranco, a la perfidia francesa en España (y Portugal), proclamada mucho más tarde en el Grito de unidad de Móstoles, como consecuencia del Dos de Mayo madrileño, puede retrotraerse en la Iberia Atlántica (sin el más mínimo forzamiento) a los últimos días de enero.
En ese momento, se produjeron en Oporto dos acontecimientos sintomáticos, absolutamente inesperados: la “extraña” muerte del general Taranco y el formidable sepelio de quien era, además de virrey de Galicia, jefe de las tropas españolas de ocupación en la Lusitania Septentrional.
Fue la suya, pues, una manifestación de duelo cargada de sentido, avisadora de lo que iba a suceder con posterioridad; pero jamás fue analizada desde este punto de vista.
¿Quién era el general Taranco? ¿De dónde provenía? ¿Cómo pudo merecer una movilización funeraria que los testigos presenciales reconocen como lo nunca visto en la larga historia de la ciudad de Oporto?
III
EL GENERAL TARANCO
(SU CORTE Y ESTADO MAYOR)
El 6 de junio de 1808 los Ejércitos españoles de ocupación y un segmento importante de la sociedad local, protagonizaron en Oporto la primera insurrección armada anti-napoleónica de Portugal.
Un día antes, a muchos kilómentros de distancia, Mariano Luis de Urquijo, talentudo ex ministro de Carlos IV, metido de lleno en irreversible proceso de afrancesamiento, sometía a “Su Majestad Imperial y Real”, Napoleón Bonaparte, emperador de Francia y rey de Italia, una serie de Reflexiones de marca.
Versaban acerca de asuntos cruciales y diversos, relacionados con España. No tienen desperdicio. Veamos ésta:
En España, todos los gobiernos están en manos de los militares, y militares sin instrucción, de donde resulta la necesidad de darles jueces letrados para que puedan consultarles. Este abuso entraña doble gasto y da lugar a un despotismo secundario. Su Majestad conoce mejor que nadie la necesidad de división de poderes. Yo no sé si se dice en la Constitución (la afrancesada de Bayona, primera de la Historia de España, en vísperas de proclamarse) que sólo las plazas fuertes tendrán gobernadores militares y que todos los gobiernos de provincias serán civiles.
DEL DESPOTISMO CONTEMPORÁNEO
(Los Poderes del Estado)
La lucha por la primacía del poder civil y la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) del Estado empezaba a plantearse en España, Portugal y Bayona (Francia). No era una lucha menor. Ni siquiera hoy, doscientos años más tarde (2009), se ha culminado ese proceso de manera satisfactoria.
Del rey abajo, el dominio de la situación por parte de los altos funcionarios (militares) era entonces absoluto. Doscientos años más tarde los militares (tras la caída de las Dictaduras de Franco y Oliveira Salazar) han perdido poder político en la vieja Iberia; pero lo mantienen los funcionarios, omnipresentes en los partidos, en la clase político-burocrática y, por ende, en todos los Gobiernos. A pesar de ello, no sólo dependen éstos gobernantes del criterio de jueces letrados (como los virreyes de antaño, que también presidían las Audiencias Reales), se rodean de una legión de consejeros, funcionarios la mayoría.
Cierto: esos poderosos funcionarios-políticos no lucen hoy uniforme, como los militares, los clérigos, los golillas o los académicos de antaño; pero aún lo calzan en fastos y ceremoniales. Aunque vistan ropaje común, distan mucho de formar parte de la Sociedad del mismo modo que los demás ciudadanos, paganos del costosísimo andamiaje. Para más, se cuelan (en número incomparable al proporcional que representan) en la Sociedad representada, la única que debe llamarse con propiedad sociedad civil, por lo que tampoco ésta puede confundirse con la Sociedad.
Así pues, el dominio de todos los poderes (fácticos y electivos) del Estado por parte de empleados públicos y funcionarios vitalicios del propio Estado, tantas veces casados entre sí (dado el nuevo papel -lógico, pero inexistente hace 200 años- de las funcionarias-políticas), su íntima conexión con los partidos, unido al despotismo gubernamental (predominio incomparable del poder ejecutivo sobre los demás poderes del Estado), convierte esta cuestión en angular. Incluso en las democracias formales, condenadas –si no existen contrapoderes y controles reales de semejante bloque de poder corporativo– a comportarse como auténticas dictaduras electivas, al servicio de una minoría burocrática omnidominante…
MANUEL FRANCISCO TARANCO DE LLANO
(Retrato de un desconocido)
Manuel Francisco Taranco de Llano no era excepción a la regla general, sentada por Urquijo. En Galicia actuó como virrey al contar con el poder político, judicial y militar. Todo en uno. Un poderío al que nunca quiso renunciar como gobernador de la Lusitania Septentrional, a pesar de los reiterados intentos de Junot por limitar su fuero, para ponerlo a su servicio y al del emperador de Francia.
Sin embargo, siendo cierto lo que escribió Urquijo, no se puede decir de Taranco que (por estar falto de formación jurídica) estuviera falto “de instrucción”.
Distaba mucho de ser un incompetente. Era un hombre experimentado, con idiomas y cultura internacional. Había curtido en un campo de experiencias personales que para sí quisieran la mayoría de los gobernantes-burócratas de nuestro tiempo.
Ingeniero militar, tenía buena formación básica de corte científico y matemático y larga experiencia diplomática y gubernativa; pero era, sobre todo, un militar profesional. Con prestigio y orgulloso de serlo.
Dadas sus circuntancias y antecedentes, no puede extrañar la predilección que sentía por él Manuel Godoy (“esforzado coronel y amigo mío de toda la vida”, escribe en sus Memorias, a propósito de su comportamiento en las lejanas guerras del Rosellón y Cataluña, 1793-1795). Tampoco sorprenderá el orgullo con que su lejano pariente, el conde de Toreno, recoge los elogios portugueses a su gestión, “modelo de prudencia y cordura”, previdente e moderada.
Hasta la figuración adjunta, realizada por Xosé Comoxo (2009), no disponíamos de ninguna imagen que nos diera cierta idea gráfica, real o imaginaria, del personaje.
Nacido en los años cuarenta del siglo XVIII en una casa grande de la pequeña nobleza burgalesa y vizcaína (su familia ostentaba el señorío de Zaratamo en el momento de morir), Taranco –el “esforzado” de Godoy- se fue haciendo a sí mismo, despegado de la tutela del mayorazgo. Y esa es una novedad que empezaba a ser bastante normal en el Ejército regular español. Incluso en militares de su edad y de su rango. Una evolución que aún se percibe con más claridad en las escalas sucesivas, caso de sus colaboradores más próximos, trasplantados de Coruña a Oporto.
Como los generales de su edad, Taranco se benefició desde la primera juventud de la experiencia que ofrecía a los funcionarios militares el dilatado imperio colonial.
En América, en la primera madurez, al formar parte del Ejército de una España que dio apoyo a la independencia de los Estados Unidos, tuvo madrugadora experiencia del proceso revolucionario norteamericano.
Aprendió, en aquel lejano entonces, a relativizar la importancia incuestionable, pero diferente, de la Revolución Francesa.
A su regreso de América, la familia de su madre (que era de relieve) aprovechó las excelentes condiciones del joven. Lo hizo, sobre todo, en dos aspectos, directamente relacionados con esta historia.
El futuro marqués de Llano lo llevó como agregado a la Embajada de Viena (1785). Se inició así en la vida diplomática, sin descuidar la formación militar. Con su influencia, Taranco pudo seguir de cerca la lucha de rusos y turcos, el mismo año de la Revolución Francesa (1789). En Oporto, lucía con orgullo la insignia de la Orden Militar de San Jorge de Rusia, creada por Catalina la Grande para distinguir el valor.
Como ingeniero militar, interesado en la industria armamentística, otro pariente próximo de su madre, el ministro Antonio Valdés y Bazán (figura eminente de la Marina e insurgente anti-napoleónico de primera hora) contó con su colaboración profesional en los intentos de modernizar las fuentes de energía de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada. Fue Taranco quien conectó la Fábrica con Wolfgang de Mucha, el célebre ingeniero militar austríaco. Una experiencia, por cierto, que había de aprovechar en Galicia otra figura trágica de los acontecimientos peninsulares: el marqués de Sargadelos.
En el mismo contexto sobresale una nueva conexión familiar reveladora: el parentesco con los Queipo de Llano de Asturias, Galicia, León y Santander. El obispo de Santander (Rafael Tomás Menéndez de Luarca y Queipo de Llano), figura destacada –junto al de Orense- de la más temprana oposición ideológica a la Revolución Francesa y al bonapartismo, formaba parte de esta rama. También el citado José María Queipo de Llano, conde de Toreno. Como los marqueses de Campo Sagrado, estos parientes no fueron comparsas. Son auténticos protagonistas de la primera insurgencia anti-napoleónica de la Iberia Atlántica…
EL EJÉRCITO REGULAR ESPAÑOL
(Los profesionales)
Taranco ascendió a teniente general en la misma hornada que Juan Carrafa y Francisco Solano, marqués del Socorro (1802), los otros mandos máximos de la ocupación franco-española de Portugal.
De los tres, sólo Taranco murió (como veremos) reconocido y honrado por españoles y portugueses; pero no por Junot, ni por el Emperador de Francia. Carrafa se vió duramente cuestionado durante años y Solano fue asesinado. De los mismos, sólo el trágico marqués del Socorro lucía título de nobleza (con Grandeza de España). En realidad, de los 21 militares que alcanzaron tal nivel en ese año, sólo 5 lucían título en 1808, siendo dos ellos de máxima relevancia posterior, al formar parte de la disidencia aristocrática de Godoy y del consejo privado del futuro Fernando VII (fernandistas de máximo rango, por tanto): los duques de San Carlos e Infantado. El general Castaños, otra figura destacada de la insurgencia anti-napoleónica y de las guerras peninsulares, no recibirá su título de duque de Bailén hasta 1832…
Para Taranco, pues, como para Castaños y para la mayoría de esos novísimos generales de la era Godoy, la ausencia de títulos resaltaba la profesionalidad militar. Era su orgullo y un motivo de tensión con la Alta Nobleza. La clave de su poderío y su principal fuente de ingresos. Otra nota de distinción que también caracterizaba a los integrantes más destacados de la cúpula de mando que la Capitanía de Galicia desplazó a Oporto. Un Estado Mayor auténtico, antes de que Joaquín Blake (que era uno de sus mariscales más innovadores) creara este cuerpo en el Ejército español.
Domingo Belestá, Antonio Alcedo, Joaquín Blake, Gabriel de Méndizábal, Nicolás Mahy… o su edecán, que era marqués de Santa Cruz de Ribadulla, ya eran militares de relieve; pero han de jugar papeles de enorme importancia en la vida gallega y española de los años de guerra. Compusieron una corte político-militar de lujo. Dan idea –al propio tiempo- de la importancia estratégica de la Capitanía gallega. Sobre todo si se recuerda que el marqués de La Romana habia llevado con anterioridad, en su legendaria expedición napoleónica a los Mares del Norte, otros regimientos de élite, radicados en Galicia, bajo el mando de quienes serían a la postre sus lugartenientes: el trágico Joaquín Miranda, conde de San Román o Joaquín Moscoso…
Así pues, los 44 días de Gobierno de Francisco Taranco en la Lusitania Septentrional no pueden separarse de estos antecedentes y, sobre todo, de los cuatro años de gestión al frente de la Capitanía del Reino de Galicia (1803-1807).
ACCIÓN CULTURAL
(Entre Coruña y Oporto)
La fama del general Taranco corrió más que su Ejército. Fue la mejor tarjeta de presentación del nuevo gobernador general de la Lusitania Septentrional.
Los cónsules radicados en Coruña operaron el prodigio. Pasaron la información a sus correspondientes en Oporto, creando una expectación nunca defraudada en militares, clérigos, comerciantes, industriales y gentes de cultura.
La experiencia de Gobierno del virrey había sido dilatada. Como militar y como ingeniero, dejó señales de su paso por el Ampurdán, en la guerra contra Francia. Fue, años más tarde, gobernador militar en Lérida y Gerona. De entonces procedía su relación profesional y amistosa de media vida con quien estaba llamado a ser su lugarteniente y uno de los continuadores de su política portuguesa: Domingo Belestá, incorporado a su Capitanía en 1807 como inspector de fortificaciones.
Ingeniero militar, director de la Real Academia de Matemáticas de Barcelona, Belestá sera uno de los protagonistas más destacados de la insurrección de Oporto, al responsabilizarse de la acción arnada del 6 de junio de 1808…
Taranco había llegado de Vizcaya a Coruña en 1803. Potenció desde el primer momento las aficiones científico-matemáticas pre-existentes entre sus colaboradores más próximos.
No tenemos por casual que la famosa expedición Balmis, de resonancia internacional, con la vacuna contra la viruela como punta de lanza, partiera del puerto coruñés hacia América en la corbeta María Pita, patrocinada por Carlos IV, a los pocos meses de su llegada. La instalación de la primera imprenta estable de la ciudad, la dotación de la cátedra de matemáticas y dibujo en la Escuela de Náutica y la apertura (con felicitación pública de Godoy) de la Biblioteca del Consulado del Mar, fueron otras tantas innovaciones de alcance histórico. Significativas y perdurables.
El Consulado vivió con Taranco y sus colaboradores una de las fases de mayor brillo. No es raro, pues, que fueran los cónsules, radicados en Coruña, los primeros que hicieron notar a sus correspondientes de Oporto y Lisboa la relevancia intelectual y política del capitán general y la alta cualificación profesional y cultural de sus acompañantes.
Sin conocer cuanto va dicho y sin sugerir la importancia de esa corte que Taranco fue convocando en la Casa da Feitoría sería difícil de entender el alcance de su política y sobre todo el impacto extraordinario que produjo su muerte. Un acontecimiento al que prestaremos toda la atención analítica que merece en la última entrega de este episodio.
IV
EL ENTIERRO DEL VIRREY
(LO NUNCA VISTO)
De todos los informes que enviaron a sus Gobiernos los cónsules radicados en Coruña sobre el capitán general Taranco, el que produjo más impacto en Oporto y Lisboa fue el de la Francia napoleónica.
Hoy, merced a la oportuna edición bilingüe que Paulo Nogueira Santiago hizo de su Ollada sobre a Galiza de 1807 (Coup d’oeil sur la Galice, Toxosoutos, Noia, 2007), sabemos lo suficiente de Charles Louis de Fourcroy para intuir su contenido.
Era entusiasta. Contaba la experiencia que el mismo tenía de una ciudad a donde llegara en 1806 y del ambiente que reinaba con Taranco en el Consulado del Mar, su centro habitual de reunión y lectura.
Contra lo que se venía afirmando de manera cansina y reiterada, Fourcroy fue mucho más que un espía o el esbirro del Emperador de Francia.
Era de suponer. Bastaba con observar el cuidado que pusieron los insurgentes anti-napoleónicos coruñeses de mayo-junio de 1808 para librarlo de una muerte segura. Se sabe, en efecto, que al comenzar la alocada “caza del francés” (cualquiera que fuera su clase o condición), sus amigos lo encarcelaron en el castillo de San Antón. Un recurso clásico, muy socorrido en todos los seudomotines que se fabricaban (entonces como hoy) en la dramatización política.
CÓNSULES Y MILITARES
(La aproximación hispano-portuguesa)
Con miles de hombres atrapados en los Mares del Norte y en Portugal, la insurgencia anti-napoleónica se retrasó en Coruña hasta las horas finales del mes de mayo. Tuvo mucho más de dramatización controlada que de motín patriótico.
Ahora se confirma, pues, lo que siempre sospechamos. Fourcroy era, en efecto, un personaje cultivado, viajado y mucho más crítico con el Gobierno (al que servía lealmente, como funcionario) de lo que pudiera parecer.
Tenía afición a las matemáticas, el dibujo coloreado y el nuevo diseño gráfico, como corresponde a un contemporáneo de la litografía. Hablaba inglés y compartía con el capitán general Taranco y sus colaboradores estas devociones. Uno y otro, además de poseer ese idioma, sentían admiración por el mundo anglosajón, del que tenían experiencia directa; pero no eran anglófilos, propiamente hablando. Las devociones de ambos iban más en dirección norteamericana que británica. Y a los Estados Unidos de Norteamérica ha de retornar Fourcroy en la última fase de su vida, mucho después de su puesta en libertad por las fuerzas de ocupación napoleónica (enero, 1809)…
Al margen de la información diplomática, también los militares portugueses de mayor rango recibieron como un mal menor la presencia de Taranco en Oporto. Los de más edad, porque habían combatido a su vera en las guerras del Rosellón. Contra la Francia revolucionaria. Los más jóvenes, porque sabían que formaba parte de la vanguardia innovadora del Ejército español. Los primeros, por amistad; éstos, por respeto profesional, confiaban…
Como profesional, en efecto, Taranco estaba en situación de entender (y entendió) la desgracia que había caído sobre unos compañeros de profesión que estaban, como él, en la cumbre de su carrera. En la medida de sus posibles, los mantuvo en sus puestos de mando. Pasó a contar así con el consejo (público o discreto) de estos profesionales, si bien licenció las tropas, aprovechando las fiestas del Fin de Año, con la disculpa filosófica de que eran más útiles al país en sus casas y labores familiares que en su Ejército.
LAS MILICIAS
(Caudillatos y Provinciales)
Convencido de la importancia de las milicias locales desde sus mocedades americanas, el Capitán General de Galicia introdujo en su demarcación gallega ideas renovadoras en estas reservas armadas: los caudillatos (así, de manera tan expresiva, se llamaban en el viejo país atlántico). Aprovechando el desinterés que la nobleza mostraba por el mando de las milicias urbanas, Taranco se lo confió a personas de su confianza, procedentes de la burguesía local, igualando a los jefes en rango y tratamiento a la nobleza del país, más interesada en mantener su fuero al frente de las otras milicias: los llamados Regimientos Provinciales.
Con el potente Ejército de su demarcación muy disminuido de efectivos por los compromisos internacionales de su Capitanía, el general dejó a cubierto con provinciales y caudillatos urbanos las necesidades defensivas de la recortada costa gallega, ante los inevitables ataques británicos.
También en Portugal estas fuerzas locales se habían organizado conforme a los modernos criterios que primaban en Europa. Taranco puso (como es lógico) máximo interés en vigilarlas; pero las mantuvo desmovilizadas, como meras fuerzas de reserva. Contra el parecer de Junot, se dejó guiar por el consejo de uno de sus colaboradores portugueses. Quien había de ser, en junio, una de las grandes figuras comarcanas de la primera insurgencia anti-napoleónica portuguesa: Manuel Jorge Gomes de Sepúlveda. Un político-militar de 73 años, con dilatada trayectoria en América y Europa. Siguiendo su consejo, las mantuvo bajo control, sin llegar a desarmarlas. Tampoco incautó su armamento. Un detalle fundamental para entender la insurrección armada que había de venir…
Como su propia Capitanía tenía enclaves señoriales, plazas fuertes, milicias y súbditos (así se decía) en la frontera con Portugal (aún sin definir), Taranco contó entre sus consejeros gallegos (en lo que hace a política lusitana) a hombres dotados de conocimiento e influencia en esas áreas transfronterizas. Dos, de máxima importancia.
El tentudo obispo de Orense, extremeño transfronterizo, con parientes y feligreses en Portugal, gozaba de enorme prestigio en todo el territorio ocupado. Su influencia en el obispo de Oporto y en distintos sectores eclesiásticos, muy presentes en el entierro de Taranco, ayuda a entender la trama insurgente que se irá tejiendo en la Lusitania Septentrional y la traca insurreccional de aquel verano..
El marqués de Santa Cruz de Ribadulla (primer edecán de Taranco en Oporto), por su parte, era buen ejemplo de la nueva nobleza (militar) gallega. Además de señoríos fronterizos y formación miliciana, el futuro jefe militar del célebre Batallón de los Literarios compostelanos, tenía intensa experiencia de gobierno en los virreinatos americanos. Como el obispo, contaba con familiares y amistades transfronterizas de toda confianza y era fervoroso partidario de Fernandito, Príncipe de Asturias, el hijo mayor de Carlos IV…
En esas estaba Taranco, seguro de sí mismo (en la medida de las circunstancias) cuando se produjo su muerte. Inesperada y sorprendente.
LAS TRAMAS
(Antes y después del 1 de febrero de 1808)
Até antao nunca vira o Porto funeral con maior pompa e aparato. Alem do asseio das janelas e do povoleu nas rúas, muito dele das inmediaçoes, concorreu para isso a numerosa tropa em armas, cerca de dez mil homes.
“Hasta entonces nunca había visto Oporto funeral con mayor pompa y aparato. Además del embellecimiento de las casas y de la afluencia de populacho en las calles, llegado en parte de las inmediaciones, intervino la numerosa tropa allí radicada, cerca de diez mil hombres”.
Pedro Vitorino (O grito da independência).
Un testigo presencial portugués escribió de la movilización funeraria que tuvo lugar con motivo de la muerte del general Taranco: Jamais se viu no Porto hum acto fúnebre tao luzido, tao magnífico, e tao apparatoso. Según el mismo comunicante, algunos españoles que presenciaron los dos eventos llegaron a asegurarle que el sepelio de Taranco excedió en brillantez al madrileño del anterior rey de España, Carlos III, “el mejor alcalde de Madrid”.
Aunque hubiera exageración en la comparanza, no deja de ser significativa y sintomática. Sobre todo, si esa brillantez se compara con la fría nota oficial francesa, pasada por los servicios de Prensa del general Junot a la Gazeta de Lisboa, publicada con gran demora, el 9 de febrero.
Este comunicado, por contraste, tiene enorme importancia. Además de guardar silencio riguroso sobre la espectacularidad del sepelio, tampoco aludía a las competencias gubernativas que el difunto había logrado mantener -contra viento y marea- en su territorio.
La fría nota oficial francesa era coherente, pues, con el cambio drástico operado en Portugal a partir del 1 de febrero de 1808. Una fecha clave en la historia peninsular; pero poco reconocida y aún peor estudiada en sus consecuencias. Sobre todo en España.
Debe saberse, por lo mismo, que sólo cuatro días más tarde del fastuoso entierro del capitán general de Galicia, el general Junot hizo público un comunicado de enorme transcendencia internacional. Afirmaba en él que el Emperador de Francia abolía de forma unilateral la Monarquía portuguesa de los Bragança, convirtiendo a su general en jefe en rey sin corona de ¡¡todo!! Portugal.
En consecuencia: los pactos negociados en secreto por Napoleón con el embajador del rey de España, origen de la ocupación hispano-francesa, letra muerta.
¿VENENO O MUERTE “NATURAL”?
(De ocupantes a atrapados)
Godoy desconfió de esos acuerdos de Fontainebleau, tan citados por los historiadores, desde el primer momento. Dada la estrecha relación con su capitán general, Taranco fue advertido de la existencia de esas dudas. Razón de su personal desconfianza.
Tras su muerte, a partir de la declaración unilateral de 1 de febrero, sólo los ciegos y los partidarios más acérrimos del futuro Fernando VII se negaron a ver que la ocupación napoleónica, iniciada en Portugal, se había convertido en la segunda fase de la dominación ibérica.
Como primera consecuencia práctica, los Ejércitos de ocupación de España quedaron atrapados. En situación trágica. No sólo en Portugal. También en Dinamarca. Y el malestar de los militares afectados (de sus familias y acompañantes) fue tan lógica como previsible, desde ese momento.
Dado el contexto, tanto la muerte como el espectacular sepelio, celebrado cuatro días antes del 1 de febrero, presenta un interés analítico e histórico excepcional; pero jamás fue analizado con perspicacia, desde esta óptica.
Para nosotros, prefigura (y ayuda a entender) los posteriores actos de rebeldía y confraternidad, protagonizados por españoles y portugueses (unidos, como Taranco quería) en la Lusitania Septentrional. Único modo de salir, con necesario apoyo británico, de semejante atolladero.
En las historias posteriores prevaleció la idea oficiosa de que Francisco Taranco murió como consecuencia de un cólico fulminante. Hay que decir, sin embargo, que las dudas surgieron desde el primer momento.
Como sus compañeros de promoción en el generalato, Taranco frisaba los sesenta. Había cumplido, pues, la esperanza de vida de aquellos tiempos. La muerte, aunque instantánea, no debiera sorprender. Sorprendió, sin embargo, porque su salud parecía rocosa.
En los 44 días que vivió en Oporto con su Ejército, la actividad político-militar había sido extenuante y sorprendente, desde la primera proclama. A pesar de las dificultades propias de la ocupación invernal de un térritorio muy extenso, dificil y mal comunicado, todo parecía tenerlo bajo control. Contaba, además, con milicia de seguridad de total confianza: la División de Granaderos Provinciales de Galicia. Un batallón formado por 34 jefes y oficiales y 709 de soldados.
Su equipo de colaboradores directos, llegados de Coruña, con sus propias familias en muchos casos, era de absoluta fidelidad. Con los colaboradores locales, Taranco había logrado componer una verdadera corte. Más discreta, por supuesto, que la lisboeta de Junot y Laura Permón, dos manirrotos que actuaron como reyezuelos. Distintos por completo del general español.
DE “CÓMO SE VIENE LA MUERTE…”
(Las últimas cuitas del difunto)
El lunes, 25 de enero de 1807, la víspera de su muerte, Taranco se desplazó a Lordelo do Ouro. Comió en casa de un rico industrial de origen francés: Juan Pedro Salabert, fabricante de sombreros de gala. El cólico mortal le sobrevino poco después de la medianoche. Tras una ligera mejoría, se reprodujo. Ante la gravedad, que ya era extrema, mientras se disponían los últimos sacramentos, Taranco pidió al mariscal Domingo Belestá, su viejo amigo de media vida (segundo en la escala de mando) que hiciera cuanto estuviese en su mano para que la política de ocupación iniciada por todos ellos se mantuviera.
Así pues, al trascender esta última petición a su amigo más íntimo, saltó la duda de si el moribundo sospechaba que aquel cólico no era tan “natural” como pudiera parecer…
Como la discordancia política con Junot era notoria, el rum rum de que la muerte había sido consecuencia de un envenenamiento fue fácil de instrumentar por vía anglófila. Sería demasiado burdo atribuirla sin más a parciales del general francés y demasiado complejo pensar que los venenos, si los hubo, tuvieran procedencia británica. Más raro aún que respondiera todo a una venganza local, porguguesa o española.
No hubo detenciones. Ni siquiera el francés Salabert fue objeto de investigación. Y era lógico, en su caso, porque formaba parte de la corte del difunto, dado que, siendo una personalidad de relieve en Oporto, tampoco era desconocido en Coruña, ciudad donde tuviera negocios, traspasados a otro francés de renombre, personal y familiar: Juan Francisco Barrié D’Abadie.
EL RITO FUNERAL
(Claves insurgentes)
Fallecido en la madrugada del martes, día 26, el cadáver permaneció insepulto dos días, velado por sus hombres. El jueves, 28, desde la Rúa dos Ingleses hasta la desaparecida iglesia de San Eloy, tanto los soldados españoles que servían bajo su mando como los que obedecían al general Carrafa, comparecieron formados de tres en fondo, ocupando las calles intermedias. Abría el cortejo fúnebre la guardia personal, los granaderos de Galicia. Seguía un piquete de Caballería, tocando clarines con sordina, en señal del luto. Cuatro piezas de Artillería, entre oficiales a caballo y otras tantas cabalgaduras sin herrajes ni monturas, vestidos de negro y llevados por la mano de los ordenanzas del general, lucían el escudo de los Taranco. Cerraba el cortejo militar español un piquete de Infantería.
Comenzaba entonces el duelo portugués. Impresionante. Las Hermandades de la Caridad, Passos, Niños Huérfanos, religiosos de la Orden de San Francisco con sus capuchas; los dominicos y los agustinos descalzos. En medio de éstos, el cuerpo yacente del general, con uniforme y sombrero de gala, depositado éste en el ataúd, abierto, conducido a hombros de cuatro fornidos granaderos. De la caja pendían cordones que conducían dos lugareños de nota (Luis de Oliveira Osorio y el coronel Damiao Pereira da Silva) y otros tantos familiares del difunto. Los dos máximos mandos españoles de la ocupación marchaban después: Juan Carrafa, capitán general de Extremadura, representaba a Junot y al emperador de Francia; el ya mentado Domingo Belestá, mariscal de Campo, representaba al rey de España. Atrapado éste por la emoción, lloraba (debulhado en lágrimas, escribe el cronista). Cuatro oficiales españoles portaban la tapa del ataúd. Seguía el vicario general del Ejército de ocupación, de gala, con el diácono, subdiácono y cuatro clérigos con casullas, roquetes y ropas de oficiar, y todos los capellanes del Ejército, viniendo después el duelo oficial portugués. El Senado da Cámara, el Cabildo, la Relaçao y toda la Nobleza local y comarcana. Por fin, una enorme concurrencia popular cerraba el cortejo.
Al entrar el féretro en San Eloy, la iglesia que regentaban en Oporto los canónigos seculares de San Juan Evangelista (Congregação dos Lóios),sonaron las primeras salvas de la Artillería. La misa, de cuerpo presente, la cantaron los capellanes militares españoles con los mandos en el presbiterio. Llegado el momento de la Consagración, volvieron las salvas, repetidas cuando el féretro fue situado por los Lóios en la sepultura.
Taranco pasó a formar parte del panteón de una de las familias diplomáticas de mayor relieve de Portugal (no sólo de Oporto): la del vizconde de Balsemao, cuyo palacio de la plaza de San Alberto era uno de los centros de reunión de la corte y del difunto virrey. Así pues, otro insurgente anti-napoleónico comarcano, de máximo relieve, queda al descubierto. Pocos meses más tarde, completaría en Londres, junto a parientes asturianos y a colaboradores coruñeses de Taranco, la formalización (definitiva) de las relaciones diplomáticas de Asturias, Galicia y Portugal con Gran Bretaña…
Fuera del acto funeral, en los pocos días que duró el mandato de Belestá (comandante general interino), el Cabildo local hizo público un cálido comunicado oficial en español, para que se hiciera saber –de su parte- tanto a las tropas como al rey de España (“Su Majestad Católica”) lo acertado de la designación de Taranco para el alto mando de su demarcación. Recordaba, además, lo que era evidente: que el capitán general de Galicia había bajado al sepulcro “entre el lamento general y las lágrimas de todos los habitantes de esta ciudad”.
FINAL DEL EPISODIO
Contra lo que se reitera, ni la Capitanía ni la naciente Junta de Galicia pudieron intervenir, directamente, en el arranque de los acontecimientos decisivos que se sucedieron en Oporto y en la Lusitania Septentrional desde la primera semana de junio de 1808.
Siendo cierto que la Capitanía gallega aún tenía muchos militares de relieve (protagonistas de los acontecimientos) atrapados en la encerrona portuguesa, el Reino de Galicia perdió el poder y la capacidad de decisión sobre ellos el 7 de febrero. Hasta abril, Juan Carraffa tuvo esa responsabilidad. Desde entonces, hasta la acción armada del legendario conde de Maceda, el mando fue francés.
En definitiva: todo iba a ser mucho más complejo y acorde con lo sucedido en el antes y el después de la muerte de Taranco; pero esa ya es otra historia, digna de contar. La abordaremos sin tardanza en los sucesivos episodios de esta Atlántica Memoria…
* * *
El tiempo, los ritos funerales y los cementerios tienen curiosas maneras de fundir las historias, ayudándonos a entenderlas.
He aquí un relato, tomado de internet, que viene a cuento. Pone el mejor punto y final a la realísima historia que les he contado.
El autor une a los restos de Francisco Taranco los de dos sagas portuguesas de máxima importancia, fundiendo el antes y el después. Aclara, además, a dónde fueron a parar todos esos restos, cuando se produjo la demolición de la iglesia que los albergaba. Están, en efecto, bajo el mercado do Bolhao. En el centro más nutriente de la nueva ciudad. Y allí permanecen desde el lejano entonces hasta nuestros días.
Taranco foi sepultado no jazigo que o visconde de Balsemão (o do palacete da Praça de Carlos Alberto) tinha na igreja dos frades Lóios. Durante a usurpação de D. Miguel também ali terão sido guardados os restos mortais do general Bernardo da Silveira. Em 1838 a igreja foi demolida por estar em ruína e ser uma ameaça pública. Quando se tentava saber o que fora feito do túmulo do Balsemão e dos cadáveres que lá estavam, um cronista da época (Peres Pinto) não teve dúvida em afirmar que essas «ossadas e entulhos estavam a descansar no aterro da praça ou mercado do Bolhão…» (Germano Silva, Jornalista: “O mistério das ossadas da cerca dos padres Lóios”, Internet, 2009).
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