El Castelao exterior (América, Madrid, Europa)

En el folklore rianxeiro hay una copla que sintetiza de manera crítica la primera parte de la historia que me dispongo a contarles. Aquella que dice:

Vámonos pra Buenos Aires
Miña cariña de rosa.
Vámonos pra Buenos Aires
Que esta terra non é nosa!

De cada cuatro años de vida consciente de Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, uno lo pasó en América. De ellos –quince– en la República Argentina. Algo similar acaeció con los rianxeiros a partir de un momento: 1884. En ese año salió como pionero en aquella dirección su tio Juan Castelao Genme. Tenía 21 años. Era el hijo pródigo e inconformista de la carpintería y ebanistería de José Ramón, su padre. El primero de los Castelao que se estableció en Rianxo. Abuelo materno de Alfonso Daniel.

Aquel pionero estaba llamado a ser uno de los personajes prototípicos de la obra gráfica, pictórica y literaria de su sobrino: el emigrante de ida y retorno.

 

Su tío Juan fue reclamando a todos sus hermanos varones y a sus tres cuñados, empezando por Mariano Rodríguez, padre de Castelao.

Juan y Mariano tuvieron éxito. Social, incluso. El primero llegó a presidir la Patronal de los carpinteros en Rosario de Santa Fe, la ciudad donde su sobrino Alfonso publicó la segunda edición de Galicia mártir, en 1945. Mariano, el padre de Castelao, volvió reconvertido en el clásico indiano. Se hizo tratar de don y llegó a ser, con el propio Alfonso, protagonista destacado de mi Historia de caciques, bandos e ideologías en la Galicia no urbana.

Juan al saberse condenado a muerte por la tísis, quiso volver y volvió con una de sus hijas para morir junto a su madre: Mamá Teresa, nonagenaria, contadora de viejas historias, una de las fuentes informativas del propio Alfonso. Madre e hijo murieron en la nueva casa de Mariano y Joaquina. Hoy –con la excepción de los de Alfonso- los restos de esta estirpe de los Castelao rianxeiros yacen juntos en el camposanto de Rianxo. La estirpe se ha extinguido, y nada se sabe ya de los descendientes enterrados y dispersos en las Américas…

Todo era distinto en 1940, cuando -al llegar a la República Argentina- pronunció Alfonso este emocionante discurso:

Después de cuarenta años de ausencia, retorno a este gran país, que para mi es una segunda patria, porque aquí me crié, aquí he vivido con mis padres, aquí nacieron mis hermanas, aquí vive la mitad de mi familia y de aquí he salido un día con lágrimas en los ojos.

Así comprenderéis con cuántas reservas de mi ánimo tengo que llamarme extranjero en la Argentina.

Las dos patrias
(De la cultura atlántica latino-americana)

El caso de los Castelao y de los rianxeiros de Rosario de Santa Fe o del Gran Buenos Aires no fue único. Por ceñirme en exclusiva a ilustradores, pintores, dibujantes y humoristas –gráficos o literarios- del grupo de edad de Alfonso y sin salir de mi campo de investigación, cuyas trayectorias he ido contando en libros, documentales, conferencias o exposiciones, sólo nuestros paisanos Wenceslao Fernández Flórez y Camilo Díaz Baliño no vivieron personalmente esa experiencia americana. Además de Castelao, las Américas fueron claves –antes o después- en la evolución artística y personal de Eduardo Dieste, Nicasio PajaresLuis Bagaría, Julio y Francisco Camba, Mariano de MiguelJuan Carlos Alonso, Jesús Corredoira o Federico Ribas.

Hasta hace medio siglo, cuando en 1964 el franquismo cambió radicalmente la dirección de la potente emigración transoceánica por la europea, la cultura latino-americana permaneció viva entre nosotros. Los hombres de las dos patrias y de las dos nostalgias eran de lo más común. Prácticamente todos los españolitos residentes en los puertos atlánticos que tienen mi edad (75 primaveras) vivieron alguna vez lo que yo viví en nuestro formidable puerto de Vigo: el desgarro de las idas y la alegría de las venidas de parientes y amigos, y las inolvidables historias atlánticas de la Galicia de aca y de la de acolá. Hoy a nuestros hijos y nietos ya les resulta difícil de entender ese intenso parentesco humano y cultural de nuestra juventud porque ya crecieron cuando la emigración europea. La que ahora  (como fruto de nuestras torpezas y de la crisis internacional) ha vuelto a rebrotar.

Voy a explicar las consecuencias de esto, porque lo considero fundamental para entender la época y para desentrañar una de las fuentes de donde brota la compleja originalidad de la obra gráfica, literaria y la propia evolución humana de Castelao, como hombre de las dos patrias. Una faceta –esa obra- mucho más importante, en mi concepto, que su historia política. Y sin la cual tampoco hubiera existido el Castelao político-partidario, de compleja evolución agrario galleguista, para llegar a nacionalista de corte republicano-federal; pero no separatista.

 

Alfonso –como etnocéntrico galleguista– es muy impreciso en sus anotaciones autobiográficas, porque no cuadran siempre con la biografía real. Para empezar, situó en tres años sucesivos –como si lo hubiera olvidado- la primera salida familiar hacia América. La que ahora situamos con relativa seguridad en 1896. Pasó allí, pues, casi cinco años. Los últimos del siglo XIX. Biográficamente fundamentales. Verán por qué.

Nació en 1886. A los seis meses del casamiento de sus padres, Mariano y Joaquina. Apenas nacido, reclamados por Juan, Mariano y su cuñado Manuel Castelao, el padrino de Alfonso, marcharon al encuentro del pionero. El neonato, por tanto, no conoció personalmente a su padre hasta que éste salió a su encuentro -con su madre- cuando tenía ¡10 años!. Hasta entonces su vida transcurrió junto Mamá Joaquina, y a sus abuelos maternos, José Ramón y Mamá Teresa.

Era Mamá Teresa hermana de Baltasar Genme, que fue gobernador civil revolucionario de Pontevedra -en 1869- y que, como tal, tuvo el raro honor de acompañar a su primera sepultura al más ilustre de los pontevedreses de aquel tiempo: el almirante Casto Méndez Núñez. Uno de los sepelios más concurridos e impresionantes que se celebraron en la historia de Pontevedra. El mismo gobernador del que cuenta el Castelao americano (Sempre en Galiza) que murió a consecuencia de fumar un puro envenenado.

 

Refiero estos detalles familiares para mostrar cómo las identificaciones etnocéntricas, patrióticas y  populistas (que son ideológicamente inseparables de cualquier clase de nacionalismo), llevaron a Castelao a inventar su propio pasado como personaje público.

Lápices, manos y pinceles
(Los dibujantes de la revista Caras y Caretas)

A pesar de la emigración de su padre y de sus tíos, toda su familia materna –los Castelao y los Genme- tienen ese toque de distinción. No pertenecen –por el contrario de lo que él repetiría- a la cultura de la pobreza, labriega o pescadora. La inmensa mayoría en la Galicia metropolitana de su tiempo.

Su abuelo, íntimo amigo del cuñado gobernador, era un artesano de muy buen oficio: carpintero-ebanista, y de prestigio. Bien por el contrario de lo que Alfonso afirmaba en público, en su casa siempre se habló gallego y español. Por si hicieran falta otros testimonios, además de los que aduje en mi libro acerca de El primer Castelao, me referiré al recuerdo de sus dos primeros amigos pontevedreses, ambos español-hablantes. Razón –esa amistad desde la niñez- de que merecieran primerizas caricaturas personales del propio Alfonso.

Aunque volveré sobre esto más adelante, diré aquí que el efímero escritor pontevedrés Javier Valcarce García (que estaba llamado a ser uno de sus primeros y más sagaces panegiristas, y el primer guía de Castelao en  Madrid) lo trató desde el veraneo familiar rianxeiro de 1895, meses antes de salir para América; el pintor Carlos Sobrino (uno de sus retratistas y con quien hizo la exposición de su primer óleo de grandes dimensiones en Pontevedra) lo trató en el veraneo familiar rianxeiro a poco de su regreso.

Todos y todas las Castelao Genme sabían leer y escribir con soltura en un paisaje humano dominado por el analfabetismo, y el propio Mariano Rodríguez (que pertenecía a otro escalón social, al formar parte del gueto de los pescadores y al no tener –en el criterio de los artesanos- oficio ni beneficio) presumía también de excelente letra.

 

Alfonso, desde niño, aprendió en la carpintería y en la casa de los abuelos a dibujar con soltura y facilidad. Como es de ley en los ebanistas.

Cultivadas desde la infancia en el taller familiar, tenía unas manos privilegiadas. Y como toda la vida fue muy laborioso, al ser lo que llamamos un manitas, diseñó los marcos modernistas que acompañaron a su obra colorista (sus  trípticos, por ejemplo, tan artísticos en el continente como en el contenido literario de las pinturas que enmarcaban). Diseñó también los muebles de sus moradas pontevedresas. Y  tuvo en su primera educación artística una suerte adicional.

 

Nada más llegar a América, el aprendiz de dibujante quedó deslumbrado por los diseños gráficos de los extraordinarios dibujantes españoles que revolucionaron la caricatura y la revistería argentina. Un madrileño, Eduardo Sojo (Demócrito-I); el atlántico gaditano, Manuel Mayol (Demócrito-II) y nuestro paisano, José María Cao (Demócrito-III). Y en la lejanía de Santa Rosa de Toay, donde tenía su padre La Cruz Colorada, el almacén de campaña que aprovisionaba a los gauchos de la comarca de Bernasconi, comenzó a recibir desde el primer número una revista maravillosa e inagotable que hoy podemos disfrutar en internet.

Trasplantada de Montevideo a Buenos Aires, en Caras y Caretas llegaron a dibujar los Demócrito.

Castelao, por razones de paisanaje y por la simplificación creciente de sus dibujos, admiró sobre todo a José María Cao; pero fue un devoto de toda la revista. Una joya gráfica e informativa, con mucha presencia del color, inexistente en la España de entonces. Pasó -en los tres últimos años de su primera estancia americana- de 24 páginas semanales a 44, cuando nuestro Blanco y Negro, por ejemplo, daba 20 y quincenales.

Tal fue el impacto recibido por aquella revista que Castelao –sin ser adinerado- acabó por comprar los derechos a utilizar –como propia- la cabecera de la inagotable Caras y Caretas. Hasta ese extremo se sentía heredero de sus páginas.

Y para más, aunque tuvo la instantánea experiencia de la gran ciudad de Buenos Aires y de su enorme cementerio, al irse a vivir a La Pampa, aprendió a tocar  la guitarra, a montar a pelo y a cantar vidalitas. Pocos como él supieron plasmar –con su arte de excelente conversador- el personaje de aquel tiempo, ante el pasmo de quienes lo escuchaban. Así se lo contó a nuestro paisano Xavier Bóveda en 1933, cuando vivía en Madrid como diputado de la República:

Me hubiera visto usted en alpargatas, anchas bombachas, gran pañuelo volador, chambergo requintado y cuchillo al cinto. De mi acento gallego, ni pizca. Hablaba como un criolo. Jugaba a la taba, montaba en pelo y bailando polcas era la admiración de las chinas y el paisanaje en los ranchos de diez leguas a la redonda, donde el mate con su espuma verde y dorada ponía, pasando de mano en mano, la nota silvestre de la cortesía.

Cómo nace la joya con anteojos
(El Archivo Humorista Dieste-Castelao)

A partir de 1905 Castelao  salió del cascarón.  Se supo entonces que era capaz de imitar y caracterizar a la manera de las sátiras gráficas de los dibujantes urbanos a los aldeanos  gallegos o a los gauchos, porque había adquirido en América –como hombre de las dos patrias, siendo mocito- un mecanismo de distanciación, básico para las continuas caracterizaciones de quien se convirtió –de pronto- en uno de los más madrugadores humoristas de su grupo de edad.

No sólo hacía reír imitando o dibujando a los demás. Como Bagaría, aprendió –al mismo tiempo que esto hacía- a reírse de sí mismo, modelando por ese recurso su potente individualismo, al convertirse en su propio personaje. Fue –como ustedes saben- uno de los más fecundos auto-caricaturistas y auto-retratistas de su tiempo.  Y llegará a ser la joya con anteojos de su familia y de su generación.

 

Voy a contarles dos primicias que dan idea del riguroso proceso formativo. Corresponden al tramo temporal que precede a la primera estancia en Madrid, en el año académico 1909-1910.

Tenía Alfonso 19 años cuando sus amigos más íntimos, de Rianxo, Compostela ¡y Pontevedra!, empezaron a darse cuenta de su rara facilidad para el dibujo, valorando la calidad colorista de sus diseños. 1905 es el año, por ejemplo, del óleo y la acuarela que guardamos en nuestra casa de Rianxo. Entenderán por qué más adelante. Ahora me van a permitir que entone un mea culpa con relación a la primera de las dos primicias.

 

Yo no sé si ustedes saben que, cuando publiqué -en 1972 y 1973- las primeras ediciones de El primer Castelao y de la Historia de caciques, la revolución incontestable operada por ambas investigaciones en la inexistente investigación de aquel entonces sobre un personaje tan complejo, se tradujo en una polémica generalizada que benefició la difusión de ambos libros, agotando ¡seis mil! ejemplares en pocos meses. En algún momento de la benemérita controversia recibí en la casa rianxeira de mis suegros la visita de Rafael Dieste.

Debo decir que, desde mucho antes de su destierro y de su retorno a la Galicia de 1961, la relación de los Dieste Gonçalves con la que es –desde mi casamiento en 1968- mi familia política de Rianxo, ya era muy intensa; pero aquel día Rafael, además de venir a felicitarme por mis investigaciones, vino también a advertirme de una laguna que consideraba importante en ambos libros.

Se refirió entonces al papel jugado en la formación de Alfonso por otro americano: su hermano mayor, Eduardo, y por quien había sido en vida el patriarca de la que hoy es nuestra casa: el abuelo Cándido. Me habló de una recogida sistemática de historias, leyendas, cantares y decires rianxeiros, que anotaban y que Castelao dibujaba. Recogida en la que también intervino personalmente Cándido a su regreso de la emigración en Francia. Arqueología romántica la llamó el propio Eduardo Dieste en uno de sus libros. Estaríamos -de ser cierto- ante el origen lejanísimo de tres publicaciones excepcionales del futuro Castelao: los escudos de Rianxo y las cruces de piedra de Bretaña y de Galicia; pero también estaríamos ante el origen más remoto de las caricaturas de aldea del primer Castelao y de las primeras notas y bocetos de sus posteriores narraciones de Cousas.

Yo agradecí la referencia, pero –creyendo que Rafael exageraba el papel de su hermano y de nuestro abuelo- la olvidé.

 

Trece años más tarde, en 1985, cuando preparaba la gran exposición del centenario del nacimiento de  Castelao con el Ministerio de Cultura de Javier Solana, cuyo subsecretario –Nacho Quintana– había preparado la edición de mis libros de Siglo XXI, exposición itinerante que precedió –con extraordinario éxito- al memorable Tren Castelao que hicimos con Cultura y el Ministerio de Fomento, liderado éste a la sazón por Abel Caballero, actual alcalde de Vigo, con Emilio Pérez Touriño en la Subsecretaría, di de bruces con un diseño gráfico de Castelao, semejante a un sello, con su cara y la de Eduardo Dieste. Dice, literal, así, en español: “Archivo Humorista Dieste-Castelao. Rianjo”. No tiene fecha, pero daba la razón a Rafael Dieste y –además- empezaba a explicarme algo que ahora me parece importante, porque guarda directa relación con Pontevedra y con los pontevedreses radicados en Madrid a los que voy a prestar especial atención desde aquí hasta el final de esta evocación. Esto es: el motivo de por qué, en el momento oportuno, Castelao optó por la boa vila pontevedresa como ciudad residencial. En 1916. Razón del centenario que este año concelebramos.

Una intrahistoria ésta que nos devuelve a la cultura latino-americana de aquellos años, porque los Dieste Muriel Gonçalves, cuando retornaron a Galicia con toda su familia desde Uruguay, residieron en Pontevedra. Entre 1888 y 1894. Año, este último, en que se instalaron en su casa de Rianxo. Cuando Alfonso tenía 5 años.

Del veraneo de Rianxo a Compostela
(Los discípulos de Víctor Said Armesto)

A las relaciones privilegiadas de los Dieste Muriel con distintas familias de la alta cultura pontevedresa atribuyo yo los sorprendentes veraneos rianxeiros de los pontevedreses Javier Valcarce Ocampo y Luis Sobrino Rivas, con sus esposas e hijos, en los años inmediatos posteriores a 1894. Antes y después de la estancia de Alfonso Daniel en América.

Existe un relato autobiográfico muy expresivo de Valcarce Ocampo sobre su veraneo en Rianxo de agosto 1895 y fue el propio Carlos Sobrino Buhigas (a quien entrevisté cuando preparaba El primer Castelao) quien me informó de su relación con Alfonso en el Rianxo de comienzos de siglo, cuando era su padre secretario de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra. Este detalle, la bien conocida actividad archivística y coleccionista de esta sociedad, timoneada por Casto Sampedro y el homenaje reciente que ofrecimos a Víctor Said Armesto me llevaron a caer en la cuenta de que la iniciativa de Eduardo Dieste y Alfonso –a la que se sumó Cándido- guarda estrecha relación con ese ambiente de la Arqueológica y con los hijos de estas dos familias pontevedresas veraneantes, alumnos de Víctor Said, dado que éste –en sus años de excelente profesor del Instituto de Pontevedra, inducía a sus alumnos a esa clase de búsquedas de historias, leyendas, cantares y tradiciones locales, que servían para sus propios estudios al autor de La leyenda de don Juan. Y que esa era la razón de que cuatro de esos discípulos vayan a jugar un papel excepcional en la evolución del Castelao (artista y escritor), y en su implantación en Compostela, Pontevedra, Madrid y Buenos Aires.

También sus dos viajes por la Europa de 1921 y por la Bretaña de 1929  guardan la más estrecha relación con el más joven de esos cuatro pontevedreses.

 

Paso a la segunda primicia para volver después a completar ambas. Hace un par de meses, escudriñando en la Galiciana digital de internet,  me enteré de que Alfonso –en 1905- se  convirtió en socio fundacional en Compostela de “La Estudiantina”. Una sociedad recreativa y reivindicativa de estudiantes en la que fue pasando de tímido, reconcentrado, más bien tristón y muy estudioso, a personaje público iconoclasta, juvenilista, bohemio (dentro de un orden), enamoradizo y troyanesco. En esa Sociedad deportiva y musical pudo desplegar distintas facetas de sí mismo, hasta entonces inéditas.

Primera cuerda de la tuna, animaba los entreactos de sus conciertos. Como caricato, hacía en ellos imitaciones, dibujaba caricaturas personales de las celebridades compostelanas o contaba cuentos  de gallegos  o de gauchos que hacían reír. Es el origen –qué duda cabe- de las estampas coloristas que fue publicando en la revista viguesa Vida Gallega, de gran éxito en toda la Galicia territorial y emigrante. Caricaturas de las que renegaría poco más tarde, abandonando la revista en su primera pasada por Madrid de 1909, biográficamente fundamental. Justo el momento en que se produce el reencuentro con tres de los cuatro discípulos pontevedreses de Víctor Said Armesto que les anunciaba.

La caricatura de aldea
(De Vida Gallega a los Salones del Iturrioz de Madrid)

Como sucediera en Rianxo con Cándido, Eduardo Dieste, Javierito Valcarce y Carlos Sobrino, todos sus amigos de Compostela se sorprendían de la facilidad con que dibujaba sobre el mármol que cubría las mesas del Café Colón aquel aprendiz de médico con anteojos.

Cuando llenaba su espacio, llamaba al camarero para que  borrara los dibujos y seguía dibujando, sin perder ripio de las conversas de los contertulios. Dibujar era su manera de prestar atención a cuanto peroraban. Y a sus proyectos de hacer -con él como ilustrador- la revista Chusma Moza, de significativo nombre, pero jamás nacida que sepamos. Claro antecedente de Tribuna Literaria o Galicia Moza. Y Vida Gallega.

¡Cómo era posible -se preguntaban y nos preguntamos- aquel milagro!.

Castelao apenas había tenido maestros de dibujo, diseño y pintura, no había asistido siquiera a las beneméritas Escuelas de Artes y Oficios, ni disfrutado de apoyos oficiales como tantos otros compañeros de su generación hasta los años veinte del pasado siglo. Es más: su propio padre siempre estuvo, hasta la misma hora de redactar el testamento, contra lo que empezaba a maliciar de su hijo.

No es extraño, pues, que fueran esos amigos quienes primero lo presentaron en Madrid y quienes –bien situados más tarde en los periódicos de la capital de España, en la Galicia territorial y en la Galicia emigrante- lo convirtieron, por sus pasos, en una especie de pisto de gacetilleros. Veamos algo de esto.

 

Si Cándido guardó durante toda la vida el óleo y la acuarela que hoy es de nuestra propiedad, Eduardo Dieste hizo más por Castelao.

Echó sobre sus espaldas otras tantas acuarelas coloristas de temática rianxeira y las presentó por su cuenta en el II Salón de Humoristas de Madrid, celebrado en el Salón Iturrioz en diciembre de 1908.

¿Con qué resultado? Pues sucedió en 1908 lo que sucedería un año más tarde en el III Salón, ya con Castelao en el Kilómetro cero de aquella España centralizada de entonces ¡Las caricaturas de aldea eran tan distintas de todo lo demás, que apenas merecieron otros comentarios que los entusiastas de sus amigos! ¿Qué amigos? Pocos, pero selectos. Dos contertulios del Café Colón, llamados a alcanzar renombre en el periodismo y el movimiento agrario de Acción Gallega (Manuel Lustres Rivas y Javier Montero Mejuto) y su viejo amigo de la infancia: el pontevedrés Javier Valcarce García. Este –al estar en el secreto- hizo público en febrero lo que iba a suceder a partir de octubre de 1909, confirmando lo que su padre maliciaba. La primera de las estancias de Castelao en Madrid no para doctorarse en Medicina, precisamente:

 

Desde Santiago, donde ahora está, vendrá muy pronto a ganarse aquí el puesto que merece. Yo no vacilo en asegurárselo, el primero, el más señalado, contando para él con las pujanzas de su genio vivísimo y, sobre todo, con aquel sarcasmo acerado de sus gafas…

 

Javierito Valcarce fue el primero en recibirlo en Madrid. De su mano, Castelao fue entrando con la mayor facilidad en el ambiente artístico, literario y periodístico de su amigo de la infancia: El Cuento Semanal, la tertulia de Sofía Casanova, la relación con los amigos gallegos que escribían para El Liberal que dirigía Alfredo Vicenti), y lo más sorprendente: la presencia de ambos en una de las más sonadas manifestaciones políticas del “Maura, no” que se hicieron en España en las horas finales de ese año, cuando estaba naciendo la primera conjunción republicano-socialista. Manifestación en la que iba Pablo Iglesias, Galdós y el propio Vicenti.

 

El segundo discípulo pontevedrés de Víctor Said Armesto, Prudencio Canitrot Mariño, era pintor y escritor. Por el contrario de Valcarce, se había mostrado desconfiado de la valía real de la obra de Alfonso; pero varió su criterio en el trato directo, ejerciendo benéfica influencia en la primera estética del Castelao y en el abandono -para siempre- de las tapas y contratapas de Vida Gallega. Era, además, flamante codirector de la sorprendente “Biblioteca de Escritores Gallegos” de Madrid, con la que Castelao y Eduardo Dieste colaboraron, y comprometido integrante -muy destacado- de la primera variante del movimiento agrario-redencionista de Acción Gallega, nacido en aquellos mismos meses en la madrileña Cafetería Excelsior. Movimiento capitaneado por tres personajes decisivos en la proyección posterior de Castelao: Alfredo Vicenti, Basilio Álvarez y Manuel Portela Valladares (este también pontevedrés). Los impulsores de la magna exposición individual del Salón Iturrioz de 1912 en el contexto  de la primera gran exposición de la pintura gallega en Madrid de ese mismo año. Cuando el Centro Gallego nombró a Castelao socio de mérito. En el primer reconocimiento de los muchos que recibiría a lo largo de su vida de la Galicia emigrante.

El Ateneo de Madrid
(“Estudios Gallegos” y las Irmandades da Fala)

¿Y el tercero? El tercero de los discípulos de Víctor Said Armesto es, sin duda, el que va a ejercer sobre Castelao la más duradera influencia a lo largo de un cuarto de siglo. Una especie de confesor, pese a ser cinco años más joven, como se advierte en la formidable correspondencia cruzada entre ambos. La que atesora el Museo de Pontevedra. Su conseguidor de ayudas y complementos para que Alfonso pudiera hacer los dos periplos europeos a los que me referí, y su informador más eficaz de todo lo relacionado con Madrid. Una ciudad básica –como vamos viendo- en el lanzamiento de Alfonso R. Castelao aunque a éste –como le sucede a tantos y tantos galleguistas y nacionalistas que se formaron o se hicieron tales en Madrid- le costara infinito reconocerlo en público. Me refiero, en efecto, de Francisco Javier Sánchez Cantón.

Prudencio Canitrot y Javierito Valcarce tuvieron vida demasiado breve. La tisis, que era el mal de la época, los devoró en 1913 y 1918. Sánchez Cantón, no. Tuvo larga y fecunda vida. Y llegó a satisfacer, tras once años de espera, uno de los muchos sueños que parecían irrealizables a Castelao: dirigió la esmerada publicación del medio ciento de estampas del Album Nos, pagándola de su bolsillo. Tras la ruptura irreversible de esa fecunda amistad, como consecuencia de la publicación de los tres Álbumes de guerra, Sánchez Cantón tuvo vida para reconocer en Castelao (en la misma hora de su muerte) la importancia excepcional de su obra artística en el breve discurso fúnebre –inédito y emocionante- que leyó en la Real Academia de Bellas Artes logrando que constara en acta su “dolor  en la pérdida para el arte español de quien deja obras imperecederas”. No sólo artísticas, también literarias, pues fue para él “el mejor prosista en gallego de nuestro tiempo”.

 

Fueron ellos –los tres- quienes metieron a Castelao en el ambiente y en la historia viva del Ateneo de Madrid, a poco de su llegada. Cuando Víctor Said fue nombrado oficialmente para impartir un curso harto novedoso en noviembre de 1909. De máxima actualidad: Historia de la poesía gallega en la Edad Media.

Tampoco este eminente pontevedrés tardó mucho en morir; pero a él se debe, en mi concepto, la idea de incorporar a Alfonso al grupo coral e instrumental pontevedrés que revolucionó la música tradicional gallega: Aires da Terra, de Perfecto Feijóo. Donde Castelao, además de animar los entreactos con sus caricaturas –como hiciera otrora en los conciertos de la Tuna- bailaba muiñeiras con María Pla.

 

Victor Said falleció en 1914 cuando iba a ser el titular en Madrid de la primera cátedra de Lengua y Literatura Galaico-Portuguesa de una Universidad española; pero dejó memoria y simiente galleguista en el Ateneo. Donde –con Castelao de nuevo en el Madrid de 1915- se echó a andar el cenáculo de “Estudios Gallegos”, timoneado por Aurelio Ribalta. Con excepcional revista propia y cabecera dibujada por Alfonso en su segunda etapa (1915-1916). Justo en los meses en que se sientan las bases de la campaña por los distintos usos de la lengua gallega que rematarán en la constitución –en mayo de 1916, hace cien años- de las Irmandades da Fala. El movimiento nacionalista donde Castelao (agrario-basilista de Acción Gallega hasta entonces) iba a militar –desde su tardía incorporación de 1917- hasta la descomposición irreversible del histórico movimiento en 1930.

De La Voz de Galicia de Buenos Aires a las páginas de El Sol
(La munición simbólica)

En aquella primera emigración americana (1896-1900), según su propia confesión, Alfonso leyó a los anarco-comunistas que escribían en la madrugadora versión argentina de La Protesta. En cuya versión española posterior colaboraría –tras su paso por Buenos Aires y su expulsión de aquella república-  el anarquista Julio Camba. Y así, siendo Castelao hombre de natural pacífico, con graves problemas de vista y escasa capacidad de acción –como le reprocharon al galaico-argentino, al final de su vida, los nacionalistas vascos-, la acción directa de la que tantas veces anduvieron sobrados los anarquistas, no tardó mucho en pasar a sus estampas.

 

Desde que nació en Madrid el movimiento agrario-redencionista de Acción Gallega y, sobre todo, cuando sus mejores amigos firmaron el Manifiesto de Agosto de 1912, en el arranque de la etapa revolucionaria de Basilio Álvarez y de las masivas concentraciones para escuchar las explosivas imágenes del abad de Beiro, Castelao empieza a utilizar su arte –hasta entonces plácido- como munición simbólica: “Yo, que podría hacer reír, muerdo”.

Así fueron naciendo sus célebres caricaturas sociales de marcado sabor agrario y anticaciquista, con el agresivo simbolismo que aportó a las cabeceras de este movimiento agrario, plagándolas de hoces e imágenes cortantes, para llegar a la ingeniosa decapitación simbólica del obispo de Orense, cuando suspendió de cura a Basilio Álvarez. El personaje por el que sentía Alfonso máxima devoción desde que lo conoció en 1909-1910  (y que aún en 1922 –cuando ya era un destacado irmandiño da Fala, como el poeta Ramón Cabanillas-, ambos agrario-basilistas en origen, quisieron meterlo como estrella del movimiento, para que revulsionara el cansino transcurrir de las Irmandades da Fala). Pasaba, sin embargo, que no tenía donde publicar esa clase de estampas. Ni en Galicia, ni en Madrid. He ahí por qué concedo enorme importancia biográfica al cuarto de los discípulos pontevedreses de Víctor Said Armesto, al que había prometido referirme: el pontevedrés Joaquín Pesqueira Quiroga.

 

Radicado ya en Buenos Aires, a donde fue a parar en 1908 tras morir su padre, Pesqueira había sido amanuense de Víctor Said y llegará a ser uno de los mejor informados contadores de su vida y de su obra. En 1914 era el más brillante redactor de La Voz de Galicia de la capital argentina y ya no tardaría mucho en tener firma en La Nación.

La Voz fue desde su primera salida un semanario decididamente agrario y basilista de Buenos Aires. Recurriendo acaso a sus compañeros de Instituto o al propio Víctor Said (vivía éste sus últimos meses de vida), es lo cierto que Castelao pudo hacer -desde febrero de 1914 hasta la desaparición del periódico a comienzos de 1915- la primera serie coherente de caricaturas personales y mordientes estampas anticaciquistas, iniciándolas –de manera significativa- con su célebre estampa de Basilio Álvarez en trance de formidable agitador, con su sotana al viento, como electrizada. Serie magnífica –hasta entonces desconocida en España- que yo he publicado casi completa en El primer Castelao. Tuvo, además, breve y brillante continuación, en la revista Suevia, que dirigía el propio Pesqueira. Esta vez con esmerada presentación.

La mitología de Castelao en la Galicia de Buenos Aires –iniciada por los rianxeiros en 1912- se confirma en esas páginas, manteniéndose hasta el final de su vida.

 

Entre 1915 y 1920, la prensa agrario-basilista de la Galicia de Madrid se convirtió en clave para mantener su prestigio en España. Si bien, en esos años, ya el movimiento de las Irmandades da Fala le iba a dar ocasión, a partir de 1917, de ir colando sus primeras estampas agrario-galleguistas en los dos portavoces principales hasta el nacimiento de la revista Nos: el semanario A Nosa Terra y el diario coruñés El Noroeste.

Con todo y eso, la segunda larga serie coherente de enorme influencia fue consecuencia de su acceso a la primera plana del más brillante diario español de la época: El Sol (1918-1922) de Nicolás María de Urgoiti y José Ortega y Gasset, dirigido por Félix Lorenzo (Heliófilo). Donde Castelao va a coincidir con la diaria exhibición de uno de sus grandes admiradores-admirados: el formidable Luis Bagaría. También coincide allí con la brillantez indiscutible de Julio Camba –lejos ya del anarquismo- y con uno de sus propagandistas desde los años compostelanos del Café Colón y desde las luchas agrarias de Acción Gallega: el ya aludido Javier Montero Mejuto.

La serie de El Sol –debido a la cualificación del diario- convirtió a Castelao en motivo de conversa y admiración de la más alta intelectualidad española: Yo publique la serie completa en un libro editado hace muchos años: Castelao en “El Sol” (1975).

 

Los editores de El Sol fueron los primeros en ofrecer a Alfonso la posibilidad de viajar por Europa, a cargo de la empresa editora, para completar su formación. Por distintos motivos, personales y familiares, Castelao declinó aquella oportunidad; pero aprovechó la siguiente, cuando el éxito de la Exposición Nos de 1920, lo convenció de que debía hacer ese viaje. No tanto para completar su formación, como adujo en sus instancias oficiales, sino para confirmarse en que estaba haciendo justo lo que quería hacer y no lo que se consideraba la última hora en el dibujo, el grabado y la pintura en Europa.

Final con fin

Su originalidad temática resulta indiscutible.
La primera serie coherente a la que me he referido (1914-1915) la inició en vísperas de la primera guerra mundial (1914-1918), cuando la contienda se convirtió en batalla diaria de caricaturistas. Castelao, sin embargo, no gastó en ese asunto ni un dibujo tan siquiera. Tampoco gastó mucho de su tiempo con la Revolución Rusa y sus perdurables consecuencias. Si Bagaría fue aliadófilo hasta las cachas, llenando de germanos cabezas cuadradas con pica de acero las páginas de la prensa donde colaboraba, Castelao publicaba las suyas en El Parlamentario, que era más bien germanófilo; pero nunca llegamos a saber si esa lucha –o el neutralismo oficial de España- le daba frío o calor. Por eso a lo largo de su vida tuvo muy pocos contratiempos, a pesar de la intencionalidad de sus estampas, hasta el tramo final. En la República, la guerra y el destierro americano.

 

En 1927, cuando Bagaría volvió del destierro al que lo condenó -por sus caricaturas- la Dictadura de Primo de Rivera, confesó que tenía a Castelao y a Xavier Nogués por las dos cumbres de la caricatura española.

Cuando Basilio Álvarez trajo la cabecera de La Zarpa de Madrid a Orense, iniciando con ella la revolución temática de la prensa diaria gallega, Castelao hizo maravillas en ese nuevo periodismo (La Zarpa, Galicia, Faro de Vigo y Pueblo Gallego se lo disputaron, casi al unísono).

La radicalización política de los últimos meses de la República, desde mi punto de vista, al convertir al caricaturista social en uno más de los caricaturistas políticos, partidarios y guerra-civilistas, hizo que hasta sus dibujos perdieran la calidad de los años 20. En la guerra civil pienso que fue un error insuperable que hiciera un Álbum como Milicianos, porque convirtió en propagandísticos los otros dos, pues las atrocidades cometidas en Galicia por los unos, fueron desgraciadamente del mismo corte que las que cometieron los milicianos fuera de ella. Y la dialéctica de la muerte y la atrocidad resultó imparable, como las desventuras del destierro final. Pero esa es otra historia…