Abrazo en Ultratumba: Castelao y Sánchez Cantón

El jueves, 31 de marzo de 1960, hace 50 años, el Consejo de Ministros del general Franco aprobó un decreto, presentado por el titular de Educación, por el que se nombraba a Francisco Javier Sánchez Cantón (Pontevedra, 1891/ 1971) director del Museo del Prado. Tenía 69 años y ya dirigía, desde 1956, la Real Academia de la Historia. Seis años más tarde (1966) asumió la dirección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Caso rarísimo en la larga historia de las tres instituciones, el pontevedrés simultaneó estas responsabilidades hasta la hora de la muerte.

Dado su peso en la cultura oficial española, aquel nombramiento, aireado por los medios de comunicación el 1 de abril de 1960, apenas movió comentarios. Para el mundo del Arte y para cuantos conocían por dentro la gran pinacoteca, la noticia no añadía nada a su curriculum. Sólo confirmaba lo evidente.

Prolegómenos del Episodio

(Galería de personajes: el solterón del Prado)

F.J. Sánchez Cantón, por Fernando Álvarez de Sotomayor (Museo de Pontevedra)

Importa llevar muy de cuenta estos detalles porque la incomparable notoriedad actual de Alfonso R. Castelao (Rianxo, 1886/ Buenos Aires, 1950) pudiera inducir al gravísimo error de minusvalorar la importancia de quien fue durante 20 años (1916-1936) mucho más que un hombre de su intimidad. Estamos hablando de su consejero (artístico) más valorado y de su principal conseguidor en Madrid. En años clave. Cuando al rianxeiro le importaba, más que nada, su progresión artística y cuando se sentía aislado en Pontevedra. Una ciudad donde la gran noticia del día en que le escribió la primera carta (1919) era que un comandante de Infantería había abofeteado a un registrador de la Propiedad. Un pueblo (le escribió en la segunda, 1920) idóneo “para militares retirados”…

Advertidos de lo anterior, nuestros lectores comenzarán a valorar la importancia del episodio, rigurosamente inédito, que voy a relatarles.

Todos sabían, en 1960, que –de hecho- aquel solterón pontevedrés, de elevada estatura, impecable traza, vestimenta severa y aspecto senatorial, venía siendo alma mater del Museo del Prado, al menos desde 1922. El año en el que tuvo que tomar una decisión que marcó su vida.

No viajaría a Granada, para ponerse al frente de la cátedra de Teoría de Literatura y de las Artes de aquella Universidad, que acababa de obtener por oposición. Pedía excedencia y aceptaba el nombramiento de subdirector-conservador de Pintura del Prado.

En un hombre tan caviloso como él, la decisión de entonces no fue improvisada. Cuanto vino después, confirmaría su acierto.

El Patronato del Museo, presidido por el duque Alba, valoraba entonces (1922) la tarea que, bajo la dirección de Aurelio de Beruete, habían realizado Fernando Álvarez de Sotomayor (Ferrol, 1875/ Madrid, 1960), antiguo subdirector y nuevo director, y el propio Sánchez Cantón.

Los nombramientos (en 1922, sí) llamaron la atención de la Prensa de la época.

Por consiguiente, sorprendido por la opinión publicada, el Gobierno de José Sánchez Guerra tomó nota del acierto de una medida que daría al Museo del Prado más de medio siglo de continuidad, sólo alterada por la guerra civil (1936-1939). Pero, bien leído, el tratamiento de los periódicos fue desigual. Aunque elogiaron la nueva batuta, la prensa resaltó, sobre todo, los méritos del primer solista: “joven crítico de arte” y flamante “catedrático” universitario, de 31 años, ligado al Museo y a la catalogación de fondos y monumentos artísticos españoles de máxima importancia, desde 1913.

Distinguían, pues, la habitual prebenda política de los directores (no sólo del Prado) y la tarea profesional, callada, de los funcionarios currantes. Tarea que había venido realizando (y realizaría con posterioridad) el nuevo subdirector.

De Cervela a don Javier

(La escalada, vista desde Pontevedra)

Hasta entonces (1922), Sánchez Cantón era un auténtico desconocido en la vida social española (y para los periódicos de Madrid); pero ya no lo era para Castelao, ni para el grueso de sus amigos más íntimos (pocos siempre, y más bien pontevedreses, porque –dada su timidez y su manera, tan personal y concienzuda, de trabajar- tampoco era fácil intimar con él).

Estos amigos de toda la vida habían ido comprobando por sí mismos con qué seguridad aquel Cerveliña, hijo del catedrático Sánchez Cervela del Instituto de Pontevedra, se estaba convirtiendo por sus pasos en Cervela, Javier y don Javier. Una transición que puede seguirse en la nutrida correspondencia que Sánchez Cantón guardó de por vida y que hoy merece leerse en su imponente Archivo, depositado -con toda su obra impresa- en el Museo de Pontevedra, donde también se guarda el grueso de la obra artística, literaria e investigadora de Castelao.

Dentro de ese pequeño y selecto círculo pontevedrés de amistades (al que Castelao se sumaría después) el universitario Sánchez Cantón llegaba al extremo consentir chanzas y sátiras que nadie osaría (por el más limpio de los respetos) esgrimir sobre él, años más tarde. En su archivo se guardan, por ejemplo, buen número de originales de una esquela satírica, impresa (con lujo, pero sin data) situable en el entorno del doctorado y la mili (1913-1915, cuando, veinteañero, pasó a formar parte del Centro de Estudios Históricos de la Junta para la Ampliación de Estudios y a ocuparse de las tareas de catalogación del Museo del Prado). Además de mentar por sus nombres a los íntimos amigos de aquellos años, la esquela alude a un enamorado juvenil de las librerías de viejo y de determinada dama, en contraste con el empedernido solterón de lujo que aplicará a su soltería la filosófica copla del país:

-Por qué non te casas, neno?
Por qué non te casas, Xan?
-As que me dan non as quero,
¡as que quero non mas dan!

Cruz de piedra por Castelao

Incorporado al grupo, Castelao se mostrará muy pronto admirado y agradecido por la discreta y desinteresada manera de poner a su disposición, en Pontevedra, lo que más echaba en falta en su formación: información artística cotidiana y cultura internacional.

El mismo año en que le escribió la primera de sus cartas (1919), el rianxeiro ya comprobó el peso de su amigo no se reducía a España. Fue Cervela, en efecto, el primero en conectarlo con la intelectualidad portuguesa. Y tampoco es casualidad que, un año más tarde, tras las primeras visitas de Javier a Gran Bretaña y Francia, inicie Castelao su investigación sobre la exuberante presencia artística y monumental de las cruces de piedra en los finisterres atlánticos. Un asunto, por cierto, que acabará por cobrar importancia excepcional en este Episodio de la Atlántica Memoria.

Otros personajes centrales del Episodio

(Cambó, Portela y la condesa de Creixel)

Esa transición hacia la notoriedad y la influencia subterránea de Sánchez Cantón se aprecia (sobre todo, y por lo que hace a Galicia) en dos correspondencias fundamentales, cruzadas con otros tantos neo-nacionalistas gallegos de primera fila. La que Francisco Javier inicia en 1915 con su pariente próximo más querido: el tradicionalista Antonio Losada Diéguez (Pazo de Moldes-Boborás, 1884/ Pontevedra, 1929), y las cartas que guardó de aquel a quien tuvo por su amigo “íntimo” de muchos años: Alfonso R. Castelao. ¡¡Ojo al detalle: siete y cinco años mayores que él, respectivamente!!

A partir del reconocimiento público de 1922, a las influencias anteriores se añadió el prestigio y el peso profesional de Sánchez Cantón sobre algunas personalidades públicas del mayor fuste, político, artístico e intelectual. No sólo en España y Portugal.

De puertas adentro, el caso del talentudo Francesc Cambó (Verges, 1876/ Buenos Aires, 1947) fue paradigmático. Y acabará por tener para Francisco Javier máxima importancia biográfica.

Siempre bien informado y con el ojo avizor, el líder indiscutible de la Lliga Catalana estaba viviendo sus años ministeriales en Madrid y un formidable incremento de su patrimonio privado, con negocios típicos de los países que se mantuvieron neutrales en la primera guerra internacional.

Retrato de Julia Becerra, condesa de Creixel

Fue como consecuencia de ese enriquecimiento súbito, cuando comenzó a invertir en arte una parte de ese imponente patrimonio. Llegado a un punto, el consejo de Sánchez Cantón le pareció ineludible. Para lograrlo buscó, con su habilidad característica, la mejor vía (pontevedresa) de aproximación personal al subdirector del Prado. La logró con facilidad a través de su más constante compañero gallego de viaje desde 1910 a 1936: el no menos agudo y negociante Manuel Portela Valladares (Pontevedra, 1867/ Bandol-Francia, 1952), cuyas relaciones con Francisco Javier eran cuasi familiares…

Diputado y ministro en Madrid, pero casado con una pubilla catalana, Portela se había convertido en el máximo exponente de la masonería catalana y tenía en Barcelona su más continuada residencia. 

Muy bien informado, dirigió con paso seguro a Cambó hacia la casa del conde de Creixell, cuya esposa, Julia Becerra Malvar (Pazo de Salcedo-Pontevedra, 1891/ Pazo de Barrantes, 1974) acabaría por ser una de las grandes frustraciones sentimentales del político catalán.

Julia, en efecto, que vivía los años radientes de su primer matrimonio, tenía la misma edad de Francisco Javier y había sido, por su belleza, su formación europea, su personal desenvoltura y su fortuna, la novia imaginaria de sus compañeros de  generación. Ni qué decir que cumplió su papel de mediadora entre los dos solterones a las mil maravillas. Y fue así cómo, a través de Cambó y de la creciente devoción de éste por Julita, Sánchez Cantón va a cumplir una de las “misiones” profesionales más destacadas de su vida (sin duda, la más agradecida por el general Franco). Asunto de máxima importancia en este episodio, ya que permite comprender las razones de su influencia subterránea en la posguerra española e internacional (1940-1959), cuando se produzcan las desconcertantes novedades que acabaré por contarles. Misión, por lo demás, muchas veces narrada por el mismo, incluso en los Catálogos del Museo del Prado.

La Misión: Cultura y Patrimonio

(El legado Cambó al Museo del Prado)

Cambó por Bartolozzi

Logrado, a través de la bella dama pontevedresa, él trato directo y exclusivo que el político catalan ansiaba con el subdirector del Prado, comenzaron los paseos de ambos, las visitas guiadas personalmente por Francisco Javier en el Museo, el comentario acerca de toda suerte de interioridades de la institución, las cartas y el consejo profesional para que la enorme fortuna adquirida por Cambó en aquellos años de entreguerras, enriqueciera con sentidiño su extraordinaria pinacoteca particular y, al mismo tiempo, metiera en España flecos importantes de la pintura universal que faltaban en el patrimonio español. Y es así cómo, paso a paso, irá fraguando –como consecuencia última- el importantísimo legado de Cambó al Prado (desde 1941) y una amistad (fecunda y discreta, como suya) de muchos años. En paralelo a la mucho más íntima existente con Castelao.

Como era de los biógrafos de éste bien sabido, esta relación tan íntima tuvo fecha de caducidad (eso, al menos, es lo que se pensaba hasta el día de hoy). Quebró (o así parecía) en la guerra civil española (1936-1939), aunque se desconociera en rigor el cuándo y el por qué, dado que ambos la vivieron en zona republicana.

La historia de la amistad con Cambó fue, en todo caso, muy distinta. Superado el tramo de incomunicación forzosa de la guerra, volvieron las cartas y los encuentros. Justo en los años en que Sánchez Cantón y Sotomayor (tras los gravísimos acontecimientos españoles de los años 30) recuperaron el control absoluto del Museo y, en el caso del pontevedrés, una influencia subterránea en la vida artística y cultural española que alcanzaba al general Franco y a su entorno del palacio del Pardo. Razón, en gran medida, de la sorprendente política museística del primer franquismo. Una política, por cierto, que no se limitó al Prado, pues tuvo otro punto de referencia en los museos locales y provinciales y, de manera particular, en el Museo de Pontevedra.

Cambó, perfectamente informado de esa política, la aludía de este modo en carta a su amigo pontevedrés, escrita en Alta Gracia, provincia de Córdoba (Argentina) el 6 de agosto de 1946 (pocos meses antes de su muerte en Buenos Aires, 30-IV-1947):

No creo que jamás en su historia hubiera tenido (el Museo del Prado) un período tan fecundo como el que me describe, con la particularidad de que van de pareja las mejoras del local con el aumento de riqueza del patrimonio que el local cobija.

Con lo que usted me dice, puede imaginar cómo se acrecienta mi deseo de poder repetir las frecuentes visitas que hacía yo al Museo del Prado mientras estaba en Madrid: una visita al Prado y un paseo por el Retiro eran mis grandes goces madrileños y puedo asegurarle que los estoy echando de menos cada día.

Le felicito a usted por la parte que haya tenido –que ya sé cual es- en esta serie de acontecimientos, que aumentan aún la calidad de nuestro Museo del Prado.

Comprendo la satisfacción que ha de tener usted al ver cómo crece y se está formando su pequeño Museíto pontevedrés (…)

Y al leer esas cosas enormes en que se ocupa usted y pensar en las insuperables satisfacciones que ello ha de depararle, he de confelarle que le considero el más feliz de los mortales (…).

Felicitémonos de que, mientras tanto quebranto han sufrido en su patrimonio artístico muchos países de Europa, España haya podido ver cómo agrandaba el suyo.

Política, Destierro y Patrimonio

(El museíto Sánchez Cantón de Pontevedra)

(…) Claro está que coa imaxinación fago viaxes de retorno (a Galiza) e dígoche que non me sinto satisfeito ao volver. Con gosto entro nas peñas dos cafés de Vigo e discuto cos artistas mozos; con máis gosto ando soliño polas corredoiras; pero, por exemplo, non gosto de ir a Pontevedra, onde reina o andróxeno Sánchez Cantón e manda en xefe o manteigoso de Filgueira (Valverde).

Fragmento de  una carta inédita de Castelao.
Sin data ni destinatario. Buenos Aires, hacia 1948

Sánchez Cantón, contra lo que afirma Castelao, no sólo “reinaba” en Pontevedra en los años cuarenta.

En 1941 había logrado que el legado Cambó (importantísimo) ingresara en el Museo del Prado, donde fue expuesto por primera vez en 1942. En años posteriores, su antiguo amigo pontevedrés salvó, porque tuvo el poder y el talento de hacerlo, la bella Helenes o, si se prefiere, el meu Pontevedra; esto es: la ciudad y los alrededores sobre la que este último escribiera nostálgico en 1940.

Su influencia subterránea era incomensurable. En Pontevedra, en Galicia, en España y en los organismos especializados de las nuevas organizaciones internacionales. Y mayormente beneficiosa de puertas adentro, porque se convirtió en el garante de múltiples bienes patrimoniales de todo orden, sitos en los lugares más diversos, amenazados por la piqueta, la incultura o la barbarie. En palabras (certeras y justas) de Gregorio Marañón:

… Apenas ha habido empresas de este orden de las que no pueda decirse que en todo o en parte no son obra suya. En Madrid, en Toledo, en Valladolid, en Valencia, en Pontevedra, cuando enseñamos a los extranjeros Museos y reconstrucciones de edificios o casas insignes con el orgullo de que aquello está tan bien o mejor que en parte alguna, es raro que no tengamos que nombrar a don Francisco Javier Sánchez Cantón” (1949)

Pese a ello, con Castelao, tal como los lectores acaban de leer, la relación parecía rota, pocos meses antes de que trascienda la enfermedad irreversible y la muerte inevitable del antiguo amigo desterrado.

¿Qué pasó en el intermedio y qué pasó después? ¿Es que se recompuso de algún modo la amistad? ¿Por qué se habla en este episodio de “abrazo en ultratumba”?

El pazo urbano que alzara en 1760 el abogado Castro Monteagudo fue la sede originaria del Museíto Sánchez Cantón de Pontevedra. Acondicionado conforme a las ideas museísticas del subdirector del Prado, contó con un “agente secreto”, encargado de que se cumplieran con fidelidad todas sus indicaciones. Su amigo más querido y admirado: Alfonso R. Castelao.

Próxima entrega
El Patrimonio de los Desterrados