La novelesca historia de los Armesto de Pontevedra

El apellido Armesto llegó de pronto a la vida pontevedresa.

Lo hizo en un contexto muy preciso; pero poco transitado por las historias. Surge en medio de los grandes pleitos señoriales que libran entre sí los más poderosos mayorazgos de hace algo más de 200 años. Cuando Pontevedra (como vengo explicando en la “Atlántica Memoria” audiovisual, y en estas páginas de La Cueva de Zaratustra) había dejado de ser una villa eclesiástica –marítima, arzobispal, monacal- para convertirse en capital de una provincia militar importante, dotada –al decir de Fray Martín Sarmiento– de la mejor área de acuartelamiento de Galicia. Espacio donde se albergaba desde finales del siglo XVIII el brillante Regimiento de Infantería de La Princesa y cada reemplazo del Regimiento Provincial de Milicias de Pontevedra. Me estoy refiriendo al tramo temporal que va de 1734 a 1808. Un cuarto de siglo antes de convertirse en ciudad y en capital civil de su propia provincia. Razón de que –en ese tramo temporal más que bicentenario- vinieran a instalarse en la Boa Vila distintas familias de rancia tradición aristocrática, y que –al hacerlo- los nuevos residentes se vieran obligados a remozar o establecer de nueva planta sus grandes casas dieciochescas. Mansiones  que –con sus escudos- aún hoy forman parte del orgullo de una ciudad que pasó a ser -desde aquel lejano entonces- mucho más civil que eclesiástica, y que aún hoy (aunque ya no se vea a diario –como en nuestra juventud- el brillo callejero de los uniformes) continúa estando más “uniformada” de lo que aparenta.

Años cruciales, además, para una villa de esas características, pues me estoy refiriendo al tiempo histórico de las guerras napoleónicas. Cuando se inicia la quiebra definitiva del Antiguo Régimen con el triunfo irreversible de la Revolución Atlántica por excelencia: la Liberal. Con su consecuencia revolucionaria: el paso de aquella sociedad señorial y estamental de los mayorazgos a la burguesa de las desamortizaciones, las desvinculaciones, las oligarquías y las clases sociales

 

Esos grandes pleitos de los señoríos, acaecidos en el marco de la nueva provincia militar pontevedresa, particularmente el que se centra en el mayorazgo de los Moctezuma, enzarzaron a familias de abolengo señorial y militar muy relacionadas con lo que yo llamo –por eso mismo- la Pontevedra aristocrática. Manuel Armesto Omaña, Joaquín Armesto Teijeiro, Josefa Manuela Armesto (madre del marqués de Villargarcía), son nombres resonantes de la nobleza, que intervienen en esos pleitos.

Pues bien: como era común en aquella sociedad señorial y estamental, al servicio de estos señores vienen otros parientes (más o menos lejanos, mucho más modestos) que ya no comulgan siempre con sus ideas, ni participan de sus ideales. Y esa es la primera clave de su singularidad.

 

Pedro Armesto Díaz
(“El Cantor de las Verdades”)

Los Armesto de esta historia se establecen en Pontevedra en ese contexto, poco antes o a raíz del casamiento de José Armesto (que era natural de Ribas de Miño, en la Ribeira Sacra de Sabiñao) con la ¿pontevedresa? María Díaz. No sabemos cuándo se celebró esa boda; pero suponemos que pudo ser cuando esa Pontevedra aristocrática languidece, en el entorno de la francesada. Allá por la primera década del siglo XIX.

Sabemos con mayor seguridad que José y María son los padres de Pedro Armesto Díaz, el primer pontevedrés de la saga, a quien se da por “escritor” en una época en que aún no había en Pontevedra imprenta estable ni escritores propiamente dichos, pero si gentes que, además de saber leer y escribir, escribían al dictado los fárragos de los juristas militares y civiles de la villa aristocrática, y los escritos de la pequeña burocracia al servicio de la Revolución legal que venían acometiendo las primeras autoridades liberales.

 

No eran pobres de pedir, ni mucho menos, pero tampoco tienen nada que ver con la opulencia de sus señores. Es así que, en el tiempo de las desamortizaciones, los Armesto de Pontevedra no figuran entre los compradores de los bienes desamortizados y, cuando la Revolución establece un derecho al voto con sufragio restringido para determinados niveles de renta, ellos ni siquiera constan en las listas electorales. Sin embargo, en este caso, sí que comienza a manifestarse uno de los rasgos más singularizadores de esta familia: su relación con las primeras imprentas, el primer periodismo y la escritura literaria o filosófica de cierta pretensión que se hizo en Pontevedra.

Basta leer la gracia culta de La Revista (1849) para entenderlo. Aquella fue la primera publicación donde comparece con prosa y verso el seudónimo de Pedro Armesto, El Cantor de las Verdades.

 

Primera y segunda generación
(Los redactores de La Revista)

Junto a él comparece, igualmente, la segunda clave familiar: su hijo Constantino (El Licenciado o El Lindo Don Diego): 23 años, con carrera, un destierro en Portugal (que remata en Madrid) y un nombre propio desde los acontecimientos españoles de 1843 y los gallegos de 1846, en los que ya tuvo singular protagonismo.

El hecho de que padre e hijo aparezcan juntos y la dura imagen física que el hijo nos ofrece de su padre efímero (“manco, tuerto y jiboso”, al que tanto ha de llorar después de muerto) transparenta la liberalidad educativa de la familia.

El rutilante joven lo tiene, además, por tan viejo y tan roñón como los veinteañeros consideran a sus padres cuarentones (“tiene la edad de Cristo”, llega a escribir: ¡1.849 años!). Refiriéndose al talento crítico, que acaso padeció en sus carnes, resalta otra nota familiar: el potente individualismo de los Armesto.

 

Ya que el versificar no le disgusta
ni menos escribir festiva prosa
criticará a su antojo cualquier cosa
conforme esté su humor
porque a él se ajusta.

 

Padre e hijo se acompañan en La Revista de un par de amistades que nos hablan de otro matiz de su círculo de relación en la Pontevedra de aquel tiempo: unos amigos de la edad de Constantino que practican un periodismo culto, de buena cepa literaria, y muy crítico, a pesar de sus toques humorísticos. Me estoy refiriendo a Isidoro Fernández Monge (El Diablillo Familiar), director formal de la publicación (nacido en 1824), que ha de completar una carrera importante en el campo filológico y en las Escuelas Normales de Maestros, y a Luis de la Riega (El Doctor Mendigo-Ría), nacido en 1828, que tomará el relevo de la exuberante saga de los García Sarmiento del pazo de Santa Margarita. Un lugar cargado de historia y de leyendas, entrañable para mi, como les he contado a propósito de mi familia paterna en las Memorias de Tonio…

 

Estamos ante una redacción nada nostálgica de la Pontevedra aristocrática. Que practica, bien por el contrario, un periodismo romántico de corte antiseñorial, como corresponde a enemigos jurados de la escudomanía pontevedresa, razón de los guías literarios que se citan en sus textos: el afrancesado Alberto Lista, el cáustico Mariano José de Larra o el poeta por excelencia del liberalismo romántico más exaltado, el también novelesco José de Esproceda.

La sátira rimada de El Cantor de las Verdades al tratar de la juventud aristocrática (muy venida a menos) de aquella Pontevedra de 1849 marca bien esa distancia:

En amorosa pasión
no los cogerá el demonio:
se casan sin ton ni son
como medie un patrimonio
que contente su ambición.

 

Beligerantes por los derechos civiles y políticos de que carecen, empezando por el derecho al voto y, a ser posible, con sufragio universal, esa es la razón de que fueran primero exaltados, progresistas más tarde, y finalmente demócratas muy madrugadores (monárquicos, accidentalistas en cuanto a las formas de Gobierno, o republicanos)

 

Los Armesto Cobián
(Ramona, la madre del filósofo Indalecio Armesto)

Afincado de lleno en Pontevedra, Pedro Armesto casó muy joven con una pontevedresa de similar origen social y resonantes apellidos: María Cobián Bazán. Razón, por cierto, de la madrugadora relación de estos Armesto de buena escritura con los antepasados de Emilia Pardo Bazán y con ella misma, pues doña Emilia (muy atenta desde la niñez a la singularidad de esta novelesca familia pontevedresa), aún se consideraba maestra de Víctor Said Armesto (n. en Pontevedra, 1871) -Vitín, Vitiño-, el último ejemplar de la rama heterodoxa de los Armesto, y  otro efímero –como Pedro Armesto (su bisabuelo) y Federico Saiz (su padre)- que presenta su propia singularidad en el tramo final de la vida, tras protagonizar la más rotunda de las reconversiones.

Emilia, además, era –en cierto modo- fruto temprano de los Armesto, pues éstos le ofrecieron –cuando era mocita y estaba inédita- lo que ya tenían: su imprenta y sus publicaciones periódicas, para que ella pudiera mostrar en sus páginas las primeras primicias literarias.

 

El efímero Pedro Armesto Díaz y María Cobián Bazán tuvieron no menos de cinco hijos a lo largo de 15 años; pero sólo llegamos a saber algo de tres: Ramona, que es la madre de Indalecio Armesto, nos parece la mayor y fue tan poco convencional como toda la familia.

Según la madre de Víctor Said, al nacer este hijo tan culto y tan notorio de Ramona, aún vivían los Armesto en una casita muy modesta –hoy desaparecida- de la calle de la Compañía de Jesús, que es como se llamaba entonces a la que aún llamamos hoy calle Sarmiento. Estaba frente a la morada donde nació la madre de los Muruais y de la Casa del Arco, morada entonces de los Méndez Núñez. Por eso los Armesto –que tienen la misma edad de Casto Méndez Núñez, el almirante legendario- fueron de por vida vecinos de los Muruais, con acceso directo al refinado ambiente de los Méndez Núñez.

 

Pues bien: Ramona, uno de los grandes amores de Indalecio Armesto, tuvo –además de él- otros hijos e hijas del mismo padre ¡incógnito!. Al que conocía –como es lógico- la pequeña ciudad (1.400 vecinos, según La Revista, en 1849), pero que –tras ser bautizados como hijos de soltera en San Bartolomé O Vello– nunca lucieron otro apellido que el Armesto de su madre, creando uno de los misterios familiares más misteriosos de la Pontevedra heterodoxa.

 

La escalada social de Constantino
(El Lindo Don Diego)

Constantino –El Lindo Don Diego de La Revista– es la pieza clave para entender la progresión social de los Armesto, y otro misterio familiar y biográfico.

Yo mismo he contribuido al embrollo cuando publiqué –hace muchos años (1974)- la nota biográfica de la Gran Enciclopedia Gallega. Decía allí, fiándome en distintas lecturas, que había nacido en 1833. Nació, en realidad, diez años antes, el 18 de abril de 1823, en la modesta casa de los Armesto a la que me he referido. Errado en ese punto, sí que tuve acierto al intuir su importancia, como la de Indalecio Armesto, cuando –uno y otro- estaban mucho más que enterrados. Ahora sé que su brillante evolución personal, política e intelectual también intrigó a Casto Sampedro.

 

Maliciaba el gran polígrafo pontevedrés, que su progresión tuviera que ver con el apoyo de la benemérita Fundación Figueroa. Y creo que no hay mejor hipótesis de trabajo para entender sus años más oscuros, los que lo llevan por sus pasos a la licenciatura universitaria compostelana, al alzamiento progresista de 1846 y al casamiento  con una dama que pertenece al más rancio señorío pontevedrés, como denuncian sus propios apellidos: Carmen Aldao Sarmiento. La abuela-madre de Víctor Said, el último Armesto, tras la temprana y conflictiva separación de sus padres, el citado Federico Saiz y Amalia Armesto Aldao.

 

Yo tengo a esta Carmen Aldao Sarmiento por una de las claves para interpretar a la Carmiña, Titi Carmen, Carmen Aldao, el personaje central de dos novelas de Emilia Pardo Bazán: Una Cristiana (así, una cristiana; no una católica) y La Prueba.

La primera de estas novelas se publicó en la Revista Contemporánea  (abril, 1890) cuando estaba muy vivo el  escándalo de los disparos que hizo Carmen Aldao, esposa de Constantino, abuela-madre de Vitín, en el centro de Pontevedra, a su sobrino, Indalecio Armesto, tío y preceptor de Víctor, dejándolo malherido (julio, 1889). Pocos meses antes de su  muerte de 1890 (febrero). Otro personaje –Indalecio, el filósofo de Discusiones sobre la Metafísica (Pontevedra, 1878), puro heterodoxo de Marcelino Menéndez y Pelayo– que iba a merecer el mayor acompañamiento fúnebre que se viera en Pontevedra, pese a ser enterrado civilmente y en el espacio de disidentes del cementerio de San Mauro.

 

Amores que matan
(La fusión con los bíblicos)

Merece la pena recordar al punto que no sólo el talento literario de nuestro  amigo Gonzalo Torrente Ballester contó en La saga fuga historias en clave novelesca de los Armesto. Le precedió –según mi supuesto- la enigmática incursión de doña Emilia en esta familia pontevedresa, llena de misterios que sólo Jesús Muruais se atrevió a insinuar, sin entrar en los detalles, en el memorable discurso pronunciado con ocasión de la muerte de Indalecio.

Porque ese entronque de republicanos más bien agnósticos como Indalecio, Constantino o el propio Federico Sáiz con los que este Muruais llamaba bíblicos, por su relación con el protestantismo y el esoterismo (los Aldao de rancio abolengo,  con sus pazos, sus casamientos de trato y sus escudos) presagiaba conflictos; pero la tensión vino a enriquecer aún más la complejidad heterodoxa y novelesca del conjunto.

 

Quiero decir e insistir en el detalle de que la singularidad de los Armesto en la vida pontevedresa no proviene de que fueran lo que fueron tantos otros correligionarios suyos: liberal-demócratas, republicanos, masones, anticlericales o espiritistas, desde antes de que el espiritismo hiciera estragos entre demócratas y republicanos españoles. Proviene, por supuesto,  de su nivel de militancia partidaria; pero, sobre todo, de la originalidad individualista de sus vidas y de la conflictividad que protagonizaron. De su archipolitizada pulsión romántica, por así decir, pulsión que –por veces- los convierte en trágicos.

Una originalidad –la de sus vidas públicas y privadas- a la que también tuvo que responder al final de su fase heterodoxa Víctor Said Armesto, dolido con los chismes que circulaban acerca de su madre, Amalia Armesto Aldao, separada de su padre y alejada de él desde la cuna, pero que cuenta con el precedente de esta explicación de Indalecio Armesto, formulada en los lejanos tiempos de la primera República (1873), cuando Vitín sólo tenía dos añitos:

 

En cuanto a mi vida privada, ni he sido nunca testigo falso, ni he robado casas, ni me he comido barcos, ni me he guardado herencias que no eran mías, ni me apropié fondos públicos, ni hice ninguna de esas cosas que deshonran; y no habiéndolas hecho, no tengo que avergonzarme de nada./ En cuanto a mi conducta como hijo y como hermano, no soy yo el que debe juzgarla

 

Genio y figura hasta más allá de la muerte
(El caso de Manuel Armesto Cobián)

De los hermanos de Ramona y Constantino Armesto, antes de afrontar lo que hoy (2014) se desconoce acerca de la importancia de éste último en la historia familiar, aún nos queda referirnos al tercero de los aludidos: Manuel Armesto Cobián.

Nacido en 1835, hijo muy tardío de Pedro Armesto y María Cobián Bazán, el tío-abuelo de Víctor Said, apenas llevaba un par de años a su sobrino Indalecio (n. en 1837); pero fue de por vida y hasta más allá de la muerte, uno de sus muchos seguidores inalterables.

Masón, republicano, anticlerical, por el contrario de Constantino, Federico Saiz y Víctor Said Armesto, murió como tal en el año 1900, dejando expresa orden testamentaria de que su entierro tenía que ser civil, por mucho que su viuda, el cura-párroco de San Bartolomé o el gobernador quisieran impedirlo. Debía ser enterrado, pues, en el rincón de disidentes del cementerio pontevedrés, lo más cerca posible del monumento funerario de su admirado sobrino.

 

Surge así otra clase de tensión intrafamiliar, más común de lo que pudiera parecer.

Manuel Armesto, como tantos otros republicanos anticlericales de la época, casó (por amor romántico, lo más probable) con una dama católica, apostólica y practicante, Camila Monroy del Lago. Muy trabajada ésta por la beligerancia de los clérigos, a pesar de la advertencia del testamento, abrió su casa al cura-párroco de San Bartolomé para que aplicara al moribundo la extrema unción. No satisfecha con ello, sabiéndose apoyada por el gobernador civil, lo enterró en el panteón familiar, en el área católica del cementerio de San Mauro.

El asunto parecía haber concluido cuando el fiador testamentario, José Amil Antas, con la complacencia de algunos integrantes de las logias masonas pontevedresas, caso del abogado Eulogio Fonseca, viejo amigo y correligionario de los Armesto, lograron que Las Dominicales del Librepensamiento se interesaran por el caso en Madrid, armándose la marimorena. Porque lo más curioso del incumplimiento radica en que el gobernador, Juan Menéndez Pidal, figura intelectual de relieve y asturiano de estirpe neo-católica, había sido acogido en Pontevedra con máximos honores por el círculo de Jesús Muruais, siendo fundamental en la reconversión intelectual que se estaba operando en Victor Said, el último Armesto, discípulo del poncio –como el propio Casto Sampedro- en lo que hace a sus búsquedas folklóricas y filológicas…

 

Cultura internacional y galleguismo
(La dialéctica Madrid-Pontevedra)

Pero la progresión social, familiar y política de los Armesto, como adelantaba, guarda directa relación con la carrera y el casamiento de Constantino.

De su mano, esta familia –sin perder su arraigo y su devoción por la flamante ciudad natal de Pontevedra- tuvo pronto su peso en Madrid. En la imprenta y en el periodismo madrileño. Villa y Corte a donde llegó Constantino tras el destierro forzoso por su intervención armada en el alzamiento progresista gallego de 1846, como otros varios pontevedreses de renombre que intervinieron en la conspiración de Santa Margarita, desde sus orígenes. El Lindo don Diego tenía entonces 23 años.

 

Allí, en Madrid, fue Constantino impresor y editor con marca registrada desde los primeros años cincuenta.

Con su esposa, Carmen Aldao, pusieron una de las casas más frecuentadas de la Pontevedra radicada en la Villa y Corte. Casa a la que Murguía tuvo acceso directo desde su primera pisada en Madrid (año académico, 1851-1852) y a la que también tendrá acceso Rosalía de Castro, antes y después de su casamiento con Murguía (1856-1858).

Nacía así una relación casi familiar de éstos con los Armesto, los Aldao y los Méndez Núñez de Pontevedra, relación que se mantuvo hasta más allá de la muerte de Víctor Said, hace ahora cien años (1914). De evidente importancia cultural y biográfica, dada la envergadura de los personajes aludidos.

 

Como impresor y editor, el papá-abuelo de Víctor Said Armesto, nos ayuda a entender otra de las particularidades de la familia: la pasión por la música. Sobre todo por la operística, cuyos libretos imprimía y editaba Constantino y cuyas óperas se interpretaban en el Teatro Real de Madrid.

También fue Constantino quien compró en Pontevedra la casa más representativa de los Armesto. Casa con galería y dos plantas de la calle Sarmiento, donde nació Víctor Said, y a donde fueron a dar todas las grandes figuras del progresismo y el republicanismo -español y portugués- de paso por Pontevedra. Razón por cierto de la familiaridad con que las trata Vitín desde la juventud.

Casa pontevedresa que vendió Constantino al separarse de Carmen Aldao, tras los disparos de ésta sobre su sobrino, que forzaron su reclusión en el reformatorio que formaba parte del manicomio de Conxo (cuando se libró de la cárcel por las gestiones de los Rodríguez de Aldao, que –además de su notoriedad como bíblicos y espiritistas– eran altos funcionarios de Prisiones).

 

La dialéctica Madrid-Pontevedra de las dos casas de los Armesto, fundamental en esta familia, también explica el temprano asiento pontevedrés de los Saiz. Esto es: el padre, la abuela paterna y las tías que educaron a Vitín a la manera avanzada de los grandes colaboradores iniciáticos de la Institución Libre de Enseñanza y conforme a sus lecciones en la Escuela Normal de Pontevedra.

 

Así pues, con la mayor normalidad, sin perder su pasión inalterable por la ciudad natal, metieron en ella la cultura internacional. Una tradición que por siempre particularizó su inequívoco galleguismo (nada provinciano, ni fronterizo, en absoluto nacionalista), a pesar de las excelentes relaciones casi familiares que mantuvieron con Murguía, Rosalía y su hija Alejandra.

Es por ello que algunos continuadores suyos (caso de Juan Manuel Rodríguez de Cea, sustituto de Indalecio Armesto en la dirección de El Anunciador durante su destierro de 1883-1884 en Coruña, Buenos Aires y Madrid) sacaron a palestra O Galiciano y O Novo Galiciano. Con el intencionado uso periodístico de la lengua gallega, la revalorización del folklore tradicional y la gaita del país, como se pudo observar en una efeméride muy poco valorada por los muy contados que repararon en la originalísima convocatoria del Certamen de “O Galiciano” (Pontevedra, agosto, 1886).

 

De los usos de la lengua gallega
(Contar, cantar e falar galego)

Sólo digo/ que es criminal desidia en los gallegos/ no dedicarse a recoger su idioma/ que bien merece algún estudio serio.
Xoán Manuel Pintos, A Gaita Gallega, Pontevedra, 1853.
Lema elegido por Juan Manuel Rodríguez de Cea en su contribución al Certamen de “O Galiciano” (1886)

 

Entre 1998 y el año 2000 dediqué ¡¡tres libros sucesivos!! al estudio de la vida y la obra de Murguía y Rosalía de Castro. Los dos primeros volúmenes de esta trilogía fueron patrocinados por la Real Academia Galega y la Fundación “Caixa Galicia”, sin que tuviera acceso (¡!) a la correspondencia titulada Cartas a Murguía, depositada en esa Real Academia y publicada con posterioridad. Pese a esa ausencia, hicieron diana. Pusieron de manifiesto –al margen de la retórica patriótica- el escaso nivel de conocimiento en que se estaba acerca de los personajes aludidos y destaparon algunas de las corruptelas intelectuales y profesorales más perniciosas.

En Murguía, 1833-1923. Cronista de Madrid, esposo de Rosalía de Castro, polígrafo galleguista, ideólogo del nacionalismo, etc. etc. (Taller de J. A. Durán, Madrid, 2000) compendiaba la aportación biográfica, prestando especial atención a una de las varias Casas de la Pontevedra de Madrid: la de los Armero, parientes de Rosalía. A partir de ahora (2014), nuestros oyentes y lectores conocen también la casa madrileña de los Armesto.

 

Por si fuera poco, cuatro años después de cerrar la trilogía, en 2004, complementaba la investigación anterior con un libro-vídeo y una exposición audiovisual de culto: Historia e lenda dos Muruais. Do folletín posromántico ó andel modernista (Taller de J. A. Durán, Madrid, 2004), prestando en él la atención que merecía a la ruptura galleguista de Andrés Muruais (1874-1883), manifestada con su uso de la lengua gallega desde su residencia en Madrid (1874-1875).

Pocos años más tarde, con motivo de la inauguración de la sede pontevedresa de nuestro Taller de Ediciones, estrenamos el documental biográfico Sombras sen sombra: Rosalía de Castro. Realización de Jorge Durán, 2009, cuya versión en lengua gallega ofreció la TVG en distintas ocasiones. El audiovisual fue recibiendo audiencias memorables –espectacular su estreno en la Casa de Galicia de Madrid- hasta protagonizar una actividad sin precedente en la historia de nuestro viejo país atlántico: la emisión mundial de noviembre de 2013, en colaboración con dos direcciones generales de la Xunta de Galicia, la conexión de todos los Centros Gallegos del planeta, La Cueva de Zaratustra y la propia TVG. Documental éste donde se enfatiza la importancia de la pasada por Madrid de la futura novia y esposa de Murguía, y la necesidad de “divorciarla” en el plano intelectual de su compañero existencial…

 

Desde 1998 vengo documentando, pues, la tradición heterodoxa del nuevo galleguismo, ya con la lengua gallega en ristre, para llegar hoy (2014) a donde quiero ir: a la experiencia heterodoxa de O Galiciano, mirada con prevención en un  principio por el desterrado Indalecio Armesto (1884), receloso del uso vasco y catalán de las lenguas propias de sus respectivos países, que entendía perturbador para el mantenimiento de la unidad española. Alentada después, al fundirse los correligionarios de éste con antiguos federales, admiradores del difunto Andrés Muruais (fallecido en Pontevedra, 1883), caso del mentado Juan Manuel Rodríguez de Cea y del propio Víctor Said.

En definitiva: hoy estoy en situación de probar –con obras, que son los únicos amores- la existencia de una novísima tradición heterodoxa, muy pontevedresa, infravalorada hasta aquí, fundamental para entender la reconversión final de Víctor Said Armesto y la conexa actividad de Casto Sampedro, Perfecto Feijóo, Aires da Terra y –más en general- los variopintos colaboradores de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra.

 

En esos libros, en el documental de Rosalía y en los dos volúmenes hasta ahora publicados de Cartas a Murguía (Fundación Barrié de la Maza, 2003 y 2005) se documenta, igualmente, el lógico desconcierto del primer Murguía (1851-1858) y de una jovencísima Rosalía (1856-1858), que procedían de Compostela, al descubrir en Madrid la actividad de los intelectuales pontevedreses en esos campos, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX y –ya con su colaboración en Madrid y en Pontevedra- en los años posteriores.

 

En el año 2000 llamaba la atención, igualmente, sobre la correspondencia cruzada entre Gumersindo Laverde y Marcelino Menéndez Pelayo a propósito del importantísimo Certamen deO Galiciano”.

Escribía Laverde (Otero de Rey, 3-VIII-1886):

En Pontevedra ha iniciado un periódico un certamen literario y musical de todo punto gallego. Todas las obras que a él se presenten estarán escritas en gallego; gallegas serán las composiciones que canten las sociedades corales; y no sonará más instrumento que la gaita gallega. Ya van presentadas sobre cincuenta composiciones. Si la calidad guarda proporción con el número no dejará de ser lucido el tal certamen.

El propio Murguía, que era poco dado a tal suerte de reconocimientos públicos, lo expresó así en su discurso al presidir (un año después de la muerte de su esposa, a propuesta de Indalecio Armesto) ese histórico Certamen pontevedrés (discurso, por cierto, en el que Murguía fue el único que se saltó a la torera la regla de que todo cuanto en él se ofreciera debía ser expresado en lengua gallega):

Diverso de cuantos antes de ahora se celebraron en esta tierra, es de ella por entero. En este sentido es el primero y el más genuinamente gallego; y tanto, que al espíritu provincial que le informa, debo sin duda alguna la inmerecida honra de presidir este acto; al menos en este sentido he admitido tan alta distinción y me he creído en el deber ineludible de aceptarla con alma y vida, puesto que las ideas profesadas, reciben en este momento, la sanción necesaria para ser fecundas.

En gallego y en castellano, en Madrid o en Pontevedra, treinta años antes de que arranque –en el Ateneo madrileño, con el último Armesto y con Aurelio Ribalta– la idea de crear la primera catedra de Lengua y Literatura Galaico-Portuguesa de la historia y la histórica campaña de las Irmandades da Fala, ahí ha quedado -en el periodismo pontevedrés- la obra de los Armesto. Una inquietud, abierta a todas las curiosidades intelectuales y políticas del pequeño mundo, que viene a ser su extraordinario aporte a la cultura atlántica. Sin fronteras.

 

Fin de saga
(La reconversión del último Armesto)

Víctor Said Armesto vivió 30 de sus 43 años como brillante orador y propagandista de la tradición heterodoxa de los Armesto; pero no llegó a ser su epígono.

En sus últimos años, tenía muy poco que ver con ella. Bien por el contrario, recuperó la última evolución política de su abuelo Constantino, gobernador civil de Sagasta y hombre muy considerado dentro de la familia liberal-demócrata, y recuperó también la tradición pedagógica de su padre, Federico Saiz, colaborando intensamente con los grandes maestros de la Institución Libre de Enseñanza.

En un  país como el nuestro, tan dado al guerracivilismo, penó por ello hasta el extremo de que en las izquierdas pontevedresas de la naciente Conjunción agrario-republicano-socialista, sólo contó con la probada comprensión del lerrouxismo donde militaban viejos amigos de su edad, caso de los pontevedreses Pepe y Amelia Juncal (cuñada de Alejandro Lerroux), y Emiliano Iglesias.

 

Tras la temprana separación de sus padres, al haber crecido bajo la tutela de Carmen Aldao (antes y después de su reclusión en Conxo, y de la separación de Constantino), Víctor creció en un ambiente cada vez más tenso y desestructurado. Debido a ello, su sorprendente reconversión de los últimos años fue muy original, compleja y precipitada.

No es cosa que yo vuelva aquí sobre ella. Puede el interesado recurrir, en el año del Centenario, a dos contribuciones nuestras a esa recuperación: “Fin de saga: Víctor Said e os Armesto de Pontevedra” (en el Catálogo en prensa de la Exposición conmemorativa del Centenario, Fundación Barrié de la Maza, 2014) y al documental biográfico Víctor Said Armesto, el resplandor efímero (Taller de J. A. Durán, 2014, realización de Jorge Durán, en español y en gallego, recién estrenado en su versión en lengua gallega, cuyos derechos de emisión ha adquirido la Televisión de Galicia, TVG).

 

La sorpresa intelectual que produjo en España La leyenda de don Juan (Madrid, 1908) al conjugar Vitín la erudición y la escritura más exigente con la amenidad; su manera de conciliar el anclaje local de una leyenda con la información internacional que la propia leyenda exigía, produjo sensación. Una expectación a la que también había contribuido con anterioridad su personal aportación al excelente periodismo de los Armesto.

Con todo y eso, Vitiño fue -como el resplandor- efímero. Todo estaba iniciado, pero casi nada concluido, cuando su desmedrado cuerpecito no pudo resistir la acometida de la muerte.

Said reprodujo así la tragedia familiar de su padre, Federico Saiz, y la de su bisabuelo, Pedro Armesto, El Cantor de las Verdades, del que tantas historias tristes le había contado  El Lindo don Diego.

 

En 1916, la espiritista Amalia Armesto Aldao visitaba la tumba perdida de su único hijo entre los 500 mil enterramientos del Cementerio del Este de Madrid. Aprovechaba esas visitas para dar a Vitiño noticias de Pontevedra. La gran pasión compartida por todos los integrantes de esta familia novelesca. Vitiño no me contesta –aseguraba su madre- pero sé que me ve y que me oye”.