El Carnaval en la aldea de «Picadillo»

Manuel María Puga y Parga (Picadillo)

La falta de curiosidad intelectual hacia lo desconocido, a la que nos ha llevado el particularismo archipolitizado, partidario y monolingüe, reinante (con distinta intensidad) en la llamada España de las Autonomías, se pagará caro. Se está pagando ya. En nuestro particular concepto, no se puede vivir eternamente de la ramplonería ideológica de la tajada, pretendidamente patriótica, cultivando el silencio sobre lo que desconcierta y practicando (sermón tras sermón) aquel viejo refrán del antiquísimo refranero español: “Como creo en lo que invento, no me parece que miento”.

Nosotros jamás hemos cultivado esas tendencias. En Madrid, en La Mancha, en Galicia, contra el viento y la marea del oportunismo, hemos batallado -con todas nuestras fuerzas- contra semejante andanada de incultura. También por eso podemos traer hoy a nuestras páginas anuales de Carnaval, con orgullo manifiesto, la enorme personalidad (en todos los órdenes) de Manuel María Puga y Parga (1874-1918), alias Picadillo, a quien ya dedicamos -en 1993- tres de nuestras Historias con Data (TVG-TVE).

Autor de crónicas y sabrosas recetas de cocina, servidas en libros inolvidables, uno de esos libros (Mi historia política) incluso se puede calificar de raro y de maldito.

Blog de Ultratumba

(Don Manuel Puga)

El texto carnavalesco que voy a presentar en el Blog de Ultratumba de LA CUEVA DE ZARATUSTRA en 2011, lo descubrimos en su primera versión hace muchos años.

De aquélla, nos desplazábamos a propósito desde Rianxo o Pontevedra para leer en el solitario local de la Asociación de la Prensa de La Coruña la única  colección conocida de El Noroeste. Un diario coruñés de entresiglos, memorable. De cuando el periodismo de la ciudad liberal, gobernada por republicanos (aunque en las procesiones luciera  alcaldes de real orden), era auténtica Universidad de la profesión periodística. Dirigido a la sazón por José Lombardero, Picadillo sólo era una de sus estrellas. Eso sí: la de más peso y la más leída y recortada, dada la sabrosa estirpe culinaria que practicaba como columnista.

Pronto hará medio siglo de aquellos viajes. Cuando, al comentar a mis viejos amigos de mayor edad los pequeños hallazgos de investigador principiante, quedaba sorprendido o desconcertado por sus reacciones. Leandro Carré, Domingo Quiroga, Arturo Taracido o el propio Luis Seoane, por ejemplo, nunca llamaban Picadillo a Picadillo. Liberal-demócratas, republicanos de todas las tendencias y hasta los temidos anarco-sindicalistas de cuando el sindicalismo español era de acción, francamente revolucionario (y no doméstico, burocrático y envilecido, como el de nuestros días), todos le decían Don Manuel Puga.

Un alcalde de mucho peso

(Conservadurismo, republicanismo y anarquismo)

El propio don Manuel, que jamás ocultó que era un señorito liberal-conservador histórico y, por ende, monárquico hasta las cachas, tampoco dejó nunca de manifestar su orgullo por haber llegado a ser alcalde de real orden de la ciudad republicana (voto a voto) más importante y constante de la España Atlántica. Y, sobre todo, nunca dejará de reconocer su orgullo por haber merecido, en la hora de su cese fulminante, por su comportamiento en la huelga general revolucionaria de 1917, un homenaje insólito. El de las 27 Sociedades que componían la poderosa Federación Obrera de La Coruña, enclavada en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

El propio Picadillo, en efecto, aludía -con lógica emoción- al pergamino con los 27 sellos que le fue entregado en multitudinaria manifestación proletaria, ante su casa, y que colgó el señorito en lugar preferente de su despacho de abogado. Decía así: “Los sindicatos obreros de resistencia de La Coruña, rinden testimonio de gratitud y simpatía a don Manuel María Puga y Parga, por su noble actitud desde la Alcaldía hacia los obreros municipales, con motivo de la huelga general declarada en España el 13 de agosto del año actual. La Coruña, 28 de octubre de 1917.

La Galicia de Madrid

(Pote aldeano)

Pues bien: seis años antes, el brillante conjunto formado por agrarios y galleguistas de todas clases que echó a andar en la Galicia de Madrid la fascinante aventura editorial de la “Biblioteca de Escritores Gallegos”, sacaba de las páginas de El Noroeste las deliciosas crónicas que componen desde entonces Pote aldeano.

Un tomito de 146 páginas de 20 centímetros, que editaron y distribuyeron los Sucesores de Hernando, tras imprimirlo en la Artística Española.  Con prólogo digno de leer de uno de los editores de aquel prodigio: Luis Antón del Olmet. Un joven y borrascoso escritor que (siendo por cuna medio vasco y medio andaluz) se sintió formado y transformado en el breve paso por la Universidad de ese diario coruñés y de la vida gallega, hasta el extremo de integrarse (con nombre propio) en el directorio de animadores y agitadores de la brillantísima comunidad gallega del Madrid de hace 100 años (1911). Una comunidad, la Madrid-Gallega, que continúa siendo otro –entre tantos- vacíos del inculto particularismo galleguista. Un vacío cultivado, tan ancho como el mar Atlántico, que impide entender el grueso de los movimientos que transformaron la vida gallega, empezando por el propio galleguismo histórico y actual (baste con ver cómo se codean hoy por aparecer en las páginas gallegas del diario prisano de Madrid muchos de los portaestandartes de estos tiempos de galleguismo oficioso y degradado). Porque nada comenzó ni remató en el conjunto de amigos míos que conformaron, cuatro años antes de mi llegada a Madrid, el Grupo Brais Pinto…

En definitiva. Van a gozar del relato de un clásico señorito de hace cien años. Dotado de pazo propio y singular linaje.

Picadillo escribe acerca de lo que conoce por directa experiencia y lo cuenta con claridad, gracia y precisión. Advertirán, por ejemplo, con qué facilidad distingue las diferentes clases de gentes que habitaban en las minúsculas comunidades no urbanas de la Galicia Litoral de hace cien años, donde paseaba él su inmenso señorío. Dotado, a mayores, de casa urbana de ringo rango (había sido otrora de sus antepasados, condes de Gimonde), también a esta circunstancia aburguesada alude en su final el sabroso texto, convertido en golosina. Una amalgama, pues, de burgueses, caseros, aparceros, labriegos y labradores de muy desigual hacienda, guisando la comida más propia del carnaval. Con el plus de que esas observaciones suyas son históricas, porque las aldeas (en el sentido antropológico y cultural) hace mucho que desaparecieron (para siempre) de la vida gallega. Y la vida campestre, centrada en la economía mayormente rentista, jornalera, aparcera o campesina de sus moradores, también.

Nos quedan sus sabrosas recetas de Carnaval y, acaso por ellas, las filloas aldeanas o burguesas, porque éstassí que permanecen. José Antonio Durán.

EL CARNAVAL DE ANZOBRE (ARTEIXO-CORUÑA)

Por Manuel María Puga, “Picadillo”

Toques de cuerno y golpes dados sin piedad en la indispensable lata de gas vacía, anuncian en la aldea la proximidad de los Car­navales; pero el que el cuerno suene, con ese sonar tétrico, y el que la lata de gas nos acribille con sus formidables contundencias, no es obstáculo que interrumpa la labor cotidiana de las sencillas gen­tes campesinas. El pastor guarda sus ganados, el jornalero rotura la tierra que en aquellos días ha de recoger en su seno la simiente de las patatas; el criado siega en los prados la hierba que ha de ser­vir de alimento a los ganados; el labrador ordena sus aperos y lo di­rige todo y lo escudriña todo, para que su labranza se desenvuelva de un modo regular. Nada, en fin, parece acusar anormalidad, y, sin embargo, el cuerno y la hoja de lata dejan oír sus lamentos, siendo pregón de algo que ha de romper la monotonía de la vida de aque­llas gentes.

Es el Carnaval, que, en su locura, no respeta siquiera esos lu­gares tranquilos en donde el día de hoy es igual al de ayer, y el de mañana no varía en nada al de hoy.

Este aspecto de tranquilidad desaparece en absoluto las tardes del domingo y el martes de Carnaval.

Entonces las gentes, una vez mal cumplidos sus respectivos de­beres, se reunen en un punto determinado formando animados bai­les al compás de panderos y conchas o de algún que otro desforado acordeón, instrumento explosivo que para mal de las generaciones presentes y veníderas inventó algún músico dispépsico, y por cuyo delito arderá seguramente a estas horas en las tenebrosas cavernas de Lucifer.

El choqueiro

Dos notas de verdadero color de estas fiestas las constituyen el choqueiro v el carro del antroido.

El choqueiro es una máscara original; viste generalmente de señora, y le sirve de antifaz, bien una filloa o bíen la piel de un conejo o liebre. Su característica es una formidable borrachera de caña; y entra en el baile repartiendo palos a diestro y siniestro.

Al choqueiro le está prohibido el uso de la palabra. Un choqueiro que hable pierde toda su originalidad y es considerado como mala máscara entre las gentes de la aldea. Puede, sin embargo, dar gri­tos salvajes, saltar por encima de la concurrencia y andar a garro­tazo limpio con el palo de moca, instrumento indispensable del disfraz. Más de una vez se ha dado el caso de tener que retirar del baile a un ciudadano sin sentido y bañado en sangre, por haber sido víctima de una broma un si es no es pesada, del choqueiro. Esto, sin embargo, no importa nada; el baile sigue, la alegría no dismínuye y el choqueiro reparte de nuevo y equitativamente sus bromas mien­tras no vislumbra los charolados tricornios de la Guardia Civil. En­tonces se formaliza, se sienta y permanece neutral.

El carro y el sermón del antroido

A las cinco, aparece en escena el carro del antroido. Es éste un ve­hículo de dos ruedas, construido por el carpintero más hábil del lugar. Se adorna con ramas de toda clase de árboles, y sentado en él, a guisa de mayoral, va el antroido, que es un enorme muñeco de paja, vestido con un traje viejo, a la usanza del país, y cubierto ge­neralmente con un sombrero del mismo material que el resto del cuerpo. Este carro es arrastrado por todos los burros de ambos sexos que se reúnan en la parroquia.

Tras de el marchan en veloz carrera hombres, mujeres, niños y choqueiros, y cuando ha llegado al punto de destino, o sea al otro ex­tremo de la aldea, se desengancha y ante el, el más sabido de los concurrentes pronuncia un discurso, al que llaman sermon del an­troido, y que consiste en una serie de desatinos capaces de ruborizar a un sargento de carabineros.

Cuando ya no se ve, cada uno se marcha por su lado, y a la noche, atravesando la densa capa de humedad que reina en la atmosfera, llegan a los oídos del espectador algún que otro aturuxo saturado de caña, los tétricos trompetazos del cuerno y las armoniosas notas que el carabullo produce al golpear en la vacía lata de gas.

Recepción al “Amo”

(Castrapo y filloas con aguardiente)

Ésta es la hora clásica de las filloas, la hora en que los familia­res se reúnen alrededor de la lumbre, la hora en que los chiquillos, medio borrachos, medio soñolientos, brincan y molestan a los que son grandes, con sus angelicales impertínencías.

Hace años que me cupo en suerte compartir una noche de estas con la familia y compadres de Peres d’a Gualada.

Todavía en mi memoria se conservan grabados muchos detalles de aquella noche. El agua, indispensable compañera de los días de Carnaval, batía con furia los pequeños y escasos cristales de la única ventana de la casa, y no reparaba tampoco en obsequiarnos con su desagradable compañía, colándose por los agujeros que en el tejado tienen la misión, a mi juicio ilusoria, de desahumar la cocina.

Lo cierto es que esto no nos importaba ni a la familia de Peres d’a Gualada, ni a sus compadres, ni a mi.

Rodeábamos todos la espaciosa lareira, indíferentes al húmedo fenómeno atmosférico, sentados en los típicos tallos y en muda con­templación ante tres enormes sartenes que la díscreta senora del anfitrión acariciaba de vez en cuando con una robusta tajada de tocino y cubría luego de una tenue capa de amoado, y de las cuales brotaban las deliciosas filloas, que nosotros comíamos por riguroso turno.

Compadre- dijo de pronto un tal Pedro de Cotelo, hablando en castellano, naturalmente, porque estaba yo delante-, esta filluea es lo que tal para chamare de la aujardente.

–No hay que roparare- contestó Peres entre orgulloso y risueño, quitando el carozo que servía de tapón a la botella, escanciando una copa y entregándosela a Cotelo.

Beba, hijo, beba, y que de salú lle sirva.

Y Cotelo, tomando una copa y poniéndose de píe, brindó en los siguientes términos:

A la salú d’ostedes y del senor amo que nos vegila, y que con todos los trabajos del mundo sea estes.

Y coló su contenido entre pecho y espalda, lanzando después una sonora carcajada.

Primera receta

(Filloa aldeana)

Como había preparado aquella mujer el amoado para hacer las filloas?

Pues vais a saberlo.

Para cuartillo y medio de agua y cuartíllo y medio de leche, mezclados, una docena de huevos. Se baten estos y se incorporan a la mezcla, poniéndole la sal necesaria. Después se le va añadiendo poco a poco harína, hasta que tenga la consístencia de una natilla suelta. Luego se cuela, deshaciendo los bollos en el colador, y des­pués a hacer filloas, para lo cual hay que tener las sartenes sobre las brasas, untarlas de tocino cuando estén calientes y extenderles una capa delgada de amoado, que así se llama entre nosotros el mejunje que resulta de la anterior combinación.

Cuando la filloa se desprende con facilidad de la sartén, se le da la vuelta, dejándola cocer del otro lado.

Así las hacía, al menos, la distinguida esposa de mi inolvidable amigo Peres d’a Gualada.

Aún hay clases

(La filloa burguesa)

Tapa del gran éxito del Picadillo liberal-conservador. Diseño de Manuel Viturro, su viejo amigo, el gran cacique liberal-gassetista que Castelao hizo célebre

Yo voy a cometer un acto vituperable. Voy a salirme de la cocina aldeana en donde, chisporroteando, arde la leña de tojo y el cas­queiro de pino, para colarme en la cocina burguesa que quema carbón de cok o gas fluido. Perdóneseme en gracia a lo delicioso del postre que voy a ofreceros.

Si alguna vez, lectores, se os ocurre imitar a la señora de Peres d’a Gualada y lleváis vuestros entusiasmos culinarios hasta el punto de hacer filloas, supongo que no tendréis inconveniente en que os so­bren algunas de más.

Y quiero suponer también que os desprenderéis gustosos de media docenita de huevos, pues en época de Carnavales es, por regla general, cuando estan más baratos en el mercado.

Supongo igualmente que sabrán hacer ustedes la crema o nati­llas, como vulgarmente se dice.

Pues suponiendo que estas suposiciones mías no carezcan de fundamento, no veo inconveniente en que ustedes preparen una crema espesa y con mucho cariño para que no se corte. Ya saben que la crema espesa se consigue poniendo muchos huevos y poca leche. Con esto quiero decir que no pongan mucha leche a las seis yemas de huevo de que hemos hablado.

Pues bien: cuando esté hecha la crema, pongan una cucharada en cada filloa, envuélvanla y frianla en manteca de vaca muy ca­liente, retirandola cuando este dorada y cubriendola inmediata­mente con una capa ligera de azucar en polvo.

Las filloas así preparadas, si bien es cierto que pierden su carácter típico, constituyen, en cambio, un suculento postre de co­cina, que en vez de llamar por la modesta copa de aguardiente, como le sucedía a Pedro de Cotelo, clama a grandes gritos por el vasito fino de cristal tallado rebosante de vino de Porto o de Pedro Ximenez, que es, sin discusión, el más dulce de los Pedros conoci­dos hasta la fecha.

Las filloas en esta forma, ni las comen ni siquiera se las explican, la familia y compadres del Peres de mi cuento.


EL CARNAVAL EN “LA CUEVA DE ZARATUSTRA”

En “Nuestros Clásicos” (Blog de Ultratumba):
-Nicolás Tenorio, “El Carnaval de Viana
-Alfredo Vicenti, “La Máscara (Vieja parodia de los Ejércitos del Ulla)

Rafael Chacón:
-“Entre don Carnal y doña Cuaresma (Carnestolendas, antroido, antruejo. Antroido, entroido, entrudio, entrudo…, antruejo. Antroidos y antruejos)”

José Antonio Durán:
-“En España todo el año es Carnaval (La Primera República)”
-“Don Carnal en el Madrid de hace siglo y medio

Santiago Lamas:
-“O Antroido (El Carnaval de Galicia): o Touro e o Cigarrón”
-“Quejas y quejidos: Carnaval… Carnaval