Con Cruz Gallástegui, de Salcedo a Compostela

Cruz Gallástegui en acción y en Salcedo (Diputaciones, “Un viaje por Galicia”, 1929)

El jueves, 10 de marzo de 2011, cerramos en Compostela la participación del Taller en dos de los tres únicos actos de recuerdo (y, en cierto modo, de reconocimiento y homenaje) que se celebraron en memoria de Cruz Gallástegui Unamuno (Vergara-Guipúzcoa, 1891/ Salcedo-Pontevedra, 1960), con motivo del 50 Aniversario de su muerte.

No fueron muchos para la dimensión histórica de tan brillante personaje, esa es la verdad.

Aun siendo pocos y estando bastante desnutridos de asistencia, también es cierto que fueron los únicos que se celebraron en España. Y que los tres tuvieron lugar en Galicia. En la primavera de 2010, los inició la Real Academia Galega de Ciencias al dedicarle la III edición del Día do Científico Galego. Los lectores habituales de LA CUEVA DE ZARATUSTRA ya tienen conocimiento del segundo, celebrado en el salón de actos de la Misión Biológica de Galicia, sito en el pazo de la Carballeira de Langarón, en la parroquia pontevedresa de Salcedo, en noviembre de 2010. El tercero y último acabamos de vivirlo en la Facultad de Biología de la Universidad de Santiago. En convocatoria conjunta de ésta y la Facultad de Historia.

Memoria histórica

(La Genética, de ayer a hoy)

El pequeño Cruz en Vergara. Del Álbum Gráfico Familiar

No deja de resultar sintomático que, tratándose de un vasco de la más pura cepa y evidente relieve, científico e intelectual, cuyos hallazgos y aplicaciones lo hicieron saltar de su campo profesional (la Genética aplicada a la Agricultura y la Ganadería) a la Historia social de la Iberia Atlántica, ningún acto similar (que nosotros sepamos) se celebrara en Vergara o en Guipúzcoa. Sus pagos natales y existenciales de la primera juventud, espacios jamás olvidados por un personaje orgulloso de su progenie, aunque desarrollara en Galicia el grueso de su tarea.

Otro tanto se puede decir del escaso rastro que ha dejado su paso por la Castilla miserable, ayer dominadora/ envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora del poeta, pese a que su gusto de exquisito por los buenos vinos y la dura experiencia de su vida, lo llevaron a residir una parte del año (en el último tramo de su existencia) en la abadía vallisoletana de Retuerta. En Sardón de Duero. Donde, tras hacer valer la calidad de los caldos (tan devaluados entonces como valorados hoy) de la Ribera del Duero, iniciaba la progresión de la marca más buscada e internacionalmente cotizada del vino español: las Bodegas Vega Sicilia. El último alimento del ilustre moribundo, en las horas fatales de 1960.

Sólo Galicia, pues, aunque de manera harto discreta, demostró sensibilidad y gratitud hacia la magna tarea del mago de las espigas, las piaras, los viñedos y las más dispares variedades de semillas.

Y no en cualquier tiempo, porque todos somos deudores de lo que ha llegado a ser la Genética en nuestro tiempo.

Así nos lo decía una de las amistades de la CUEVA, Mercedes Sampayo, a raíz de estos actos: “Me alegro de que todo haya ido bien. En la Genética está la solución de muchas de las cuestiones que se plantean en la Medicina”. Otro animador de los mismos, el biólogo Amando Ordás, al presentar el de la Real Academia de Ciencias  (cuya presidencia ostenta, por cierto, un colaborador directo de Gallástegui, el pontevedrés Ernesto Viéitez), lo formulaba en estos términos: “No en vano la Genética es la disciplina que más premios Nobel recibe”... Y así lo hicieron notar desde los titulares algunos medios de comunicación de Galicia, por contraste con todos los demás. Incluidos los españoles que cuentan con corresponsales en el viejo país atlántico.

Política y propaganda

(La retórica del I+D+I)

Gallástegui entró en contacto con Galicia a través de los hermanos López Suárez en su viaje de estudios a Alemania. Visitó por primera vez su hermosa propiedad de Lamaquebrada (Escarirón) en 1911. En el retrato, con Julio López Suárez, en Stuttgart (1914)

Ni por ello parecen haberse enterado tampoco los apóstoles de la retórica científica oficial. Los que hoy se llenan la boca ponderando en España la importancia de lo que ha dado en llamarse en su argot Investigación más Desarrollo más Innovación (I+D+I), mientras rebajan las partidas del Presupuesto. Cuestión, por cierto, en la que la experiencia vital de Cruz Gallástegui podría ofrecer importantes enseñanzas y crear afición. Ayudaría además su experiencia, como se debatió en un momento del sabroso Coloquio celebrado en la Facultad de Biológicas compostelana, a distinguir la moneda falsa de la verdadera en este asunto.

La tarea profesoral (básica, ineludible) de los profesores de cualquier nivel, investigando y experimentando la mejor manera de transmitir conocimientos básicos y estados de la cuestión al alumnado, es importantísima en sí misma. Agotadora. No debiera mezclarse por lo mismo con la Investigación y la Innovación que operan sólo investigadores de fuste, francamente vocacionales, en las más diferentes disciplinas y saberes. Porque todo investigador digno de tal nombre es un creador, aunque por veces fracase en su empeño. Tiene como obligación o destino final de su tarea descubrir; penetrar en lo desconocido. “Yo no busco, encuentro”, decía Picasso, harto de que se confunda pintura o culinaria con investigación. Pero esos hallazgos sólo están al alcance de hombres como Gallástegui, que siempre se negaron a mezclar su misión con la del enseñante, para no caer en la confusión que padecemos (en España), tanto en el campo de la Ciencia como en el de las Humanidades: la burocrática estafa de dárselas de investigadores quienes son meros descubridores de Mediterráneos.

El perfil humano

(Acciones y Depresiones de Gallástegui)

Como viene siendo habitual en los actos en que intervenimos, el Taller y la Televisión de Galicia pusieron a disposición de los organizadores un documental biográfico de nuestra autoría, realizado hace 20 años por Mateo Meléndrez. Su título, expresivo de por sí: Acciones y depresiones de don Cruz Gallástegui, el creador de la Misión Biológica de Galicia (TVG, 1991).

En 30 minutos, el documental narra lo sustancial del personaje: sus orígenes sociales; sus tempranos viajes formativos a Francia y Alemania (pagados –primero- a fuerza de su propio trabajo, después por la Junta para la Ampliación de Estudios); su intuición (cuando andaba en los albores la propia disciplina) de la importancia excepcional que iba a tener la Genética para la alimentación y la salud humana y animal… Buscando la vanguardia de esas investigaciones, el viaje a los Estados Unidos en el final de la Primera Guerra Mundial (1918) será decisivo. Allí arranca la que ha de ser la pasión de su vida: su tarea de experimentalista, realizada brazo con brazo con los pioneros norteamericanos de la especialidad, participando con ellos en las primeras experiencias que se realizaron en el mundo con el maíz y las más diversas clases de simientes. Fue así como en la finca mexicana de su tío, en la de Vergara de su padre y en Lamaquebrada, la propiedad gallega de sus amigos, los López Suárez, se hicieron las primeras plantaciones en América y Europa de aquellas experiencias (1919-1920). Todo cuanto vino después fue consecuencia de estas rigurosas novedades.

Su capacidad para sacar adelante –en las peores circunstancias que se pueda imaginar- instituciones de nueva planta, sin precedente en España y en Europa, va compareciendo en ese después: la Misión Biológica de Galicia, la principal; el Sindicato de Semillas, PRODES…. Especie de milagros, realizados con escasos medios (“pocos milagros -decía, con su gracia triste- naturalmente”). Y los resultados. Por veces, espectaculares (como en el caso del maíz o los vinos de la Ribera del Duero); destacados (como en las aplicaciones ganaderas que Miguel Odriozola llevaría a la mayor brillantez); menos relevantes (como en la patata), o fracasados (como en la enfermedad de la tinta del castaño)… Grandes éxitos, éxitos y fracasos… La vida misma del científico, del investigador de fuste y del experimentador de raza, por así decir.

En posesión de las lenguas que estaban provocando la revolución científica e intelectual del siglo XX, Gallástegui penó toda la vida por su propia circunstancia. Su novedad y su talento. Otra clave de su grandeza.

Nunca pudo convertir en títulos españoles los saberes novísimos, aprendidos en las instituciones pioneras de la Genética en el mundo. Incluso tuvo que recurrir al atajo a la española de hacerse con un título en dos convocatorias que quiso llevar con dignidad, pero que fue causa de nuevas tribulaciones políticas y burocráticas: el de veterinario (¡él –me decía un miembro de su familia- que no podía ver un doliente, animal o humano, sin que se le saltaran las lágrimas!).

Sin títulos académicos acordes a su indiscutible competencia, Gallástegui sufrió las tarascadas habituales del vicioso corporativismo de los poderosos cuerpos de funcionarios españoles. Le negaron el pan, la sal y el salario, bien a pesar de que –en privado o por escrito- los más eminentes profesionales de esos cuerpos reconocían la obra gigantesca que estaba desarrollando con mínimo coste para la sociedad, y que siempre estuvo en trance de ser interrumpida, dejándolo en el paro más riguroso. Así las cosas, sólo los hombres de la Institución Libre de Enseñanza (una institución privada de enorme y benemérica influencia pública, antes de la guerra civil) entendieron y apoyaron su obra, convenciendo a algún político que (es el caso de Daniel de La Sota) encontraron una de sus razones como tal la de apoyar de por vida, ejerciendo todo tipo de influencias, a aquel colaborador extraordinario. No es raro, pues, que también él, en el tramo final de su vida, harto de sufrir las consecuencias de la enfermiza politización partidaria de las administraciones públicas españolas, quisiera conciliar la empresa pública con la privada. Y ese fue el origen de sus últimas depresiones, antes del cáncer definitivo.

Un científico de nivel internacional en un policultivo de subsitencia

Gallástegui en los Estados Unidos, en una imagen que dio la vuelta al mundo. Con Donald Jones, cuando se iniciaron las experiencias con los maíces híbridos. La difundió en la prensa agrícola internacional “El Cultivador Moderno” (Barcelona). Continuación catalana de “Prácticas Modernas e Industrias Rurales”, excepcional publicación coruñesa de comienzos de siglo.

Otro tanto hay que decir en el orden práctico de un científico como él, obligado a aplicar conocimientos punteros en el mundo a una agricultura campesina, como la gallega de su tiempo. Muy intensiva y hasta evolucionada, pero a base del esfuerzo y la explotación inhumana de sus cultivadores directos y de los animales de carga. Con escaso terrazgo, abundante población y descuidada cabaña ganadera. Plagada de imperfecciones en el sistema de propiedad de la tierra, el ganado y los tributos. Con la marca señorial de los foros, con un peso decisivo de las aparcerías a medias o tercios (usura escandalosa de más del 50 por ciento en tantos casos), y con un campesinado de nueva planta mayormente analfabeto o iletrado, a pesar de los avances que introdujo en Galicia el variopinto movimiento agrario y la Galicia emigrante.

Un movimiento social muy complejo, el agrarismo, que le abrió sus puertas con cautela y desconfianza. A medida que fue reconociendo en la misión Gallástegui a un aliado y no un infiltrado del señorío caciquista.

A su llegada a Galicia, en 1921, don Cruz despertó enorme desconfianza. Sólo encontró abiertos de par en par los sindicatos católicos, tildados de amarillos por las fuerzas agrarias más socializantes. En pocos años, sin embargo, la tarea de la Misión Biológica fue reconocida por sectores cada vez más amplios y, sobre todo, por los movimientos agrario-galeguistas que habían timoneado en la Galicia Sur Basilio Álvarez y Portela Valladares.

Gallástegui y Castelao en la Galicia Autónoma

(Cómo se viene la muerte…)

“No son pastores de Belén. Son aldeanos gallegos que van a pagar los foros al señor de sus tierras” (Castelao en El Sol, Madrid, 1918)

En la Galicia Sur, esos movimientos acabaron por apoyar a las Diputaciones Provinciales de Pontevedra y Orense en las horas, dramáticas, en que la Misión fue literalmente expulsada de su sede compostelana (el actual Parlamento de Galicia), teniendo que instalarse en el palacio provincial pontevedrés, hasta su acomodo definitivo en el pazo de Salcedo (1927). Pese a ello, sólo seis años más tarde, en 1933, cuando la Galicia política comenzó a soñar con disponer de su propio Estatuto de Autonomía, Castelao no dudó en señalar que sólo aquel vasco podía sacar adelante la Agricultura y la Ganadería gallega del porvenir. Pero la República, como la Dictadura anterior y la Dictablanda, también fue, con sus alternativas, otro calvario. En el tramo final del período republicano, también él, como tantos institucionalistas, añoraba la acción de un generalito que pusiera orden en semejante locura.

El generalito llegó y venció, condecorándolo y dándole palmaditas de ánimo; pero las depresiones continuaron hasta la hora final:

Yo he tenido fe en la Misión; pero desde que acabó la guerra me encuentro muy desanimado. Considero incluso la posibilidad de dejarlo todo, de irme a la empresa privada… A veces, creo haber fracasado en cuanto he emprendido. Incluso en las semillas. Mi penuria económica, siempre conviviendo con los números rojos, con el mismo sueldo en los últimos ocho años y sin perspectiva alguna de mejora, tampoco ayuda a levantar el ánimo…

Sintomático -incluso en ese aspecto- el sepelio de don Cruz. Su viaje inverso. Esta vez, de Salcedo a Compostela.

Nuestro amigo Luis Cochón (que asistió al entierro aldeano, en las afueras de Santiago, acompañando a Antonio Odriozola) nos contó la dolorosa experiencia que nosotros mismos hemos vivido –en el duro trance de enterrar amigos o familiares- en el camposanto de Rianxo.

Como si no fuera bastante con el ajetreo de su vida, el ataúd donde descansaba para siempre el cuerpo de Gallástegui, era demasiado ancho para entrar en el nicho familiar que le estaba asignado. Hubo que romperlo allí. En el momento más crítico y emotivo, entre el llanto, el planto o el silencio aterrado de los asistentes, dándole una dimensión esperpéntica a la ceremonia.

De la bicicleta al seiscientos

(Los herederos de la Misión)

Como pontevedrés y como amigo de Antonio Odriozola, inolvidable bibliotecario de la Misión Biológica, sólo conocí el final del espectáculo de aquel conjunto de experimentalistas. Su único medio de locomoción, el paseo a pie y la bicicleta. Con ella se desplazaban desde sus respectivas moradas, sitas –salvo la del director- en la ciudad de Pontevedra.

De todos ellos (me lo contaba -con su gracia habitual- su yerno, César Fernández Quintanilla), sólo Gallástegui, como director, llegó a desplazarse en un seiscientos; aunque jamás llegaría a conducirlo…

Tal como él, tampoco sus colaboradores se regían por horarios cerrados, de control burocrático. Tan imbuidos de la pasión investigadora como su director, eran científicos e intelectuales al modo de los pioneros románticos. Como nosotros. La jornada alcanzaba lo que la tarea les exigiera cada día. El más eminente de aquellos continuadores, Miguel Odriozola, la extendía hasta altas horas de la madrugada, pese a lo cual, tras hacerse con una cátedra en Madrid de máximo relieve, retornó a Pontevedra para completar la tarea, memorable, que había iniciado.

En la jornada de la Misión, jamás faltó la tertulia y la confraternidad práctica con los campesinos y campesinas que realizaban las experiencias, formando parte de la cotidianeidad de una finca de singular belleza. Así, el día a día. Hasta la hora final de don Cruz.

Gallástegui, sentado, con su equipo de colaboradores de la Misión Biológica de Galicia

Nuestros actos de bajo coste

(Para instituciones, en tiempos de crisis)

Vivimos el placer y el honor, una vez más, de compartir actos, mesa y manteles con los organizadores. Cuatro instituciones, en esta ocasión.

En noviembre, en las remozadas instalaciones de la Misión Biológica de Galicia, dimos la sesión de vídeo, con coloquio final, sostenido más en la mesa de intervinientes que en la sala de asistentes, a donde fue a parar al final de la mañana una nutrida concurrencia. El Archivo de la Diputación de Pontevedra, que dirige Miguel Pereira, y la Misión Biológica, lo organizaron. Fue Rosa María Malvar, directora de esta última institución, quien lo presentó, interviniendo (junto a José Antonio Durán) uno de los mejores conocedores de la figura científica e intectual rememorada: el citado Amando Ordás. Durán y Ordás, tras el pase del documental biográfico que hiló ambas convocatorias, lo fueron comentando en un diálogo de matices y precisiones, grato y distendido.

El acto del jueves 10 de marzo en Compostela prometía concurrencia, por la propia singularidad de que dos Facultades universitarias tan distintas como Biología e Historia lo convocaran. Sin embargo, el alumnado brillo por su ausencia. A cambio, concentró una concurrencia muy activa, informada e interesada, sobre todo de biólogos genetistas, por lo que la sesión de vídeoforum resultó muy animada y llena de interés. Dará idea de ello el hecho de que, iniciada la sesión poco después de las 12,30, la hora anunciada, se alargara durante casi dos horas. Presentó Mariluz González Caamaño, decana de la Facultad de Biológicas. Lourenzo Fernández Prieto, catedrático de la Facultad de Historia, y José Antonio Durán hicieron las presentaciones subsiguientes, interviniendo después en el animado coloquio, celebrado a ras de suelo, con todos los asistentes en liza y en plano de igualdad, como debe ser. En éste ambiente, además de resaltar el pionerismo de Gallástegui en los campos en los que intervino, se hizo notar (por primera vez) la importancia excepcional de sus colaboradores. No sólo estábamos rememorando a un científico experimentalista. Había contagiado su pasión. Don Cruz no era un Mago. Fue un Maestro excepcional.

En Compostela

PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTAL DE LA TVG

Por José Antonio Durán

Gallástegui en su gabinete de trabajo. El mismo año del establecimiento de la Misión Biológica de Galicia en el actual Parlamento de Galicia. En Compostela, 1921.

Permitanme que lles diga que cando souben que íamos facer este acto conxunto das Facultades de Bioloxía e Historia, ata eu (que teño o meu pequeno orgullo antiacadémico e que xa non teño idade para facer esas cousas) peguei un brinco de contento. Agradezo, pois, a Mariluz, como decana de Bioloxía e a Lourenzo, pola Facultade de Historia, a idea que tiveron.

Biólogo e xenetista, Cruz Gallástegui, a base de viaxes e de esforzo persoal, acadou o máis alto nivel de esixencia. Pioneiro en distintos ámetos da aplicación da Xenética, ten unha dimensión histórica incuestionable, que é lóxico que resaltemos os que vivimos desta profesión (dado que tanto Lourenzo, e –en xeral- o grupo que se conformou no entorno universitario de Ramón Villares) como eu (que son unha especie rara de investigador silvestre), dedicamos ao estudio do agrarismo e da historia agraria unha parte importante da nosa vida intelectual. E logramos facer aportacións recoñecidas en profundidade, se ben non sempre declamadas, como propende a pasar na vida intelectual española. Porque, aínda que Lourenzo é moi-ti-s-imo máis novo, quizáis se lembre dos tempos de estudiante, cando o agrarismo español semellaba circunscribirse ás axitacións campesiñas andaluzas. Unha referencia ritual que, nada máis comparecer en sociedade o agrarismo galego no lonxano 1977, ao publicar eu mesmo en Siglo XXI Agrarismo y movilización campesina en el País Gallego desapareceu (case por completo) do mercadiño intelectual. Ás caladas, ese silencio recoñecía que ese agrarismo de Galicia, froito da auténtica investigación histórica, era moito máis intenso e orixinal.

Cruz Gallástegui, como é lóxico, nas dúas vertentes, vai comparecer agora no documental que ides coñecer e (penso) que con grande gozo. Realizado fai vinte anos con mestría por Mateo Meléndrez, sobre un guión de quen lles fala, tamén nel comparecen con normalidade familiares moi próximos a Gallástegui, caso da súa filla Lourdes e do seu xenro, Fernández Quintanilla, biólogo tamén, e integrante do último equipo que se incorporou á Misión Biolóxica de Galicia en vida de Gallástegui. O historiador invitado, por propio merecemento, xa foi daquela Lourenzo, que comparece, como eu mesmo, feito un chaval. ¡Con 20 aniños menos!

1921, un ano fundamental

Na arrancada da historia documental salta xa unha data que abonda no mesmo e da que pensar. 1921. Direi por qué.

Fai moitos anos entrevistei a un protagonista daquela data. Guiance Pampín, que era un mociño en 1921, xastre de profesión e deputado socialista máis tarde, na República, foi encarcerado en Pontevedra con Alexandre Bóveda ata a execución deste.

Contábame Pampín cómo nas eleccións provinciais daquel ano, era tal a forza do movemento agrario na Galicia Sur, que ata se atreveron os integrantes da conxunción agraria-republicana-socialista a facer o que endexamais se vira no antigo país atlántico. Presentaron tres candidatos á convocatoria de seis escanos de deputados provinciais, nas eleccións máis caciquedas da época dourada do caciquismo institucional. Pois ben: sacaron adiante ós tres candidatos: un médico socialista de Vigo, Waldo Gil; un avogado pontevedrés, Vicente García Temes e un capador agrarista de Poio: o lendario Dionisio Quintillán. Iniciador nese concello de Poio do movemento abolicionista de resistencia agraria contra os foros. O non pagar os foros. Unha resistencia durísima, con terror aldeán e boicots sonados, incluso a certos enterros, e que ía acabar en poucos meses coa varias veces centenaria institución foral (unha cargaque aínda tiña marcada daquela a propiedade agraria de Galicia con distintas pensións que procedían dos tempos señoriais), pensións que retardaron a súa conversión nunha economía nídiamente campesiña. E dicíame Pampín. “Sacamos adiante os tres candidatos, pero foi unha lástima, porque puidemos facer un copo”. Esto é: tiveron votos para facerse cos seis deputados. Tal foi o comportamento dos labregos e dos agrarios en xeral, armados co voto como arma de combate.

O éxito electoral cantou nas primeiras planas dos xornais españois, convertendo a causa agraria de Galicia en cuestión de Estado. Ata tal extremo cantou que o Instituto de Reformas Sociais mandou a Galicia a investigar esa cuestión a dous funcionarios de máximo relevo: Luis Rivera Pastor e Constancio Bernaldo de Quirós. Esta cuestión, tal como se explica no documental, está detrás dunha das consecuencias máis sorprendentes desta historia: a fichaxe de Cruz Gallástegui Unamuno. Un investigador de enorme prestixio, pero que non se sabía sequera onde moraba nese ano. E un investigador que, polas aplicacións prácticas da súa experiencia, podía traballar en Galicia incluso naquelas circunstancias, porque as súas aplicacións podían funcionar ao marxe da cuestión social e política máis candente e delicada: o problema da terra, a renda, as aparcerías, etc.

Juan López Suárez

(Xan de Forcados)

Poucos meses antes desa memorable votación de 1921, o Castelao pontevedrés paseaba polas vilas e cidades de Galicia e por Madrid unha exposición agraria e galeguista excepcional: as cincuenta estampas de “Nos”. Tivo daquela na Coruña un breve encontro cunha figura pouco coñecida; pero clave para entender por qué Cruz Gallástegui veu a dar a Galicia, saíndo para América a estudiar Xenética. Chamábase Juan López Suárez e os lugueses coñecíano polo sobrenome de Xan de Forcados.

Un tipo polo que eu teño enorme admiración, porque nesta España onde a densidade de patriotas declamatorios é a maior do mundo, el non declamaba. Practicaba en silencio o patriotismo. ¡Como ten que ser! E foi así, as caladas, movendo distintos fíos, como logrou que Gallastegui, que viña de México, variara todos os plans de futuro, quedando en Galicia, e para sempre. Pois ben: pouco antes, como vos dicía, movendo discretamente os mesmos fíos, tamen logrou que Castelao lle escribira da súa parte a Sánchez Cantón, que era da mesma especia de discretos, para que iniciara a tramitación que o ía levar por Europa adiante, primeiro como debuxante e estudioso da caricatura e a pintura de nivel, máis tarde como estudioso das cruces de pedra.

Todo está no documental, pero era importante chamar a atención sobre iso antes de pasar as consecuencias.

Juan López Suárez y su mujer, Mariana, una de las hermanas de José Castillejo (el influyente secretario de la Junta para Ampliación de Estudios)

A modernización agrícola

(Os últimos do pan de millo)

A fichaxe de don Cruz, tramada por Xan de Forcados, tivo éxito, porque Santiago Ramón y Cajal e José Castillejo apoiárona con decisión. Resultou desde o primeiro intre moito máis transformadora do que ninguén podía esperar. Confirmou en poucos anos todo o que López Suárez imaxinara. Pero, como explica Lourenzo no documental, puido suceder tal cousa, porque –sendo fundamental esa fichaxe- non foi primeira nin única incorporación do exterior, como apoio básico á modernización da Galicia do século XX. Era un luxo, pero un luxo merecido (por así dicir) poder contar con aquel investigador de 30 anos, que falaba francés, inglés e alemán; que participara en experiencias de aplicación xenética únicas no mundo e por primeira vez en Europa, e que afectaban a dúas fontes básicas da economía agraria de Galicia: o millo, permanentemente escaso e caro, con gravísimos problemas arancelarios, e a alimentación (humana e animal). Eu mesmo digo sempre en plan de coña aos antigos amigos rianxeiros do meu tempo que formamos parte da derradeira xeración do pan de millo. Pois ben: este mozo, ós trinta anos, con semellante preparación, non traía nin un peso no peto. ¡Nin un peso, nin un título académico que puidera convalidar nesta España que aínda hoxe padece dun mal moi vello e moi serio: a empregomanía e a titulitis aguda. E aí comezaron as pullas dos titulados contra aquel sabio advenedizo, os tropezos co corporativismo dos funcionarios, orixe das depresións de que se fala no documental, e o intento de fuxida final cara a empresa privada.

Termino. Dicía que 1921 foi un ano capital na historia que estamos a comentar. Contaba, a modo de exemplo, a crudeza dos debuxos de “Nos” de Castelao, a campaña agraria contra os foros e a formidable victoria electoral da conxunción agraria-republicana-socialista nas eleccións provinciais de Pontevedra. A cuestión de Estado. Pois ben: en poucos meses, se cremos a un dos grandes intérpretes da economía e da sociedade agraria de Galicia (falo de Valeriano Villanueva) nas aldeas galegas xa non se falaba de política. Falábase de economía, de maquinaria, de sementes, de estirpes gandeiras, de millo forraxeiro. Empezábase a falar na liguaxe reformadora de Cruz Gallástegui e da Misión Biolóxica de Galicia. E non falaba só don Cruz. Tamén falaban os seus colaboradores da Misión: nomes que deixaron pegada, caso dos Odriozola, investigadores da mesma estirpe, que casaron e arraizaron en Galicia e dun xeito especial en Pontevedra e Compostela. Falecido na sede da Misión, despois de inventar –por así dicir- a importancia dos viños da Ribera del Duero e a marca máis sonada no mundo dos viños españois, as Bodegas Vega Sicilia, tamén aquí, nunha parroquia das aforas de Compostela, mora para sempre no panteón rural dos Fráiz. A súa familia política.

Como pai desa criatura teño que agradecer a Televisión de Galicia as facilidades absolutas que se nos conceden para difundir esta historia que comparto con ela, de enorme interese documental, e que forma parte dunha experiencia que causa impresión polo seu volume e importancia en cantos a coñecen: a serie Historias con Data.

A decana de Biolóxicas, Mari Luz González Caamaño, presentando a sesión de vídeoforum, con Lourenzo Fernández Prieto (esquerda) e José Antonio Durán