Adolfo Suárez en las «Memorias de Tonio»

Ahora, cuando todos los que encenagaron la obra que él iniciara,reconocen en público y en privado que lo necesitan, comprendemos que su cruelísima enfermedad fue balsámica para él, aunque resultara terrible para sus familiares. Preferible mil veces esa pérdida radical de memoria al reconocimiento de un fracaso institucional, mucho más que relativo. Fracaso plasmado, además, en la evidencia de que ni siquiera en estas horas luctuosas, cuando del rey abajo, todos buscan su manto, ninguno entone el mea culpa, para librarse –en parte, al menos- del generalizado anatema. Pero el difunto, que fue hombre de probadas agallas,  ni puede ni hubiera querido operar semejante milagro…

Por eso en el ciento y la madre de recordatorios que vamos escuchando en estos días se omite, siempre y una vez más, lo que Adolfo Suárez fue en la vida pública española desde la mocedad. Sí, desde el franquismo. Y sin saber algo de esto, es imposible comprender dos asuntos vertebrales: las razones profundas de su elección por el rey y la rapidez con que acometió su obra, valiéndose de un conjunto de colaboradores sorprendentes; pero que venían operando en su cercanía desde muchos años atrás. Justo cuando nosotros llegábamos a la Universidad de Santiago de Compostela con magnífica beca del PIO (Patronato de Igualdad de Oportunidades) que logramos mantener a lo largo de toda la carrera.

 

Esa experiencia –con Adolfo Suárez al fondo- voy a retomarla aquí, versionando al español un texto que LA CUEVA DE ZARATUSTRA publicó en gallego hace muchos años, porque correspondía a una conferencia dada –contra corriente, como casi siempre, y en buena medida silenciada- en el lejano 1996. En un coloquio internacional sobre poder local, celebrado en mi añeja Universidad compostelana.

Así pues, como quien lo desee puede leerla íntegra, aquí tan sólo me centraré en la investigación que entonces descubríamos, entre el pasmo de los asistentes. Hace 18 años, cuando Adolfo Suárez vivía los últimos de su lucidez..

 

Memorias de Tonio.- El espectáculo que se daba en la Compostela de los primeros años sesenta del siglo XX, fantasmagórico. Pululaban las esfinges, bandadas de clérigos y seminaristas, personalidades inenarrables. Alguna tan maquillada por los mitólogos posteriores (del galeguismo, fundamentalmente) que resultaba aún más chusca que el paseo habitual de las tres Marías. Pero también de allí, cumplida la experiencia de aquellos años inolvidables de comunes, salimos hacia Facultad de Filosofía de Madrid un pequeño grupo que había ido curtiendo en las tareas sindicales disidentes, razón de que nos integráramos con suma facilidad en la vanguardia de la lucha capitalina. En la Universidad Central. La única de Madrid en aquel entonces.

Vivimos así, en primer plano, a poco de llegar, este acontecimiento sorprendente: el Sindicato Español Universitario (el S.E.U, único y obligatorio en toda España desde la guerra civil), timoneado entonces a nivel nacional -no se olvide- por Rodolfo Martín Villa, a puro voto de los delegados electos que representábamos a los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, en una más de nuestras Asambleas, votábamos la disolución del SEU en nuestra Facultad, haciéndonos el harakiri. En una especie de resolución, en diminuto, de lo que harían –con Adolfo Suárez- las Cortes franquistas. El SEU comenzó a pasar a la historia en ese momento,  disuelto como un azucarillo.

Parecía irreal; pero aquel movimiento social nacido en los pasillos y en los comedores universitarios no tardó en ser reconocido como poder por el viejo Régimen.

La nueva investigación sobre el poder (local) -en clave histórica y sociológica-  se ponía también en marcha por aquellos años en España; pero en otro contexto.

 

Los reformistas del Régimen

Nos parecía algo nuestro, patrimonio exclusivo del antifranquismo militante y del novísimo movimiento estudiantil. Mas, a los pocos meses de dejar la Universidad para entrar -por razones de trabajo- en los tabernáculos donde se gobernaba la Dictadura (en mi caso, en el Gabinete de Estudios de la Comisaría del Plan de Desarrolloque pilotaba Laureano López Rodó, en los bajos del palacio del marqués de Villamejor, donde estaba la Presidencia de Gobierno que ostentaba el almirante Carrero Blanco), ya comenzamos a avisar a los nuestros de que era falsa esa evidencia. Y ahora, mirando cara aquel tiempo  con la perspectiva y la perspicacia delo que vendría después, tenemos el deber de reconocer que no sólo en nosotros se advertía un interés específico por cambiar en profundidad todas las cosas. Y no sólo  en lo que al poder (local, autonómico o general) se refería, como les he contado en otro tramo –bien distinto- de las Memorias de Tonio: las del cine. Con Adolfo Suárez en sus años de Televisión Española y con nuestro inolvidable amigo, el gran poeta Uxío Novoneyra, poniendo el cierre a la programación de la noche. Léase, si lo prefiere el lector en mi “Proemio azul (Franquismo y memoria cinematográfica) en nuestro libro Cesáreo González, el Empresario-Espectáculo. Viaje al Taller de Cine, Fútbol y Varietés del general Franco, Taller de EdicionesJ. A. Durán Ed (Madrid, 2003).

El franquismo tentó concertar entonces una salida sindical al conflicto universitario, planteado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Lo intentó no con nosotros, los del harakiri, que nos pasamos en cuerpo y alma al naciente movimiento asambleario.

El interlocutor de los dirigentes estudiantiles que nos relevaron en los primeros planos de la Universidad de Madrid (hablo de especialistas de nuestra temática y de nuestra amistad, como el difunto Javier Tusell o del siempre entrañable Eloy Fernández Clemente) conocieron entonces una personalidad del régimen, capital para entender el posfranquismo. Un castellonense: Fernando Herrero Tejedor. Sí; el padre político de Adolfo Suárez. Dos protagonistas excepcionales de lo que estaba por venir entraban en nuestras vidas, como si nada, en los ¡años sesenta! Del siglo XX.

La primera personalidad, Herrero, tan silenciada en la hora de la muerte de Adolfo Suárez, fue un tipo fascinante.

Gobernador civil, vicesecretario general del Movimiento, fiscal más tarde del Tribunal Supremo, ministro Secretario General del Movimiento a la muerte del general Franco, se convirtió en promotor de unos encuentros que comenzaron a celebrarse en sus pagos natales en 1961. Desde el primer momento con Adolfo Suárez cómo ¡secretario general!.

Diecisiete años antes de que Juan Carlos de Borbón lo elija para timonear la Transición del tardofranquismo a la formal democracia (como por casualidad o por intuición regia, según los interesados relatos de estos días funerales), el castillo de Peñíscola pasó de ser marco de Calabuch, la tierna historia de Berlanga, a lugar de encuentro -durante ¡una década!- de los hombres de la Delegación Nacional de Provincias del Movimiento Nacional y del Instituto de Estudios Políticos. Muchos años antes de que la Unión del Centro Democrático nazca como formación histórica, sus integrantes se juntaban para discutir este tema monográfico (uno de los aportes más significativos y olvidados del suarismo): Problemas políticos de lavida local.

Estamos a hablando, otra vez más, de lo que no se habla. De uno de los grandes aciertos de la gestión política de Adolfo Suárez: del poder local que comenzó a regir en la España de la segunda mitad del siglo XX a raíz de la aprobación de la Constitución vigente. Y estoy hablando también de la prehistoria de dos novedades relevantes del postfranquismo, iniciadas por Adolfo Suárez: los Ayuntamientos electivos y el Estado de las Autonomías.

 

De mis paseos dominicales del Rastro

Ya de aquella, en 1996, poco antes de llegarme a Compostela para leer mi Ponencia en el Coloquio internacional, paseando el Rastro madrileño, encontré siete tomos de la colección de ponencias y comunicaciones surgidas de aquellos coloquios anuales de Peñíscola.

Los compré de inmediato. No salía de mi asombro, el mismo que logré ver reflejado en los rostros de mis oyentes. Eran tan raros (o tan molestos) esos volúmenes que ni siquiera el excelentísimo fondo «Comín Colomer», depositado en la excelentísima Biblioteca Nacional de España, como esta benemérita institución, supo como ficharlos, siendo así que -sólo por excepción- fueron apareciendo con posterioridad.

Llegada a hora de la clausura, Herrero Tejedor desveló el motivo iniciático de aquellas convocatorias en términos apocalípticos.  La vida local agonizaba en España, ahogada por la crisis institucional del Régimen. Era necesario vitalizarla de inmediato. En sus palabras:

 

No caben soluciones tímidas, de mayor intervención, ser oídas, participar en cierto modo (esas instituciones); lo que se plantea es la exigencia de que las fuerzas sociales puedan por sí mismas alcanzar los objetivos que les son propios.

 

Fallecía -en el tardofranquismo- un ciclo histórico de larga duración. Como final del absolutismo antiliberal, el régimen había comenzado culminando la obra autoritaria de todos los conservadurismos españoles precedentes. La vida local fue mirada con la mayor desconfianza e institucionalizada siguiendo los patrones que había diseñado José Calvo Sotelo en la dictadura del general Primo de Rivera.

Pues bien: en los años sesenta -apenas comenzados- y en ese marco castellonense, además de Herrero Tejedor, otros nombres y apellidos resonantes de la transición posfranquista y del proceso de cambio por derribo que se venía atacando en el mundo rural, van pasando por Peñíscola. Alguno incluso les parecerá hoy sorprendente:

José Antonio García Trevijano, franquista relevante, del círculo de los monárquicos de don Juan, dirigía el Instituto Español de Emigración (casi nada, cuando el éxodo era trepidante, y el rupturismo de los europeos vino a sustituir (de pronto) aquel sentido participativo e integrador en la vida tradicional que supusieron nuestros indianos). Jaime García Añoveros, Cruz Martínez Esteruelas, Torcuato Fernández Miranda, Alejandro Nieto, nuestros paisanosManuel Fraga, Antonio Carro Martínez, Eugenio López y López
Carro, por cierto, llega a Castellón como hombre de confianza del ministro de la Gobernación. Eugenio López es otro tipo interesante, pero poco reconocido.

Trabajé en su cercanía en la grande reforma simultánea, al integrar el equipo técnico que la Comisaría del Plan de Desarrollo puso a disposición de los dos altos funcionarios de la UNESCO, encargados por el ministroVillar Palasí para dirigir la macro-reforma educativa española (Ricardo Diez Hochleitner y José Blat Gimeno, que venía de hacer la tan ponderada reforma educativa en la Cuba de Fidel Castro).

Por razones obvias tuve peso especial en el Plan Galicia de Educación, pionero en la aplicación regional de aquella transformación demoledora (proceso de urbanización a todo trapo, ocho años de enseñanza básica obligatoria, potenciación de la enseñanza pública, establecimiento de la coeducación de sexos, comarcalización estricta, transporte escolar, comedores comarcanos, apuesta por el nuevo papel de los profesores de la enseñanza general básica en la vida y en el poder local, frente los antiguos maestros de las unitarias, etc. etc.). ¡Una auténtica revolución local, impulsada por los peones del poder central, como en las primeras horas de la vida provincial y de la enseñanza pública liberal, incomparable a cualquiera de las fracasadas reformas posteriores de la democracia! De enormes consecuencias, además, como corresponde a una revolución.Pues bien: Eugenio López habló del municipio del noroeste en Castellón, como ejemplo máximo de la necesidad inaplazable de autonomizar la vida municipal.

Pero prosigamos con los asistentes, sin perder de vista la memoria del secretario general de aquellos encuentros de hace medio siglo: Adolfo Suárez.

 

Sebastián Martín Retortillo, otro habitual en Peñíscola, merece tratamiento aparte.

Secretario de Estado, ministro adjunto para la Función Pública con Adolfo Suárez, era uno de los mejores analistas del poder (local) institucional, padre de una corriente histórico-comparatista. En él aprendimos a ver el carácter europeo e inter-nacional de la nueva institucionalización del poder local, articulado desde entonces a través de las mesocracias autonómicas. En realidad, en nuestro concepto, un proceso internacional, teledirigido desde los INAP en todo el mundo.

Europeísmo e inter-nacionalización, sí, pero de sabor norteamericano (con Franco y sin Franco). En el caso concreto de Sebastián con el plus de haber sido (en el marco del Instituto de Estudios de Administración Local), editor de clásicos fundamentales del siglo XIX y XX que comprende textos inolvidables, que todos leemos aun hoy con deleite: Adolfo Posada, Ortiz de Zúñiga, Julio Senador, Jean Savigny(¿Él Estado contra los municipios?), Macías Picavea, capitales para entrever la tradición -tan rica- del pensamiento crítico (español) en lo que hace a la teoría y práctica del poder que nos ocupa.

La España de las Autonomías

Manuel Francisco Clavero Arévalo, ministro de Relaciones con las Regiones en el segundo Gobierno de Adolfo Suárez, díscolo de UCD, a quien se debe la complejidad del modelo autonómico de la transición posfranquista (el Estado de las Autonomías), también anduvo por Peñíscola muchos años antes, como Emilio Lamo de Espinosa, presidente único del Instituto de Estudios Agrosociales, ideólogo del Ministerio de Agricultura y de sus sorprendentes publicaciones.

Quince años antes de la muerte del general Franco, los encuentros de Peñíscola, timoneados por Herrero Tejedor y secretariados por Adolfo Suárez, ayudan a entender -por vía profunda- por qué (desaparecido aquel) sería Adolfo Suárez llamado por el rey Juan Carlos para continuar un proceso reformista iniciado mucho antes por los posibilistas del régimen.

La fusión de ambas tradiciones investigadoras -franquista y antifranquista- en la nueva línea editorial del Ministerio de Agricultura, también se hizo realidad a partir de ese momento: Agricultura y Sociedad, excelente revista, de la que yo he sido consejero durante años, nace a los pocos meses de la presidencia de Adolfo Suárez, cuando es subsecretario del Ministerio y futuro ministro, otro Lamo de Espinosa.

 

De aquella tradición, creada por los posibilistas de la dictadura vendrá también -soplando cara Galicia- un tifón electoral llamado Fraga Iribarne…

En los años sesenta, mientras el movimiento estudiantil antifranquista derivaba hacia el doctrinarismo y el revolucionismo permanente, nosotros  avisábamos -predicando en el desierto- de que el franquismo también era todo eso. Que había que estudiar la realidad, observándola donde está, sin inventarla intramuros de los campus universitarios. Para sacarle partido. Fue tarea inútil. Y Franco, con todo su poder intacto, murió en la cama. Como cualquiera.

En la hora de las celebraciones funerarias, con Adolfo Suárez de cuerpo presente, me pareció necesario recordar a los desmemoriados y a los que lo ignoran,lo que les he contado.