Complot contra el Emperador.- La noche del 22 al 23 de octubre de 2012 se cumplieron los primeros 200 años de uno de los golpes Estado más ingeniosos de la historia internacional. Para León Tolstoi sería ese curiosísimo complot (y no la descalabrada campaña de Rusia) el que precipitó el retorno de Napoleón Bonaparte al corazón de su Imperio.
De pronto, de la manera más inesperada, el poderío napoleónico se supo vulnerable. No sólo en Moscú. También había sido puesto en solfa por un número muy limitado de conspiradores en la propia capital de Francia.
Entre esos contadísimos conspiradores se encontraba –a saber por qué- un atlántico compostelano: José María Fernández de Caamaño. El Abate Caamaño de la que también sería una de las más celebres causas de la historia judicial.
Residía Caamaño a la sazón en una casa de la rue Saint Gilles, en París. Fue en el ático de esa residencia donde se concentraron las pocas armas que precisaron para la intentona, los uniformes militares con que se disfrazaron (allí mismo) los protagonistas de la conspiración, y donde –además de unas cabezadas- dieron éstos los últimos retoques a la redacción de los trucados documentos que –haciendo circular el bulo de que el emperador había muerto en Moscú el 7 de octubre- distribuyeron los propios conjurados por distintos puntos estratégicos. Así comenzaba uno de esos documentos:
¡Ciudadanos y Soldados! ¡Bonaparte no existe! El tirano cayó bajo los golpes de los vengadores de la Humanidad! ¡Gracias les sean dadas! ¡Ellos se han hecho acreedores al reconocimiento de la patria y del género humano!.
Un Gobierno provisional, dispuesto por ellos mismos, sentaría las bases para el nuevo orden mundial post-napoleónico…
La indignación que manifestó Napoleón al conocer la noticia de la conpiración, cuando le fue comunicada en Rusia el 9 de noviembre, se comprende. Nadie la expresó mejor que él a su regreso, el 12 de diciembre. La imperial declaración –certera, dramática y hasta filosófica- estuvo a la altura del acontecimiento; pero casi nos produce hilaridad. Parece el guión cinematográfico de una historieta humorística, porque así de quebradizos resultan los Estados. Incluso los que parecían tan sólidos como el primer Imperio francés.
¡Cómo es esto! Apenas circula la noticia de mi muerte y ante las órdenes de un desconocido, hay oficiales que conducen sus regimientos a forzar las prisiones y apoderarse de las primeras autoridades. Un portero encierra a los ministros. Un prefecto de la capital, obedeciendo a cuatro soldados, se dispone a arreglar su salón de ceremonias para recibir en él no sé qué asamblea de facciosos, mientras la emperatriz,el rey de Roma, mis ministros y todos los poderes del Estado quedan en el olvido. ¿De modo que aquí lo es todo un hombre y nada las instituciones o los juramentos?.
Malet no era un Soldado Desconocido
(La vista de la causa y las ejecuciones)
Como en los finales de las clásicas películas de misterio, la intentona del 22-23 de octubre de 1812 fue desenmascarada por un casual. El Consejo de Guerra Sumarísimo, reunido de inmediato, probó la participacion directa en ella de una veintena de personas, de las que fueron ejecutadas catorce, siete días más tarde. Entre éstas, quien dio nombre propio al histórico complot: Claude-François de Malet. Un militar aristocrático, de larga trayectoria conspirativa, vigilado y recluido a la sazón hasta esa noche en un centro de salud. Saltando todos los controles, con su compañero de acción y de escapada, Jean Baptiste Lafon, acudió entonces a la concertada cita y hospedaje del Abate Caamaño.
Sabedor del destino que le aguardaba, Malet se mostró retador, satisfecho y humorístico hasta la hora de la muerte. En algunos momentos del breve proceso, estuvo sublime. Así, cuando el presidente del Consejo le instó a que dijera el nombre de los apoyos con que contaba, respondió sin inmutarse:
-¡Toda Francia, señor presidente! Y usted mismo nos apoyaría, caso de haber triunfado.
Su valor se volvió a mostrar ante el pelotón que lo ejecutó. Se dice que se mantuvo erguido tras la primera descarga y que en el intermedio, antes del bayonetazo definitivo, sentenció:
-El Imperio y su Emperador están tan muertos como yo
El Abate Caamaño y Lafón salvaron sus vidas; pero corrieron suertes muy distintas. Éste último, que era partidario de restablecer en Francia la monarquía borbona, incluso pudo escribir tranquilamente -en 1824- una memoria de la conspiración. Caamaño fue detenido más tarde, casi en vísperas del restablecimiento de los Borbones, por lo que pronto fue puesto en libertad. Guardó el más riguroso silencio; pero -como es lógico- forma parte de lo que fue llegando a nosotros de la célebre causa. Sin embargo, a pesar del contundente detalle de la residencia, las armas y los documentos sabiamente trucados que circularon desde su casa, comparece casi siempre de manera lateral. Por veces, ni siquiera se le menta por su nombre.
No sucede lo mismo con la ingeniosa trama, cuyo interés no se ha disipado siquiera en esta hora de su bicentenario.
En la Biblioteca Nacional de Francia constan 34 referencias bibliográficas directas sobre la conspiración y el proceso del general Malet. En España son muchísimo más raras, pero también las hay.Alguna curiosa y muy madrugadora.
En 1835, por ejemplo, cuando Una Sociedad Literaria de Amigos Colaboradores publicó en Barcelona la Coleccion de las causas mas célebres, los mejores modelos de alegatos, acusaciones fiscales, interrogatorios y defensas, civil y criminal del foro francés, inglés y español, la del general Malet se relata en el tomo IX. Hoy podemos leer en internet con qué grado de admiración se identifican aquellos societarios barceloneses con los conspiradores parisinos de 1812. Sin embargo, a pesar de la proximidad al clérigo compostelano y de situar el origen de las conspiraciones en el bloqueo continental napoleónico y, aún más concretamente, en la respuesta militar de los Ejércitos del Emperador al dos de mayo de Madrid, el nombre de Caamaño brilla por su ausencia, si bien aparece aludido de este modo: “un sacerdote español a quien Bonaparte había tenido cuatro años preso en la cárcel”.
¡¡Cuatro años en la cárcel antes del golpe de 1812, qué barbaridad!! Pero ¿de cuándo a cuando?…
En Francia, el interés estudioso por el asunto –en lugar de reducirse- se acrecentó a partir de 1907. En los años previos a su centenario. En España sucedió algo de lo mismo; pero sólo en nuestras fichas de prensa. Sin embargo, la alusión a Caamaño volvió a ser instantánea.
El arranque del renovado interés no procede, además, de ninguna publicación española. Comparece en un relato periodístico (“La conspiración más singular. El general que con solo un cabo y doce francos estuvo a punto de destronar a Napoleón”), publicado en una preciosa revista de Buenos Aires, dirigida –en lo artístico- por uno de tres dibujantes españoles allí radicados que revolucionaron la caricatura argentina. Nuestro paisano José María Cao (Caras y Caretas, 25-I-1808).
Apostaría doble contra sencillo que fue en esa publicación cuando los paisanos de Cao que integraban la Galicia de Madrid crearon la curiosidad sobre el olvidado personaje, nada más recibir la excelente revista. El primer eco se publicó en febrero, en El Liberal. Un diario más que notable, dirigido por otro memorable paisano nuestro, bien conocido de los lectores de mis libros y de La Cueva de Zaratustra. Alfredo Vicenti, que ya estaba prestando gran atención al centenario de la mal llamada Guerra de la Independencia, recuperó su vieja pasión por esa clase de personajes intrigantes.
De momento, se limitó a aludirlo en un suelto circunstancial acerca de las Memorias del afrancesado Manuel López, gallego de Melide, que –como tantos paisanos suyos- se fue con el Regimiento de Asturias a los Mares del Norte de Europa en la misión napoleónica que comandó el cinematográfico marqués de La Romana, en el marco del bloqueo continental antibritánico (1807-1808). Por el contrario de este legendario militar (El Traidor –por excelencia- para Napoleón Bonaparte, contra el que se rebeló el marqués, al retornar anti-napoleónico a la Guerra Peninsular Ibérica con la mayor parte de su Ejército, en legendaria acción británica), López se mantuvo fiel al emperador, con cuyos ejércitos entró en Rusia… y no volvió a Galicia nunca más. Sin duda por esto último escribió Vicenti: “tenía –por lo fantástico- cierto parecido con aquel abate Caamaño, paisano suyo, que más tarde, en la conspiración parisina del general Malet contra Napoleón, tomó una parte tan eficaz como incomprensible”.
Relato esperpéntico del Conspirador
(El Abate vicentiniano)
Lo estoy imaginando. El Maestro del magnífico periodismo español de su tiempo, puso en movimiento Roma con Santiago para su investigación sobre el Abate. En París, acopió cuanto pudo para él su corresponsal: el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. En Galicia, su propuesta fue como un mandato para la sabrosa tertulia humorística, literaria y gastronómica arosana del boticario Lisardo R. Barreiro, conectada con el círculo gallego bonaerense de Caras y Caretas.
En la habitual pasada galaico-portuguesa de finales del verano de 1908, en compañía del inseparable Gómez Carrillo, Vicenti tomó nota de cuanto se había llegado a saber del misterioso paisano en las más diversas tertulias del mundo. El resultado de sus pesquisas resultó fecundo. Por el posterior relato vicentiniano conocimos el nombre y los dos apellidos del hermético conspirador. Supimos también que Caamaño era tan compostelano como él.
Nadie antes que el Maestro parece haber apostado por el año más aproximado de su nacimiento: 1775. El que el propio Abate declaró en las comisarías policiales por donde fue pasando, siendo también el único que dio la fecha que nos parece más segura de su muerte, 1837.
La crónica definitiva, digna de su pluma, la publicó Galicia, interesante revista quincenal de la comunidad gallega de Madrid, en la que tuvieron peso específico algunos clérigos de gran relieve, caso del obispo suicida, Javier Vales Faílde, y de otro curita legendario y heterodoxo, muy joven entonces, que a la sazón la dirigía: el formidable Basilio Álvarez.
Corría enero de 1909. Ramón María del Valle-Inclán, que frecuentaba el círculo, aún andaba por entonces en la fase primorosa de las Comedias bárbaras y la Guerra Carlista; pero debió quedar fascinado (una vez más) por la gracia y el desapego del relato vicentiniano.
Años antes que Valle se aplicara con la teoría y la práctica del esperpento, su Maestro desde los años inolvidables de El Globo castelariano y su Modelo invertido del marqués de Bradomín (Vicenti –como les he contado tantas veces- era guapo, volteriano, enamoradizo y demócrata republicano), convirtió al Abate -literalmente hablando- en esperpéntico.
Recordaré aquí su retrato, cincelado sobre ese perfil, absolutamente imaginario:
Tenía entonces los cabellos negros y lacios, biliosa la piel y los ojos hundidos. Las comadres de la vecindad al verle pasar, más que por un clérigo le tomaban por un brujo. Con nadie hablaba y si alguna vez se veía obligado a responder, hacíalo con espanto de los oyentes, en el lenguaje escandaloso aprendido en la cárcel, y que usaba el pobre hombre sin darse cuenta de las enormidades que decía.
La fortuna del relato vicentiniano fue tan notoria que confundió a sus lectores durante cien años. En 1953 nuestro inolvidable amigo Luis Seoane, al meter en la editorial Citania de Buenos Aires los Dos mil nombres gallegos de Francisco Lanza, incorporaba el resumen de éste a los diccionarios biográficos. Allí se mantuvo en las dos versiones idiomáticas sucesivas de la Gran Enciclopedia Galega, con el nuevo resumen de Alberto Vilanova Rodríguez. Este último –en la reciente versión gallega- empezaba así: “Misterioso e extraño personaxe… coñecido só a través da pluma de Alfredo Vicenti, o seu único biógrafo”.
Mal que bien, éste es el estado de la cuestión en lo que hace a los diccionarios biográficos (gallegos), porque de los españoles, bien por el contrario, siempre estuvo ausente. La única excepción a la regla general es la mínima nota que otro admirado amigo nuestro, Alberto Gil Novales, ha dado a conocer recientemente en su utilísimo Diccionario biográfico de España, (1808-1833). De los orígenes del liberalismo a la reacción absolutista:
Caamaño (así, sin más).- Sacerdote español que tomó parte en la conspiración de… Malet contra Napoleón… No tuvo al parecer una parte muy activa, pero en su casa… se encuentran los falsos uniformes que tomaron los conjurados (Guillón, 1894).
El misterio y el atractivo del personaje se mantienen, pues, en España, casi en los mismos términos que lo expresó Vicenti hace más de un siglo.
Jamás se supo por qué huía de España ni por qué intentaba desligarse de sus votos, ni qué motivos le indujeron a entenderse con Malet, ni que causa le impidió, cuando tuvo mejor fortuna, regresar al pueblo nativo… ¿Cómo no había de ser desconfiado aquel sin ventura a quien desde su entrada en Francia le habían pasado tantas cosas estupendas de las cuales no conocía más que superficialmente las complicadas razones?.
La historia se complica
(Del guaraní al Comagno, conspirador marsellés)
La revolución digital e internet nos ha ido devolviendo en los últimos años nuevas intrigas e informaciones dispersas sobre el Abate Caamaño. La más desconcertante de las que yo he encontrado en mis navegadas lo convierte en experto en la lengua de los guaranís; pero ¡en 1784!.
¿Mentiría acaso a la policía sobre su edad real? ¿Se confundiría Vicenti o la propia policía en la anotación, poniendo 1775 donde debió anotar 1757? ¿Se trata de dos Abates distintos, con el mismo apellido?.
Todo puede ser; pero yo malicio que se trata del mismo personaje, porque escribe desde Faenza, localidad del Norte de Italia, donde residió –por lo que se ve- pocos años antes de la Revolución Francesa (1789). Mi supuesto –que reconozco poco fundado- lo sitúa como nacido en el entorno de 1760, aproximándose por tanto al año de nacimiento de los generales más prestigiosos implicados en el golpe: Malet (1754) y Víctor de La Horie (1766), así como a la edad de otros Caamaño colaterales, pero de primer nivel internacional, que irán apareciendo en el tramo final de este episodio.
El detalle es importante, porque –como veremos- el Abate continuó frecuentando ese territorio y porque Malet tuvo su etapa italiana (Nápoles, Roma, Pavía y Milán, 1806-1807), siendo sospechoso de conspirar en las logias masonas contra el Emperador, con republicanos, motivo de las denuncias y potentes descalificaciones que hizo circular en contra suya el más querido e influyente hermanísimo de Napoleón: Luciano Bonaparte. Y ejecutó otro protegido suyo: Eugène de Beauharnais, virrey de Italia
El clérigo gallego, por otra parte, dotado de semejantes aficiones lingüisticas, también pudiera situar al personaje como monje (clérigo regular) en determinadas órdenes religiosas monásticas, con votos y misiones cumplidas con anterioridad en tierra americana, asuntos –por cierto- que comparecen en las declaraciones que hizo a la policía en su primera detención (enero, 1808) y que se aluden en el relato de Vicenti.
Se desvanece de este modo, sin embargo, el pasaje menos creíble de la esperpéntica interpretación vicentinana: la que lo convierte en una especie de clérigo inculto y desideologizado, que aprende el francés de los presidios, malescribiendo en una especie de caló ininteligible.
Hay pruebas inequívocas de que Caamaño era hombre de cultura, de ideales y de acción.
Aunque lo desconocieran mis paisanos, Francisco Lanza y Alberto Vilanova,Alfredo Vicenti no fue el único informado biógrafo español del Abate.
Antonio Valverde, autor de crónicas periodísticas de ambientación histórica, bien informadas en diferentes puntos y confundidas en otros (como es de ley en nuestro oficio de investigadores) publicó en las magníficas páginas de huecograbado del diario ABC una crónica de enorme utilidad con este título: “El perfil de la Aventura. Comagno el conspirador” (28-I-1957). Empieza así:
Una ficha policiaca de una cárcel de Marsella del mes de enero de 1808 nos describe a un español de regular estatura, rubio, de ojos saltones, llamado Comagno… Comagno, que en realidad se llamaba Caamaño, José Fernández Caamaño, era un gallego inteligente y aventurero, uno de esos tipos raros que ha habido siempre, y más en aquella época turbulenta de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
El perfil vicentiniano del aventurero moreno, solitario, desinformado y malencarado, se difumina por completo. Sobre todo cuando se sabe que Malet, instalado en Italia, había iniciado allí (1807) su larga fase conspirativa, estableciendo relación creciente con los máximos interesados en la caída del primer Imperio francés: los realistas franceses, partidarios del retorno de la Monarquía borbona, los fernandistas españoles (partidarios de Fernandito, el Príncipe de Asturias, frente a sus padres y Manuel Godoy) y los republicanos…
En esas parcialidades (¡qué duda cabe!) andaba –de aquí para allá- el Abate gallego ya por entonces, siendo el motivo no sólo de su detención en Chambery, capital histórica de la Saboya, cercana a las ciudades de Grenoble y Lyon, sino de su largo período carcelario (¡casi 50 meses!, hasta mayo de 1812), período en el que coincidió personalmente con Malet (desde junio de 1808), Lafon (1809) y otros conjurados de 1812, en la cárcel parisina de La Force (a donde había pasado él desde Chambery y Marsella).
A pesar de que “el tenebroso” Fouché quiso echar a los detenidos una mano, minorando la importancia de la trama, todos permanecieron bajo estricta vigilancia, mereciendo trato de apestados, compartiendo presidio con el hampa. Como era común (y sigue siéndolo) en esta clase de persecuciones políticas…
La primera detención
(El clérigo, el embajador de España y Lafón)Sabido lo anterior, se entiende mejor la importante información de Alfredo Vicenti que sólo por falta de estos datos (y de otros detalles que aportaremos) nos sonaba a incoherente:
Caamaño fue detenido a principios de 1808 en Chambery por presentar unos papeles que acusaban su salida de España en dirección a París y que estaban visados por el subprefecto de Bayona.
Preguntado por el caso de haber cambiado tan diametralmente de ruta, contestó en lenguaje semi comprensible que pertenecía al séquito del embajador español, príncipe de Masserano y que le había acompañado hasta Fontainebleau, y que se había alargado luego a Chambery con objeto de ir a pedir al Papa que le relevase de sus votos y ministerio.
Era una coartada –parece claro- que no quiso apoyar –en modo alguno- la Embajada de España. Pese a las reiteradas peticiones del reo a los sucesivos embajadores de Carlos IV, Fernando VII y del propio José I Bonaparte.
Parece probado, por tanto, que en el origen de la detención está el viaje a París y Fontainebleau, iniciado en España, con noticias y encargos conspirativos muy precisos y, sin duda, comprometedores.
Dejando al margen la negación fundamental de Masserano (que Caamaño no formaba parte de su séquito), también parece seguro que el Abate -si alguna vez fue monje y dejó de serlo- no dejó nunca de ser cura, ni siquiera en el relato vicentiniano (aunque sí parece haber dejado de ejercer de clérigo secular muy al final de sus días, cuando reparece -en Antonio Valverde- como empleado de la línea de postas que enlazaba París con la mentada ciudad de Lyon). Su campo o territorio existencial de muchos años, a caballo entre España, Francia e Italia.
Ahora bien: ¿sólo era una coartada o hubo grave error interpretativo por parte de la policía gala?. Caamaño pudo haber dicho que pertenecía a la legación diplomática española, pero no al equipo de la Embajada, dependiente del embajador.
Fouché parece haberlo maliciado así desde el principio…
Lo único cierto es que el castigo de los 50 meses fue severo. Denota gravedad. Y tuvo que tenerla, porque –como iremos viendo- el Abate compostelano fue el único clérigo con nombre propio que figuró en todas las conspiraciones de Malet, dentro y fuera de las cárceles, y porque su detención de Chambery (enero, 1808) sólo precede en cinco meses a la primera detención del propio Malet (29 de mayo), también de larga duración. Es creíble, pues, que la fuente barcelonesa estuviera en lo cierto. Que los graves asuntos de España (y –añado yo- la atlántica ocupación napoleónica de la Península Ibérica, iniciada con el paso hacia Portugal en 1807) está en el origen de la conspiración de ambos.
Trataré de razonarlo, recordando al lector que –aunque parezca ilógico- nunca se enfocaron los asuntos españoles de aquellos años decisivos desde perspectiva atlántica. En este caso: desde la ocupación carlina y napoleónica de la Lusitania continental.
La detención del Abate se produce, por lo demás, en un momento crítico (enero, 1808, insisto). Cuando el enfrentamiento irreversible de Carlos IV con Fernandito, el heredero, Príncipe de Asturias, se descara en los escandalosos sucesos del Escorial (octubre, 1807), convirtiéndose en conflicto diplomático, por la injerencia del embajador de Francia, y cuando se firma un papel mojado de enormes consecuencias para los dominios señoriales de la Iglesia y la Nobleza militar española: el incumplido Tratado de Fontainebleau (27 de octubre), cuando la avanzada del Ejército napoleónico del general Junot ya estaba dentro de España, camino de Portugal. Asuntos todos –como se ve- extraordinariamente delicados con los que tuvo que lidiar (de la peor manera que se pueda concebir) Carlos Ferrero de Fiesco –el negador de la cohartada del Abate-, príncipe de Masserano.
Apesar de ser teniente general de los guardias reales de corps (sección flamenca), Grande de España y caballero del Toisón de Oro, Masserano fue –desde su llegada a París- un embajador nominal y burocrático, en pugna constante con el agente especial de Manuel Godoy, Eugenio Izquierdo. Siendo consciente de ello, el embajador trató de mantener excelente relación con Luciano Bonaparte, viejo enemigo de Malet, como se dijo. Masserano, en esta línea, ha de evolucionar en dirección radicalmente contraria a la de los atlánticos apoyos del Abate…
Entenderemos pronto cómo Masserano no podía desconocer al Abate Caamaño, ni su relación con la diplomacia española; pero sí que podía decir (y con todo rigor) lo que parece haber dicho: que no era un colaborador suyo, ni de la Embajada. ¿Lo sería entonces del enigmático Izquierdo? Tampoco parece. Ni siquiera Fouché sabría en realidad a qué carta quedarse en unos meses tan esperpénticos como los que se van a ir sucediendo desde finales de 1807 en España, Portugal y Francia.
La Horie y los prisioneros españoles de Vicennes
(Del ringo rango: la nobleza militar atlántica)Jean-Baptiste Lafon, por su parte, citado casi siempre como Abate (Abbé Lafon, Laffon, Lafont…) en la conspiración de 1812, y que tiene más o menos la edad que nosotros aventuramos para Caamaño (1766-1836), no era cura en 1809, al sumarse a la trama carcelaria de Malet, ni en 1812, cuando interviene directamente en el golpe. Se ordenó más tarde, tras la exitosa escapada de la ejecución; pero parece haber jugado –por encargo de Malet- importante papel en la primera excarcelación de Caamaño (el 22-V-1812), tras los 50 meses de cautiverio. Cinco antes del golpe.
Fue en aquel paréntesis cuando entró en la cárcel de La Force –donde sería liberado por el disfrazado Malet la madrugada del 23- otro protagonista fundamental de la conjura de 1812. Procedía del presidio de Vicennes. Era el ya citado general La Horie. Detalle nada menor, porque éste llevaba información (y acaso compromisos, frescos y directos) de auténticos hombres de acción, protagonistas de los sucesos ibéricos de aquellos años (1807-1812), allí detenidos. Caso de José Palafox, Joaquín Blake, el general O’Donnel o el guerrillero Mina el Joven (su compañero de celda y su discípulo).
Resulta rara y doblemente indicadora, pues, la liberación del Abate Caamaño. Da, sobre todo, una idea actualizada de su importancia en la evolución de la trama de Malet, inflamada por la guerra peninsular ibérica. Además, según Valverde, nuestro paisano no permaneció de seguido en París hasta la noche en que acogió en el ático de su casa (¿¿??) a los demás golpistas. En el intermedio, hasta octubre, volvió a sus andadas viajeras, pasando –como poco- de París a Milán…
Escribía más arriba que Caamaño, a pesar de esa importancia, casi no comparece de manera directa en la literatura francesa relativa a la conspiración. Yo mismo tuve dificultades en mis búsquedas hasta que caí en cuenta, tras la lectura del utilísimo texto de Antonio Valverde, de que la transcripción del “Caamaño” (tan gallego y tan español) por la policía y los juzgados franceses fue atrabiliaria.
En efecto: el Comagno de Chambery y Marsella viene a ser el Cajamano de París y el Cajamaño de Londres. De estas dos maneras consta su apellido en distintos apuntes más o menos biográficos, como si se tratara de un título de nobleza. Sin ir más lejos así se escribe en la versión francesa de las exitosas entregas de Lenotre (Paris Revolutionnaire: “L’Abbé de Cajamano”), traducidas al inglés (Romances of the French Revolution: “TheAbbe de Cajamaño”).
Ha llegado el momento, pues, de desvelar otros detalles, incursionando en nuevos misterios relacionados con el auténtico ringo-rango del personaje.
Valverde estuvo a punto de adivinarlo; pero descalabró al confundir al príncipe de Masserano con un “mariscal del Imperio napoleónico, que pasaba a Italia al frente de su tropas”. El colaborador de ABC, con todo y eso, nos descubrió quién era el apoyo del Abate que hubiera sido más inaccesible para mi propia investigación.
Un descubrimiento de máxima importancia para nuestra Atlántica Memoria:
Lo que sí está comprobado es su estancia en París en los comienzos del Imperio napoleónico, así como su asiduidad a los bulliciosos lugares nocturnos del Palais Royal y a las casas de juego de los famosos Arcos. En París le protegía el conde de la Roca, diplomático español que le encargó, por encargarle algo, de la ordenación de su biblioteca.
Económicamente debió pasarlo mal casi siempre el señor Comagno, pero a veces tuvo buenas rachas de dinero, quizá procedentes del juego, porque hay ocasiones en que aparece haciendo una vida elegante y dispendiosa. Entonces iba y venía a casa de los nuevos ricos creados por Napoleón, financieros, ministros y generales, y tenía criado, caballo propio y un piso confortable cerca de las Tullerías.
La trama atlántica, extremeña y galaico-portuguesa
(Los De La Roca y la duquesa de Sotomayor)Como anticipaba, al perfil esperpéntico del personaje sucede la imagen (mucho más real) del cura ilustrado o del frade dieciochesco, con su toque de mundano descreímiento, tan reiterado en la mejor literatura de la época, porque importa saber lo que acaso desconocía el propio Valverde: que los De la Roca, atlánticos extremeños, nos devuelven al experto en guaraní, dotado de lenguas, cultura internacional y antigua implantación en distintos espacios, españoles, americanos, franceses e italianos.
El antiguo condado de la Roca (1628) obtuvo la grandeza de España en 1769, por lo que sus poseedores tenían grado de capitanes del Ejército. Fue ducado, además, desde Carlos IV (1793), que elevó su grandeza al máximo nivel. Como sus antepasados, los De la Roca eran condes del Sacro Romano Imperio y, desde el I conde, mantenían relación con la que llegará a ser –mucho más tarde- la Italia unificada. ElAbate gallego venía a ser, pues, bibliotecario de un auténtico peso pesado de la época. No sólo en España.
Atlántico extremeño y cruzado santiaguista, Vicente María de Vera Ladrón de Guevara (1731-1813), mayordomo mayor del Príncipe de Asturias, ayo de los Infantes, estaba en posesión del Toisón de Oro (1794), había sido director de la Real Academia de la Historia (1795-1798), consejero de Estado y ascendió a capitán general de los Reales Ejércitos en el primer año de autos de esta historia: el dramático 1808.
Teniendo tantos apellidos, pocas veces lucía uno más, pero –para esta historia- será importante traerlo a primer plano: Figueroa. Por si no fuera suficiente, aún queda otro cruce atlántico –mucho más próximo- con la nobleza titulada gallega a retener: el ducado de Sotomayor. A esta casa, en efecto, pertenecía su hija política, María Ana Nin de Zatrillas y Sotomayor (1778-1847), duquesa de Sotomayor, y –por ende- frontera perpetua de la provincia lusitana de Entre Douro e Minho. Provincia ocupada –desde las Navidades de 1807- por los Ejércitos que mandaba el capitán general de Galicia, Francisco Taranco, y por los españoles (en misión napoleónica, bajo las órdenes del general Junot), pero donde los Figueroa –en distintas posiciones de mando- iban a jugar papel fundamental en el viraje hacia la insurrección anti-napoleónica del Norte de Portugal, a partir de enero de 1808.
María Ana, la duquesa, viuda con 22 años, había casado con quien estaba llamado a ser heredero de la mayoría de los títulos y mayorazgos de Vicente María, Vicente Javier de Vera y Aragón y Bejarano (1753-1800), conde de Requena.
Yo tengo a este matrimonio –en razón de la edad del difunto y de la juventud de la duquesa- por enlace primordial con el Abate, dado que todos los administradores gallegos de María Ana (antepasados directos de Casto Méndez Núñez) brillarán en la insurgencia anti-napoleónica gallega, extremeña y portuguesa, siendo fomentadores de célebres buques corsarios, evolucionando hacia posiciones liberales a medida que avance la Revolución Atlántica.
De pronto, comenzamos a entender la movilidad conspiradora del Abate, al estar al servicio (o bajo cubierta) de una familia de tal relieve, historial cortesano y multidiversa implantación geográfica, y comenzamos a atisbar también su por qué, dado que el grueso de los señoríos principales de las familias aludidas continuaban situados entre la Extremadura española y portuguesa, Galicia y la Lusitania Septentrional, manteniendo desde antiguo –unos y otros- excelentes relaciones personales con la Casa Real de Bragança (defenestrada a la sazón en Portugal por la ocupación franco-española, y navegando hacia Brasil -por las mismas fechas de la primera detención del Abate- con formidable custodia británica de la Royal Army…)
La trama atlántica de los Caamaño
(Benito Pardo, embajador de España en la Rusia de los Zares)Pero hay más y de máxima importancia. En París pasó a residir -por los mismos años que el Abate Caamaño- uno de los Figueroa gallegos, pariente lejano de los De la Roca extremeños.
Tampoco era un pariente cualquiera. El pre-romántico poeta, helenista y protector de poetas, Benito Pardo de Figueroa (pazo de Fefiñáns, 1755/ Riga, 1812), reformador a la francesa de la Real Infantería Española, fue una figura de gran relieve de la historia militar, y es –no sólo por ello- protagonista fascinante de nuestra Atlántica Memoria audiovisual.
El Benito Pardo (a secas) de los corrillos intelectuales más exigentes de su tiempo, mariscal a la sazón, general más tarde, heredero (aunque segundón) del bellísimo y emblemático pazo natal, cuando cumplía su misión profesional contra Portugal en la ciudad fronteriza de Ciudad Rodrigo durante la guerra de las naranjas, vivió dos circunstancias que lo obligaron a cambiar su brillante carrera militar por la diplomática. Me refiero a la enfermedad y la muerte inesperada de su joven esposa, enterrada en el cementerio parisino de Montmartre (1802), y el apoyo indisimulado de su amigo particular, Manuel Godoy, que –tras otra suerte de colaboraciones de alcance- acabó por convertirlo en influyente embajador de España en Berlín (1805-1807) y San Petersburgo (aquí desde la crisis del Báltico, 1807, hasta la entrada de las fuerzas napoleónicas en Rusia, 1812, en plena gestación del golpe del general Malet y elAbate Caamaño). El período caliente de este episodio.
Por las cartas de Benito Pardo fueron sabiendo sus familiares, tras la histórica entrevista celebrada con el emperador en octubre de 1806 (léase a la letra, punto por punto, en las ineludibles Memorias de Godoy) que Bonaparte no dejaba opción. España y Portugal, de grado o por fuerza, tenían que entrar en el bloqueo continental anti-británico. Información de gran alcance que también conocieron los Caamaño, sus parientes más recientes. Verán por qué.
En 1800 se celebró en la villa marítima, militar y miliciana de Pontevedra una de las grandes bodas de la época, fundiéndose dos linajes de enorme relevancia atlántica, por su intervención directa en los acontecimientos que estaban llamados a sucederse, en España y en Portugal, a partir de ¡¡diciembre de 1807!!, como consecuencia del bloqueo.
Casó entonces la sobrina pontevedresa del citado Benito Pardo, Ramona Escolástica Pardo de Figueroa (segundona del linajudo marqués de Figueroa, pero destinada a ostentar –a la muerte de su hermano Baltasar– todos sus títulos, incluido el condado de Maceda, que ostentaba este militar legendario). Otro formidable protagonista de nuestras historias audiovisuales. Lo hizo con un mayorazgo de enorme poderío territorial y señorial: Juan José Caamaño Pardo (Ferrol, 1761-Madrid, 1819). Nombre propio éste de la nobleza militar no titulada y la Ilustración española, bailío de la Orden Militar de Malta, con potente ramificación familiar en esta Orden, en la Inquisición, en el Ejército, en la Marina de Guerra y en los negocios marítimos. Negocios e intereses señoriales que el casamiento acrecentó, al concentrar los cónyuges enormes arenales, puertos, islas e islotes atlánticos de su propiedad o señorío, a añadir al de otros parientes colaterales (gallegos, asturianos, leoneses, portugueses, extremeños), como los De la Roca, los Castelar y los Sotomayor, todos gravemente afectados por el continental bloqueo, y -por ello- lugares (marítimos y terrestres) donde las relaciones diplomáticas de España y Portugal con Francia y Gran Bretaña comenzaron a cambiar de manera rotunda (y mucho más madrugadora de lo que aún hoy se reconoce en las historias nacionales de los países indicados).
Dada su importancia, Godoy va mentando a estos personajes en sus Memorias e incluso los perezosos diccionarios biográficos españoles, tan descuidados con el Abate Caamaño, ofrecen hoy notas –más o menos útiles- de distintos integrantes de dos generaciones de parientes: la del padre del novio (los Caamaño Gayoso) y la de los sus hermanos (los Caamaño Pardo). Entre aquéllos, debo resaltar dos figuras con importante perfil diplomático internacional: Ramón, radicado por veces en Malta, como Gran Maestre de la Orden, y José Caamaño Gayoso, general, embajador de España en Suiza a la sazón, que ya lo había sido todo –con anterioridad- en la Embajada en Portugal…
El paso de colaboradores directos de Godoy y de la causa napoleónica a insurgentes anti-napoleónicos radicales y de primera hora (desde enero, 1808), partidarios inequívocos de la alianza con Gran Bretaña, fue una misión familiar y señorial en la confluyeron todos, archivando sus múltiples rencillas y pleitos anteriores, con gran contento del embajador Pardo de Figueroa (que manteniéndose –como el Caamaño de Suiza- al frente de la embajada de España en Rusia, con Godoy, Carlos IV, Fernando VII y el propio José I Bonaparte), como diplomático y como estratega militar, estaba convencido (desde su llegada a San Petersburgo, 1807) de que la alianza del zar Nicolás con Napoleón era inestable y de que (dada la ocupación militar napoleónica de Portugal y España) él tenía que batallar –como español- por el retorno a la tradicional alianza de Rusia con Gran Bretaña, dado que tan sólo de ese modo –al entrar Rusia en la contienda bélica y ser atacada por Francia- rompería el trágico destino de la Península Ibérica: haberse convertido en campo abierto de batalla donde se estaban enfrentando (con mayoritaria sangre española y portuguesa) los más poderosos ejércitos del mundo.
El Abate Caamaño fue en Francia –qué duda cabe- un agente más de esta compleja estrategia de la nobleza militar atlántica y de un embajador que la ejecutó en Rusia –con disimulos propios de la época- pero con singular destreza. Asunto que nosotros desvelamos –por primera vez- en el sorprendente desenlace audiovisual de nuestras Tragedias bélicas….
La fracasada decisión imperial del bloqueo continental antibritánico –asumida por los Borbones españoles- puso en guardia, como se ve, al grueso de la nobleza militar atlántica, dado que la principal fuente de ingresos –regulares e irregulares- de los señoríos (laicos o eclesiásticos) operaba a través de las distintas fórmulas arbitradas con Gran Bretaña en el incontestable dominio británico de los mares.
Desde los orígenes del Bloqueo Continental y de la ocupación de la vieja Iberia, estas familias protagonizaron la insurgencia anti-napoleónica. Estuvieron en todo. Y también –a través del Abate- en el fallido golpe parisino de 1812.
Final con fin
(El descalabro del mundo napoleónico)Los golpes antinapoleónicos del general Malet, con la colaboración activa de Caamaño, no pueden desligarse en modo alguno de la cuestión ibérica, iniciada en el atlántico, por paisanos, amigos y familiares suyos.
José Fernández Caamaño no dejaba de ser un integrante –todo lo colateral que se quiera- de esta estirpe de la nobleza militar atlántica, marítima y terrestre, capaz de viajar por tierra desde Galicia, Asturias o el Norte de Portugal a los Reales Sitios de España y Portugal sin salir de lo suyo, con miles de súbditos, vasallos, administradores y aliados (casi siempre formados en las milicias y mandos directos de las mismas). ¡Y qué decir de los mares, si también eran marinos y daban por descontado el apoyo marítimo de la Gran Bretaña!
El Fernández forma parte de los Caamaño –como escudero– en las fichas de mis amigos, los investigadores rianxeiros Pepe Comoxo y Xesús Santos, desde el siglo XV (y lo confirman las mías, desde 1728).
Cien años más tarde de su intervención en el golpe de Malet, el marqués de Dosfuentes (1911), que llegó a relacionar –como otros historiadores diplomáticos españoles- la unidad de acción de todos estos familiares con el “extraño” comportamiento de Benito Pardo, embajador de la España de José I Bonaparte en Rusia, escribió (confuso) lo que sigue: ”Famoso hizo este apellido gallego aquel Abate Caamaño que, establecido en París, se hizo francés, revolucionario activo”.
La primera detención del Abate Caamaño es rigurosamente simultánea del arranque de todos esos acontecimientos, jamás contados de este modo, pero de máxima relevancia histórica. El tramo más oscuro, bélico y dramático de la Revolución Liberal. Atlántica por excelencia. Un asunto internacional muy complejo que el lenguaje patriótico y los límites mentales, estratégicos y fronterizos de los distintos historiadores nacionales oscureció hasta lo infinito y que nosotros estamos empeñados en replantear desde hace muchos años.
Por lo que fuimos sabiendo de fuentes francesas y de las que aquí ya han ido apareciendo, José Fernández Caamaño metió su nariz y comprometió su vida en muchas secuencias, nada colaterales, de esta complicada trama –local e internacional- como “escudero” de sus lejanos parientes de mayor copete. Sin embargo, nunca logró interpretar un papel tan bien documentado como en el golpe del general Malet y en las conspiraciones que lo precedieron.
Ni siquiera es cierto, pues, que nunca retornara a España. Siempre fueron cuestiones ligadas a los intereses (particulares, familiares, señoriales y generales) españolas o ibéricas las que lo llevaron de aquí para allá. Incluso -con fundamento- se asegura que (tras ocupar en distintas ocasiones tareas propias de su ministerio sacerdotal en una parroquia de París) impartió clases (de español y francés) en Londres. Se aproximaba entonces –como espía o como observador participante- al círculo atlántico hispano-portugués de Espoz y Mina, círculo que yo mismo he historiado con novísima información en Los Vega (Memorias íntimas de Juana de Vega). Y es creíble esta conexión, que ya descubrió –sin caer en ello- Martín Luis Guzmán hace 80 años, al describir de manera brillante la relación, establecida en la celda de Vicennes, entre el general La Horie y quien se convirtió en su discípulo: el guerrillero Mina el Joven, sobrino de Espoz. Por la Sevilla atlántica –cuenta Valverde- aún se le vio con una novieta joven (se la birló un ganadero), siendo detenido por los esbirros de Calomarde, en los años terminales de Fernando VII…
Los restos imperiales de Napoleón habían pasado a la historia, pero él tampoco tuvo muchos más papeles de relieve que llevarse a la tumba. Según mis supuestos, murió cuando iba caminito de los 80 años (1837).
De ser cierto lo que me parece más legendario de la investigación de Valverde (“hay quien afirma que Caamaño se suicidó, cansado de la vida, arrojándose al Sena”) daría un final digno de sus mejores años; pero –a su edad- la muerte era lo único que tenía garantizado.